Vincent Alsop (1630-1703)
“En el día
del sacrificio castigaré a los jefes —dice el Señor—, a los hijos del rey y a
todos los que visten ropa extraña” (Sofonías 1:8 DHH1).
Qué distancia debemos guardar respecto de las modas de ropas
extrañas que aparecen en nuestros tiempos? La generación actual está
lastimosamente intoxicada de todo lo que sea novedoso y no podemos negar que,
tristemente, se ha relajado de la seriedad del pasado, lo cual es tan evidente
que no se puede negar, esconder, defender, ni, me temo, reformar. Lo más
deplorable es que algunos que usan el uniforme de una profesión más estricta2 se dejan llevar por la vanidad. Aun
“las hijas de Sión” se han contagiado de la infección epidémica (Is. 3:16)…
Antes de poder dar una respuesta directa y clara, les pido paciencia mientras
presento estos puntos preliminares:
Es cierto que la soberbia causa perplejidad
y complica la controversia porque un corazón arrogante nunca puede hacer caber
su libertinaje dentro de las reglas estrictas de Dios; al contrario, amplía las reglas y las
extiende para conformarlas a sus propias extravagancias. La lujuria que se
niega a sujetar sus prácticas torcidas a las reglas derechas, las torcerá para
que se acomoden a sus propias prácticas
torcidas…
La universalidad de la corrupción, como un diluvio, ha
cubierto la faz de la tierra… El orgullo y las ganancias, la gloria y el lucro
tienen sus propias influencias en esta controversia. Cuando el Apóstol denunció
los altares de plata de la diosa Diana de la que tantos artesanos se ganaban la
vida, se levantó una enérgica protesta (Hch. 19:23-27)… El que se atreve a ir
contra la corriente de los placeres populares de esta época tiene que tener un
espíritu fuerte. De modo que intervenir en este debate lo lleva a compartir la
suerte de Ismael: “Su mano será contra todos, y la mano de todos contra él”
(Gn. 16:12)… No obstante, la caridad nos dará una sola regla segura: Que nos
impongamos a nosotros mismos una ley más severa y seamos más indulgentes con
los demás.
La regla de nuestra propia conducta debe ser la más
estricta, pero aquella que usamos para censurar a otros, un poco más tolerante…
Preguntemos entonces:
¿Con qué fin designa Dios la ropa que
la naturaleza requiere?
En el estado de inocencia e integridad primitiva, la
desnudez era la ropa más preciada. Ningún adorno, ningún atuendo fue nunca tan
decente como cuando no existían adornos ni ropa porque no había entonces
ninguna irregularidad en el alma, por lo que tampoco la había en el cuerpo,
como para sonrojar las mejillas o cubrir el rostro de vergüenza. “Y estaban ambos
desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25).
Pero una vez que violaron el pacto y quebrantaron la ley de
su Creador, la vergüenza ―fruto e hija del pecado― se
apoderó de sus almas, y esto con respecto a Dios y el uno al otro. Lo más
práctico que se les ocurrió en el momento fue coserse unas hojas de higuera
para hacerse delantales hasta que Dios, teniendo lástima de su desgracia, les
proveyó algo mejor para cubrirse, más adecuado a lo que por naturaleza
necesitaban, más decente, a saber, “túnicas de pieles” (Gn. 3:7, 21).
La tan admirable sabiduría divina hizo que su ropa sirviera
como un memorial permanente de su desmérito, de modo que, el tener que
cubrirse, serviría como un recordatorio y convicción continua de su pecado y
merecido castigo porque, ¿qué menos podían inferir que el hecho de que ellos
como pecadores merecían morir, no así los animales inocentes que tenían que
morir para preservar y hacer más cómodas sus vidas? Además, su vestido era para
dirigir su débil fe hacia la Simiente prometida, en quien podían esperar una
mejor cobertura de su vergüenza más grande: La de su inmundicia a los ojos de
Dios; en Aquel que, probablemente, estos animales sacrificados tipificaban…
Ahora Dios manda y la naturaleza requiere ropa.
1. Esconder la vergüenza y cubrir la desnudez. La ropa fue
dada para que nuestros primeros padres y su posteridad, en su exilio del
Paraíso, no tuvieran que taparse los ojos y avergonzarse el uno del otro. En
conclusión, el uso de cualquier indumentaria o moda que contradice o no coincide
con este gran designio de Dios es necesariamente pecaminoso.
