Mateo 6:1 Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de
vuestro Padre que está en los cielos.
En
el capítulo 6 Jesús sigue explicando la justicia que es mayor que la de los
escribas y fariseos. Jesús les acusa de hipocresía (Mat_23:1-39) en su servicio
a Dios. Debemos escuchar con atención tales advertencias. El primer versículo de este
capítulo es el leit-motiv del
mismo.
Mat_6:1-18
se dirige al propósito de
servir y adorar a Dios. ¿Qué nos mueve? ¿Por qué servimos a Dios? ¿Para ser
vistos de los hombres?
Jesús
siempre tenía que enseñar sobre la cuestión del propósito de servir a Dios. En seguida, nuestro Señor advirtió contra la
hipocresía y la simulación exterior en los deberes religiosos. Lo que hay que
hacer, debemos hacerlo a partir de un principio interior de ser aprobados por
Dios, no la búsqueda del elogio de los hombres. En estos versículos se nos
advierte contra la hipocresía de dar limosna. Atención a esto. Es pecado sutil;
y la vanagloria se infiltra en lo que hacemos, antes de darnos cuenta. Pero el
deber no es menos necesario ni menos excelente porque los hipócritas abusan de
él para servir a su orgullo. La condena que Cristo dicta parece primero una
promesa, pero es su recompensa; no es la recompensa que promete Dios a
los que hacen el bien, sino la recompensa que los hipócritas se prometen a sí
mismos, y pobre recompensa es; ellos lo hicieron para ser vistos por los
hombres, y son vistos por los hombres. Cuando menos notamos nuestras buenas
obras, Dios las nota más. Él te recompensará; no como amo que da a su siervo lo
que se gana, y nada más, sino como Padre que da abundantemente a su hijo lo que
le sirve.
Continuamente estaba rodeado de
multitudes, pero ¿por qué le buscaban? ¿Para obtener panes y peces? ¿Con
propósito político? ¿Por curiosidad? ¿Cuántos de los que le seguían eran
sinceros? El mismo problema existe hoy en día. ¿Por qué asiste la gente a
alguna iglesia? ¿Con fines sociales? ¿Para divertirse? ¿Porque les gusta a
ellos los miembros o el predicador? ¿Habrá ventajas económicas? ¿Para agradar a
la familia? ¿Para apaciguar la conciencia? ¿Para adorar a Dios en espíritu y en
verdad?
La
Biblia no solamente nos enseña lo que debemos hacer, sino también nos enseña
los propósitos y las motivaciones con los cuales debemos obedecer. Si no obedecemos con propósito correcto,
nuestra obediencia no es aceptable a Dios.
Por lo
tanto, debemos examinarnos con cuidado (2Co_13:5), porque no basta con ofrecer
el servicio y culto a Dios que son correctos en cuanto a forma, sino que
también debemos servir y adorar a Dios con corazón limpio (Mat_5:8; Jua_4:24).
Mat_5:16,
"Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos".
Alumbramos nuestra luz cuando hacemos buenas obras. La gente se da cuenta de lo
que hacemos, pero el propósito nuestro es para que Dios sea glorificado.
Pero el
propósito de los hipócritas era distinto. Aunque profesaban ofrecer servicio a
Dios, en realidad querían obtener
gloria para si mismos, y no para Dios. En esto eran falsos
("hipócritas"). Querían llamar la atención de la gente a su acto de
dar a los pobres, que la gente se diera cuenta de la generosidad de ellos.
Querían ser "alabados" por la gente (que la gente dijera, "¡Qué
generosos y piadosos son estos hombres!"). La recompensa que buscaban era el honor, la admiración y la alabanza de la gente.
Profesaban servir a Dios, pero no buscaban la aprobación de Dios.
Jua_5:44,
"¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y
no buscáis la gloria que viene del Dios único". Este texto describe
perfectamente la actitud de los "hipócritas" (Mat_6:2).
Gál_1:10,
Pablo no tenía esa actitud. "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o
el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los
hombres, no sería siervo de Cristo". Es probable que los oponentes de
Pablo le acusaban de querer congraciarse con los hombres, pero Pablo era el
esclavo de Cristo. Dijo, "De aquí en adelante nadie me cause molestias;
porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús" (Gál_6:17). Como
el esclavo llevaba el nombre y el emblema de su dueño grabados en su cuerpo a
hierro candente, así también las cicatrices en el cuerpo de Pablo daban
evidencia viva de sus sufrimientos por Cristo. Era prueba convincente de que
Pablo era el esclavo de Cristo. Siendo tan obviamente el esclavo de Cristo,
¿cómo, pues, podía servir a los hombres y buscar el favor de ellos?
