¿Cuántos creyentes
creen que son salvos porque hace X tiempo tomaron un decisión? ¿De dónde salió esa
enseñanza? No existe en la Palabra de Dios en la Biblia un versículo que dé pie
a esa herejía.
Si no tienes
frutos de arrepentimiento, examínate a la luz del Evangelio de Cristo y
rebelará tu verdadera condición.
Arthur W. Pink (1886-1952)
Con el fin de ayudar al lector preocupado a identificar el
verdadero arrepentimiento, consideremos los frutos que demuestran un arrepentimiento
según Dios.
1. Un aborrecimiento auténtico por el pecado como pecado, no meramente
por sus consecuencias. Un aborrecimiento no solo por este o aquel pecado, sino
por todo pecado, y particularmente por la raíz misma: contumacia. “Así dice Jehová el Señor: Convertíos,
y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestro rostro de todas vuestras
abominaciones” (Eze.14:6). El que no aborrece el pecado, lo ama. La demanda de
Dios es: “y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados
que cometisteis” (Eze. 20:43). El que realmente se ha arrepentido puede decir honestamente:
“He aborrecido todo camino de mentira” (Sal. 119:104). El mismo que en el
pasado creía que vivir una vida santa era una cosa lúgubre, piensa muy distinto
ahora. El que anteriormente considerara una vida de autocomplacencia como atractiva,
ahora la detesta y se ha propuesto dejar todo pecado para siempre. Este es el
cambio de manera de pensar
que Dios requiere.
2. Un dolor profundo por haber pecado. El arrepentimiento de
tantos, que no salva, es principalmente una angustia ocasionada por una aprensión
de la ira divina. En cambio, el arrepentimiento evangélico produce un dolor
profundo que nace del sentido de haber ofendido a un Ser tan infinitamente
excelente y glorioso como lo es Dios. El uno es el efecto del temor, el otro
del amor. El uno es solo por poco tiempo, el otro es una práctica habitual para
toda la vida. Muchos están llenos de pesar y remordimiento por una vida
desaprovechada, pero aun así no tienen un dolor agudo en el corazón por su
ingratitud y rebelión contra Dios. En cambio, el alma regenerada se duele hasta
el alma por haber hecho caso omiso y haberse opuesto a su gran Benefactor y
legítimo Soberano. Este es el cambio de corazón
que Dios requiere.
“Fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis
sido contristados según Dios..., porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento
para salvación” (2 Cor. 7:9-10). Tal contrición es producida en el corazón por
el Espíritu Santo y tiene a Dios como su objeto. Es dolor por haber despreciado
a un Dios tal, por haberse rebelado contra su autoridad y haber sido
indiferente hacia su gloria. Es esto lo que causa que lloremos “amargamente”
(Mat. 26:75). El que no se ha entristecido por el pecado siente placer en él.
Dios requiere que
“aflijamos” nuestra alma (Lev. 16:29). Su llamado es:
“Convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad
vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios;
porque misericordioso es y clemente” (Joel 2:12-13). Solo esa aflicción por el pecado
es auténtica causando que crucifiquemos “la carne con sus pasiones y deseos” (Gál.
5:24).
3. Confesión de pecado. “El que encubre sus pecados no
prosperará” (Prov. 28:13). Es “segunda naturaleza” del pecador negar sus
pecados, directa o indirectamente, restarles importancia o excusarlos. Eso
hicieron Adán y Eva en el principio. Pero cuando el Espíritu Santo obra en un alma,
sus pecados son expuestos a la luz, y él, a su vez, los reconoce ante Dios. No
hay alivio para el corazón quebrantado hasta que lo hace: “Mientras callé, se
envejecieron mis huesos. En mi gemir todo el día.
Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se
volvió mi verdor en sequedades de verano” (Sal. 32:3-4). Reconocer francamente
y con corazón contrito nuestros pecados es imperativo si hemos de mantener en paz
nuestra conciencia. Este es el cambio de actitud
que Dios requiere.
4. Dejar definitivamente el pecado. “Seguramente no habrá
nadie aquí tan aturdido por el láudano de una indiferencia infernal como para imaginar
que puede deleitarse en sus lascivias y después usar las vestiduras blancas de
los redimidos en el Paraíso. Si se imaginan ustedes que pueden ser partícipes
de la sangre de Cristo, y a la vez beber de la copa de Belial; si se imaginan
que pueden ser miembros de Satanás y a la vez miembros de Cristo, tienen menos
inteligencia de la que parecen tener. No, ustedes saben que la mano derecha tiene
que ser amputada y el ojo derecho arrancado —que tienen que renunciar a los
pecados más queridos— si van a entrar en el reino de Dios”.
El Nuevo Testamento usa tres palabras griegas para presentar
diferentes fases del arrepentimiento:
Primero, metanoeo, que significa “un cambio en la manera de pensar” (Mat. 3:2; Mar. 1:15, etc.).
Segundo, metanolomai, que significa “un cambio en la manera de sentir” (Mat. 21:29, 32; Heb. 7:21).
Tercero, metanoia, que significa “un cambio en la manera de vivir” (Mat. 3:8; 9:13; Hch. 20:21).
Tienen
que darse los tres para que haya un arrepentimiento auténtico. Muchos
experimentan un cambio en su manera de pensar: son educados y saben la
diferencia entre el bien y el mal, pero siguen desobedeciendo a Dios. Algunos
hasta se sienten inquietos o les remuerde la conciencia, pero siguen en pecado.
Algunos se reforman, pero no por amor a Dios y aborrecimiento por el pecado. Tienen que darse los tres.
