1. Todos los santos que están unidos a Jesucristo,1 su cabeza, por su Espíritu y por la fe2 (aunque no por ello vengan a ser una persona con él3), participan en sus virtudes, padecimientos, muerte,
resurrección y gloria;4 y, estando unidos unos a
otros en amor, participan mutuamente de sus dones y virtudes,5 y están obligados al cumplimiento de tales deberes,
públicos y privados, de manera ordenada, que conduzcan a su bien mutuo, tanto
en el hombre interior como en el exterior.6
1. Ef. 1:4; Jn.
17:2,6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4.
2. Ef. 3:16,17;
Gá. 2:20; 2 Co. 3:17,18.
3. 1 Co. 8:6; Col.
1:18,19; 1 Ti. 6:15,16; Is. 42:8; Sal. 45:7; He. 1:8,9.
4. 1
Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1-6; Ef. 2:4-6; Ro. 4:25; 6:1-6; Fil. 3:10; Col. 3:3,4.
5. Jn. 13:34,35;
14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7,8; 1 Co. 3:21-23; 12:7,25-27.
6. Ro. 1:12;
12:10-13; 1 Ts. 5:11,14; 1 P. 3:8; 1 Jn. 3:17,18; Gá. 6:10.
2. Los santos, por su profesión, están obligados a mantener
entre sí un compañerismo y comunión santos en la adoración a Dios y en el
cumplimiento de los otros servicios espirituales que tiendan a su edificación
mutua,1 así como a ayudarse unos a otros en las
cosas externas según sus posibilidades y necesidades.2
Según la norma del evangelio, aunque esta comunión deba ejercerse especialmente
en las relaciones en que se encuentren, ya sea en las familias o en las
iglesias,3 debe extenderse, según Dios dé la
oportunidad,
a toda la familia de la fe, es decir, a todos los que en
todas partes invocan el nombre del Señor Jesús.4
Sin embargo, su comunión mutua como santos no quita ni infringe el derecho o la
propiedad que cada hombre tiene sobre sus bienes y posesiones.5
1. He. 10:24,25;
3:12,13.
2. Hch. 11:29,30;
2 Co. 8,9; Gá. 2; Ro. 15.
3. 1 Ti. 5:8,16;
Ef. 6:4; 1 Co. 12:27.
4. Hch. 11:29,30;
2 Co. 8,9; Gá. 2; 6:10; Ro. 15.
5. Hch.
5:4; Ef. 4:28; Ex. 20:15.
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