Los privilegios espirituales no
vacían ni debilitan, antes bien confirman los deberes civiles. Sólo las buenas
palabras y las buenas intenciones no bastan sin las buenas obras. No debemos ser
belicosos, sino mostrar mansedumbre en todas las ocasiones, no sólo con las
amistades sino a todos los hombres, pero con sabiduría.
Los siervos del pecado tienen
muchos amos, sus lujurias los apresuran a ir por diferentes caminos; el orgullo
manda una cosa, la codicia, otra. Así son odiosos, y merecen ser odiados, no las personas en si. sino sus pecados.
Desgracia de los pecadores es que se odien unos a otros, y deber y dicha de los
santos es amarse los unos a los otros. Somos librados de nuestro estado
miserable sólo por la misericordia y la libre gracia de Dios, el mérito y los
sufrimientos de Cristo, y la obra de su Espíritu.
Dios Padre es Dios nuestro
Salvador. Él es la fuente de la cual fluye el Espíritu Santo para enseñar,
regenerar y salvar a sus criaturas caídas y esta bendición llega a la humanidad
por medio de Cristo. El brote y el surgimiento de ellos son la bondad y el amor
de Dios al hombre. El amor y la gracia tienen gran poder, por medio del
Espíritu, para cambiar y volver el corazón a Dios. Las obras deben estar en el
salvado, pero no son la causa de su salvación. Obra un nuevo principio de
gracia y santidad, que cambia, gobierna y hace nueva criatura al hombre.
La mayoría de las religiones pretenden
engañar a sus adeptos, diciendo que al final tendrán el cielo, que Dios
perdonará a todas las almas...aunque ahora no les importa la santidad, ellas
quieren el final sin el comienzo.
El
signo y sello externo, del justificado se plasma en el bautismo, llamado el
lavamiento de la regeneración. La obra es interior y espiritual, es significada
y sellada exteriormente en esta ordenanza. No debemos restar importancia al
signo y sello exterior, pero no enfaticemos sólo el lavamiento exterior, busquemos la respuesta de una buena conciencia, sin la cual el lavado
externo no sirve de nada. El que obra en el interior es el Espíritu de Dios, es
la renovación del Espíritu Santo. Por Él mortificamos el pecado, cumplimos el
deber, andamos en los caminos de Dios. Toda la obra de la vida divina en
nosotros, los frutos de la justicia afuera, son por este Espíritu bendito y
santo. El Espíritu y sus dones y gracias salvadoras vienen por medio de Cristo,
como Salvador, cuya empresa y obra es llevar a los hombres a la gracia y la
gloria. La justificación, en el
sentido del evangelio, es el perdón gratuito del pecador, aceptarlo como justo
por la justicia de Cristo recibida por fe. Dios es bueno con el pecador cuando
lo justifica según el evangelio, pero es justo consigo mismo y con su ley. Como
el perdón es por medio de la justicia perfecta, y Cristo satisface la justicia,
esta no puede ser merecida por el pecador mismo. La vida eterna se presenta
ante nosotros en la promesa. El Espíritu produce la fe en nosotros y la
esperanza de esa vida. La fe y la esperanza la acercan y llenan de gozo cuanto
más nos fortalezcamos escudriñando la
Palabra de Dios en la Biblia.
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