} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CUANTO MAYOR SEA EL PERDÓN...

domingo, 13 de julio de 2014

CUANTO MAYOR SEA EL PERDÓN...




En la Palabra de Dios en la Biblia, versión, Reina Valera 1960, podemos leer en Lucas7:36-50:
 36  Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.
 37  Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;
 38  y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume.
 39  Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.
 40  Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro.
 41  Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;
 42  y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?
 43  Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
 44  Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos.
 45  No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies.
 46  No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies.
 47  Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amo mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
 48  Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
 49  Y los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste, que también perdona pecados?
 50  Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz.

 Nadie puede percibir verdaderamente cuán precioso es Cristo, y la gloria del evangelio, salvo el quebrantado de corazón. Aunque lo sientan, éstos no pueden expresar suficiente aborrecimiento de sí por el pecado, ni admiración por Su misericordia, pero el autosuficiente se disgustará porque el evangelio anima a los pecadores arrepentidos. El fariseo, hipócrita, limita sus pensamientos al mal carácter anterior de la mujer, en vez de regocijarse por las señales de su arrepentimiento. Sin perdón gratuito ninguno de nosotros puede escapar de la ira venidera, nuestro bondadoso Salvador lo compró con su sangre para darlo gratuitamente a todo aquel que cree en Él.

Cristo, por una parábola, obligó a Simón a reconocer que la gran pecadora que fue esta mujer, debía demostrar amor más grande por Él cuando le fueron perdonados sus pecados. Aprendamos aquí que el pecado es una deuda y que todos somos pecadores y deudores del Dios Todopoderoso. Algunos pecadores son deudores mayores, pero sea nuestra deuda más o menos grande, es más de lo que somos capaces de pagar. Dios está presto a perdonar, y habiendo adquirido su Hijo el perdón para los que creen en su evangelio lo promete, y su Espíritu sella a los pecadores arrepentidos, y les da consuelo. Mantengámonos lejos del espíritu orgulloso del fariseo y dependamos sencillamente solo de Cristo y regocijémonos en Él, y así, estemos preparados para obedecerle con más celo y recomendarlo con más fuerza a nuestro alrededor. Mientras más expresemos nuestro dolor por el pecado y nuestro amor a Cristo, más clara será la prueba que tenemos del perdón de nuestros pecados. ¡Qué cambio maravilloso efectúa la gracia en el corazón y la vida de un pecador y en su estado ante Dios, por la completa remisión de todos sus pecados por la fe en el Señor Jesús!

  A pesar de que no invitaron a la mujer, de algún modo entró en la casa y se arrodilló ante Jesús. En la época de Jesús, se acostumbraba recostarse mientras se comía. Los invitados se recostaban sobre lechos con sus cabezas cerca de la mesa, permitiéndoles apoyarse en un codo y estirar sus pies. La mujer pudo con facilidad ungir los pies del Señor sin tener que acercarse a la mesa.

  Simón cometió varios errores sociales al pasar por alto lavar los pies de Jesús (una cortesía que se extendía a los invitados, ya que con el uso de las sandalias los pies se ensuciaban mucho), ungir su cabeza con aceite y ofrecerle el beso de bienvenida. ¿Pensó quizás que era demasiado bueno como para tratar a Jesús como igual? La mujer pecadora, por contraste, derramó lágrimas y perfume costoso y besó a su Salvador. En esta historia la prostituta es generosa, y no el avaro líder religioso, quien obtiene el perdón de sus pecados. Aunque es la gracia de Dios mediante la fe lo que nos salva y no actos de amor ni de generosidad, los hechos de esta mujer demostraron su verdadera fe, la cual Jesús honró. Su actitud, fue reflejo de un corazón entregado a Jesús como Señor y Salvador.

  Sólo los que reconocen la profundidad de su pecado pueden apreciar todo el perdón de Dios que se les ofrece. Jesús rescata a todos sus seguidores de la muerte eterna, si alguna vez fueran malvados en extremo o fueran convencionalmente buenos. ¿Valoramos la infinita misericordia de Dios? ¿Estamos agradecidos por su perdón?

  Los fariseos pensaban que solo Dios podía perdonar pecados, de manera que se admiraban que este hombre, Jesús, dijera que los pecados de la mujer eran perdonados. No veían a Jesús como Dios.

Las lágrimas de la mujer, del todo involuntarias, se derramaban sobre los pies desnudos de Jesús, como ella se inclinaba a besarlos  y creyéndolos ensuciados más bien que lavados, por esto se apresuró a limpiarlos con la única toalla que tenía, los largos cabellos de su cabeza, “con los cuales los esclavos solían lavar los pies de sus amos.”   ¿Qué es lo que incitó esto? Mucho amor, nacido de un sentido de mucho perdón.

Jesús enseña el principio de que mientras mayor sea el perdón, mayor la respuesta de amor. La parábola busca comparar a dos deudores, el monto de la deuda, el perdón de las deudas y la gratitud de ambos. La mujer y Simón están representados por los dos deudores. La tímida hospitalidad de Simón  contrasta con el derroche de la mujer. El amor que ella despliega es el fruto de un corazón penitente.

 Al aplicar este principio a Simón y a la mujer, Jesús muestra que alguien que se da cuenta de la profundidad de su propio pecado, y la grandeza de la misericordia de Dios, debe amar como esta mujer lo hace; un amor que es fruto de su capacidad de perdonar.

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