Juan
narra el milagro de alimentar a la multitud para referirse al sermón que sigue.
Obsérvese el efecto de este milagro sobre la gente. Hasta los judíos comunes
esperaban que el Mesías viniera al mundo y fuese un gran Profeta. Los fariseos
los despreciaban por no conocer la ley, pero ellos sabían más de Aquél que es
el fin de la ley. Sin embargo, los hombres pueden admitir que Cristo es ese
Profeta y aún hacer oídos sordos.
Aquí
estaban los discípulos de Cristo en el camino del deber, y Cristo ora por
ellos; no obstante, están afligidos. Puede haber peligros y aflicciones de este
tiempo presente donde hay interés en Cristo. Las nubes y las tinieblas suelen
rodear a los hijos de la luz y del día para tratar de impedir que los
cristianos pongamos nuestros ojos en Jesús.
Ven
a Jesús caminando sobre el mar. Aun cuando se acercan el consuelo y la
liberación suelen entenderlo tan mal que se convierten en ocasión para temer.
Nada es más fuerte para convencer a pecadores que la palabra: “Yo soy Jesús, al
que persigues”; nada más fuerte para consolar a los santos que esto: “Yo soy
Jesús al que amas”. Si hemos recibido a Cristo Jesús, el Señor, aunque la noche
sea oscura y el viento fuerte, aún así, podemos consolarnos que estaremos en la
orilla antes que pase mucho tiempo.
En
vez de responder a la pregunta de cómo llegó allí, Jesús los reprende por
preguntar.
La
mayor seriedad debiera emplearse para buscar la salvación en el uso de los
medios señalados, pero debe buscarse solamente como don del Hijo del hombre. Al
que el Padre ha sellado, le prueba que es de Dios. Él declara que el Hijo del
hombre es el Hijo del Dios con poder.
El
ejercicio constante de la fe en Cristo es la parte más importante y difícil de
la obediencia exigida de nosotros, en cuanto a pecadores que buscan salvación.
Cuando somos capacitados por su gracia para llevar una vida de fe en el Hijo de
Dios, siguen los temperamentos santos y pueden hacerse gracias aceptables.
Dios,
su propio Padre, que dio ese alimento del cielo a sus antepasados para
sustentar su vida natural, ahora les dio el Pan verdadero para la salvación de sus almas.
Ir
a Jesús y creer en Él significa lo mismo. Cristo muestra que Él es el Pan
verdadero; es para el alma lo que el pan es para el cuerpo, nutre y sustenta la
vida espiritual. Es el Pan de Dios. El pan que da el Padre, es el que ha hecho
para alimento de nuestras almas. El pan nutre sólo por los poderes del cuerpo
vivo, pero Cristo mismo es el Pan vivo y nutre por su propio poder. La doctrina
de Cristo crucificado es ahora tan fortalecedora y consoladora para el creyente
como siempre lo ha sido. Él es el Pan que vino del cielo. Denota la divinidad
de la persona de Cristo y su autoridad; además, el origen divino de todo lo
bueno que nos viene por medio de Él. Digamos, con inteligencia y fervor, Señor,
danos siempre este Pan.
El
descubrimiento de la culpa, peligro y remedio para ellos, por medio de la
enseñanza del Espíritu Santo, hace que los hombres se dispongan y alegren de
ir, y rindan todo lo que impide ir a Él en busca de salvación. La voluntad del
Padre es que ninguno de los que fueron dados al Hijo, sea rechazado o perdido
por Él. Nadie irá hasta que la gracia divina lo someta y, en parte, cambie su
corazón; por tanto, nadie que acuda será echado fuera. El evangelio no halla a
nadie dispuesto a ser salvado en la forma santa y humillante que aquí se da a
conocer, pero Dios atrae con su palabra y el Espíritu Santo y el deber del
hombre es oír y aprender, es decir, recibir la gracia ofrecida y responder a la
promesa.
Nadie
ha visto al Padre sino su amado Hijo y los judíos deben esperar ser enseñados
por su poder interior ejercido sobre su mente, y por su palabra y los ministros
que les mande.
La
ventaja del maná era poca, sólo servía para esta vida; pero el Pan de vida es
tan excelente que el hombre que se alimenta de él, nunca morirá. Este pan es la
naturaleza humana de Cristo que tomó para presentar al Padre como sacrificio
por los pecados del mundo; para adquirir todas las cosas correspondientes a la
vida y la piedad, para que se arrepientan y crean en Él los pecadores de toda
nación.
La
carne y la sangre del Hijo del hombre muestran al Redentor en su naturaleza
humana; Cristo, y Él crucificado, y la redención obrada por Él, con todos los
beneficios preciosos de la redención: el perdón de pecado, la aceptación de
Dios, el camino al trono de la gracia, las promesas del pacto, y la vida
eterna. Se les llama carne y sangre de Cristo, porque fueron comprados debido a
que su cuerpo fue partido y su sangre, derramada. Además, porque son comida y
bebida para nuestra alma. Comer esta carne y beber esta sangre significa creer
en Cristo. Participamos de Cristo y sus beneficios por fe. El alma que conoce
correctamente su estado y su necesidad, encuentra en el Redentor, en Dios
manifestado en carne, todas las cosas que pueden calmar la conciencia y
fomentar la santidad verdadera. Meditar en la cruz de Cristo da vida a nuestro
arrepentimiento, amor y gratitud. Vivimos por Él así como nuestros cuerpos
viven por la comida. Vivimos por Él como las extremidades dependen de la
cabeza, las ramas de la raíz: porque Él vive nosotros también viviremos.
La
naturaleza humana de Cristo no había estado antes en el cielo, pero, siendo
Dios y hombre, se dice verazmente que esa maravillosa Persona descendió del
cielo. El reino del Mesías no era de este mundo; ellos tenían que entender por
fe lo que dijo de un vivir espiritual en Él y en su plenitud. Como sin el alma
del hombre la carne no vale, así mismo sin el Espíritu de Dios que vivifica,
todas las formas de religión son muertas y nulas. El que hizo esta provisión
para nuestras almas es el único que puede enseñarnos estas cosas y atraernos a
Cristo para que vivamos por fe en Él. Acudamos a Cristo, agradecidos que se
haya declarado que todo aquel que quiera ir a Él será recibido.
Cuando
admitimos en nuestra mente duros pensamientos acerca de las palabras y obras de
Jesús, entramos en la tentación de modo que, si el Señor no lo evitara en su
misericordia, terminaríamos retrocediendo. El corazón corrupto y malo del
hombre hace que lo que es materia del mayor consuelo sea una ocasión de ofensa.
Nuestro Señor había prometido vida eterna a Sus seguidores en el sermón anterior;
los discípulos se adhirieron a esa palabra sencilla y resolvieron aferrarse a
Él, cuando los demás se adhirieron a las palabras duras y lo abandonaron.
La
doctrina de Cristo es la palabra de vida eterna, por tanto, debemos vivir y
morir por ella. Si abandonamos a Cristo, abandonamos nuestras propias
misericordias.
Ellos
creyeron que este Jesús era el Mesías prometido a sus padres, el Hijo del Dios
vivo. Cuando estamos tentados a descarriarnos, bueno es que recordemos los
principios antiguos y nos mantengamos en ellos.
Recordemos
siempre la pregunta de nuestro Señor: ¿Nos alejaremos y abandonaremos a nuestro
Redentor? ¿A quién podemos acudir?
Él
solo puede dar salvación por el perdón de pecados. Esto solo da confianza,
consuelo y gozo y hace que el temor y el abatimiento huyan. Gana la única dicha
firme en este mundo y abre el camino a la dicha del próximo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario