Apocalipsis 3; 20
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.
Podíamos
parafrasear este versículo: He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno (de los cristianos de Laodicea) oye mi voz
(que dice, arrepiéntete) y abre la puerta (de su corazón que ha sido cerrada
por la indiferencia), entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (en comunión
íntima)". La tibieza espiritual expulsa a Cristo del corazón y rompe la
comunión con El. El arrepentimiento y el celo le hacen volver a entrar en el
corazón, y se establece de nuevo la comunión.
La llamada a la conversión en la carta a Laodicea
va seguida de unas palabras de solicitación amorosa. Con personas tan seguras
de sí y tan convencidas de su propia justicia se alcanza más con un ruego
amoroso que con una orden imperiosa. Así ruega el Señor como uno que,
hallándose con la puerta cerrada, pide que se le deje entrar de nuevo en
Laodicea, después que de antemano había en cierto modo excusado como expresión
de su amor especial la gran dureza con que había debido tratarlos; en efecto,
con un amor indulgente y condescendiente no se presta el menor servicio; en todo
caso, Dios corrige y castiga a los que ama. La cena que el Señor piensa
celebrar cuando logre entrar de nuevo volverá a sellar la amistad que había
sido traicionada.
El mismo que es “la
puerta,” y nos manda que “llamemos,” para que se nos abra, debe llamar primero Él mismo a la puerta de nuestro
corazón. Si Él no llamara primero, nosotros nunca llamaríamos a la puerta de Él.
Santiago 1; 21
Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo
resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa
para salvar vuestras almas.
La frase "por lo cual" se refiere a la imposibilidad de
obrar la justicia de Dios mientras que uno tiene ira contra la enseñanza de la
Biblia. Deshaciéndose del pecado en su vida, el cristiano entonces tendrá una
actitud apropiada hacia la Palabra de Dios, y podrá obrar la justicia de Dios.
La frase "toda inmundicia" se refiere a toda forma, o todo
caso, de lo que es moralmente sucio. Enfatiza el estado de corazón en que hay
exceso de vicio en uno, o sea más que lo normal en los hombres. Claro es que
toda medida de malicia debe ser quitada, pero Santiago en esta forma apunta a
una condición actual, cuanto menos en algunos, de haber mucha, mucha, malicia o
vicio. Para poder recibir la Palabra de Dios salvadora, es preciso eliminar
todo vestigio de pecado, y perfeccionar la santificación (2Co_7:1, Heb_12:14).
Hoy en día es común disminuir la seriedad del pecado, o atribuyendo
todo crimen y maldad a "enfermedades", o pasando la responsabilidad
de los malos hechos a otros, a la herencia, o a la sociedad en general, en
lugar de al individuo mismo. De esta manera no se hace el pecado
"sobremanera pecaminoso" (Romanos 7:13), sino acepto como cosa
natural, o cuando menos no reprehensible.
Recibir es la antítesis de desechar. La actitud correcta en recibir es
la de mansedumbre.
La mansedumbre es característica del reinado del Mesías (Sal_25:9;
Sal_37:9). Es lo opuesto de ira. Muestra actitud de rendirse. El cristiano
sobre todo quiere ser salvo, y por eso se rinde a la Palabra de Dios que puede
hacerle sabio para la salvación (2Ti_3:15). No debemos resentir sus
instrucciones, sus exhortaciones, y sus reprensiones
Nadie nace con la verdad ya implantada en él. La Palabra tiene que ser
recibida antes de poder ser implantada o arraigada (1Co_1:21; Mar_16:15;
Rom_10:17; Hch_15:7).
La Palabra es sembrada, no injertada. Dado que es sembrada, una vez
recibida con mansedumbre, se arraiga en el corazón
Recuérdese que Santiago está enseñando a cristianos, aunque es
igualmente cierto que la Palabra de Dios puede salvar al pecador inconverso de
sus pecados pasados.
Salva almas. El alma es
el hombre interior (2Co_4:16), el verdadero "yo". Pero en este pasaje
se hace referencia a toda la persona (alma, cuerpo y espíritu -- el ser entero,
1Ts_5:23), como en Hch_2:41 y 1Pe_3:20.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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