} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUAN CAPÍTULO 11 (III)

domingo, 27 de julio de 2014

JUAN CAPÍTULO 11 (III)



 La tierna simpatía de Cristo por estos amigos afligidos se manifestó por la angustia de su Espíritu. Él es afligido en todas las aflicciones de los creyentes. Su preocupación por ellos lo demuestra su bondadosa pregunta por los restos de su amigo fallecido. Él actúa en la forma y a la manera de los hijos de los hombres, al ser hallado a semejanza de hombre. Eso lo demostró por sus lágrimas. Era varón de dolores y experimentado en quebranto. Las lágrimas de compasión se parecen a las de Cristo, pero éste nunca aprobó esa sensibilidad de la cual se enorgullecen tantos de los que lloran por simples relatos de problemas, pero se endurecen ante el dolor de verdad. Nos da el ejemplo al apartarse de las escenas de hilaridad frívola, para que consolemos al afligido. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades.
Es un buen paso para levantar un alma a la vida espiritual, cuando se quita la piedra, cuando se eliminan y superan los prejuicios, dando lugar para que la palabra entre al corazón. Si recibimos la palabra de Cristo, y confiamos en su poder y fidelidad, veremos la gloria de Dios y nos alegraremos al verla. Nuestro Señor Jesús nos enseña, con su ejemplo, a llamar Padre a Dios en la oración y a acercarnos a Él como hijos al padre, con reverencia humilde, pero con santa osadía. Habló directamente a Dios con los ojos alzados y en voz alta, para que ellos se convencieran que el Padre le había enviado al mundo como su Hijo amado. Él podía resucitar a Lázaro por el ejercicio silencioso de su poder y voluntad, y la obra invisible del Espíritu de vida, pero lo hizo en voz alta. Era un tipo del llamado del evangelio por el cual se sacan las almas muertas de la tumba del pecado: tipo del sonido de la trompeta del arcángel del último día, con que serán despertados todos los que duermen en el polvo, y serán convocados a comparecer ante el gran tribunal. La tumba del pecado y este mundo no son lugar para aquellos que Cristo revivió; ellos deben salir. Lázaro fue revivido completamente y regresó, no sólo a la vida, sino a la salud. El pecador no puede revivir su propia alma, pero tiene que usar los medios de gracia; el creyente no puede santificarse a sí mismo, pero tiene que dejar de lado todo peso y estorbo. No podemos convertir a nuestros parientes y amistades, pero debemos instruirlos, precaverlos e invitarlos.

 Difícilmente haya un descubrimiento más claro de la locura del corazón del hombre y de su enemistad enconada contra Dios que lo aquí registrado. Las palabras de la profecía en la boca no son prueba clara de un principio de gracia en el corazón. Por el pecado tomamos el rumbo más eficaz para echarnos encima la calamidad, de la cual procuramos escapar, como hacen quienes creen que fomentan su propio interés mundano oponiéndose al reino de Cristo. Lo que el impío teme le vendrá. La conversión de las almas es la reunión de ellas con Cristo como su rey y refugio; Él murió para efectuar esto. Al morir las compró para sí mismo, y adquirió el don del Espíritu Santo para ellas: Su amor al morir por los creyentes debe unirnos estrechamente.

Debemos renovar nuestro arrepentimiento antes de la pascua del evangelio. Así, por una purificación voluntaria y por ejercicios religiosos, muchos, más devotos que su prójimo, pasan un tiempo en Jerusalén antes de la pascua. Cuando esperamos reunirnos con Dios debemos prepararnos con solemnidad. Ningún artificio del hombre puede alterar los propósitos de Dios, y aunque los hipócritas se diviertan con formas y disputas, y los hombres mundanos procuren sus propios planes, Jesús sigue ordenando todas las cosas para su gloria y para la salvación de su pueblo.


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