Nada inquietará tanto
el corazón de un hombre bueno como sentir la ira de Dios. La manera de tener el
corazón tranquilo es mantenernos en el amor de Dios. Sin embargo, el sentido de
culpa es demasiado pesado para soportarlo y nos hundirá en la desesperación y la ruina a menos que lo
quite la misericordia perdonadora de Dios.
Si no hubiera
pecado en nuestra alma, no habría dolor en nuestros huesos, ni enfermedad en
nuestros cuerpos. La culpa del pecado es una carga para toda la creación, que
gime bajo ella. Es una carga para los pecadores mismos, cuando están trabajados
y cargados por ella, y será una carga de ruina cuando los hunda en el infierno.
Cuando nos damos cuenta de nuestra verdadera condición, valoramos, buscamos y
obedecemos al Buen Médico. Pero muchos dejan que sus heridas apesten, porque
tardan en ir a su Amigo misericordioso. En cualquier momento que estamos
enfermos en nuestros cuerpos, debemos recordar cómo ha sido deshonrado Dios, en
nuestros cuerpos y por ellos.
Los gemidos
indecibles no le son ocultos a quien escudriña el corazón y conoce la mente del
Espíritu.
Si surge en la mente un
pensamiento malo, hay que suprimirlo. La vigilancia del hábito es la rienda de
la cabeza, la vigilancia de los actos es la mano sobre la rienda. Cuando no
podemos separarnos de los impíos, debemos recordar que ellos vigilan nuestras
palabras y las cambian, si pueden, para nuestra desventaja. A veces puede ser
necesario guardar silencio y hablar ni siquiera palabras buenas pero, en
general, estamos mal cuando nos retenemos de iniciar enseñanzas que pueden ser
edificantes para otras personas.
La impaciencia
es un pecado que tiene su causa dentro de nosotros mismos y esta es, la
cavilación, pensar demasiado una y otra vez en el mismo asunto y tiene sus
malos efectos en nosotros, y eso si madura dará lugar al orgullo.
En su mejor
salud y prosperidad, todo hombre es pura vanidad, no puede vivir por mucho
tiempo, puede morir en cualquier momento. Esta es una verdad indudable, pero
estamos poco dispuestos a creerla. Por tanto, oremos que Dios ilumine nuestras
mentes por su Espíritu Santo y llene nuestros corazones con su gracia, para que
cada día y hora podamos estar preparados para la muerte.
Las dudas y los
temores sobre el estado eterno son un pozo horrible y lodo cenagoso, y eso han
sido para muchos amados hijos de Dios. Hay suficiente poder en Dios para ayudar
al más débil y suficiente gracia para ayudar al más indigno de todos los que
confían en Él para liberarlos de esa pesada carga.
Los que hemos
estado en depresión espiritual, y por la gracia de Dios hemos sido librados, hemos
sido sacados de un pozo de desesperación. Cristo es la única Roca sobre la cual
la pobre alma puede estar firme. Donde Dios ha dado una esperanza sólida,
quiere ver un andar y una conducta regular y constante.
Dios me llenó
con gozo y paz al liberarme, cuando creí.
Hay multitudes
que por fe han contemplado los sufrimientos y la gloria de Cristo, y han
aprendido a temer la justicia, y a confiar en la misericordia de Dios por medio
de Él. Muchos son los beneficios con que nos carga diariamente la providencia y
la gracia de Dios.
El pueblo de Dios no
está libre de pobreza, enfermedad ni aflicción externa, pero el Señor es el mentor
nuestro y envía las necesarias provisiones. Del ejemplo de su Señor, el
creyente aprende a considerar a sus hermanos pobres y afligidos. Esta rama de
la santidad suele ser recompensada con bendiciones temporales. Pero nada es tan
angustiante para el creyente contrito como el temor o sentido del descontento
divino, o de pecado en su corazón. El pecado es la enfermedad del alma, la
misericordia que perdona la sana, la gracia que renueva la sana y debemos desear
más esta sanidad espiritual que la salud corporal.
El cristiano, nacido de
nuevo, mira al Señor como su sumo bien, y pone de manera
coherente su corazón en Él, echada al comienzo el ancla, capea la tempestad.
Las
almas vivas nunca pueden descansar en otra parte que no sea el Dios vivo.
Comparecer ante el Señor es el deseo del justo y es el terror del hipócrita.
Nada es más
penoso para el alma creyente que lo que se concibe para quitarle su confianza
en el Señor.
Los que
conversan mucho con su propio corazón, a menudo tendrán que reprenderlo. Cuando
el alma reposa en sí misma se hunde; si se aferra del poder y la promesa de
Dios, mantiene la cabeza por encima de las grandes olas. Y qué apoyo tenemos en
los ayees del presente, sino que tengamos consuelo en Él. Tenemos grandes
causas para llorar por el pecado, pero la depresión procede de la incredulidad
y de una voluntad rebelde; por tanto, debemos esforzarnos y orar en contra de
ella.
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