1. Dios dio a Adán una ley de obediencia universal escrita
en su corazón,1 y un precepto en particular de
no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal;2 por lo cual le obligó a él y a toda su posteridad a
una obediencia personal completa, exacta y perpetua; prometió la vida por el
cumplimiento de su ley, y amenazó con la muerte su infracción; y le dotó
también del poder y de la capacidad para guardarla.3
1.
Gn. 1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a, 14,15.
2. Gn.
2:16,17.
3. Gn.
2:16,17; Ro. 10:5; Gá. 3:10,12.
2. La misma ley que primeramente fue escrita en el corazón
del hombre continuó siendo una regla perfecta de justicia después de la Caída;1 y fue dada por Dios en el monte Sinaí,2 en diez mandamientos, y escrita en dos tablas; los
cuatro primeros mandamientos contienen nuestros deberes para con Dios, y los
otros seis, nuestros deberes para con los hombres.3
1.
Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4; 8:10,12; para el Quinto
Mandamiento, Gn. 37:10; para el Sexto Mandamiento, Gn. 4:3-15; para el Séptimo Mandamiento,
Gn. 12:17; para el Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8; para el Noveno
Mandamiento, Gn. 27:12; para el Décimo Mandamiento, Gn. 6:2; 13:10,11.
2. Ro.
2:12a, 14,15.
3. Ex.
32:15,16; 34:4,28; Dt. 10:4.
3. Además de esta ley, comúnmente llamada ley moral, agradó
a Dios dar al pueblo de Israel leyes ceremoniales que contenían varias
ordenanzas típicas; en parte de adoración, prefigurando a Cristo, sus virtudes,
acciones, sufrimientos y beneficios;1 y en parte
proponiendo diversas instrucciones sobre los deberes morales.2 Todas aquellas leyes ceremoniales, habiendo sido prescritas
solamente hasta el tiempo de su reforma, cuando fueron abrogadas y quitadas por
Jesucristo, el verdadero Mesías y único legislador, quien fue investido con
poder por parte del Padre para ese fin.3
1. He. 10:1; Col.
2:16,17.
2. 1 Co. 5:7; 2
Co. 6:17; Jud. 23.
3. Col.
2:14,16,17; Ef. 2:14-16.
4. Dios también les dio a los israelitas diversas leyes
civiles, que acabaron cuando acabó
aquel pueblo como Estado, no siendo ahora
obligatorias para nadie en virtud de aquella institución;1 siendo solamente sus principios de equidad
utilizables en la actualidad.2
1. Lc. 21:20-24;
Hch. 6:13,14; He. 9:18,19 con 8:7,13; 9:10; 10:1.
2. 1 Co. 5:1;
9:8-10
5. La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a los
justificados como a los demás, a que se la obedezca;1
y esto no sólo en consideración a su contenido,
sino también con respecto a la autoridad de Dios, el Creador, quien la dio.2 Tampoco Cristo, en el evangelio, en ninguna manera
cancela esta obligación sino que la refuerza considerablemente.3
1. Mt.
19:16-22; Ro. 2:14-15; 3:19-20; 6:14; 7:6; 8:3; 1 Ti. 1:8-11; Ro. 13:8-10; 1
Co. 7:19 con Gá. 5:6; 6:15; Ef. 4:25—6:4; Stg. 2:11-12.
2. Stg. 2:10-11.
3. Mt.
5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8.
6. Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como
pacto de obras para ser por ella justificados o condenados,1 sin embargo ésta es de gran utilidad tanto para
ellos como para otros, en que como regla de vida les informa de la voluntad de
Dios y de sus deberes, les dirige y obliga a andar en conformidad con ella,2 les revela también la pecaminosa contaminación de
sus naturalezas, corazones y vidas; de manera que, al examinarse a la luz de
ella, puedan llegar a una convicción más profunda de su pecado, a sentir
humillación por él y odio contra él; junto con una visión más clara de la
necesidad que tienen de Cristo, y de la perfección de su obediencia.3 También la ley moral es útil para los regenerados a
fin de restringir su corrupción, en cuanto que prohíbe el pecado; y sus
amenazas sirven para mostrar lo que sus pecados todavía
merecen, y qué aflicciones pueden esperar por ellos en esta vida, aun cuando
estén libres de la maldición y el puro rigor de la ley.4
Asimismo sus promesas manifiestan a los regenerados que Dios aprueba la
obediencia y cuáles son las bendiciones que pueden esperar por el cumplimiento
de la misma,5 aunque no como si se les deba por
la ley como pacto de obras;6 de manera que si
alguien hace lo bueno y se abstiene de hacer lo malo porque la ley le manda lo
uno y le prohíbe lo otro, no por ello demuestra que se encuentre bajo la ley y
no bajo la gracia.7
1. Hch. 13:39; Ro.
6:14; 8:1; 10:4; Gá. 2:16; 4:4,5.
2. Ro. 7:12,22,25;
Sal. 119:4-6; 1 Co. 7:19.
3. Ro. 3:20;
7:7,9,14,24; 8:3; Stg. 1:23-25.
4. Stg. 2:11; Sal.
119:101,104,128.
5. Ef. 6:2,3; Sal.
37:11; Mt. 5:6; Sal. 19:11.
6. Lc.
17:10.
7. Véase
el libro de Proverbios; Mt. 3:7; Lc. 13:3,5; Hch. 2:40; He. 11:26; 1 P. 3:8-13.
7. Los usos de la ley ya mencionados tampoco son contrarios
a la gracia del evangelio, sino que concuerdan armoniosamente con él; pues el
Espíritu de Cristo subyuga y capacita la voluntad del hombre para que haga
libre y alegremente lo que requiere la voluntad de Dios, revelada en la ley.1
1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro.
8:4; Tit. 2:14.
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