Cristo
no halló defecto en la ley ni excusó la culpa de la mujer prisionera; tampoco
tomó en cuenta el pretendido celo de los fariseos. Se condenan a sí mismos los
que juzgan a los demás y, sin embargo, hacen lo mismo. Todos los que de alguna
manera son llamados a culpar las faltas del prójimo, están especialmente
preocupados de mirarse a sí mismos y mantenerse puros. En este asunto Cristo
asistió a la gran obra por la cual vino al mundo, la cual era, llevar pecadores
al arrepentimiento, no para destruir, sino para salvar. Él apuntaba a llevar al
arrepentimiento no sólo al acusado demostrándole su misericordia, sino también
a los acusadores demostrándoles sus pecados; ellos pensaron tenderle una
trampa; Él procuró convencerlos y convertirlos. Él rehusó inmiscuirse en el oficio de juez.
Muchos delitos merecen un castigo más severo que el recibido, pero no debemos
dejar nuestra propia obra para asumir aquella a la cual no hemos sido llamados.
Cuando Cristo la mandó irse, fue con esta precaución: Vete y no peques más. Los
que ayudan a salvar la vida de un delincuente deben ayudar a salvar el alma con
el mismo cuidado.
Son
verdaderamente felices aquellos a quienes Cristo no condena. El favor de Cristo
para nosotros al perdonar los pecados pasados debe prevalecer en nosotros:
Vete, y no peques más.
Cristo
es la Luz del mundo. Dios es luz, y Cristo es la imagen del Dios invisible. Un
sol ilumina a todo el mundo; así lo hace un solo Cristo y no se necesita más.
¡Qué mazmorra oscura sería el mundo sin el sol! Así sería sin Jesús por el cual
vino la luz al mundo.
Quienes
siguen a Cristo no andarán en tinieblas. No serán dejados sin las verdades
necesarias para impedir el error destructor, y sin las instrucciones en el
camino del deber, necesarias para guardarlos del pecado condenador.
Si
conociéramos mejor a Cristo conoceríamos mejor al Padre. Se vuelven vanos en
sus imaginaciones acerca de Dios los que no aprenden de Cristo. Los que no
conocen su gloria ni su gracia, no conocen al Padre que le envió. El tiempo de
nuestra partida de este mundo depende de Dios. Nuestros enemigos no pueden
apresurarlo más, ni nuestros amigos, demorarlo respecto del tiempo designado
por el Padre. Todo creyente verdadero puede mirar arriba y decir con placer:
Mis tiempos están en tu mano, y mejor en ellas que en las mías. Para todos los
propósitos de Dios hay un tiempo.
Los
que viven en incredulidad están acabados para siempre si mueren en la
incredulidad. Los judíos pertenecían a este mundo malo actual, pero Jesús era
de naturaleza divina y celestial, de modo que su doctrina, su reino y sus
bendiciones no se adaptarían al gusto de ellos. Pero la maldición de la ley es
quitada para todos los que se someten a la gracia del evangelio. Nada, sino la
doctrina de la gracia de Cristo, será un argumento suficientemente poderoso
para hacernos volver del pecado a Dios; y ese Espíritu es dado, y esa doctrina
está dada, para obrar sólo en quienes creen en Cristo. Algunos dicen: ¿Quién es
este Jesús? Ellos le reconocen como un profeta, maestro excelente, y aun como
algo más que una criatura, pero no pueden reconocerle, por sobre todo, como
Dios bendito por los siglos. ¿No bastará eso? Aquí responde Jesús la pregunta:
¿Es esto para honrarle como Padre? ¿Reconoce que Jesús es la Luz del mundo y la
Vida de los hombres, uno con el Padre? Todos sabrán por su conversión o en su
condenación que Él siempre habló e hizo lo que agradaba al Padre, aun cuando
reclamaba para sí los honores más excelsos.
Un
poder tal acompañaba las palabras de nuestro Señor que muchos se convencieron y
profesaron creer en Él. Él los estimuló para que escucharan sus enseñanzas, a
confiar en sus promesas, y obedecer sus mandamientos a pesar de todas las
tentaciones al mal. Iban a ser verdaderamente sus discípulos haciendo eso, y
aprenderían por la enseñanza de su Palabra y su Espíritu, donde están la esperanza
y la fuerza de ellos.
Cristo
habló de libertad espiritual, pero los corazones carnales no sienten otros
pesares aparte de los que molestan al cuerpo y perturban sus asuntos mundanos.
Si se les habla de su libertad y propiedad, del despilfarro perpetrado en sus
tierras o del daño infligido a sus casas, entenderán muy bien, pero si se les
habla de la esclavitud del pecado, de la cautividad con Satanás y de la
libertad por Cristo, del mal hecho a sus preciosas almas, y el riesgo de su
bienestar eterno, entonces llevamos cosas raras a sus oídos. Jesús les recordó
claramente que el hombre que practica cualquier pecado es, efectivamente, un
esclavo de pecado, como era el caso de la mayoría de ellos. Cristo nos ofrece
libertad en el evangelio; tiene poder para darla, y aquellos a quienes Cristo
hace libres, realmente lo son. Sin embargo, a menudo vemos a las personas que
debaten sobre libertades de toda clase mientras son esclavos de alguna lujuria
pecaminosa.
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