En Juan 15:1-3 leemos:
1 Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
2 Todo pámpano que en
mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para
que lleve más fruto.
3 Ya vosotros estáis
limpios por la palabra que os he hablado.
Jesucristo es la
Vid, la Vid verdadera. La unión de la naturaleza divina con la humana, y la
plenitud del Espíritu que hay en Él, recuerdan la raíz de la vida que
fructifica por la humedad y los nutrientes de la buena tierra.
Los creyentes somos
los pámpanos de esta Vid. La raíz no se ve y nuestra vida está escondida con
Cristo. La raíz sustenta la planta, le difunde la savia, y en Cristo están
todos los sustentos y provisiones. Los pámpanos de la vid son muchos, pero al
unificarse en la raíz formamos una sola vid. De este modo, todos los cristianos
verdaderos, distantes entre sí en cuanto a lugar y opinión, se unen en Cristo.
Los creyentes, como los pámpanos de la vid, somos débiles e incapaces de
permanecer, por nuestra naturaleza caída.
El Padre es el
Dueño de la vid. Nunca hubo un dueño tan sabio, tan cuidadoso con su viña como
Dios por su Iglesia que, por eso, debe prosperar. Debemos ser fructíferos.
Esperamos uvas de una vid, y de nosotros los cristianos el fruto será un
temperamento, una disposición y una vida cristiana obediente a la Palabra de
Dios.
Debemos honrar a
Dios y hacer el bien, esto es, llevar fruto. Los estériles son cortados. Hasta
las ramas fructíferas necesitan poda, porque, en el mejor de los casos, tenemos
ideas, pasiones y humores que requieren ser quitados, cosa que Cristo ha prometido
hacer por su palabra, Espíritu y providencia. Si se usan medios drásticos para
avanzar la santificación de los creyentes, estaremos agradecidos por ellos. La Palabra
de Cristo se da a todos los creyentes y
hay en esa Palabra una virtud que limpia al obrar la gracia y deshacer la
corrupción. Mientras más fruto demos, más abundaremos en lo que es bueno, y más
glorificado será nuestro Señor.
Para fructificar
debemos permanecer en Cristo, debemos estar unidos a Él por la fe. El gran
interés de todos los discípulos de Cristo es mantener constante la dependencia
de Cristo y la comunión con Él. Los cristianos nacidos de nuevo sabemos, por
experiencia, que toda interrupción del ejercicio de nuestra fe hace que mengüen
los afectos santos, revivan las corrupciones y debiliten nuestros consuelos.
Los que no
permanecen en Cristo, aunque florezcan por un tiempo en la profesión externa,
llegan, no obstante, a nada. El fuego es el lugar más adecuado para las ramas
marchitas; no son buenas para otra cosa. Procuremos vivir más simplemente de la
plenitud de Cristo, y crecer más fructíferos en todo buen decir y hacer, para
que sea pleno nuestro gozo en Él y en su salvación.
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