Cuando oímos la palabra de Dios debemos
aprenderla; y lo aprendido tenemos que ponerlo en práctica, porque ese es el
propósito de escuchar y aprender, no llenar nuestra cabeza de ideas o nuestra
boca de palabras, sino dirigir nuestros afectos y nuestra conducta.
De manera semejante los
ministros de Cristo tienen que enseñar a sus iglesias todo lo que Él ha
mandado, ni más ni menos. El temor de Dios en el corazón será el principio más
poderoso para la obediencia. Es altamente deseable que no sólo nosotros, sino
también nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos tengan temor del Señor.
Hay una
advertencia estricta contra toda amistad y comunión con los ídolos y los
idólatras. Los que están en comunión con Dios no deben participar con las obras
infructuosas de las tinieblas. La comprensión correcta de la maldad del
pecado y del misterio del Salvador crucificado nos capacitará para entender la
justicia de Dios en todos los castigos, temporales y eternos. Tenemos que
enfrentar con decisión las concupiscencias que batallan contra nuestra alma, no
les mostremos misericordia, mortifiquémoslas, crucifiquémoslas y destruyámoslas
por completo.
Se cuentan por
millares los cristianos en el mundo de ahora los que han sido destruidos por
matrimonios impíos; porque mayor es la probabilidad de que lo bueno sea pervertido,
que lo malo sea convertido. Quienes al elegir cónyuge no se mantienen
dentro de los límites de la fe profesada, no pueden prometerse ayudas idóneas
para sí.
No
podemos servir a Dios y a mamón; ni adorar al Dios verdadero y los ídolos; ni
confiar en Jesucristo y en las supersticiones y en la justicia propia.
Debemos estar bien familiarizados
con las verdades y preceptos de la Biblia; porque podemos esperar que se nos
pruebe por la tentación al mal bajo la apariencia de lo bueno, del error
disfrazado de verdad, nada puede oponerse directamente a tales tentaciones
salvo el testimonio claro y expreso de la palabra de Dios en sentido contrario.
Es una prueba de sincero afecto a Dios que a pesar de engañosas simulaciones no
sean llevados a abandonar a Dios para seguir a otros dioses para servirles.
Dios nos
ha dado tres privilegios distintivos, las bendiciones espirituales de las cosas
celestiales con que Dios nos ha bendecido en Cristo.
Primero, la
elección: “El Señor te ha escogido” nos eligió para que pudiéramos serlo por Su gracia.
Segundo, la adopción: “Hijos sois de Jehová
vuestro Dios”, no porque Dios necesitase hijos sino porque éramos huérfanos
y necesitábamos un padre. Cada israelita espiritual es verdadero hijo de Dios,
partícipe de Su naturaleza y favor.
Tercero, la
santificación: “Eres pueblo santo”. Se le exige al pueblo de Dios que
sea santo, y si son santos, están endeudados con la gracia de Dios que los hace
así. A quienes Dios elige para ser sus hijos, los formará para que sean un
pueblo santo y celoso de buenas obras. Debemos ser cuidadosos para evitar todo lo
que pueda producir deshonra a nuestra profesión de fe ante los ojos de quienes
esperan vernos vacilar. Nuestro Padre celestial nada prohíbe que no sea por
nuestro bienestar. No te hagas daño; no arruines tu salud, tu reputación, tus
comodidades domésticas, la paz de tu mente. Especialmente, no asesines tu alma.
No seas esclavo vil de tus apetitos y pasiones. No hagas miserables a los que
te rodean y no traigas ignominia sobre ti; apunta a lo que es más excelente y
útil.
Claro
está en el evangelio que estas leyes ahora han sido dejadas de lado,
pero preguntemos a nuestro corazón, ¿Somos los hijos del Señor nuestro Dios?
¿Estamos separados del mundo impío, apartados para la gloria de Dios, comprados
por la sangre de Cristo? ¿Estamos sometidos a la obra del Espíritu Santo?
Señor, ¡enséñanos con aquellos preceptos con cuánta pureza y santidad debe
vivir todo tu pueblo!
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