1Timoteo 1; 15
Palabra fiel y digna de ser
recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
de los cuales yo soy el primero.
Dice Pablo que
Jesucristo había tenido misericordia de él porque él había cometido sus pecados
contra Cristo y Su Iglesia en los días de su ignorancia. A menudo se piensa que
los judíos creían que el sacrificio expiaba el pecado: uno pecaba, su pecado
quebrantaba su relación con Dios, y entonces el sacrificio se ofrecía y Dios se
apaciguaba y se restauraba la relación.
Puede que fuera esa
la opinión popular y vulgar del sacrificio; pero el pensamiento judío más
elevado insistía en dos cosas. Primera, insistía en que el sacrificio no podía
nunca expiar por el pecado deliberado, sino solamente por los pecados que uno
cometiera por ignorancia o arrastrado por la pasión. La segunda, el pensamiento
judío más elevado insistía en que ningún sacrificio podía expiar por ningún
pecado a menos que hubiera contrición en la persona que lo ofrecía. Aquí Pablo
está hablando desde su trasfondo judío. La misericordia de Cristo le había
quebrantado el corazón; sus pecados los había cometido en los días antes de
conocer a Cristo y Su amor; y por estas razones tenía la convicción de que
había alcanzado misericordia.
Dios le da a cada uno libre albedrío, que
puede usar para aceptar o para rechazar Su ofrecimiento.
Pablo estaba convencido de que había sido
enviado para abrirles los ojos a los gentiles, para que se volvieran de las
tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios, para que recibieran el
perdón de sus pecados (Hechos_26:18).
Y Santiago creía que cualquier persona que convierta al pecador del error
de su camino «salvará un alma de la muerte y cubrirá una multitud de pecados» (Santiago_5:19 s). Así que se nos impone una
doble obligación. Se ha dicho que un santo es alguien que hace a otros más
fácil creer en Dios, y alguien en quien Cristo vive otra vez. Debemos dar
gracias por los que nos mostraron a Cristo, cuyas palabras y ejemplo nos
trajeron a Él; y debemos esforzarnos para ser la influencia que traiga a otros
a Él.
En esta cuestión de
la conversión, se combinan la iniciativa de Dios, la respuesta de la persona, y
la influencia de los cristianos.
Lo que resalta en este pasaje
es la insistencia con que Pablo recuerda su propio pecado. Se remonta con un
verdadero clímax de palabras para demostrar lo que él Le hizo a Cristo y a la
Iglesia. El insultó a la Iglesia; les había dirigido palabras ardientes
y airadas a los cristianos, acusándolos de crímenes contra Dios; había sido perseguidor;
había echado mano de todos los medios a su alcance bajo la ley judía para
aniquilar la Iglesia Cristiana; y entonces viene una terrible palabra: había
sido un hombre de violencia insolente y brutal. En griego usa la palabra
hybristés, que indica una clase de sadismo arrogante, y describe a un
hombre que se dedica a infligir dolor por el simple placer de infligirlo.
Así había sido
Pablo en relación con la Iglesia Cristiana. No contento con palabras de
insulto, llegó al límite de la persecución legal; y no contento con la
persecución legal, llegó al límite de la brutalidad sádica en su intención de
erradicar la fe cristiana. Recordaba aquello; y hasta el fin de su vida se
consideraba el primero de los pecadores. No es que había sido el primero
de los pecadores; lo seguía siendo. Es verdad que no podía olvidar nunca que
era un pecador perdonado; pero tampoco podía olvidar nunca que era un pecador.
¿Por qué había de recordar su pecado tan vivamente?
El recuerdo de su pecado era la manera más
segura de guardarse del orgullo. No podía haber tal cosa como orgullo
espiritual para un hombre que había hecho las cosas que había hecho Pablo. John
Newton fue uno de los grandes predicadores y autores de himnos de la Iglesia;
había caído en lo más bajo a que puede llegar un hombre en los días que
navegaba los mares en un barco de tráfico de esclavos. Así es que, cuando se
convirtió y llegó a ser predicador del Evangelio escribió un texto en letras
grandes, y lo colocó en la parte de su despacho donde no podía por menos de
verlo: «Te acordarás de que fuiste siervo en la tierra de Egipto, y que el
Señor tu Dios te rescató» (Deuteronomio_15:15). Y él también escribió su
propio epitafio: "John Newton, empleado, antaño infiel y libertino,
traficante de esclavos en África, fue por la misericordia de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo preservado, restaurado, perdonado y nombrado para predicar
la Fe que tanto había tratado de destruir.» John Newton nunca olvidó que era un
pecador perdonado; y tampoco Pablo. Y tampoco debemos olvidarlo nosotros. Es
bueno para una persona recordar sus pecados; la libra del orgullo espiritual.
El
recordar que hemos sido perdonados es la manera más segura de mantener vivo
nuestro amor a Jesucristo.
Lucas 2;
11
que
os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.
¡Qué anuncio de nacimiento! Los pastores se aterrorizaron, pero su
temor se convirtió en gozo al recibir de los ángeles el anuncio del nacimiento
del Mesías. Primero corrieron a ver a la criatura; luego divulgaron la noticia.
Jesús es tu Mesías, tu Salvador. ¿Procuras reunirse con El cada
día mediante la oración y la Palabra? ¿Has descubierto a un Dios tan
maravilloso que no puedes dejar de testificar de su gozo a tus amigos?
Algunos de los judíos esperaban al Mesías para que los librara del
poder romano, otros esperaban que los librara de limitaciones físicas. Pero
Jesús, al mismo tiempo que curaba enfermedades y establecía su reino
espiritual, los libraba del pecado. Dejó atrás todas sus expectativas. Pagó el
precio del pecado y abrió el camino hacia Dios. Él nos ofrece más que cambios
superficiales, políticos o físicos. Nos ofrece nuevos corazones que serán
nuestros por la eternidad.
Es maravilloso que
los primeros a los que Dios comunicó la buena noticia fueron unos sencillos
pastores. Los más religiosos de aquellos tiempos despreciaban a los pastores
porque no podían cumplir todos los detalles de la ley ceremonial; no se podían
lavar las manos meticulosamente, ni observar todos los otros preceptos y
reglas. Tenían que atender a las necesidades de los rebaños, así es que los
religiosos los despreciaban. Fueron hombres sencillos que estaban trabajando en
el campo los primeros que recibieron el mensaje de Dios.
Pero es probable
que estos fueran unos pastores bastante especiales. Ya hemos visto que en el
templo se ofrecía en sacrificio a Dios un cordero sin mancha ni defecto todos
los días por la mañana y por la tarde. Para proveer los corderos perfectos para
estos sacrificios, las autoridades del templo tenían sus rebaños particulares,
y sabemos que los sacaban a pastar en los alrededores de Belén. Es probable que
estos pastores se encargaran de cuidar de los rebaños de los que se escogían
los sacrificios del templo. Es hermoso pensar que los pastores que cuidaban de
los corderos que se sacrificaban en el templo fueron los primeros en ver al
Cordero de Dios que había venido a llevar los pecados del mundo.
Ya hemos visto que
cuando nacía un niño se reunían los músicos del pueblo para celebrarlo y darle
la bienvenida con su sencilla música. Jesús nació en un establo de Belén, que
no era donde residían sus padres, así es que no se pudo llevar a cabo la
fiesta; pero es hermoso pensar que, aunque no había músicos del pueblo, los
músicos del Cielo ocuparon su lugar, y los ángeles le cantaron a Jesús la
bienvenida que no pudieron cantarle los hombres.
¡Maranata!¡Sí, ven
Señor Jesús!
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