} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ESCUDRIÑANDO LA PALABRA DE DIOS 8

jueves, 17 de julio de 2014

ESCUDRIÑANDO LA PALABRA DE DIOS 8





 Nada inquietará tanto el corazón de un hombre bueno como sentir la ira de Dios. La manera de tener el corazón tranquilo es mantenernos en el amor de Dios. Sin embargo, el sentido de culpa es demasiado pesado para soportarlo y nos hundirá  en la desesperación y la ruina a menos que lo quite la misericordia perdonadora de Dios.
Si no hubiera pecado en nuestra alma, no habría dolor en nuestros huesos, ni enfermedad en nuestros cuerpos. La culpa del pecado es una carga para toda la creación, que gime bajo ella. Es una carga para los pecadores mismos, cuando están trabajados y cargados por ella, y será una carga de ruina cuando los hunda en el infierno. Cuando nos damos cuenta de nuestra verdadera condición, valoramos, buscamos y obedecemos al Buen Médico. Pero muchos dejan que sus heridas apesten, porque tardan en ir a su Amigo misericordioso. En cualquier momento que estamos enfermos en nuestros cuerpos, debemos recordar cómo ha sido deshonrado Dios, en nuestros cuerpos y por ellos.
Los gemidos indecibles no le son ocultos a quien escudriña el corazón y conoce la mente del Espíritu.  

 Si surge en la mente un pensamiento malo, hay que suprimirlo. La vigilancia del hábito es la rienda de la cabeza, la vigilancia de los actos es la mano sobre la rienda. Cuando no podemos separarnos de los impíos, debemos recordar que ellos vigilan nuestras palabras y las cambian, si pueden, para nuestra desventaja. A veces puede ser necesario guardar silencio y hablar ni siquiera palabras buenas pero, en general, estamos mal cuando nos retenemos de iniciar enseñanzas que pueden ser edificantes para otras personas.
La impaciencia es un pecado que tiene su causa dentro de nosotros mismos y esta es, la cavilación, pensar demasiado una y otra vez en el mismo asunto y tiene sus malos efectos en nosotros, y eso si madura dará lugar al orgullo.
En su mejor salud y prosperidad, todo hombre es pura vanidad, no puede vivir por mucho tiempo, puede morir en cualquier momento. Esta es una verdad indudable, pero estamos poco dispuestos a creerla. Por tanto, oremos que Dios ilumine nuestras mentes por su Espíritu Santo y llene nuestros corazones con su gracia, para que cada día y hora podamos estar preparados para la muerte.

Las dudas y los temores sobre el estado eterno son un pozo horrible y lodo cenagoso, y eso han sido para muchos amados hijos de Dios. Hay suficiente poder en Dios para ayudar al más débil y suficiente gracia para ayudar al más indigno de todos los que confían en Él para liberarlos de esa pesada carga.  

Los que hemos estado en depresión espiritual, y por la gracia de Dios hemos sido librados, hemos sido sacados de un pozo de desesperación. Cristo es la única Roca sobre la cual la pobre alma puede estar firme. Donde Dios ha dado una esperanza sólida, quiere ver un andar y una conducta regular y constante.
Dios me llenó con gozo y paz  al liberarme,  cuando creí.

Hay multitudes que por fe han contemplado los sufrimientos y la gloria de Cristo, y han aprendido a temer la justicia, y a confiar en la misericordia de Dios por medio de Él. Muchos son los beneficios con que nos carga diariamente la providencia y la gracia de Dios.


 El pueblo de Dios no está libre de pobreza, enfermedad ni aflicción externa, pero el Señor es el mentor nuestro y envía las necesarias provisiones. Del ejemplo de su Señor, el creyente aprende a considerar a sus hermanos pobres y afligidos. Esta rama de la santidad suele ser recompensada con bendiciones temporales. Pero nada es tan angustiante para el creyente contrito como el temor o sentido del descontento divino, o de pecado en su corazón. El pecado es la enfermedad del alma, la misericordia que perdona la sana, la gracia que renueva la sana y debemos desear más esta sanidad espiritual que la salud corporal.

 El cristiano, nacido de nuevo,  mira  al Señor como su sumo bien, y pone de manera coherente su corazón en Él, echada al comienzo el ancla, capea la tempestad.
  Las almas vivas nunca pueden descansar en otra parte que no sea el Dios vivo. Comparecer ante el Señor es el deseo del justo y es el terror del hipócrita.
Nada es más penoso para el alma creyente que lo que se concibe para quitarle su confianza en el Señor.  
Los que conversan mucho con su propio corazón, a menudo tendrán que reprenderlo.   Cuando el alma reposa en sí misma se hunde; si se aferra del poder y la promesa de Dios, mantiene la cabeza por encima de las grandes olas. Y qué apoyo tenemos en los ayees del presente, sino que tengamos consuelo en Él. Tenemos grandes causas para llorar por el pecado, pero la depresión procede de la incredulidad y de una voluntad rebelde; por tanto, debemos esforzarnos y orar en contra de ella.

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