Juan Bunyan
(1628-1688)
HOMBRE SABIO: Hay dos tipos de orgullo: Orgullo del espíritu
y orgullo del cuerpo. Las Escrituras describen así al
primero: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón” (Pr. 16:5). Altivez
de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado” (Pr. 21:4),
“mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu” (Ec. 7:8). Y esto
dicen del orgullo del cuerpo: “Aquel día quitará el Señor el atavío del
calzado, las redecillas, las lunetas, los collares, los pendientes y los
brazaletes, las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo,
los pomitos de olor y los zarcillos, los anillos, y los joyeles de las narices,
las ropas de gala, los mantoncillos, los velos, las bolsas, los espejos, el
lino fino, las gasas y los tocados” (Is. 3:18-23).
Estas expresiones evidencian que hay orgullo del cuerpo
al igual que del espíritu
y que ambos son pecado y, por tanto,
son abominables al Señor.
Pero Hombremalo nunca podía aguantar la lectura de
estos textos. Eran para él como Micaías era para Acab: Nunca hablaban bien de
él, sino mal (1 R. 22:6-18).
ATENTO: Me supongo que Hombremalo no
era el único a quien le disgustaran tanto estos textos que hablan contra sus
vicios porque creo que la mayoría de los pecadores, en lo que a las Escrituras
se refiere, sienten una antipatía secreta por las palabras de Dios que más
clara y plenamente los reprende por sus pecados.
SABIO: Eso es incuestionable. Y con esa antipatía, muestran
que prefieren más al pecado y a Satanás que a las instrucciones sanas de vida y
piedad.
ATENTO: Bueno, pero para no cambiar el tema sobre Hombremalo, dice usted que era orgulloso. Pero,
¿me mostrará usted algunos síntomas de una persona orgullosa?
SABIO: Sí, lo haré. Primero le mostraré algunos síntomas del
orgullo del corazón. El orgullo del corazón se nota por cosas externas, ya que
el orgullo del cuerpo, en general, es una señal de orgullo del corazón porque todos
los gestos orgullosos del cuerpo surgen del orgullo del corazón.
Por eso dice Salomón: “Hay generación cuyos ojos son altivos
y cuyos párpados están levantados en alto” (Pr. 30:13). Y también está “el que
abre demasiado la puerta” (Pr. 17:19). Ahora bien, estos ojos altivos y el
hecho de abrir demasiado la puerta (jactarse) son señales de un corazón
orgulloso porque ambas acciones proceden del corazón. Porque del corazón
procede el orgullo en todas su manifestaciones (Mr. 7:21- 23).
Pero más específicamente:
1. El orgullo del
corazón se descubre por su modo arrogante de andar porque el malo, el
orgulloso, tiene un cuello orgulloso, pies orgullosos, lengua orgullosa que
exaltan su orgullo a cada paso. Lo que los hace parecer altivos es su modo de
hablar altanero y cómo se conducen con arrogancia entre sus prójimos.
2. El corazón orgulloso es perseguidor. “Con arrogancia el
malo persigue al pobre; será atrapado en los artificios que ha ideado” (Sal.
10:2).
3. El hombre que no
ora es un hombre orgulloso (Sal. 10:4).
4. El hombre
contencioso es un hombre orgulloso (Pr. 13:10).
5. El hombre soberbio
es un hombre orgulloso (Sal. 119:51).
6. El hombre que oprime a su prójimo es un hombre orgulloso
(Sal. 119:122).
7. El que no escucha
la Palabra de Dios con reverencia y temor es un hombre orgulloso (Jer. 13:15,
17).
8. Tenga por seguro que el que llama bienaventurado
al orgulloso, es él mismo, un hombre
orgulloso. Todos estos son orgullosos de corazón y así es como se revela su
orgullo (Jer. 43:2; Mal. 3:15).
En cuanto al orgullo del cuerpo ―es
decir, algo de él― es
evidente en todos los casos recién mencionados porque, aunque son calificados como
síntomas del orgullo del corazón, son síntomas que se manifiestan también en el
cuerpo. Conocemos enfermedades que son interiores pero, a menudo, tienen signos
exteriores y visibles, y precisamente por esos signos, el exterior también está
contaminado. Lo mismo sucede con esos signos visibles del corazón que son
también signos de orgullo corporal.
Pasemos a enfocar señales más exteriores. Usar oro, perlas y
ropa costosa, peinados ostentosos, seguir la moda, procurar imitar al soberbio con
su porte, sea ya por el hablar, el aspecto físico, vestidos, acciones u otros
adornos o baratijas infantiles de los que el mundo está lleno en la actualidad.
Todos estos y muchos más son señales de un corazón orgulloso, por lo tanto,
también de orgullo corporal (1 Ti. 2:9; 1 P. 3:3- 5).
Pero Hombremalo no permite de ninguna manera que esto
sea llamado orgullo, sino
más bien prolijidad, atractivo, pulcritud, etc.
