Los líderes
judíos menospreciaron la Ley al arrestar solo a la mujer. La Ley exigía que se
apedrearan ambas personas involucradas en el adulterio (Levitico_20:10 Si un
hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la
adúltera indefectiblemente serán muertos; y en Deuteronomio_22:22 Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con
marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer
también; así quitarás el mal de Israel.). Los líderes usaron a la mujer
como una trampa para hacer caer a Jesús. Si decía que no debía apedrearse a la
mujer, lo acusarían de violar la Ley de Moisés. Si los instaba a ejecutarla, lo
acusarían frente a los romanos, que no permitían a los judíos llevar a cabo sus
propias ejecuciones.
Como Jesús
ratificó el castigo aplicable al adulterio, no fue posible acusarlo de estar en
contra de la Ley. Pero al decir que solo quien estuviese libre de pecado podía
arrojar la primera piedra, destacó la importancia de la compasión y el perdón.
Cuando se
descubre a otros en pecado, ¿somos rápidos para emitir un juicio? Hacerlo
equivale a actuar como si nunca hubiésemos pecado. Es Dios el que debe juzgar,
no nosotros. A nosotros nos toca mostrar perdón y compasión.
No queda claro
si Jesús al escribir en tierra sencillamente hacía caso omiso de los acusadores
o si hacía una lista de los pecados o escribía los Diez Mandamientos.
Cuando Jesús
dijo que solo quien no hubiera pecado podía arrojar la primera piedra, los
líderes se alejaron en silencio, desde los más viejos hasta los más jóvenes.
Era evidente que los hombres más adultos tenían mayor conciencia de sus pecados
que los más jóvenes. La edad y la experiencia a menudo moderan la actitud de
creerse muy justo típica de la juventud.
Pero sea cual sea
nuestra edad, echemos una sincera mirada a nuestra vida. Reconozcamos
nuestra naturaleza pecaminosa y busquemos maneras de ayudar a otros en lugar de
lastimarlos.
Jesús no condenó
a la mujer acusada de adulterio, pero tampoco pasó por alto su pecado. Le dijo
que abandonase su vida de pecado. Jesús está dispuesto a perdonar cualquier
pecado que haya en nuestra vida, pero la confesión y el arrepentimiento
implican un cambio de corazón. Con la ayuda de Dios podemos aceptar el perdón
de Cristo y poner fin a nuestras malas obras.
Jesús hablaba en
el lugar del templo donde se ponían las ofrendas donde
se encendían lámparas que simbolizaban la columna de fuego que guió al pueblo
de Israel por el desierto (Éxodo _13:21-22 Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube
para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para
alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche.
Nunca
se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la
columna de fuego.)
En este
contexto, Jesús dijo ser la luz del mundo. La columna de fuego representaba la
presencia, la protección y la dirección de Dios. Jesús trae la presencia, la
protección y la guía de Dios. ¿Es El la luz de nuestro mundo?
¿Qué significa
seguir a Cristo? Así como un soldado sigue a su capitán, nosotros debemos
seguir a Cristo, nuestro Capitán. Como un esclavo sigue a su amo, nosotros
debemos seguir a Cristo, nuestro Señor. De la misma manera que seguimos la
sugerencia de un consejero de confianza, debemos seguir los mandatos que nos da
Jesús en las Escrituras. Del mismo modo que obedecemos las leyes de nuestra
nación, debemos obedecer las leyes del reino de los cielos.
Los fariseos
pensaban que Jesús era un lunático o un mentiroso. Jesús les ofreció una
tercera alternativa: que les decía la verdad. Como la mayoría de los fariseos
se negó a considerar la tercera alternativa, nunca lo reconocieron como Mesías
y Señor. Si nosotros buscamos saber quién es Jesús, no cerremos ninguna puerta
antes de mirar sinceramente lo que hay detrás de ella. Únicamente con una mente
abierta podremos conocer la verdad de que Él es Mesías y Señor.
Los fariseos
argumentaban que lo que declaraba Jesús no tenía validez legal porque no
contaba con otros testigos. Jesús respondió que el testigo que lo confirmaba
era Dios mismo. Jesús y el Padre sumaban dos testigos, el número requerido por
la Ley (Deuteronomio_19:15 No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en
cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa
cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la
acusación).
El tesoro del
templo se ubicaba en el atrio de las mujeres. Allí se colocaban trece arcas o
urnas para recibir el dinero de las ofrendas. Siete de ellas eran para el
impuesto del templo; las otras seis eran para ofrendas voluntarias. En otra
ocasión, una viuda colocó su dinero en una de estas arcas y Jesús enseñó una
profunda lección a partir de esa acción (Lucas_21:1-4 Levantando los ojos,
vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio
también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad
os digo, que esta viuda pobre echó más que todos.
Porque
todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta,
de su pobreza echó todo el sustento que tenía.).
La gente morirá
en sus pecados si rechazan a Cristo, porque desprecian el único camino que los
rescata del pecado.
