} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL NUEVO NACIMIENTO

jueves, 2 de agosto de 2018

EL NUEVO NACIMIENTO




B. A. Ramsbottom

   Hace varios años, noté en cierta ocasión algo muy extraño mientras estaba sentado frente a la congregación. ¡El reloj de la capilla andaba al revés! El culto comenzó a las siete, pero para cuando terminamos de cantar el primer himno, el reloj marcaba las siete menos cinco minutos. Y al finalizar la lectura bíblica eran las siete menos quince minutos. Al principio pensé que mis ojos me engañaban, y hasta bajé de la plataforma para averiguar a qué se debía este raro suceso.
Ese reloj había ido marcando las horas en una sola dirección día tras día, semana tras semana, año tras año. Pero ahora, de pronto, comenzó a andar en dirección contraria. Esto me hizo pensar. Eso es lo que vemos ocurrir en la vida de hombres, mujeres y niños: UN CAMBIO COMPLETO. Podemos leer en la Biblia acerca de estos cambios, como el de Manasés y María Magdalena, quienes habían sido tremendamente malvados y cambiaron totalmente.
A veces llamamos a esto conversión: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Esto es obra de Dios, no del hombre; no es sólo pasar a una página nueva, no es tan sólo reformarse, no es meramente abandonar una mala costumbre. El reloj de la capilla volvió a su manera anterior de andar, pero la conversión verdadera nunca se vuelve atrás. En el Día de Pentecostés fueron salvas 3.000 personas, y todas continuaron perseverando en la fe.
Cierta vez un consagrado pastor caminaba por una calle, cuando de pronto le llamó la atención un borracho que estaba tirado a un lado de la calle.
—¡Allí tienes a uno de tus convertidos! —le gritó alguien al pastor.
—Sí, parece que su conversión fue obra mía. ¡Si hubiera sido obra de Dios, no estaría tirado aquí!
La Biblia también habla del nuevo nacimiento, una nueva vida dada por Dios en el corazón. Esto es lo que causa la conversión, el dar un giro total, y emprender una vida nueva. Así que el nuevo nacimiento, conocido como regeneración, debe ser el primer paso. Cuando nace un bebé, comienza a llorar, a sentir hambre y sed, se mueve, etc. Cuando nacemos de nuevo, comenzamos a sentir hambre y sed de Cristo, y nos conducimos de una manera distinta a la de antes.
Dado que esta es totalmente obra de Dios, no importa lo mala que haya sido antes una persona. Hay muchos relatos de personas malvadas cuyo corazón y cuya vida han sido cambiados por la gracia de Dios. Cierta vez un hombre fue a oír predicar a Jorge Whitefield, cargando varias piedras para tirárselas a la cabeza. Según el sermón iba avanzando, las piedras iban cayendo una por una al suelo. (En lugar del hombre romperle la cabeza a Whitefield, Dios le rompió el corazón al hombre.) En otra ocasión un hombre se paró sobre una mesa en un bar para burlarse de la predicación de Whitefield imitándolo; pero mientras predicaba haciendo su imitación, el hombre se bajó de la mesa con el corazón afectado por las palabras que él mismo había dicho, y con una gran tristeza en su alma. Ese hombre se convirtió en un hombre consagrado y en un siervo de Dios.
El Señor Jesús predicó claramente acerca del nuevo nacimiento e insistió que era de vital importancia. No hay nada que pueda sustituirlo. Muchas veces nos dicen en alguna tienda que no tienen lo que necesitamos, pero que tienen algo que es igual a lo que pedimos. Pero para el nuevo nacimiento no hay sustitutos.
Nicodemo, un principal entre los judíos, se acercó secretamente a Jesús de noche.
Externamente era un hombre bueno, un hombre religioso, y se dirigió a Jesús con cortesía. Pero Jesús fue al quid de la cuestión, y le dijo: “Os es necesario nacer de nuevo”. ¡No hay salvación sin esto! En otras palabras, le dijo a Nicodemo que ser religioso y hacer buenas obras no era suficiente. Tu mal radica en tu corazón.
Necesitas un cambio total, completo; necesitas un corazón nuevo, la nueva vida que tan sólo Dios puede dar.
Lo importante en el cambio es la nueva vida. La Biblia lo compara a menudo con la resurrección. Lo que Jesús hizo por la hija de Jairo, por Lázaro y por el hijo de la viuda de Naín, necesitamos que lo haga por nosotros. A veces, al entrar en una casa, notamos hermosos ramos de flores. Pero, al acercarnos, vemos que son artificiales. No tienen vida. No seamos como las flores artificiales.
Cuando recibimos vida, el cambio produce arrepentimiento y, a la vez, creemos.
La Biblia habla mucho acerca del arrepentimiento y de la fe.
Necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados, de nuestra desobediencia y de nuestra rebelión contra Dios. Jesús predicó que “los hombres tienen que arrepentirse”. Juan el Bautista predicó el arrepentimiento, y también los Apóstoles lo predicaron. Vemos claramente que no hay perdón sin arrepentimiento.
¿Qué es arrepentimiento? Es sentir pesadumbre por nuestros pecados y ponerlos en las manos de Dios, apartarnos de ellos completamente; es girar en dirección contraria como aquel reloj. ¡Necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados y confesarlos! Pero, ¿qué beneficio nos puede dar lamentarnos por nuestros pecados y luego seguir cometiéndolos? El cántico infantil tiene mucha razón:
Arrepentirse es renunciar a los pecados antes amados, demostrar con sinceridad que no serán ya practicados.
Recordamos a un viejo rufián, conocido por toda la comarca, que venía a la capilla una vez al año en el día del aniversario. Durante el culto lloraba y se lamentaba, diciendo: “¡Yo sé que aquí es donde debiera estar! ¡Yo sé que aquí es donde debiera estar!” Pero después no volvíamos a verlo por espacio de un año. Llegó un año cuando no apareció; se había quitado la vida. Derramar lágrimas sin abandonar el pecado —eso no es arrepentimiento.