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los
confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). El que no lo
anhela de todo corazón y deja, cada vez más, sus malos caminos en su diario
vivir, no se ha arrepentido. Si yo realmente aborrezco el pecado y me duelo por
él, ¿acaso no lo abandonaré? ¡Fíjese cuidadosamente en la frase “en otro tiempo” de Efesios 2:2 y el “éramos” de Tito 3:3! “Deje el impío su
camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual
tendrá de él misericordia” (Isa. 55:7). Este es el cambio en la manera de vivir que Dios requiere.
5. Acompañado de restitución donde es necesario y posible.
Ningún arrepentimiento puede ser auténtico si no va acompañado por una transformación
total de la vida. La oración del alma auténticamente arrepentida es: “Crea en
mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal.
51:10). Y cuando uno realmente anhela estar bien con Dios, anhela estarlo también
con sus prójimos. Aquel que en su vida pasada ha agraviado a alguien, y ahora
no hace todo lo que esté dentro de su alcance para reparar el mal que hizo,
¡por cierto no se ha arrepentido! John G. Paton cuenta cómo después de que
cierto sirviente se convirtió, ¡lo primero que hizo fue devolverle a su amo
todos los artículos que le había robado!
6. Estos frutos son
permanentes. Porque el verdadero arrepentimiento va precedido por una
comprensión de la hermosura y excelencia del carácter divino y una aprehensión por
lo extremadamente grave del pecado de haber tratado con desprecio a un Ser tan
infinitamente glorioso, la contrición y el aborrecimiento hacia toda impiedad
permanecen. Al ir creciendo en la gracia y en el conocimiento del Señor, y de
nuestra deuda y responsabilidades para con él, nuestro arrepentimiento se
profundiza, nos juzgamos a nosotros mismos más a fondo, y asumimos un lugar
cada vez más bajo ante él. Cuanta más sed tiene el corazón por un andar más íntimo
con Dios, más descartaremos todo lo que lo impide.
7. No obstante, el arrepentimiento nunca es perfecto en esta
vida.
Nuestra fe nunca es tan completa como para llegar al punto
en que el corazón ya no es acosado por las dudas. Y nuestro arrepentimiento
nunca es tan puro como para estar totalmente libre de la dureza del corazón. El
arrepentimiento es un acto de por vida. Tenemos que orar diariamente pidiendo
un arrepentimiento más profundo.
En vista de todo lo dicho, confiamos que ahora le sea muy
claro a todo lector imparcial de que aquellos predicadores que repudian el arrepentimiento
son, para las almas perdidas, “médicos que no valen nada”. Los que omiten de su
predicación el arrepentimiento están predicando “un evangelio diferente” (Gál.
1:6) que el que Cristo (Marc. 1:15; 6:12) y sus apóstoles (Hch. 17:30; 20:21)
proclamaron. El arrepentimiento es una responsabilidad evangélica, aunque no se
puede confiar en ella porque no contribuye nada para salvación. Los que nunca se
han arrepentido siguen estando engañados por el diablo (2 Tim. 2:25 26) y están atesorando para sí ira para el día de ira (Rom.
2:4-5).
“Si, por lo tanto, los pecadores han de tomar el camino más
sabio a fin de ser más aptos para el uso de los medios de gracia, tienen que
procurar seguir los designios de Dios y las influencias del Espíritu, y
esforzarse por ver y sentir su estado pecaminoso, culpable y perdido. Para este
fin tienen que renunciar a las malas compañías, desistir de sus pasatiempos desmedidamente
mundanos, abandonar todo lo que tiende a mantenerlos en pecado y que apaga las
acciones del Espíritu, y hacia estos fines tienen que leer, meditar y orar; comparándose
con la Ley santa de Dios, tratando de verse a sí mismos como Dios los ve, y
emitirse el mismo juicio que él les emite, a fin de estar capacitados para
aprobar de la Ley y admirar la gracia del evangelio, de juzgarse a sí mismos y apelar
humildemente a la gracia de Dios a través de Jesucristo para todas las cosas, y
por medio de él, volver a Dios”.
Un resumen de lo antedicho puede ser provechoso para
algunos:
1. El arrepentimiento
es una responsabilidad evangélica, y ningún predicador merece ser considerado
siervo de Cristo si guarda silencio sobre el tema (Luc. 24:47).
2. El arrepentimiento es requerido por Dios en esta dispensación
(Hch. 17:30) al igual que en todas las anteriores.
3. El arrepentimiento de ninguna manera constituye un mérito, no
obstante, sin él no se puede creer para salvación (Mat. 21:32; Mar. 1:15).
4.
El arrepentimiento es una comprensión dada por el Espíritu de lo extremadamente
grave del pecado y de ponerse del lado de Dios y en contra de sí mismo.
5. El arrepentimiento presupone una aprobación total de la Ley de
Dios y un consentimiento pleno de sus requerimientos justos, los cuales se
resumen todos en: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...”
6.
El arrepentimiento va acompañado de un auténtico aborrecimiento y dolor por el
pecado.
7.
El arrepentimiento se evidencia por la renuncia al pecado.
8. El arrepentimiento se reconoce por su permanencia, tiene
que haber un rechazo continuo del pecado y dolor por él cada vez que uno cae.
9. El arrepentimiento, aunque permanente, nunca es completo ni
perfecto en esta vida.
10. El
arrepentimiento debe buscarse como un don de Cristo (Hch. 5:31).
Arthur
W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia; autor de The Sovereignty
of God (La soberanía de Dios), Studies in the
Scriptures (Estudios en las Escrituras) y muchos más; nacido en Nottingham, Inglaterra.
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