} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 12 Diciembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)

martes, 12 de diciembre de 2017

12 Diciembre LA BUENA SEMILLA (Meditación)



 1 Juan 4; 16
Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.

     Hemos llegado a este conocimiento del amor de Dios y continuamos en él, y le hemos creído y continuamos en esta fe. Vino Jesucristo al mundo para revelar este amor. Así los hermanos llegaron a este conocimiento y fe. Juan_17:25-26. El conocer o saber implica creer, según Juan emplea los dos términos.
            El amor de Dios se manifestó en el enviar a Jesucristo al mundo a morir por los pecadores. El nacido de nuevo ha conocido y creído este amor, confesando a Jesucristo. Ahora, los gnósticos negaban este amor de Dios porque negaban a Jesucristo y a su expiación por nuestros pecados, a pesar de profesar tener conocimiento especial acerca de Dios. Dios no permanecía en ellos, ni ellos en él, porque no creían este amor de Dios (mostrado en Jesucristo). Por eso no tenían comunión con Dios, pues la comunión con Dios consiste en permanecer en Él y Él en el cristiano.
Creemos en el amor que Dios manifestó en la muerte de su Hijo, y que Él hace que siga actuando en nosotros, donándonos la vida por medio de Jesús. Conocemos que, por el poder del Espíritu y por el amor que el Espíritu obra en nosotros, llegamos a ser conscientes de nuestra comunión con Dios. Así que la fe en amor,  no significa un proceso puramente intelectual. La afirmación personal de Dios y de Jesús se une con la «experiencia» que el amor transmite. Por consiguiente, el objeto de nuestra fe no está sólo fuera de nosotros, sino también en nosotros. Claro está que esto no es una mística del amor, en el sentido individualista de la palabra. Sino que lo que se piensa es que el amor de Dios no sólo está dinámicamente junto a nosotros, sino que también está actuando dentro de nosotros mismos.

El amor como objeto de nuestra fe tiene triple contenido: se trata del amor que Dios es y que se manifiesta en la muerte expiatoria de Jesús; se trata del amor que Dios deposita en nosotros como don del Espíritu; y se trata del amor que actúa por medio de nosotros en el amor fraterno. Así que en esta fórmula que habla de la fe en el «amor que Dios tiene en nosotros», se encierra toda la realidad de la revelación y de la respuesta del cristiano al Dios que se revela, toda la plenitud de la fe y de la vida cristiana: el mensaje de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de la obra de salvación, de la gracia, de la Iglesia como comunión de los «nacidos de Dios», de la vida cristiana por el poder del amor divino. En las cartas de Pablo vemos que Romanos_5:5 es un paralelo instructivo y casi exacto: «... el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos dio.
Puesto que Dios es amor, vemos que permanecer en el amor y tener comunión con Dios son cosas inseparables.


Efesios 3; 19
y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.

    Este conocimiento del amor de Cristo tiene una finalidad: «que seáis llenos para toda la plenitud de Dios». Así termina nuestro pasaje con un pensamiento de desconcertante magnitud. La «plenitud de Dios», que reside en Cristo, tiene que penetrar en nosotros y llenarnos, y esto precisamente porque el amor de Cristo nos penetra.   No hay palabras adecuadas para escudriñar y describir este amor. Son riquezas "inescrutables", insondables. En este sentido "excede a todo conocimiento". Pero sí podemos conocer y entender lo que Dios nos dice acerca del amor de Cristo, y nuestra comprensión crece con la experiencia de vivir por Cristo. Hay gran diferencia entre el conocer mentalmente y el conocer por la experiencia.
 En Romanos 12:2 Pablo dice, "transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta"; debemos comprobar o confirmar por la experiencia personal que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta para nosotros.
            Si andamos con Cristo, experimentando su poder en nuestra vida y gozando de sus bendiciones espirituales, comprenderemos cada vez mejor el verdadero significado del amor de Cristo "que excede a todo conocimiento".
              A Pablo le gustaba la palabra "plenitud" (Colosenses_1:19; Colosenses_2:9; Gálatas_4:4). Es el clímax de sus peticiones, la última de las cinco de este texto. Es el deseo de Pablo de que seamos los recipientes de todo lo que Dios nos ofrece, todas las riquezas de su gracia. Es como la exhortación de  "sed llenos del Espíritu". Pablo no quiere que nos falte nada de las ricas provisiones espirituales de Dios. Toda la plenitud de Dios habla de más de una experiencia o aspecto de su verdad o poder. Apunta hacia una profunda espiritualidad, que participa de forma balanceada de todas las bendiciones, recursos y sabiduría de Dios.
Estamos completos por nuestra unión con Cristo y la capacitación que el Espíritu Santo nos ha dado. Tenemos por entero a Dios a nuestra disposición, pero debemos apropiárnoslo por la fe y las oraciones, cada día, al vivir para El. La oración de Pablo por los efesios es también para nosotros.
Podemos pedir que el Espíritu Santo llene al máximo cada aspecto de nuestras vidas.
El logos encarnado es la revelación del Padre, y este Padre se revela en Cristo como amor. Percatarse de este amor personal y divino, presente en nosotros por   Cristo, es lo que se quiere decir con la expresión: «para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». Y al precisarse más concretamente: «para toda la plenitud de Dios», se quiere indicar el movimiento hacia un estado final perfecto. Pero ¿qué significa este crecer y madurar, si ya en el portador de la plenitud de Dios -en Cristo-, y por él en nosotros, habita sustancialmente esta plenitud?
Lo que se subraya es que esta plenitud penetre cada vez más viva y profundamente en nuestra conciencia y se manifieste en una vida llena de Dios.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!


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