Luego está la fe. No se trata solamente de creer que Jesús vivió, murió y resucitó, sino confiar en él. Tanto el arrepentimiento como la fe son dones impartidos por Dios. Cuando tenemos una conversión auténtica, cuando realmente nacemos de nuevo, renunciamos a cualquier esperanza en nosotros mismos, o a cualquier seguridad derivada de lo que hemos hecho, ¡y confiamos SOLAMENTE en el Señor Jesús!
¡Qué importante es la palabra solamente! En la época de la Reforma, el gran debate entre protestantes y católico romanos era la justificación por la fe. Los católico romanos estaban dispuestos a aceptar la justificación por la fe —siempre y cuando se eliminara la palabra “solamente”. “Tengan cuidado de no excluir la palabra solamente”, fue el consejo recibido por varios pastores que se disponían a debatir a sus opositores.
La fe es personal, y siempre contiene el elemento de confiar. Veamos el caso de Blondín, el famoso equilibrista que ¡podía cruzar las cataratas del Niágara caminando sobre un cuerda extendida sobre las cataratas! Y no sólo eso, ¡podía empujar una carretilla con un hombre en ella en la misma cuerda! ¡Asombroso! Cierta vez hablaba Blondín con un amigo acerca de sus logros, y le preguntó al amigo si creía que él, Blondín, podía empujar a un hombre sobre la cuerda y llegar a salvo. El amigo dijo que sí, pero Blondín insistió queriendo asegurarse de que realmente lo creía.
—No dudo de tu habilidad para cruzar andando sobre la cuerda y de llevar al hombre a salvo —dijo el amigo.
Pero se negó a meterse en la carretilla y dejarse empujar por la cuerda. ¡No confiaba realmente en él!
¡Cuán importante es la obra del Espíritu Santo en el nuevo nacimiento, la cual nos capacita para huir del pecado, acudir a Dios y confiar en el Señor Jesús!
Volvemos a citar a Whitefield. En cierta ocasión se hospedaba en una casa donde lo trataban con gran cortesía y bondad. Pero, lamentablemente, podía ver que sus anfitriones estaban ajenos al nuevo nacimiento. Oró pidiendo orientación sobre cómo encarar la cuestión, y con una sortija de diamantes escribió en el espejo: “UNA COSA TE FALTA”. Dios hizo de estas palabras una bendición.
En una ocasión, por pura curiosidad le preguntaron al Señor Jesús si serían pocos los salvos. Jesús respondió de una manera inesperada diciendo: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”. En otras palabras: ¿Qué de ti? “Una cosa es necesaria” (Lucas 10:42). “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7. “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3, 5).

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