Juan 2;
24-25
Pero Jesús, por su parte, no se confiaba a ellos, porque
conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del
hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre.
La gente seguía a Jesús por varias razones:
(1) algunos eran sinceros y buscaban los
beneficios espirituales que Él les ofrecía
(2) otros
le seguían porque querían ver más señales (Mat_16:1-4)
(3)
algunos querían más panes y peces (6:26)
(4) los
que tenían ambiciones políticas querían que El fuera su rey (6:15)
y (5) sin
duda, muchos les seguían simplemente porque otros le seguían. Nadie engañó a
Jesús. Él sabía perfectamente lo que los judíos harían con El y que sería
desamparado aun por sus discípulos más cercanos.
El
conocía a las multitudes que le seguían. Muchos creían en Por qué hacía
señales, pero tenían que entender que el discipulado requiere la abnegación de
sí, que sería la causa de graves problemas con los seres amados, y que deberían
buscar primeramente el reino de Dios y su justicia. ¿Qué pasaría con estos
creyentes cuando verdaderamente se dieran cuenta de lo que Él requería de
ellos? Algunos seguirían con El, pero otros volverían atrás. Muchos le
escucharían y seguirían solamente "hasta aquí"; es decir, pondrían
límites a su aceptación de Jesús. ¿Cristo debería fiarse de los tales?
El Hijo de Dios conoce todo lo relacionado con la
naturaleza humana. Estaba al tanto de la verdad expresada en Jer_17:9 :
"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo
conocerá?" Nadie es capaz de conocer a fondo la maldad. Jesús discernía y
conocía que la fe de algunos seguidores era superficial. Algunos de los mismos
que proclamaron creer en Jesús, más tarde gritarían: "Crucifícalo".
Es fácil creer cuando todo es emocionante y todos creen en la misma forma. Pero
la fe firme permanece cuando no es popular seguir a Cristo.
Todo lo que había visto en el templo (mercaderes
llenos de avaricia, extorsionadores) no le sorprendió; tampoco se fiaba de
estos que habían visto sus señales y creían en El, porque ¡Cristo es Dios y
conoce al hombre! Ya había demostrado que conocía a Simón (1:42), y a Natanael
(1:47, 48), y a Nicodemo (3:2-5). Sabía los pensamientos de la gente (Mat_9:4; Mat_12:25;
Luc_5:22; Luc_6:8; Luc_9:47; Luc_11:17). Sabía la vida íntima de la mujer
samaritana; sabía de sus esposos y de su condición actual (Jn 4:16-18). He aquí
el testimonio de esta mujer: "Venid, ved a un hombre que me ha
dicho todo cuanto he hecho", Jn 4:29. Jesús "sabía lo que iba a
hacer" con respecto a la alimentación de los 5000 (Jn 6:6), y sabía lo que
la gente tenía en mente cuando le buscaba el día siguiente (Jn 6:25, 26).
"Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le
había de entregar" (Jn 6:64, 70, 71; 13:11). Sabía que los judíos
procuraban matarle sin que nadie se lo dijera (Jn 7:19). Tenía conocimiento
perfecto de Dios (Jn 7:29). Sabía cuándo llegó "su hora" (Jn 12:23).
Sabía cómo iba a morir (Jn 12:32, 33). Como dijo Simón Pedro, "Señor, tú
lo sabes todo" (Jn 21:17).
No
fue engañado ni sorprendido por Pedro o Judas. ¡Esto demuestra que cuando
Cristo estaba aquí en la tierra era omnisciente! ¡Imagínese que otra
persona conociera no solamente lo que usted haya hecho o dicho, sino también
aun sus pensamientos! Solamente Dios tiene este poder. Al leer estos y
otros textos semejantes ¿quién puede dudar de la omnisciencia de Jesús?
Isaías 43; 1. 4
1 Mas ahora, así dice el SEÑOR tu Creador, oh Jacob, y
el que te formó, oh Israel: No temas, porque yo te he redimido, te he llamado
por tu nombre; mío eres tú.
4Ya que eres precioso a mis ojos, digno de honra, y yo
te amo, daré a otros hombres en lugar tuyo, y a otros pueblos por
tu vida.
Dios creó a Israel haciéndolo especial para El.
La redimió y la llamó por su nombre para que fueran de Él. Dios protegió a
Israel en tiempos difíciles. Nosotros somos importantes para Dios, ¡también nos
llama por nombre y nos da su nombre! Cuando llevemos su maravilloso nombre, nunca
debemos hacer nada que le avergüence. Aquí se reafirma el cuidado providencial
que Dios dispensa a su pueblo y su redención de la cautividad.
Babilonia tenía que ser el rescate en este caso,
es decir, tenía que ser destruída, a fin de que ellos pudieran ser librados;
así Cristo se hizo maldición, al ser sentenciado a muerte, para que nosotros
fuésemos redimidos.
Siempre, desde el principio, como quiera que
jamás hubo tiempo durante el cual Israel no fuese pueblo de Dios.
El favor y la buena voluntad de Dios hacia su pueblo hablan abundante
consuelo a todos los creyentes. La nueva criatura, doquiera esté, es hechura de
Dios. A todos los redimidos con la sangre de su Hijo, los ha apartado para sí.
Los que tienen a Dios para sí, no tienen que temer quién o qué pueda estar
contra ellos. ¿Qué son Egipto y Etiopía, todas sus vidas y tesoros, en
comparación con la sangre de Cristo? Los creyentes verdaderos son preciosos a
ojos de Dios; su complacencia está en ellos por sobre cualquier persona. Aunque
pasen por agua y fuego, mientras tengan con ellos a Dios, no tienen que temer
mal alguno; serán levantados y sacados.
Los fieles son animados. Se reunirían de todo lugar. Con este
agradable objetivo a la vista, el profeta los vuelve a disuadir de los ansiosos
temores.
¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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