El cristianismo enseña a los hombres a
estar gozosos en las tribulaciones, tales acciones vienen del amor de Dios, y
las pruebas del camino del deber darán brillo a nuestras virtudes ahora y a
nuestra corona al final. En los tiempos de prueba preocupémonos que la
paciencia actúe en nosotros, y no la pasión, lo que se diga o haga, sea la
paciencia la que gobierne nuestro animo. Todo lo necesario para nuestra carrera y guerra
cristiana será otorgado cuando la obra de la paciencia esté completa.
No
debemos orar pidiendo que la aflicción sea eliminada, tanto como pidiendo
sabiduría para usarla correctamente. ¿Y quién no quiere sabiduría para que lo
guíe en las pruebas, regulando su propio espíritu y administrando sus asuntos?
Una mente que se ocupe en considerar, de
manera única, su interés espiritual eterno, y que se mantiene firme
en sus propósitos para Dios, crecerá sabia por las aflicciones, continuará
ferviente en sus devociones y se levantará sobre las pruebas y las oposiciones. Cuando
nuestra fe y espíritu se levantan y caen con las causas secundarias, nuestras
palabras y acciones serán inestables. Esto no siempre expone a los hombres al
desprecio del mundo, pero esos caminos no pueden agradar a Dios.
Ninguna
situación de la vida es tal que impida regocijarse en Dios. Los de baja
condición pueden regocijarse si son exaltados a ser ricos en fe y herederos del
reino de Dios; y los ricos pueden regocijarse con las providencias humillantes
que los llevan a una disposición mental humilde y modesta.
La riqueza mundana es cosa que se agota. perecedera en si misma.
Entonces, que el que es rico se regocije en la gracia de Dios que lo hace y
mantiene humilde; y en las pruebas y ejercicios que le enseñan a buscar la
dicha en Dios y de Él, no en los placeres perecederos.
Puesto que todas las guerras y peleas
vienen de las corrupciones de nuestros propios corazones, bueno es mortificar
las concupiscencias que luchan en los miembros pecaminosos. Las concupiscencias mundanas y
carnales son males que no permiten el contento ni la satisfacción. Los deseos y
los afectos pecaminosos impiden la oración y la obra de nuestros deseos para
con Dios.
Pongámonos en guardia para no abusar o usar mal por la disposición
del corazón, las misericordias recibidas cuando se conceden las oraciones.
Cuando los hombres piden prosperidad a
Dios, suelen pedir con malas miras e intenciones. Si así buscamos las cosas de
este mundo, es justo que Dios las niegue. Los deseos incrédulos y fríos oran
negaciones; podemos tener toda la seguridad de que nuestras oraciones volverán
vacías cuando responde al lenguaje de las concupiscencias más que al lenguaje
de las virtudes.
La orientación del mundo es
enemistad contra Dios. Un enemigo puede ser reconciliado, pero nunca la
‘enemistad’, el pecado.
El hombre puede tener una porción grande
de cosas de esta vida y ser, no obstante, mantenido en el amor de Dios, pero el
que pone su corazón en el mundo, al que se conformará en vez de soltar su
amistad, es un enemigo para Dios. ¿Pensamos que la Escritura habla en vano contra esta orientación al mundo? O ¿el Espíritu
Santo que habita en todos los cristianos o en la nueva naturaleza que Él crea,
producen esa clase de fruto?
La corrupción natural se muestra envidiando. El
espíritu del mundo nos enseña a acumular, a apilar para nosotros conforme a
nuestras propias fantasías. Dios Espíritu Santo nos enseña a estar dispuestos a
hacer el bien a todos los que nos rodean, según podamos. La gracia de Dios
corregirá y curará nuestro espíritu natural y donde Él da gracia, da otro
espíritu que no es el del mundo.
El orgulloso resiste a Dios, en su
entendimiento resiste las verdades de Dios; en su voluntad resiste las leyes
de Dios; en sus pasiones resiste la providencia de Dios; por tanto, no es raro
que Dios resista al soberbio. ¡Qué desgraciado el estado de los que hacen de
Dios su enemigo! Dios dará más gracia al humilde porque ellos ven su necesidad
de ella, oran por ella, son agradecidos de ella, y ellos la tendrán.
Somete tu entendimiento a la verdad de
Dios; somete tu voluntad a la voluntad de su precepto, la voluntad de su
providencia. Sometámonos nosotros mismos a Dios, porque Él está dispuesto a
hacernos el bien. Si nos rendimos a las tentaciones, el diablo nos seguirá
continuamente, pero si nos ponemos toda la armadura de Dios, y le resistimos,
nos dejará. Entonces, sométanse a Dios los pecadores y busquen su gracia y
favor resistiendo al diablo. Todo pecado debe lamentarse, aquí con
tristeza santa, en el más allá, con miseria eterna. El Señor no le
negará el consuelo al que lamenta verdaderamente el pecado, y exaltará al que
se humille ante Él.
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