No es nuevo que los hombres más justos, y las causas
más justas, encuentren multitud de obstáculos, de enemigos, para que puedan
prosperar; la mayor parte de las veces, los cristianos, padecemos alguna
enfermedad visual espiritual que nos impide ver con claridad o estar atentos a
lo que viene de lejos.. Así como en lo físico podemos tener algún problema en
la vista, miopía, astigmatismo, etc., en el plano espiritual podemos estar
pasando por lo mismo. La miopía espiritual, no nos deja ver de cerca aquello
donde fallamos o donde el peligro acecha. Otras veces no visualizamos aquellas
señales que nos permiten ver a lo lejos como se va acercando el enemigo de
forma sinuosa. Otras tenemos los ojos puestos uno en el mundo y el otro en lo celestial.
Necesitamos
corregir esas enfermedades visuales para vivir en guardia, no ya para discernir
lo bueno de lo malo, sino para escoger lo excelso en lugar de lo bueno y lo
mediocre. Tenemos muchos ejemplos en la Biblia, pero el que más me llama la
tención es la actitud de las dos hermanas, Marta y María. Marta afanada en las tareas creía que así agradaría
más al Señor, mientras su hermana María optó por lo mejor de todo, estar al
lado de Jesús.
Debemos estar
afanados por lo espiritual, el conocimiento de la Palabra de Dios, la sana
doctrina para estar preparados en el encuentro personal con Dios. Porque no
será en grupo cuando estemos ante Dios; será de forma individual.
La vieja enemistad de la descendencia de la
serpiente contra la simiente de la mujer, Cristo en sus sufrimientos, la
iglesia bajo persecución, y el cristiano en la hora de la tentación, todos
ruegan al Todopoderoso que se presente a favor de ellos y reivindique su causa.
Tenemos la tendencia a justificar la intranquilidad por las injurias que nos
infligen los hombres, pensando que no hemos dado motivos para que nos traten
mal; pero esto debiera darnos tranquilidad, porque entonces podemos esperar con
mayor razón que Dios defienda nuestra causa.
Oremos a Dios
que se manifieste en nuestra tribulación. Si Dios, por su Espíritu, atestigua a nuestros
espíritus que Él es nuestra salvación, no tenemos que desear más para hacernos
felices. Si Dios es nuestro Amigo, no importa quién sea nuestro enemigo.
No
debemos desear ni pedir la ruina de ningún enemigo, salvo nuestras lujurias y
los malos espíritus que quieren nuestra destrucción.
Roguemos diariamente a Dios que nos preserve
de la jactancia. El pecado es muy dañino para el mismo pecador y, por tanto,
debe ser aborrecido, pero no lo es.
No es asombroso
si los que se engañan a sí mismos, procuran engañar a toda la humanidad; ¿a
quiénes serán fieles los que son falsos con sus propias almas? Malo es hacer el
mal, pero peor es pensarlo, hacerlo planeada y premeditadamente.
Si desechamos
voluntariamente la meditación santa en nuestras horas a solas, Satanás ocupará
pronto nuestra mente con imaginaciones pecaminosas. Los pecadores endurecidos
defienden lo que han hecho, como si pudieran justificarlo ante Dios mismo.
Cuando miramos
alrededor vemos el mundo lleno de malhechores que florecen y viven con
comodidad. Así se ha ocurrido desde antaño, por lo cual no debemos
maravillarnos. Por esto somos tentados a angustiarnos, a pensar que es la única
gente feliz, y tendemos a hacer como ellos; sin embargo, se nos advierte en
contra. La prosperidad exterior se desvanece. Si miramos adelante, con el ojo
de la fe, no veremos razón para envidiar al impío. Su lloro y lamento serán
eternos.
La vida del cristiano,
nacido de nuevo, es confianza proveniente de la fe en el Señor y el cuidado
diligente de servirle conforme a su voluntad.
La vida del hombre no consiste en su
abundancia, sino en tener el alimento, vestido y techo suficiente para el día a
día. Esto es más de lo que merecemos y basta para el que va al cielo.
Deleitarse en
Dios es tanto un privilegio como un deber. Él no ha prometido complacer los
apetitos del cuerpo y los humores de la fantasía, sino los deseos del alma
renovada y santificada. ¿Cuál es el deseo del corazón de un hombre bueno? Es
conocer y amar y servir a Dios.
Encomienda a
Jehová tu camino; entrega tu camino al Señor. Echa tu carga sobre el Señor, la
carga de tu preocupación. Debemos descargarnos nosotros mismos, no afligirnos
ni quedarnos perplejos con pensamientos sobre cosas futuras, sino referirlos a
Dios. Presenta en oración tu caso y todas tus preocupaciones ante el Señor y
confía en Él. Debemos cumplir nuestro deber y, luego, dejarlo a Dios. La
promesa es muy dulce: Él hará que ocurra lo que le encomendaste, sea lo que
sea.
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