Tampoco reconoce que seguir la moda sea más que esto porque no quiere ser considerado
como altanero, diferente y extraño por sus vecinos.
ATENTO: Pero me han dicho que cuando algunos han sido
reprendidos por su orgullo, se han vuelto contra la comunidad de aquellos que les
han reprendido, diciendo: “Médico, ¡sana a tus amigos! Fíjense en los de su
casa, sus hermanos, aun a los más sabios de ustedes, y vean si son inocentes,
aun ustedes que profesan ser de Cristo porque, ¿quiénes son más orgullosos que
ustedes? ¡Ni el diablo mismo!”.
SABIO: Esta respuesta me causa dolor porque tiene mucha
razón. Ésta es exactamente la respuesta que Hombremalo le
da a su esposa cuando ella, como hace a veces, lo reprende por su orgullo.
“Tendremos”, dice, “muchos cambios en la vida ahora ¡porque el diablo se ha
convertido en el que corrige los vicios!”. “Porque no hay pecado más
prevaleciente en el mundo”, cita él, “que el orgullo entre los que profesan a Cristo”.
¿Y quién puede contradecirle? Demos al diablo el mérito que se merece: La cosa
es demasiado evidente como para que alguien pueda negarla. Y no dudo que los
amigos de Hombremalo tienen la
misma respuesta a flor de labios porque pueden percibir y, de hecho, ven el orgullo
exhibido en el vestido y los carruajes de los profesantes, y hasta tanto como
cualquiera en el país, para vergüenza. Ay, y me temo que aun sus extravagancias
en este sentido han endurecido el corazón de muchos, como percibo que sucedió
en el caso del corazón de Hombremalo
mismo. Por mi parte, he visto a muchos ―incluyendo
miembros de la iglesia— tan engalanados, vestidos y adornados
a la última moda por puro exhibicionismo, que cuando han estado en la casa de
Dios para adorarle, me he preguntado con qué cara podían estas personas
pintarrajeadas permanecer en el lugar sin desmayarse. Pero no hay duda deque la
santidad de Dios y la contaminación de ellos por el pecado es algo que ni se
les ocurre, sea lo que sea que profesan ser.
He leído acerca de la frente de una ramera y he leído acerca
del pudor cristiano (Jer. 3:3; 1 Ti. 2:9). He leído de atavíos costosos y del
vestir que le queda bien a la mujer que profesa piedad: Las buenas obras (1 P.
3:1-3), pero déjeme decir que sé lo que sé y lo pudiera decir, sin hacer mal a
nadie, aquello que haría heder a los profesantes allí donde están, pero en este
momento me abstengo de hacerlo (Jer. 23:15).
ATENTO: Señor, parece usted muy preocupado por esto, pero
¿puedo decir algo más? Se rumorea que algunos buenos pastores han enfrentado a
su gente en cuanto a sus ropas extravagantes, sí, también por su oro y perlas y
atavíos costosos, etc.
SABIO: No sé qué habrán argumentado, pero es fácil ver que
toleran o, por lo menos cierran los ojos a estas cosas, tanto en sus esposas
como en sus hijos. Y, por tanto, “de los profetas de Jerusalén salió la
hipocresía sobre toda la tierra” (Jer. 23:15). Cuando la mano de los
gobernantes es la primera en violar la ley, ¿quién puede impedir que el pueblo
la viole también? (Esd. 9:2).
ATENTO: Esto es lastimoso y digno de lamentación.
SABIO: Así es. ¡Y agregaré que es una vergüenza, un reproche
y piedra de tropiezo para el ciego! porque, aunque los hombres sean tan ciegos
como Hombremalo
mismo, pueden ver la necia ligereza que
es el fondo de todas estas extravagancias necias y lascivas. Pero muchos tienen
listas sus excusas [a saber], sus padres, sus esposos, su educación y cosas
parecidas lo exigen… Pero todo esto no será más que como una telaraña cuando el
trueno de la Palabra del Dios grande retumbe desde el cielo contra ellos,
anunciando su muerte o el juicio. Pero espero que lo haga antes. ¡Ay! Estas
excusas no son más que puros pretextos: Estos soberbios las consideran
valederas y les encanta lo que hacen. Cierta vez hablé con una jovencita para reprocharle
su vestido demasiado llamativo, pero ella me respondió: “Fue la modista que me
lo hizo así”.
Pobre muchacha soberbia, ella fue quien le dio las
indicaciones a la modista para que se lo hiciera así. Muchos culpan a sus
padres, sus esposos y sus modistas, etc., pero sus corazones malos y el hecho
de ceder a ellos es la causa original de todos estos males.
Juan
Bunyan (1628-1688): Pastor inglés y uno de los escritores más influyentes del siglo
XVII, nacido en Elstow cerca de Bedford, Inglaterra.
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