Para los judíos, había tres grandes obras cardinales en
la vida religiosa, tres grandes pilares sobre los que se asentaba una vida
buena: La limosna, la oración y el
ayuno. Jesús no lo habría discutido ni por un momento; lo que Le
desazonaba era que tan a menudo en la vida humana las cosas más auténticas se
hacen por motivos falsos.
Lo que parece
extraño es que estas tres grandes buenas obras cardinales se presten tan
fácilmente a los motivos erróneos. Jesús advertía que, cuando estas cosas se
hacen con la única intención de dar gloria al agente, pierden con mucho la
parte más importante de su valor. Puede que una persona dé limosna, no
realmente para ayudar a la persona a que se la da, sino simplemente para
demostrar su propia generosidad, y para refocilarse al calorcillo del
agradecimiento de alguno y de la alabanza de muchos. Puede que una persona haga
oración de tal manera que su oración no vaya dirigida realmente a Dios, sino a
sus semejantes. El hacer oración era simplemente un intento de demostrar su
piedad excepcional de manera que nadie dejara de darse cuenta. Puede que una
persona ayune, no realmente para el bien de su alma, ni para humillarse delante
de Dios, sino simplemente para mostrarle al mundo lo espléndidamente
disciplinada y sacrificada que se es. Puede que una persona haga buenas obras
simplemente para ganarse las alabanzas de la gente, para aumentar su propio
prestigio y para mostrarle al mundo lo buena que es.
Según lo veía Jesús, no hay duda de que esa clase de
cosas reciben una cierta clase de recompensa. Tres veces usa Jesús la frase:
" De cierto os digo que ya tienen su recompensa»
(Mateo
6:2, 5, 16). Sería mejor traducirla: «Ya han recibido su paga completa.» La palabra
que se usa en el original es el verbo apejein,
que era el término técnico comercial y contable para recibir un pago en
total. Era la palabra que se usaba en los recibos. Por ejemplo, un hombre firma
el recibo que le da a otro: "He recibido (apejó) de ti el pago del alquiler de la almazara.» Un publicano
da un recibo que pone: "He recibido (apejó)
de ti el impuesto debido.» Un hombre vende un esclavo y da un recibo que
dice: «He recibido (apejó) el
precio total que se me debía.»
Lo que Jesús está diciendo es lo siguiente: "Si das
limosna para hacer gala de tu propia generosidad, recibirás la admiración de la
gente -pero eso será todo lo que recibas nunca. Eso será tu paga en total. Si
haces oración de tal manera que despliegas tu piedad a la vista de la gente,
ganarás una reputación de ser una persona extremadamente devota -pero eso será
todo lo que recibas nunca. Si ayunas de tal manera que todo el mundo sepa que
estás ayunando, se te conocerá como una persona extremadamente abstemia y
ascética - pero eso será todo lo que recibas nunca.» Jesús está diciendo:
" Si todo lo que te propones es conseguir las recompensas del mundo, no
cabe duda de que las conseguirás -pero no debes esperar las recompensas que
sólo Dios puede dar.» Y sería un tipo lastimosamente miope el que se aferrara a
las recompensas del tiempo, y dejara escapar las de la eternidad.
Cuando estudiamos los versículos iniciales de Mateo 6, nos enfrentamos
inmediatamente con una cuestión de lo más importante: ¿Qué lugar tiene la
motivación de la recompensa en la vida cristiana? Tres veces en esta sección,
Jesús dice que Dios recompensa a los que Le han prestado la clase de servicio
que Él desea (Mat_6:4; Mat_6:6; Mat_6:18).
Esta cuestión es tan importante que haremos bien en detenernos a
examinarla antes de iniciar nuestro estudio del capítulo en detalle.
Se afirma muy a menudo que la motivación de la recompensa
no tiene absolutamente ningún lugar en la vida cristiana. Se mantiene que
debemos ser buenos por ser buenos; que la virtud es su propia recompensa, y que
hay que desterrar de la vida cristiana la misma idea de la recompensa. Hubo un
antiguo santo que solía decir que quería apagar todos los fuegos del infierno
con agua, y abrasar todos los gozos del cielo con fuego, para que la gente
buscara la bondad solamente por amor a la bondad misma, para que la idea de
recompensa y castigo fuera eliminada totalmente de la vida.
Sin duda esta es la expresión de una gran nobleza
espiritual. Sin embargo, Jesús no Se retrajo de hablar de las recompensas de
Dios, como ya hemos visto que lo hace por tres veces en este pasaje. El dar
limosna, el hacer oración y el ayunar como es debido, Jesús nos asegura que no
quedarán sin su recompensa correspondiente.
Tampoco es este un ejemplo aislado de la idea de la
recompensa en la enseñanza de Jesús. Dice a los que sufran lealmente la
persecución y el insulto sin amargura, que su recompensa será grande en el
Cielo (Mat_5:12 ). Dice que el
que le dé a uno de Sus pequeñitos un vaso de agua fresca por cuanto es
discípulo, no quedará sin su recompensa (Mat_10:42
). La enseñanza de la Parábola de los Talentos es, por lo menos en
parte, que el servicio fiel recibirá la recompensa correspondiente (Mat_25:14-30 ). En la Parábola del
Juicio Final, la enseñanza obvia es que hay recompensa y castigo para nuestra
reacción a las necesidades de nuestros semejantes (Mat_25:31-46 ). Está suficientemente claro que Jesús no dudó de
hablar en términos de recompensa y castigo. Y bien pudiera ser que tendríamos
que tener más cuidado con intentar ser más espirituales que el mismo Jesús en
esto de las recompensas. Hay ciertos Hechos innegables que no debemos olvidar,
y sí debemos tener en cuenta.
Es una regla indiscutible de la vida que
cualquier acción que no produce ningún resultado es fútil y sin sentido. Una
bondad que no tuviera ningún fruto carecería de sentido. Como se ha dicho muy
bien: «A menos que algo sirva para algo, no sirve para nada.» A menos que la
vida cristiana tenga un propósito y una meta que valga la pena obtener, se
convierte en un despropósito. El que cree en el Evangelio y en sus promesas no
puede creer que la bondad no tenga resultados más allá de sí misma.
El desterrar todas las recompensas y castigos
de la vida espiritual sería decir que la injusticia tiene la última palabra. No
se puede mantener razonablemente que el bueno y el malo acaben igual. Eso sería
tanto como decir que a Dios no Le importa si somos buenos o no. Querría decir,
para decirlo crudamente, que no tiene sentido ser bueno, y no habría razón para
vivir de una manera en vez de otra. El eliminar todas las recompensas y los
castigos sería tanto como decir que en Dios no hay ni justicia ni amor.
Las recompensas y los castigos son necesarios para darle
sentido a la vida. Si no los hubiera, la lucha -¡y no se diga el sufrimiento!-
por el bien, se los llevaría el viento.
El concepto cristiano de la recompensa
Habiendo llegado hasta aquí con la idea de la recompensa
en la vida cristiana, hay ciertas cosas acerca de ella que debemos tener
claras.
Cuando Jesús hablaba de recompensas,
definitivamente no estaba pensando en términos de recompensas materiales. Es
indudablemente cierto que, en el Antiguo Testamento, las ideas de bondad y de
prosperidad material están íntimamente relacionadas. Si una persona prosperaba,
si sus campos eran fértiles y sus cosechas abundantes, si tenía muchos hijos y
mucha fortuna, eso se tomaba como una prueba de que era una buena persona.
Ese es precisamente el problema que subyace en el Libro de Job. Job se encuentra en
desgracia; sus amigos vienen a convencerle de que esa desgracia tiene que ser
el resultado de su pecado, acusación que Job niega vehementemente. «Piensa
ahora -le dice Elifaz-: ¿quién, siendo inocente, se ha perdido nunca? ¿Desde
cuándo son los rectos los que desaparecen?» (Job_4:7 ). "Si fueras puro y recto -decía Bildad-, seguro
que Él velaría por ti, y te recompensaría con una posición justa» (Job_8:6). «Porque tú dices: Mi
doctrina es ortodoxa, y soy limpio a los ojos de Dios -decía Zofar-. ¡Ojalá que
Dios hablara, y te dirigiera la palabra!» (Job_11:4). La misma idea que quería contradecir el Libro de Job era la de que la bondad
y la prosperidad material van siempre de la mano.
«Joven fui, y he envejecido decía el salmista-, y no he
visto a ningún justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan» (Sal_37:25). «Caerán a tu lado mil, y
diez mil a tu diestra -decía el salmista-; pero a ti no llegarán. Ciertamente,
con tus propios ojos mirarás y verás la retribución de los impíos. Como has
dicho al Señor: ¡Tú eres mi esperanza!, y has hecho que el Altísimo sea tu
residencia permanente, no te sobrevendrá ningún mal, ni ninguna plaga se
acercará a tu morada» (Sal_91:7-10). Estas
son cosas que Jesús no habría dicho. No era la prosperidad material lo que
Jesús prometía a Sus seguidores. De hecho les prometía pruebas y tribulaciones,
sufrimiento, persecución y muerte. Seguro que Jesús no estaba pensando en
recompensas materiales.
Lo
segundo que tenemos que recordar es que la recompensa más elevada nunca se le
da al que la está buscando. Si uno está
siempre buscando una recompensa, siempre contabilizando lo que cree haberse
ganado y merecer, se perderá la recompensa
que busca. Y se la perderá porque ve a Dios y la vida equivocadamente. El que
siempre está calculando su recompensa, piensa en Dios como un juez, o como un
contable, sobre todo piensa en la vicia en términos de ley. Está y pensando
en hacer tanto y ganar tanto. Está pensando en la vida en términos de debe y
haber. Está pensando presentarle a Dios
una cuenta, y decirle: «Todo esto he hecho yo. Reclamo mi recompensa.»
El error básico de este punto de vista es que concibe la
vida en términos de ley en vez de amor.
Si amamos profunda y entrañablemente a una persona, con humildad y sin
egoísmo, estaremos completamente seguros de que, aunque le diéramos a esa
persona todo el universo, aún estaríamos en deuda; lo último que se le
ocurriría pensar sería que se había ganado una recompensa. Si uno tiene el
punto de vista legal de la
vida, puede que no haga más que pensar en la recompensa que se ha ganado; pero
si uno tiene el punto de vista del amor,
la idea de la recompensa no se le pasará nunca por la cabeza.
La gran paradoja de la recompensa cristiana es esta: la
persona que anda buscando una retribución, y que calcula lo que se le debe, no
lo recibe; la persona cuya única motivación es la del amor, y que nunca piensa
haber merecido ninguna recompensa, es la que la recibe. Lo curioso es que la
recompensa es al mismo tiempo el subproducto y el fin último de la vida
cristiana.
Ahora debemos pasar a preguntar: ¿Cuáles son las
recompensas de la vida cristiana?
Empezaremos señalando una verdad básica y
general. Ya hemos visto que Jesucristo no piensa en términos de recompensa
material en absoluto. Las recompensas de la vida cristiana son
recompensas solamente para una persona que tenga mentalidad espiritual. Para una persona de mentalidad
materialista no serían recompensas de ninguna clase. Las recompensas cristianas
son recompensas sólo para los cristianos.
La
primera de las recompensas cristianas es la
propia satisfacción. El hacer lo que
es debido, la obediencia a Jesucristo, el seguir Su camino, cualesquiera otras
cosas pueda aportar, siempre produce satisfacción. Bien puede ser que, si una
persona hace lo que es debido, y obedece a Jesucristo, pierda su fortuna y su
posición, acabe en la cárcel o en el patíbulo, y no coseche más que
impopularidad, soledad y descrédito; pero todavía poseerá esa íntima
satisfacción, que vale más que todo lo demás. A esto no se le puede poner
precio; no se puede evaluar en términos de riqueza terrenal, pero no hay nada
como ello en todo el mundo. Aporta ese contentamiento que es la corona de la
vida.
La primera recompensa cristiana es la satisfacción que no
hay dinero en todo el mundo que pueda comprar.
La
segunda recompensa de la vida cristiana es más trabajo todavía que hacer. Una paradoja de la idea cristiana de la recompensa es que una
labor bien hecha no trae descanso y comodidad y facilidades; trae todavía
mayores demandas y esfuerzos más intensos. En la Parábola de los Talentos, la
recompensa de los servidores fieles fue una responsabilidad todavía mayor (Mat_25:14-30 ). Cuando un maestro tiene
un estudiante realmente brillante y capaz, no le exime de trabajo; le da más
trabajo que a ningún otro. Al joven músico brillante se le dan a dominar piezas
de música, no más fáciles, sino más difíciles. Al jugador que ha hecho un buen
papel en el segundo equipo, no se le pasa al tercero, donde se podría pasear
por el partido sin sudar; se le pasa al primer equipo, donde tiene que poner en
juego todo lo que tiene. Los judíos tenían un curioso dicho. Decían que un
maestro sabio tratará al alumno «como a un buey joven al que se le aumenta la
carga todos los días.» La recompensa cristiana es al revés que la del mundo. La
recompensa del mundo sería ponérselo a uno más fácil; la recompensa del
cristiano consiste en que Dios le pone sobre los hombros más cosas que hacer
por El y por sus semejantes. Cuanto más duro el trabajo que se nos dé, mayor
debemos considerar que ha sido la recompensa.
La tercera y última recompensa cristiana es lo
que se ha llamado a través de las edades la
visión de Dios. Para una persona mundana, que no Le ha dedicado a Dios
ningún pensamiento nunca, el enfrentarse con Dios es un terror y no un gozo. Si
uno sigue su propio camino, alejándose cada vez más de Dios, la sima entre él y
Dios se va haciendo cada vez mayor, hasta que Dios se convierte en un extraño a
Quien se quiere sólo evitar. Pero si una persona ha buscado toda su vida
caminar con Dios, si ha buscado obedecer a su Señor, si la bondad ha sido la
búsqueda de todos sus días, entonces ha estado acercándose más y más a Dios toda
la vida, hasta que por fin pasa a la presencia más íntima de Dios, sin temor y
con gozo radiante -y ésa es la mayor recompensa de todas.
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