Si queremos alabar a Dios aceptablemente,
debemos alabarle con sinceridad, con todo nuestro corazón. Cuando damos gracias
por alguna misericordia en particular, debemos recordar sus misericordias
anteriores. Los triunfos del Redentor deben ser los triunfos del redimido.
La omnipotencia de Dios es tal
que Sus enemigos más fuertes y empecinados no pueden resistir. Estamos seguros
que el juicio de Dios es según verdad y que en Él no hay injusticia.
Por fe los nacidos de nuevo, su
pueblo, pueden acudir a Él como Refugio de ellos, y pueden confiar en su poder
y en su promesa y descansar en Él. Quienes saben que Él es el Padre eterno, le
confiarán sus almas como cuidado principal, y confiarán en Él en todo tiempo,
aun en el final, y por el cuidado constante procurarán ser aprobados por Él en
todo el curso de sus vidas. ¿Quién es el que no busca a Aquel que nunca ha
abandonado a quienes le buscan?
Quienes
creen que Dios es para ser grandemente alabado, no sólo desean alabarle mejor;
también desean que otros se unan a ellos. Vendrá el día en que se verá que Él
no ha olvidado el clamor del humilde, tampoco el grito de la sangre de ellos ni
el clamor de sus oraciones.
Nunca somos llevados tan bajo,
tan cerca de la muerte, que Dios no pueda levantarnos. Si nos ha salvado de la
muerte espiritual eterna, podemos esperar que en todos nuestros padecimientos
Él sea una ayuda muy presente para nosotros.
La providencia soberana de Dios
ordena así con frecuencia que los perseguidores y los opresores sean llevados a
la ruina por los proyectos que formaron para destruir a los cristianos nacidos
de nuevo.
Los borrachos se matan, los
pródigos mendigan, los contenciosos se acarrean mal a ellos mismos, así los
pecados de los hombres pueden leerse en sus castigos y queda claro para todos
que la destrucción de los pecadores es de ellos mismos. Toda maldad vino
originalmente con el malo del infierno; y quienes siguen en el pecado, deben ir
a ese lugar de tormento. El verdadero estado, de naciones y de individuos,
puede estimarse correctamente por esta sola regla: si en sus obras recuerdan u
olvidan a Dios.
Es raro
que el hombre, polvo en su origen, pecador por su caída, al que se le recuerda
continuamente ambas cosas por todo lo que hay en Él y acerca de Él, deba aún necesitar
una aguda aflicción, un grave castigo de parte de Dios, para ser llevado al
conocimiento de sí mismo y hacerlo sentir quién es y lo que es.
Las
oraciones fingidas son estériles, pero si nuestro corazón dirige nuestras
oraciones, Dios las responderá con su favor. El cristiano genuino acostumbraba a orar, de modo que no es
su intranquilidad ni el peligro lo que principalmente lo lleva ahora a su
deber. Su fe lo anima a esperar que Dios tome nota de sus oraciones.
Una buena prueba de nuestra
integridad es la constante resolución contra los pecados de la lengua y velar
en ello. Conscientes de la propensión del hombre a las malas obras, y de sus
tentaciones peculiares, hagamos de la palabra de Dios nuestra protección contra
los caminos de Satanás que lleva a la
destrucción. Si evitamos cuidadosamente los caminos del pecado, será muy
consolador en la reflexión, cuando estemos en problemas. Quienes por gracia
andan en los caminos de Dios deben pedir que su andar sea conservado en esas
sendas.
Los que siguen y perseveran en
los caminos de Dios deben, por la fe y la oración, recibir nuevas raciones
diarias de gracia y fuerza de su parte.
Le digo a mi Padre:
¡¡Señor sostenme todavía un poco más. Muestra
tus maravillosas misericordias, tus favores especiales, no misericordias
comunes, pero sé bueno conmigo; haz como acostumbras a hacer a los que aman tu
nombre!!
Quienes
aman verdaderamente a Dios pueden triunfar en Él como Roca y Refugio de ellos
y, con confianza, pueden invocarle. Bueno es que nosotros observemos todas las
circunstancias de una misericordia que magnifica el poder de Dios y su bondad
para nosotros. Dios es un Dios que oye
la oración.
Los cielos declaran la gloria
de Dios y proclaman su sabiduría, poder y bondad, para que todos los impíos
queden sin excusa. Por sí mismos los cielos dicen ser obras de las manos de
Dios, porque deben tener un Creador eterno, infinitamente sabio, poderoso y
bueno. El contraste de día y noche es una gran prueba del poder de Dios y nos
llama a observar que en el reino de la naturaleza, como en el de la
providencia, Él forma la luz y crea la oscuridad, y contrapone la una a la
otra. El sol del firmamento es un emblema del Sol de justicia, el Esposo de la
iglesia, y la Luz del mundo, que por su evangelio difunde luz y salvación
divinas a las naciones de la tierra. Él se deleita en bendecir a su iglesia con
la cual se ha desposado; y su curso será inagotable como el del sol hasta que
toda la tierra esté llena con su luz y su salvación. Oremos por la época en que
Él iluminará, alegrará y hará fértil a toda nación de la tierra con esa bendita
salvación.
No hay lenguaje ni palabras, pero se oye su voz. Todo pueblo puede oír en su propio
idioma a los predicadores que cuentan las obras maravillosas de Dios. Demos la
gloria a Dios por todo consuelo y provecho que tenemos por las luces del cielo,
aun mirando arriba y más allá de ellas hacia el Sol de justicia.
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