También se hace evidente que cualquiera de esta indumentaria
o moda que contradice en mayor o menor grado este propósito, es
proporcionalmente pecaminosa en mayor o menor grado.
¡Pero las mujeres que visten blusas sin mangas y con escotes atrevidos―conscientes de los
comentarios y reacciones vulgares que generan― responderán
inmediatamente que no sería de ninguna utilidad resolver esta
controversia porque no es claro qué partes del cuerpo Dios ha
designado cubrir! Tampoco resulta claro qué parte puede quedar descubierta
sin sufrir vergüenza, en vista [de] que algunas partes, como las
manos, el rostro y los pies pueden quedar al descubierto sin ser pecado
para nosotros ni [representar] una ofensa para otros.
A esto respondo que, en este caso, debe considerarse el uso
y los propósitos que les fueron designados a cada parte del cuerpo. El uso del
rostro es principalmente para distinguir al hombre de la mujer y a una persona
de otra. Las manos son instrumentos de trabajo, ocupación y todas las
operaciones manuales. Cubrir comúnmente esas partes cuyo propósito y uso exigen
que estén descubiertas, es contradecir los propósitos y el designio de Dios y
como consecuencia, pecaminoso.
Descubrir promiscuamente y exponer a la vista las partes que
no tienen asignadas estos buenos propósitos y usos es pecaminoso… Por lo tanto,
toda indumentaria o moda que expone a la vista estas partes y exponerlas cuando
ni Dios ni la naturaleza les ha asignado un uso, es pecaminoso.
Confieso que es cierto que nuestros primeros padres, en la
provisión que hicieron en su apuro por cubrir su vergüenza, sólo se cosieron
delantales.
Pero Dios ―quien tenía claro qué necesidades
tenían sus cuerpos y lo necesario para suplirlas con decencia, sabía cómo
satisfacerlas totalmente― les proveyó túnicas
de modo que todo el cuerpo (excepto las
áreas ya estipuladas) estuviera cubierto y ocultara su vergüenza.
2. Otro propósito del vestido es defender al cuerpo de los
daños que pudiera recibir en temporadas intempestivas, desde las
inconveniencias comunes del trabajo y viajes, y de los posibles accidentes que
podrían sufrir en su peregrinaje. La Caída del hombre trajo aparejado calor
excesivo y olas de frío. Adán y Eva fueron echados del paraíso para andar y trabajar
en un desierto que ahora estaba cubierto de zarzas, espinas y cardos, primeros
frutos de la reciente maldición. La ropa les fue asignada por la urgencia de
alguna clase de armadura defensiva… Así que cualquier manera de vestir que no
concuerda con los fines de la gracia de Dios para defender nuestros cuerpos de
esas inclemencias, es pecaminosa.
Es una crueldad horrible exponer nuestros débiles cuerpos a
aquellos perjuicios para los que Dios proveyó un remedio, simplemente por
gratificar nuestro orgullo y alimentar nuestra vanidad…
3. A estos puedo agregar que cuando Dios le hizo al hombre
su primer traje, lo diseñó teniendo en cuenta el trabajo para el que fue
creado.
La primera tarea asignada al hombre fue trabajar, no comer
el pan de balde, sino que se lo ganara con el sudor de su frente. Aunque al principio
fue una maldición, esto por gracia se convirtió en bendición. En consecuencia,
Dios adaptó y acomodó sus ropas a su cuerpo, a fin de que no impidieran su
preparación, su marcha, afán, diligencia o perseverancia en las obras de su
llamado particular…
4. Hay todavía otro propósito en relación con la ropa y éste
es adornar el cuerpo. Es el que ponen en práctica todos los seguidores
lujuriosos de la moda. Quiero presentar algunas premisas para abrirles los ojos
a lo inaceptable y lo aceptable como ornato del cuerpo y, luego, llegar a
algunas conclusiones. Las premisas son las siguientes:
Los adornos que se usan aparte de las prendas de vestir,
deben tomarse estrictamente como algo distinto de lo que Dios designó como ropa
necesaria.
En primer lugar, es comúnmente pecaminoso no usar ropa [en
público], pero no es inmoral usar adornos. En segundo lugar, la necesidad de la
naturaleza requiere que se cubran partes del cuerpo, pero ninguna necesidad ni
propósito de la naturaleza requiere que ciertas partes del cuerpo sean
adornadas. Los propósitos de Dios y lo que atañe a la naturaleza puede ser asegurado
y resuelto plenamente sin cosas adicionales.
