Estar
enfermos no es nada nuevo para quienes Cristo ama; las dolencias corporales
corrigen la corrupción y prueban las gracias del pueblo de Dios. Él no vino a
resguardar a su pueblo de estas aflicciones, sino a salvarlos de sus pecados, y
de la ira venidera. Sin embargo, nos corresponde apelar a Él por cuenta de
nuestros amigos y parientes cuando están enfermos y afligidos, también oramos
por los hermanos en la fe y por nosotros mismos para que si está en Su Voluntad
ser sanos. Que esto nos reconcilie con el lado más oscuro de la Providencia,
que todo es para la gloria de Dios, así son enfermedad, pérdida, desilusión y
debemos satisfacernos si Dios es glorificado.
Jesús amaba
a Marta, a su hermana y a Lázaro. Favorecidas grandemente son las familias en
que abundan el amor y la paz, pero son felices hasta lo sumo aquellas a las que
Jesús ama, y por las que es amado.
Dios tiene
intenciones buenas aun cuando parece demorar. Cuando tarda la obra de
liberación temporal o espiritual, pública o personal, se debe a que espera el
momento oportuno.
Cristo nunca pone en peligro a su pueblo si no va
con ellos. Somos dados a pensar que somos celosos por el Señor cuando, en
realidad, somos celosos sólo por nuestra riqueza, crédito, comodidad y
seguridad; por tanto, necesitamos probar nuestros principios. Nuestro día será
prolongado hasta que nuestra obra esté hecha y finalizado nuestro testimonio.
El hombre tiene consuelo y satisfacción mientras va en el camino de su deber,
según lo estipule la palabra de Dios, y esté determinado por la providencia de
Dios. Donde quiera que Cristo fuera, anduvo en el día, y así nosotros si
seguimos sus pasos. Si un hombre anda en el camino de su corazón, conforme al
rumbo de este mundo, si considera más sus razonamientos carnales que la
voluntad y la gloria de Dios, cae en tentaciones y trampas. Tropieza porque no
hay luz en él, porque la luz en nosotros es a nuestras acciones morales
como la luz alrededor de nosotros es a nuestras acciones naturales.
Puesto que estamos seguros de resucitar al final,
¿por qué la esperanza que cree en la resurrección a la vida eterna, no nos
facilita el sacarnos el cuerpo y morir, como si fuera sacarse la ropa e irse a
dormir? Cuando muere el cristiano verdadero no hace sino dormir; descansa de
las labores del día pasado. Sí, de aquí que la muerte sea mejor que dormir,
porque dormir es sólo un descanso breve, pero la muerte es el fin de todas las
preocupaciones y esfuerzos terrenales. Los discípulos pensaban que ahora no era
necesario que Cristo fuera donde Lázaro y se expusiera Él junto con ellos. Así,
a menudo, esperamos que la buena obra que somos llamados a hacer, sea hecha por
alguna otra mano si hay riesgos en hacerla. Pero cuando Cristo resucitó a
Lázaro de entre los muertos, muchos fueron llevados a creer en Él; y se hizo
mucho para perfeccionar la fe de los que creyeron. Vayamos a Él; la
muerte no puede separarnos del amor de Cristo ni ponernos fuera del alcance de
su llamado.
Como Tomás,
los cristianos deben animarse unos a otros en tiempos difíciles. La muerte del
Señor Jesús debe darnos la disposición de morir cuando Dios nos llame.
En la familia de Lázaro había una casa donde estaba el temor de Dios y
sobre la cual reposaba su bendición, pero fue hecha casa de duelo. La gracia
evita el duelo en el corazón, pero no el de la casa.
Cuando Dios,
por su gracia y providencia, viene a nosotros por caminos de misericordia y
consuelo, como Marta, debemos salir por fe, esperanza y oración a encontrarlo.
Cuando Marta salió a encontrar a Jesús, María se quedó tranquila en casa;
anteriormente este temperamento fue ventajoso para ella, cuando la puso a los
pies de Cristo para oír su palabra, pero en el día de la aflicción, el mismo
temperamento la dispuso a la melancolía. Sabiduría nuestra es velar contra la
tentación y usar las ventajas de nuestro temperamento natural.
Cuando no
sabemos qué pedir o esperar en particular, encomendémonos a Dios; dejémosle
hacer lo que le plazca. Para aumentar las expectativas de Marta, nuestro Señor
declara que es la Resurrección y la Vida. Es la resurrección en todo sentido:
fuente, sustancia, primicia, y causa de la resurrección. El alma redimida vive
feliz después de la muerte y, después de la resurrección, el cuerpo y el alma
son resguardados de todo mal para siempre.
Cuando
leamos u oigamos la palabra de Cristo sobre las grandes cosas del otro mundo,
debemos preguntarnos ¿creemos esta verdad? Las cruces y los consuelos de esta
época no nos impresionarían tan profundamente como lo hacen, si creyéramos como
debemos las cosas de la eternidad.
Cuando
Cristo, nuestro Maestro, viene, nos llama. Él viene en su palabra y ordenanza,
y nos llama a ellas, nos llama por ellas, y nos llama a sí mismo. Los que, en
un día de paz, se ponen a los pies de Cristo para que les enseñe, pueden, con
consuelo, echarse a sus pies para hallar su favor en un día de inquietud.
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