La tierna simpatía de Cristo por estos amigos
afligidos se manifestó por la angustia de su Espíritu. Él es afligido en todas
las aflicciones de los creyentes. Su preocupación por ellos lo demuestra su
bondadosa pregunta por los restos de su amigo fallecido. Él actúa en la forma y
a la manera de los hijos de los hombres, al ser hallado a semejanza de hombre.
Eso lo demostró por sus lágrimas. Era varón de dolores y experimentado en
quebranto. Las lágrimas de compasión se parecen a las de Cristo, pero éste
nunca aprobó esa sensibilidad de la cual se enorgullecen tantos de los que
lloran por simples relatos de problemas, pero se endurecen ante el dolor de
verdad. Nos da el ejemplo al apartarse de las escenas de hilaridad frívola,
para que consolemos al afligido. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades.
Es un buen
paso para levantar un alma a la vida espiritual, cuando se quita la piedra,
cuando se eliminan y superan los prejuicios, dando lugar para que la palabra
entre al corazón. Si recibimos la palabra de Cristo, y confiamos en su poder y
fidelidad, veremos la gloria de Dios y nos alegraremos al verla. Nuestro Señor
Jesús nos enseña, con su ejemplo, a llamar Padre a Dios en la oración y a
acercarnos a Él como hijos al padre, con reverencia humilde, pero con santa
osadía. Habló directamente a Dios con los ojos alzados y en voz alta, para que
ellos se convencieran que el Padre le había enviado al mundo como su Hijo
amado. Él podía resucitar a Lázaro por el ejercicio silencioso de su poder y
voluntad, y la obra invisible del Espíritu de vida, pero lo hizo en voz alta.
Era un tipo del llamado del evangelio por el cual se sacan las almas muertas de
la tumba del pecado: tipo del sonido de la trompeta del arcángel del último
día, con que serán despertados todos los que duermen en el polvo, y serán
convocados a comparecer ante el gran tribunal. La tumba del pecado y este mundo
no son lugar para aquellos que Cristo revivió; ellos deben salir. Lázaro fue
revivido completamente y regresó, no sólo a la vida, sino a la salud. El
pecador no puede revivir su propia alma, pero tiene que usar los medios de
gracia; el creyente no puede santificarse a sí mismo, pero tiene que dejar de
lado todo peso y estorbo. No podemos convertir a nuestros parientes y
amistades, pero debemos instruirlos, precaverlos e invitarlos.
Difícilmente haya un descubrimiento más claro de
la locura del corazón del hombre y de su enemistad enconada contra Dios que lo
aquí registrado. Las palabras de la profecía en la boca no son prueba clara de
un principio de gracia en el corazón. Por el pecado tomamos el rumbo más eficaz
para echarnos encima la calamidad, de la cual procuramos escapar, como hacen
quienes creen que fomentan su propio interés mundano oponiéndose al reino de
Cristo. Lo que el impío teme le vendrá. La conversión de las almas es la
reunión de ellas con Cristo como su rey y refugio; Él murió para efectuar esto.
Al morir las compró para sí mismo, y adquirió el don del Espíritu Santo para
ellas: Su amor al morir por los creyentes debe unirnos estrechamente.
Debemos
renovar nuestro arrepentimiento antes de la pascua del evangelio. Así, por una
purificación voluntaria y por ejercicios religiosos, muchos, más devotos que su
prójimo, pasan un tiempo en Jerusalén antes de la pascua. Cuando esperamos
reunirnos con Dios debemos prepararnos con solemnidad. Ningún artificio del
hombre puede alterar los propósitos de Dios, y aunque los hipócritas se
diviertan con formas y disputas, y los hombres mundanos procuren sus propios
planes, Jesús sigue ordenando todas las cosas para su gloria y para la
salvación de su pueblo.
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