Los adornos, entonces, son… cuestión de permiso,
en lugar de mandato.
Una ropa sencilla y simple ―verdadero adorno― es
suficiente para el cuerpo porque si la desnudez es nuestra vergüenza, la ropa
que la cubre, por más sencilla que sea, ya de por sí embellece y adorna nuestro
cuerpo.
Los adornos son naturales o artificiales. Los adornos
naturales son los que provee la naturaleza, como el cabello dado por Dios… a la
mujer para ser su gloria y su velo (1 Co. 11:15). Los adornos artificiales son
el producto de invenciones ingeniosas y ocurrentes. En esto, como Dios no ha
sido generoso, según el hombre, éste se ha tomado la libertad de ser excesivamente
temerario. No satisfecho con una simplicidad primitiva, ha procurado muchas invenciones3
(Ec. 7:29).
Es evidente que Dios permitió que los judíos usaran adornos
artificiales que no son parte de la ropa indispensable. “Y Aarón les dijo:
Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de
vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos” (Éx. 32:2)… No obstante,
había cierta diferencia entre la indulgencia dada al varón y a la mujer. El Dr.
[Thomas] Fuller observa esto en el orden y lugar de las palabras “esposas, hijos
e hijas”4,
intimando que esos hijos varones
estaban bajo autoridad paternal como lo explica en su obra, A
Pisgah Sight of Palestine 5.
Esto es lo que parece implicar Isaías 61:10, que menciona de
hecho “adornos” del novio, pero sólo “joyas” de la novia como si el sexo
masculino se limitaba a un estilo de adornos más masculinos y serios, mientras
que a las mujeres les era permitido un mayor grado de adornos y atuendos
atractivos. Y cuando Dios permitió a las mujeres judías copiar de sus vecinas
joyas de plata y oro, su uso no se limitaba a hijos e hijas y no incluía a los
hombres adultos (Éx. 3:22), lo cual también, evidentemente, denota Jueces 8:24,
donde dice que el ejército conquistado por Gedeón usaba zarcillos de oro porque
eran ismaelitas.
Aunque puede haber algo típico o simbólico en las joyas
usadas por las mujeres judías (como yo creo que lo había), su uso era un
derecho común de las mujeres, según la tribu a la que pertenecían. De hecho,
eran de uso habitual mucho antes de la formación de la nación judía. “Y cuando
los camellos acabaron de beber, le dio el hombre un pendiente de oro que pesaba
medio siclo, y dos brazaletes que pesaban diez” (Gn. 24:22).
Habiendo presentado estas premisas, paso ahora a las siguientes
conclusiones.
PRIMERA CONCLUSIÓN: Cualquier objeto que pretende
adornar, sin ser modesto, serio y sobrio, y que no coincide con la piedad, no
es un adorno, sino una deshonra. La modestia nos
enseña a no exponer a la vista esas partes que no lo requieren, ni por
necesidad ni uso. La humildad
nos enseña a evitar llamar la atención a cosas sin importancia engalanando un
cuerpo vil que no tardará en ser un festín de los gusanos.
La buena administración nos enseña a no cubrir nuestra espalda con aquello que
podría ser alimento para una familia pobre. La santidad nos enseña que no nos empeñemos tanto
en vestir bien al hombre exterior cuando el hombre interior está desnudo. La caridad
nos enseña a no derrochar dinero en
nuestro propio cuerpo cuando tantos de los hijos de nuestro Padre carecen de
alimento y vestido. Y la sabiduría
santa nos enseña a no desperdiciar esos
minutos preciosos con el peine y el espejo, con rizarnos el cabello y pintarnos
el rostro que debiéramos dedicar a aquello que incide sobre nuestra eternidad.
Recomiendo la lectura de 1 Pedro 3:2-4: “[Considerad]
vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de
peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno,
el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que
es de grande estima delante de Dios”. Ofrezco para su consideración los
siguientes comentarios sobre este pasaje:
1. Los peinados ostentosos, de adornos de oro, no son
condenados de por sí, sino cuando son nuestro ornamento principal, les dedicamos demasiado cuidado para
que sean perfectos y son demasiado costosos o lujosos. Es el lujo del vestido
lo que se condena, no el hecho de ponerse “vestidos”.
2. La regla para regular estos ornamentos es que sean
totalmente congruentes con una conducta pura y reverente. Tiene que ser la
conducta más pura y reverente que puede haber. El fuego puro y virginal de la
castidad que arde sobre el altar de un corazón santo tiene que irradiar y
resplandecer en castidad de palabras, acciones, vestido y adornos porque cuando
Dios ordena castidad, también prescribe lo que la alimentará, manifestará y
declarará. Prohíbe todo lo que pueda ponerla en peligro, herirla, debilitarla,
mancharla o perjudicarla.
3. El temor santo debe ser puesto como severo centinela para
montar una guardia estricta sobre nuestro corazón con el fin de que no admita nada
que pueda mancharlo, ni proyectar nada que pudiera contaminar el de otro.
Tenemos que vigilar nuestro propio corazón y los ojos de los demás. [No
debemos] ponerle una trampa a la castidad de otro ni carnada a la nuestra. Esta
“conducta pura y reverente” debe ir acompañada de un temor santo.
4. El temor y celo santo tienen [mucho trabajo que hacer con
relación al] tema de los adornos corporales. No erremos en pensar que estos adornos
externos de oro o peinados ostentosos son de gran consecuencia; evitemos darles
importancia, caer en una práctica inmoderada y en gastos superfluos de los
mismos.
5. La regla tiene que ser la que Pedro estableció como un
modelo:
“Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas
santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos” (1 P.
3:5).
Notemos primero que tiene que haber mujeres santas
que sean la norma para imitar: No una
Jezabel pintarrajeada, ni una Dina bailarina, ni una Berenice exhibicionista,
sino una Sara santa, una Rebeca piadosa y una Abigail prudente. Segundo, su
atuendo tiene que ser como en “los viejos tiempos” cuando apenas si había
orgullo; no como ahora, que la soberbia ha aumentado y se ha extendido. En
aquellas épocas, la pulcritud era sinónimo de garbo y elegancia. Hoy, cuando el
mundo ya es un espacio decadente, todo es muy diferente. Tercero, tiene que
haber los que pueden confiar en que Dios los librará del mal porque ellos mismos
no juegan con la tentación porque no se puede concebir cómo alguien puede
confiar que Dios le dé victoria [cuando] desafía y provoca el combate. ¿Cómo podría alguien esperar que la gracia
divina le impidiera ser vencido, cuando por su indumentaria tentadora provoca a
otros a atacar su castidad? Si, pues, las “hijas de Sión” han de ser herederas
de la fe de Abraham, tienen que comprobar que
son seguidoras de la modestia de
Sara.
SEGUNDA CONCLUSIÓN: Nada puede pretender ser un adorno
lícito si altera la distinción que Dios ha puesto entre los sexos. La ley dada en
Deuteronomio 22:5 es una realidad moral y obligación perpetua:
“No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá
ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto
hace”.
La expresión “traje de hombre” comprende cualquier “vasija,
instrumento, utensilio, prenda de vestir o adorno”, militar o civil, usado para
diferenciar el sexo, según Henry Ainsworth 6 en sus Annotations
on the Pentateuch (Notas
sobre el Pentateuco)… Dios, por lo tanto, quiere que se observe una distinción
inalterable en la ropa exterior de cada sexo.
Éste es un muro de protección alrededor de la Ley Moral para
prevenir aquellos homicidios, adulterios y lujurias promiscuas que bajo estos disfraces
serían más secreta y fácilmente perpetrados… ¿Qué forma particular de
indumentaria ha de distinguir a un sexo del otro? Esto tiene que ser
determinado por las costumbres de cada país en particular, siempre y cuando
esas costumbres no violen alguna ley general de Dios respecto de las normas de
la decencia, el propósito de la ropa o las instrucciones de las Escrituras.
No obstante, parece haber algo de adorno distintivo provisto
por Dios de manera que la diferencia entre los sexos no se deje a las
costumbres arbitrarias o a las inclinaciones desordenadas del hombre. Un ejemplo
es el cabello y la manera de usarlo o, por lo menos, la barba, que le fue dada
a un sexo y no al otro. Por lo tanto, parece probable que el hecho de que la
mujer se corte el cabello o que el hombre se lo deje crecer largo es una
violación del distintivo y del conocimiento que el Dios de la naturaleza les ha
otorgado…
TERCERA CONCLUSIÓN: Nada debe ser permitido como adorno
que contradiga el propósito de toda ropa, a saber: Cubrir la desnudez. Pero entre
nosotros, nuestras damas… no están dispuestas a reconocer que sea desnudez, ni
vergüenza, tener sus pechos descubiertos. Pretenden que las partes que la
decencia requiere cubrir y cuya desnudez son motivo de vergüenza, son sólo
aquellas que el Apóstol llamó “menos dignas” o “menos decorosas” (1 Co. 12:23).
A esto contesto, primero, que no hay partes del cuerpo que
sean en sí mismas “menos dignas” o “menos decorosas”. Segundo, que descubrir cualquier
parte lo será cuando no hay ningún motivo honroso hacerlo. De hecho, el profeta
llama descubrirse la melena, andar descalzo, descubrirse las piernas como la
“desnudez” y “vergüenza” de los babilonios (Is. 47:2-3). Aunque quiere significar una
desnudez necesaria ―que puede ser un
reproche, pero no un pecado― cuando es voluntario,
lo que en el caso citado era hecho por necesidad,
se convierte en
pecado
y reproche.
Argumentan que lo que hacen no es por orgullo (para gloriarse de la belleza
del cutis) ni por lujuria (para seducir a otros a fin de que se enamoren de su
belleza), sino sólo evitar el reproche de querer ser diferente y destacarse un
poquito, quizá lo que ha estado de moda entre personas de más alcurnia y bien
educadas.
Para anular este argumento, diremos en primer lugar que es
una característica de singularidad santa ser sobrio solo, que loco acompañado.
¿Qué cristiano no preferiría quedarse atrás en lugar de
forzarse a marchar al ritmo de una época dislocada y de todas sus conductas
irracionales?
Y, en segundo lugar, coincidir con una generación vanidosa y
caprichosa dista mucho de ser una excusa valedera que, de hecho, agrava la
vanidad de hacerlo.
Pero estos son solo inventos para disimular la
extravagancia. Los estímulos persuasivos son mucho más profundos, los cuales,
no pudiendo juzgar a todos, tenemos que dejarlos para que los censuren sus
propias conciencias. Me atrevo a decir que es para atraer e invitar a clientes porque
¿qué otra cosa significa la tienda abierta con el letrero en la puerta más que
hay algo en venta? Ni me explayaré sobre la práctica ambiciosa de las damas que
se empeñan en exhibir un cutis suave, claro y hermoso. Les preguntaría a los
que se toman el tiempo para admirar tal belleza de la piel, de qué color es el
cutis de su cónyuge o de su amante. Mientras tanto, es muy claro que la
arrogancia e impudencia han usurpado el lugar y producido el efecto de una
simplicidad primitiva. Las mujeres andan ahora casi desnudas, pero
no sienten ninguna vergüenza.
Vincent Alsop (1630-1703): Pastor inglés
no conformista, nacido en Northamptonshire, Inglaterra.
1
(DHH, siglas de la versión DIOS HABLA HOY) El autor escribió este artículo
originalmente en inglés, usando la Versión King James (KJV). La traducción de
este versículo en la Reina Valera 1960, versión que normalmente usamos, difiere
de la KJV y no incluye todo el pensamiento original del autor. Aunque, por lo
general, no coincidimos con la DHH, ni la recomendamos, la hemos usado en este
contexto porque la traducción de este versículo se aproxima más al original
hebreo y al inglés de la KJV.
2 Estricta – Seria,
que tiene dignidad.
3 Invenciones – Cosas
originadas por el ingenio de alguien; en este caso, adornos, etc.
4 Por lo general, las
mujeres judías eran las que usaban aretes, al igual que los hijitos varones cuando todavía
estaban bajo la tutela de sus madres; “Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de
vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos” (Éx. 32:2). Donde,
por hijos, entendemos niñitos (por lo tanto, en el texto: rodeados de mujeres a sus dos
lados), mientras aún no se diferenciaba su sexo por su conducta. Pero es dudoso que los
varones adultos usaran aretes [zarcillos], si es que los usaban.... (Fuller, A Pisgah-sight of Palestine [Una
vista general de Palestina], 533)
5 Thomas Fuller, A
Pisgah-sight of Palestine and the Confines Thereof with the Historie of the Old and New Testament Acted Thereon (Una
vista general de Palestina con la influencia de la historia del Antiguo
y Nuevo Testamento sobre ella) (Londres: William Tegg, 1869).
6 Henry Ainsworth
(1571-1622) – Pastor y erudito no conformista inglés.
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