-Ojalá en nuestras
congregaciones se predicara como lo hacían antaño estos hombres de Dios. ¿Qué
ocurre? ¿Qué tanta doctrina ligth?-
John Gill (1697-1771)
PRIMERO. EL OBJETO DEL ARREPENTIMIENTO ES EL
PECADO.
Por lo tanto, se denomina “arrepentimiento de obras muertas”
(Heb. 6:1), lo cual son los pecados. De esto, la sangre de Cristo limpia la
conciencia del pecador arrepentido y le da paz y perdón (Heb. 9:14). Y:
(1)
Primero, es necesario
arrepentirse no solo de los pecados más terribles, sino también de los más
pequeños. Existen diferencias en los pecados. Algunos son mayores, otros menores
(Juan 19:11). De ambos hay que arrepentirse. Los pecados contra la primera y la
segunda tabla de la Ley: pecados más directamente contra Dios, y pecados contra
los hombres.
Algunos contra los hombres son más atroces y enormes que
otros, al igual que los que son contra Dios, como ser: adorar a los demonios e
ídolos de oro y plata, etc., y homicidios, brujerías, fornicaciones y robos… Y
no solo eso, sino también de pecados menores
hay que arrepentirse, hasta de los pensamientos
pecaminosos, porque “el pensamiento del necio es pecado” (Prov. 24:9)… El
pecador tiene que arrepentirse de sus pensamientos y apartarse de ellos, tal
como el impío de sus caminos, y volverse al Señor.
No solo hay que arrepentirse de pensamientos impuros,
soberbios, maliciosos, envidiosos y vengativos, sino aun de los pensamientos
que buscan justificación1 ante Dios sobre la base de la justicia del hombre, a
lo cual puede estar refiriéndose el texto (Isa. 55:7).
(2)
Segundo, es necesario
arrepentirse no solo de los pecados públicos sino también de los privados.
Algunos pecados son cometidos de un modo muy público, a la luz de día, y todos
los conocen. Otros son más secretos.
El verdadero pecador sensible de sus pecados… se arrepiente de ellos con todo
su ser, hasta de los pecados desconocidos por todos, excepto Dios y su propia
alma. Esto es una prueba de la autenticidad de su arrepentimiento.
(3)
Tercero, existen pecados de
omisión al igual que de comisión de los cuales hay que arrepentirse. Cuando
alguien excluye las cuestiones más importantes de la fe y solo se ocupa de las
menores, cuando debió haber hecho lo primero sin haber dejado de hacer lo
segundo; y debido a que Dios perdona ambos
(Isa. 43:22-25), de ambos hay que
arrepentirse.
Sentir su gracia perdonadora impulsará al pecador sensato a
hacerlo.
(4)
Cuarto, existen pecados que
son cometidos en el culto más solemne, serio, religioso y santo del pueblo de
Dios, de los cuales hay que arrepentirse. No existe justo que haga lo bueno y
que no peque en eso bueno que hace. Hay no solo una imperfección, sino una
impureza en la mejor rectitud y justicia de los santos las cuales son sus
propias acciones y por lo tanto se las llama “trapo de inmundicia” (Isa. 64:6)…
(5)
Quinto, existen pecados del
diario vivir de los cuales hay que arrepentirse. Nadie vive sin pecado. Aun el
mejor de los hombres los comete cotidianamente. Todos ofendemos de muchas
maneras, y también en todas las cosas. Así como necesitamos orar y somos
guiados a orar diariamente pidiendo el perdón de los pecados, necesitamos
arrepentirnos de ellos diariamente… Tiene que ser algo practicado continuamente
por los creyentes, debido a que pecan continuamente contra Dios con el pensamiento,
las palabras y las acciones.
(6)
Sexto, no solo hay que
arrepentirse de pecados reales y transgresiones del pensamiento, las palabras y
las acciones, sino también del pecado Original que mora en nosotros. Por eso David, cuando
cometió pecados terribles y fue llevado a un auténtico sentimiento de sincero arrepentimiento por ellos, no solo los confesó en el salmo
de arrepentimiento que escribió en esa ocasión, sino que fue guiado a notar,
reconocer y lamentarse de la corrupción original de su naturaleza. De esto se
originaban todas sus acciones pecaminosas: “He aquí, en maldad he sido formado”
(Sal. 51:5)…
Ahora bien, cuando un pecador sensible confiesa, lamenta y
sufre por la corrupción original de su naturaleza y del pecado que mora en él,
es una indicación clara de que su arrepentimiento es auténtico y sincero…
EN
SEGUNDO LUGAR, EL TEMA DEL ARREPENTIMIENTO GIRA
ALREDEDOR
DE LOS PECADORES Y SOLO TALES.
Adán, en un estado de inocencia, no estaba sujeto al
arrepentimiento. No habiendo pecado, no tenía ningún pecado del cual arrepentirse.
Los tales, que en su propia opinión son perfectamente justos y sin pecado, no
necesitan arrepentirse.
Por lo tanto, Cristo dice: “No he venido a llamar a justos,
sino a pecadores,
al arrepentimiento” (Mat. 9:13; Luc. 15:7). Ahora bien:
(1) Todos los hombres son pecadores, todos descendientes de
Adán. Toda su posteridad, estando seminalmente en
él y representada por él cuando pecó, peca en él. A todos les
es imputado su pecado y de él derivan
una naturaleza corrupta. Por lo tanto, son transgresores desde la matriz y son todos
culpables de pecados y transgresiones concretos. Por lo tanto, todos necesitan arrepentirse, aun los que se
creen que son justos y desprecian a los demás como menos santos que ellos
mismos. Estos creen que no necesitan arrepentirse, pero sí necesitan hacerlo. Y
no solo ellos, sino los que son justos en el mejor sentido de la palabra
necesitan arrepentirse cotidianamente, dado que continuamente pecan en todo lo
que hacen.
(2) Los hombres de todas las naciones, judíos y gentiles, deben
arrepentirse. Todos
pecan, se encuentran bajo el poder del
pecado, son culpables de él y por él les corresponde ser castigados. Dios mandó
“a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hch. 17:30).
Durante el tiempo de Juan el Bautista y de nuestro Señor
sobre la tierra, la doctrina del arrepentimiento era predicada solo a los
judíos. Pero después de su resurrección, Cristo instruyó y ordenó a sus
apóstoles “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc. 24:47). En consecuencia,
los apóstoles primero exhortaron a los judíos y luego a los gentiles que se
arrepintieran. Y particularmente el apóstol Pablo testificó “a judíos y a
gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios”, al igual que “de la fe en
nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21).
(3) Los hombres son el tema del arrepentimiento solo en la vida
presente. Cuando esta vida se acabe, acaba la dispensación del evangelio, y cuando
Cristo vuelva, la puerta del arrepentimiento, al igual que la de la fe, se
cerrará. No se encontrará ningún lugar para hacerlo, ninguna oportunidad,
ningún medio, ni nadie capaz de hacerlo. En cuanto a los santos en el cielo, no
lo necesitan, ya que están completamente sin pecado.
En cuanto a los impíos en el infierno, se encuentran en
total desamparo y sin la capacidad de arrepentirse para vida… porque aunque
allí hay llanto y lamentos, no hay arrepentimiento. Es por eso que el rico en
el infierno estaba tan ansioso de que Lázaro fuera enviado a sus hermanos en
vida, con la esperanza de que se arrepentirían si alguien ya muerto les llegara
para advertirles acerca del lugar de tormento. Él sabía que nunca lo harían, si
no en la vida presente, antes de llegar al lugar donde él estaba.
Por lo tanto, el arrepentimiento no debe dejarse para
mañana.
John
Gill (1697-1771): Pastor, teólogo y erudito bíblico bautista; nacido en
Kettering, Northamptonshire, Inglaterra.
Justificación – La justificación es
un acto de la gracia de Dios, por la cual perdona todos nuestros pecados y nos
acepta como justos delante de él solo por la justicia de Cristo imputada a
nosotros y recibida solo por fe (Catecismo de Spurgeon, P 32).
Sensible
–
vivificado; consciente intelectual o emocionalmente; consciente.
Pecado original – Lo pecaminoso del
estado en que cayó el hombre consiste de la culpabilidad del primer pecado de
Adán, la falta de justicia original y la corrupción de toda su naturaleza,
comúnmente denominada pecado original, junto con todas las transgresiones
concretas que proceden de ella (Catecismo de Spurgeon P 17).
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