Salmo 65; 2
Tú oyes la oración; A ti
vendrá toda carne.
En vez de invitar a la alabanza directamente, el salmista declara que
Dios es digno de ser glorificado, y como a Señor se le debe el cumplimiento de los votos sobre la colina de Sión,
donde se halla su morada habitual en medio de su pueblo elegido; en su
santuario está siempre presto a escuchar las plegarias de los que confiadamente se acercan a Él. Sobre
todo, Yahvé espera a los suyos en su casa para remitirles sus pecados.
Conscientes de su culpabilidad, los devotos se acercan al templo a cumplir
votos y sacrificios expiatorios, seguros de que les ha de escuchar y perdonar; es la primera condición para entrar en relaciones
normales con el que es la misma santidad. El salmista envidia al sacerdote o
levita, que tiene el privilegio de vivir
cerca de su Dios en sus atrios sagrados. Son los predilectos de
Yahvé, su “porción” selecta. No obstante, todo buen israelita que se acercaba a
la casa de su Dios se sentía saciado de la presencia divina, fuente de
todos los beneficios que le habría de acordar. El templo está todo llenado de
la santidad de Yahvé, de esa fuerza misteriosa que rodea a la divinidad,
y que la separa de todo lo común y profano. La visita al templo era para el
israelita la prueba palpable de su pertenencia al pueblo elegido de Dios, que
moraba en medio de ellos, y la participación en las solemnes fiestas con sus
banquetes sagrados — los bienes de tu casa — simbolizaba la comunión con
la divinidad, a la que se ofrecían realmente los sacrificios,
¡Qué maravilla! ¡El Dios de todo el universo oye nuestra oración! Como
dice Filipenses 2:10, es el propósito de Dios
que “en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, en la tierra y debajo de la tierra”.
El
pueblo se acerca a Dios en alabanza y dedicación, dirigiéndose a él como el que
contesta oraciones, experimentando la riqueza que significa poder acercarse a
él por medio de la expiación. Implica que la oración fue contestada en una forma
que sugiere que este Dios un día será reconocido por todos los pueblos en todas
partes. Deuteronomio 4:6–8 conecta a un pueblo
que ora con un mundo impresionado por la oración.
Salmo 34; 6
Este pobre clamó, y le oyó Yahvé, Y
lo libró de todas sus angustias
La oración fue contestada con liberación total; y
esto no es sólo en el caso de David, porque los que a él miran encontrarán
iluminación interior; nunca serán avergonzados, o sea, nunca se
desilusionan como resultado de esperar en el Señor. Ni se debe esta experiencia
al hecho de que David fuera especial, porque fue como un pobre, él mismo
estando en el punto más bajo de la vida, que clamó y Dios le escuchó.
El
salmista inicia un himno de alabanza a
Yahvé para que los que le escuchan se asocien a Él. Los humildes serán
los primeros que se asociarán a su alabanza, porque serán los primeros
en reconocer la mano protectora de
Yahvé en sus vidas de sufrimiento. Humildes aquí no significa
tanto los que practican la virtud de la humildad cuanto los “piadosos” o seguidores
incondicionales de Yahvé por sus preceptos, y, como tales, muestran espíritu de
obediencia y docilidad. Estos serían los que mejor entenderían los favores
otorgados al salmista. Por ello les invita a magnificar a Yahvé, reconociendo
su grandeza y celebrando su soberanía sobre todo. Tiene una experiencia
personal de su protección, que le libró de sus terrores.
Dios es la fuente de la luz y de la vida; de El
procede la vida espiritual y la física, y, por tanto, la felicidad; por ello, el salmista invita a que los humildes,
que saben valorar las íntimas alegrías de la amistad divina, se dirijan hacia Él, pues serán iluminados,
en cuanto que sus rostros volverán radiantes de alegría y de optimismo ante
la vida, porque saben que tienen a Dios
a su lado.
Nunca serán confundidos o avergonzados de
haber confiado en Yahvé, pues en la hora difícil les tenderá la mano. El salmista habla por propia experiencia, pues Yahvé le salvó
de todas sus angustias. En realidad, el pobre afligido,
temeroso de Dios, no se halla solo y desamparado, pues en torno suyo acampa el ángel de Yahvé para protegerle y salvarle.
Consciente
de esta seguridad que proporciona la amistad divina, porque pone a disposición
de los suyos sus ejércitos angélicos, el salmista invita a gustar de la bondad
divina, que se manifiesta a los que le temen. Por ello proclama bienaventurado
al que se acoge a su protección
¡Maranata!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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