Es lamentable,
pero muchos están tan atrapados por los valores de este mundo que quedan ciegos
ante el regalo de incalculable valor que ofrece Cristo. ¿Hacia dónde miramos nosotros?
No concentremos nuestra atención en los
valores de este mundo perdiendo así lo que es de más valor: la vida eterna con
Dios.
Jesús mismo es
la verdad que nos liberta. Es la fuente de la verdad, la norma perfecta de lo
que es bueno. Nos liberta de las consecuencias del pecado, del autoengaño y del
engaño de Satanás. Nos muestra claramente el camino a la vida eterna con Dios.
Jesús no nos da libertad de hacer lo que queramos, sino libertad para seguir a
Dios. Al procurar servir a Dios, la verdad perfecta de Jesús nos liberta para
que seamos todo lo que Dios quiso que fuésemos.
El pecado busca
la manera de esclavizarnos, controlarnos, dominarnos y dictar nuestros actos.
Jesús puede liberarnos de esa esclavitud que nos impide ser la persona que Dios
tuvo en mente al crearnos. Si el pecado nos
limita, nos domina o nos esclaviza, Jesús puede destruir el poder que el pecado
tiene sobre nuestra vida.
Jesús hace
distinción entre los hijos de la carne y los hijos legítimos. Los líderes
religiosos descendían del patriarca Abraham (fundador de la nación judía) y por
lo tanto afirmaban ser hijos de Dios. Pero sus acciones demostraban que eran
verdaderos hijos de Satanás, porque vivían bajo la dirección de este. Los
verdaderos hijos de Abraham (fieles seguidores de Dios) no se comportaban como
ellos lo hacían. Ni el hecho de ser miembro de una iglesia ni las relaciones
familiares, ni haber nacido en el seno de una familia evangélica nos hacen un
verdadero hijo de Dios. Ser hijos de Dios no se hereda.
Los líderes
religiosos no eran capaces de entender porque no querían escuchar. Satanás
utilizó su obstinación, su orgullo y sus prejuicios para impedirles que
creyesen en Jesús.
Las actitudes y
acciones de estos líderes claramente los identifica como seguidores de Satanás.
Es posible que no hayan tenido conciencia de esto, pero su desprecio por la
verdad, sus mentiras y sus intenciones homicidas indicaban cuánto control tenía
el diablo sobre ellos. Eran sus herramientas para llevar a cabo sus planes;
hablaban el mismo idioma de mentiras. Satanás sigue usando a las personas para
obstruir la obra de Dios (Romanos_5:12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y
por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron).
Nadie podía
acusar a Jesús de pecado alguno. La gente que lo odiaba y deseaba verlo muerto
escudriñó su comportamiento, pero no pudo hallar nada malo. Por su vida libre
de pecado, Jesús probó que era Dios encarnado. Él es el único ejemplo perfecto
que podemos seguir.
En varios
lugares Jesús desafió con toda intención a sus oyentes a ponerlo a prueba.
Aceptaba gustoso a los que deseaban cuestionar sus declaraciones y su carácter,
siempre y cuando tuviesen disposición de obrar en base a lo que descubrían. El
desafío de Jesús sacaba a la luz las dos razones más frecuentes que las
personas pasan por alto cuando se encuentran con El: (1) nunca aceptan su
desafío de ponerlo a prueba, o (2) lo ponen a prueba pero no están dispuestos a
creer lo que descubren. ¿Hemos cometido nosotros alguno de estos dos errores?
Guardar la
palabra de Jesús significa escuchar sus palabras y obedecerlas. Cuando Jesús
dice que el que la guarda no morirá, se refiere a la muerte espiritual, no a la
física. Sin embargo, incluso la muerte física al final se vencerá. Los que seguimos
a Cristo resucitaremos para vivir eternamente con Él.
Dios prometió a
Abraham, el padre de la nación judía, que todas las naciones serían benditas
por él. Abraham pudo verlo mediante los
ojos de la fe. Jesús, un descendiente de Abraham, bendijo a todas las personas
a través de su muerte, resurrección y oferta de salvación.
Cuando dijo que
existía desde antes del nacimiento de Abraham, sin duda proclamaba su
divinidad. No solo dijo que existía desde antes de Abraham, también adoptó el
nombre santo de Dios (Yo soy).
Esta declaración exige una respuesta. No puede pasarse por alto. Los líderes
judíos trataron de apedrearlo por blasfemia porque declaraba ser igual a Dios.
Pero Jesús es Dios. ¿Cómo hemos
respondido a Jesús, el Hijo de Dios?
En obediencia a
la Ley (Levítico_24:16 Y el que blasfemare el nombre de Jehová, ha de ser muerto;
toda la congregación lo apedreará; así el extranjero como el natural, si
blasfemare el Nombre, que muera), los líderes religiosos estaban
dispuestos a apedrear a Jesús por declarar que era Dios. Entendían a la
perfección lo que Jesús declaraba y, como no creían que fuese Dios, lo acusaron
de blasfemia. ¡Lo irónico es que los verdaderos blasfemos eran ellos, ya que maldecían y atacaban al
mismo Dios que declaraban servir!
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