1 Corintios 9; 25
Todo aquel que lucha, de todo se
abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero
nosotros, una incorruptible.
El atleta se niega de muchas clases de comida y
de muchas actividades que en sí no son malas, disciplinándose al máximo con una
dieta y un horario para ganar la requerida fuerza y habilidad físicas para
poder ganar la competición en los juegos. De igual manera el dominio propio
(Hch_24:25; Gál_5:23; 2Ti_1:7; Tit_1:8; 2Pe_1:8) se ejerce en la vida del
cristiano que en serio procura alcanzar la vida eterna. Aun en cosas
permisibles no ejerce su libertad si en la abnegación más se le asegura la vida
eterna en el cielo con Dios.
La
palabra aquí, “lucha”, es del vocablo griego que transliterado viene siendo
“agonizar”. En este contexto se aplica al atleta que compite en los juegos.
Las
renuncias del corredor del estadio se hacían libremente, aunque la corona
deseada no sería duradera. Los atletas griegos fueron recompensados con coronas
(stephanos, símbolo de triunfo) que eran nada más guirnaldas de hojas. Tales
coronas y la reputación y fama ganadas no duraban largo tiempo. Eran triunfos
efímeros. No obstante, para el atleta griego ese premio justificaba cualquier
sacrificio personal necesario en su preparación para la carrera y en la
ejecución de ella.
La corona
(el premio) para el cristiano fiel no es de hojas, ni de metales preciosos,
sino es una de justicia (2Ti_4:8) y de vida eterna (Stg_1:12; Apo_2:10). Pedro
dice que ella es una de gloria (1Pe_5:4), y que ella es incorruptible.
Obviamente es de mucho más valor que cualquier corona de este mundo y vida. Si
el atleta de este mundo, entrenándose con esmero, hace tanto sacrificio
personal para conseguir una corona corruptible, ¿no conviene al cristiano
abnegarse de cosas permisibles y renunciar intereses personales, cuando las
circunstancias lo dictan, con el fin de alcanzar un premio eterno? ¡
Claro que sí!
O,
¿han de llegar a ser amos nuestros derechos y privilegios? ¿Hemos de
menospreciar la vida eterna por ejercer a toda costa nuestros derechos?
¿Ejercemos tan poco dominio propio?
2 Timoteo 4;7-8
He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe.
Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su venida.
La carrera que Pablo se propuso llevar
a cabo (Hch_20:24) ahora la concluye (2Ti_4:7).
Pablo nunca abandonó la fe, como algunos lo
estaban haciendo, según el ver. 4. Él se mantenía fiel en la guarda de ella (Gál_2:20).
«He terminado la
carrera.» Es fácil empezar algo, ahora bien, es difícil concluirlo. La única
cosa que se necesita en la vida cristiana es la perseverancia, y es lo de que muchos
que se dicen cristianos carecen.
Se le sugirió a cierto hombre muy famoso que
se escribiera su biografía mientras estaba vivo. Se negó rotundamente a
permitirlo, y su razón era: "He visto a muchos caerse en la recta final.»
Es fácil arruinar una vida noble o un informe brillante con una necedad final.
Pero Pablo afirmaba que había terminado la carrera. Produce una profunda
satisfacción llegar a la meta.
Tal vez la carrera
más famosa del mundo es el maratón. La batalla de Maratón fue una de las más
decisivas del mundo. En ella los griegos se enfrentaron a los persas; y, si los
persas hubieran salido victoriosos, la gloria de Grecia nunca se habría
extendido por el mundo. A pesar de terribles desventajas, los griegos
obtuvieron la victoria; y, después de la batalla, un soldado griego fue
corriendo a Atenas, día y noche, con la noticia. Se dirigió a los magistrados.
"¡Alegraos! –musitó ¡Hemos conquistado!» Y en cuanto dio la noticia cayó
muerto. Había completado su carrera y cumplido su misión, y ya podía morir en
paz.
«He guardado la
fe.» Esta frase puede tener más de un significado. Si nos mantenemos en la
alegoría de los juegos es lo siguiente. La gran ocasión deportiva de Grecia
eran los Juegos Olímpicos. A ellos acudían todos los grandes atletas del mundo.
El día antes de los Juegos, todos los competidores se reunían y hacían un
juramento solemne ante los dioses que se habían entrenado no menos de diez
meses y que cumplirían todas las reglas.
Así es que Pablo
puede que estuviera diciendo: "He guardado las reglas; he participado en
la contienda.» Sería para nosotros una cosa maravillosa el morir sabiendo que
no hemos quebrantado nunca las reglas del honor en la carrera de la vida.
Pero esta frase
puede tener otros significados. También es una frase del lenguaje comercial. Era
la expresión corriente en griego para: "He observado las condiciones del
contrato; he sido fiel a mi compromiso.» Si Pablo la usó de esa manera, quería
decir que se había comprometido a servir a Cristo y había cumplido su
compromiso sin fallarle nunca. Además, podría querer decir: «He mantenido mi
fidelidad: no he perdido nunca la confianza o la esperanza.» Si Pablo usó esta
frase con este sentido, quería decir que a las duras y a las maduras, en la
libertad y en la cárcel, en todos los peligros por tierra y por mar, y ahora
ante la misma muerte, no había perdido nunca la confianza en Jesucristo.
Pablo pasa a decir
que le está reservada la corona. En los juegos, el máximo galardón era una
corona de laurel, con la que se coronaba al vencedor; y el llevarla era el más
grande honor que podía recibir un atleta. Pero esa corona se secaría en unos
pocos días. Pablo sabía que le esperaba una corona que no se desharía jamás.
En este momento
Pablo pasa del veredicto de los hombres al veredicto de Dios. Sabía que dentro
de muy poco estaría ante el tribunal romano y que su juicio no podía tener más
que un resultado. Sabía cuál había de ser el veredicto de Nerón, pero también
sabía cuál sería el veredicto de Dios. Aquel cuya vida está dedicada a Cristo
considera con indiferencia el veredicto de los hombres. No se preocupa si le
condenan, porque lo único que le interesa es oírle decir a su Maestro:
"¡Bien hecho!»
Pablo hace sonar
todavía otra nota: Esa corona no sólo le espera a él, sino a todos los que
esperan con impaciencia la venida del Rey. Es como si le dijera al joven
Timoteo: «Timoteo, el final de mi vida está cerca; y sé que voy a recibir mi
recompensa. Si sigues mis pasos, tendrás la misma confianza y el mismo gozo que
yo cuando llegues tú también a tu final.»
El gozo de Pablo
está abierto a cualquier persona que también pelea esa batalla y termina esa
carrera y guarda esa fe.
¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario