Por
naturaleza todos somos impotentes en materias espirituales, ciegos, cojos y
marchitos, pero la provisión plena para nuestra curación está hecha, si
atendemos a ella.
Un ángel bajaba y revolvía el agua, que curaba cualquier
enfermedad, pero se beneficiaba sólo aquel que era el primero en entrar al
agua. Esto nos enseña a ser cuidadosos para que no dejemos escapar una ocasión
que no puede regresar.
El
hombre había perdido el uso de sus extremidades hacía treinta y ocho años. ¿Nos
quejaremos de una noche fatigosa, nosotros que, tal vez por muchos años, apenas
hemos sabido lo que es estar enfermo por un día, cuando muchos otros, mejores
que nosotros, apenas han sabido qué es estar bien un día?
Cristo
apartó a éste de los demás. Los que llevan mucho tiempo afligidos, pueden
consolarse con que Dios lleva la cuenta del tiempo transcurrido. Véase que este
hombre habla de la falta de amabilidad de los que lo rodean, sin reflejar
enojo. Así como debemos ser agradecidos, también debemos ser pacientes. Nuestro
Señor Jesús lo sana, aunque él no lo pidió ni lo pensó. Levántate y anda. La
orden de Dios: Vuelve y vive; Hazte un nuevo corazón, no presupone en nosotros
más poder sin la gracia de Dios, su gracia que distingue, de lo que esta orden
supuso poder en el hombre incapacitado, fue por el poder de Cristo y Él debe
tener toda la gloria. ¡Qué sorpresa gozosa para el pobre inválido hallarse
repentinamente tan bien, tan fuerte, tan capaz de ayudarse a sí mismo! La
prueba de la sanidad espiritual es que nos levantamos y caminamos. Si Cristo ha
sanado nuestras dolencias espirituales, vamos donde nos mande y llevemos lo que
Él nos imponga, y andemos delante de Él.
Los
aliviados del castigo del pecado corren el peligro de volver a pecar cuando se
terminan el terror y la restricción, a menos que la gracia divina seque la
fuente de su pecado. La miseria desde la cual son hechos íntegros los
creyentes, nos advierte que no pequemos más, habiendo sentido el aguijón del
pecado. Esta es la voz de cada providencia: Vete y no peques más. Cristo vio
que era necesario dar esta advertencia, porque es frecuente que la gente
prometa mucho cuando está enferma; y cuando están recién sanados,
cumplen sólo algo, pero después de un tiempo, olvidan todo. Cristo
habla de la ira venidera, la cual supera la comparación con las muchas horas,
sí, con las semanas y años de dolor que tienen que sufrir algunos hombres
impíos, como consecuencia de sus indulgencias ilícitas, y si tales aflicciones
son severas, ¡cuán temible será el castigo eterno del impío!
El
poder divino del milagro demuestra que Jesús es el Hijo de Dios, y Él declara
que obraba con su Padre, y como para Él, según le parece bien. Los antiguos
enemigos de Cristo le entendieron y se pusieron aún más violentos, acusándolo
no sólo de quebrantar el día de reposo, sino de blasfemar al llamar Padre a
Dios, e igualarse con Dios. Sin embargo, todas las cosas estaban encomendadas
al Hijo, ahora y en el juicio final, intencionalmente para que todos los
hombres honren al Hijo, como honran al Padre, y todo aquel que no honre de
este modo al Hijo, piense o pretenda lo que sea, no honra al Padre que lo
envió.
Nuestro
Señor declara su autoridad y carácter como Mesías. Iba a llegar el tiempo en
que los muertos oirían su voz como Hijo de Dios y vivirían. Nuestro Señor se
refiere a que, por el poder de su Espíritu, primero levanta a una vida nueva a
los que estaban muertos en pecado y, luego, levanta a los muertos desde sus
sepulcros. El oficio de Juez de todos los hombres puede ser ejercido sólo por
Quien tenga todo el conocimiento y el poder omnipotente. Creamos nosotros su
testimonio, así, nuestra fe y esperanza serán en Dios y no entraremos en
condenación. Que su voz llegue a los corazones de los que están muertos en
pecado, para que puedan hacer las obras del arrepentimiento, y prepararse para
el día solemne.
Nuestro
Señor regresa a su declaración del completo acuerdo entre el Padre y el Hijo, y
se declara Hijo de Dios. Tenía un testimonio superior al de Juan, sus obras
daban testimonio de todo lo que decía. Pero la palabra divina no tenía lugar
permanente en sus corazones, porque ellos se negaban a creer en Él, a quien el Padre
había enviado, según sus antiguas promesas. La voz de Dios, acompañada por el
poder del Espíritu Santo, hecha eficaz para la conversión de los pecadores, aún
proclama que éste es el Hijo amado en quien se complace el Padre. Pero no hay
lugar para que la palabra de Dios permanezca en ellos cuando los corazones de
los hombres están llenos de orgullo, ambición y amor al mundo.
Los
judíos consideraban que la vida eterna les era revelada en sus Escrituras, y
que la tenían porque tenían la palabra de Dios en sus manos. Jesús les insta a
escudriñar esas Escrituras con más diligencia y atención. “Escudriñáis las
Escrituras” y hacéis bien en hacerlo. Indudablemente escudriñaban las
Escrituras, pero con un enfoque en su propia gloria. Es posible que los hombres
sean muy estudiosos de la letra de las Escrituras, pero estén ajenos a su
poder. O “Escudriñad las Escrituras “y así se les habló de la naturaleza
de la aplicación. Vosotros profesáis recibir y creer las Escrituras,
dejad que os juzguen, lo que se nos dice precaviendo o mandando a todos
los cristianos a escudriñar las Escrituras. No sólo leerlas y oírlas sino
escudriñarlas, lo cual denota diligencia para examinarlas y estudiarlas.
Debemos
escudriñar las Escrituras en busca del cielo como nuestro gran objetivo: Porque
en ellas os parece que tenéis vida eterna. Debemos escudriñar las Escrituras en
busca de Cristo, como el Camino nuevo y vivo, que conduce a este objetivo.
Cristo agrega a este testimonio las reprensiones a la incredulidad e iniquidad de
ellos, el rechazo de su persona y su doctrina. Además, les reprueba su falta de
amor a Dios. Pero con Jesucristo hay vida para las pobres almas. Muchos que
hacen una gran profesión de religión muestran, no obstante, que les falta el
amor de Dios por su rechazo de Cristo y el desprecio a sus mandamientos.
El
amor de Dios en nosotros, el amor que es principio vivo y activo en el corazón,
es lo que Dios aceptará. Ellos desdeñaron y valoraron en poco a Cristo porque
se admiraban y se supervaloraban a sí mismos. ¡Cómo pueden creer los que
hacen su ídolo del elogio y aplauso de los hombres! Cuando Cristo y sus
seguidores son hombres admirados, ¡cómo pueden creer aquellos cuya suprema
ambición es dar un buen espectáculo carnal!
Muchos
de los que confían en alguna forma de doctrina o partido, no penetran más que
los judíos en las de Moisés, el verdadero significado de las doctrinas, o de
los puntos de vista de las personas cuyos nombres llevan. Escudriñemos las
Escrituras y oremos sobre ellas, como intento de hallar vida eterna; observemos
cómo Cristo es el gran tema de ellas y acudamos diariamente a Él en busca de la
vida que otorga. Porque en la Palabra de Dios en la Biblia está el
conocimiento, la sabiduría del cielo necesaria para entender cuál es la
Voluntad de Dios Padre para cada uno de nosotros. Y así conociéndola, obedecer
sin hacer preguntas ni siquiera sugerir nada, para caminar manteniendo la
mirada en Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
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