Arthur W. Pink (1886-1952)
“Y por
el vestido, ¿por qué os afanáis?” (Mateo
6:28).
Jesús no prohíbe aquí toda preocupación por la ropa. De
hecho, existe un aspecto lícito y espiritual por el que debemos esforzarnos
sinceramente.
Se trata de vestir de una manera decorosa que sea [apropiada]
para el lugar en esta vida que la divina providencia nos ha designado y lo que
sea adecuado para nuestra salud y el bienestar de nuestro cuerpo. Lo que aquí
se prohíbe es una preocupación carnal y exagerada por la ropa, que surge, ya
sea de la desconfianza y el temor de [carecer de lo necesario] o por orgullo e
inconformidad con la ropa [apropiada] y necesaria. Es esto último lo que constituye el
pecado vergonzoso de nuestra época, en que se malgastan anualmente grandes
sumas de dinero en lo que uno luce. La moda se ha convertido en un “dios”, las
trabajadoras domésticas codician la ropa fina de sus patronas, las cuales
pierden mucho tiempo en ataviarse cuando debieran invertirlo en obligaciones
más provechosas. Haremos bien en encarar con toda seriedad la pregunta “Y por
el vestido, ¿por qué os afanáis?”.
Haríamos bien en preguntar: ¿Por qué ha mantenido el púlpito
por tanto tiempo un silencio criminal, en lugar de condenar este pecado flagrante?
No se trata de un mal del cual son culpables sólo unos pocos, sino que es común
a todos los rangos y edades. Los predicadores no ignoraban que muchos miembros
de su propia congregación gastaban dinero que ni siquiera tenían a fin de “vestir
a la última moda”, moda a menudo importada de países donde la moral es
notoriamente corrupta.
¿Por qué, entonces, no ha denunciado el púlpito tal vanidad
y extravagancia? ¿Sería el temor de perder popularidad lo que los detenía?
¿Acaso el obstáculo era ver a su propia esposa e hijas con medias de seda, abrigos
de piel y sombreros costosos? Ay, es con demasiada frecuencia que la familia
del pastor, en lugar de ser un
ejemplo de decoro, frugalidad y modestia, ha sido un ejemplo de mundanalidad y
derroche para la comunidad. Las iglesias han fracasado lastimosamente en cuanto
a la manera correcta de vestir, al igual que en muchos otros aspectos.
Es posible que algunos predicadores que leen este artículo
estén listos para argumentar: “Tenemos cosas más substanciales sobre las cuales
predicar que dar nuestra atención a semejantes cosas, un mensaje mucho más
importante que uno relacionado con lo que la gente decide usar para cubrirse el
cuerpo”. Pero tal respuesta no satisfará a Dios, quien requiere que sus siervos
declaren todo su Consejo y no retengan nada que sea provechoso. Si leemos las
Escrituras con detenimiento, encontraremos que estas tienen mucho que decir
sobre el tema del vestido, desde delantales hechos de hojas de higueras por
nuestros primeros padres hasta de la madre de las rameras “vestida de púrpura y
escarlata, y adornada de oro de piedras preciosas y de perlas” de Apocalipsis 17.
¿Acaso no ha dicho el Altísimo: “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el
hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera
que esto hace?” (Dt. 22:5). Con razón somos objeto de su ira cuando nuestras
calles están cada vez más llenas de mujeres [irreflexivas] vistiendo pantalones
¡Con razón tantas casas de Dios están siendo destruidas
porque sus púlpitos han sido infieles durante tanto tiempo!
“Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los
lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan” (Mt. 6:28). El alcance de
estas palabras es más amplio de lo que parece a simple vista. Dado que
“vestido” incluye todo lo que es usado para cubrir y adornar el cuerpo, tenemos
que aprender de los “lirios”. Si aprendiéramos la lección de estas hermosas
flores silvestres, corregiríamos toda forma de pecado que se relaciona con la
manera de vestir. No sólo tendríamos confianza en que Dios supliría todo lo que
necesitamos, sino también entenderíamos que le desagradamos cuando centramos
nuestros afectos en trivialidades como estas por seguir las modas pecaminosas
del mundo o por ignorar sus prohibiciones. Al mandarnos a aprender de las
flores del campo, Cristo busca humillar nuestro orgulloso corazón porque, a pesar
de nuestra inteligencia, tenemos muchas lecciones importantes y valiosas que
aprender. Aun estas creaciones humildes e irracionales nos enseñan algo
valioso, siempre y cuando tengamos oídos para oír lo que tienen que decirnos.
“Considerad los lirios del campo”. Esto se incluye aquí para
corregir esa preocupación exagerada y esa lujuria que, tanto hombres como mujeres,
sienten en cuanto a su manera de vestir. Nos parece que parte de la fuerza del
designio de nuestro Señor no ha sido captada en general aquí y esto por no
percibir la importancia de su siguiente comentario:
“Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el
horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt.
6:30). Notemos que aunque el lirio es una flor tan linda, no es más que “hierba
del campo”. A pesar de su belleza y delicadeza, pertenece al mismo orden y está
al mismo nivel que la hierba común que se seca, muere y es usada (en países
orientales donde no hay carbón) como combustible. Entonces, ¿qué base o razón
tendría el lirio para sentirse orgulloso y vanidoso? Ninguna, es muy frágil,
pertenece a un orden de la creación muy inferior, su hermosura desaparece con
rapidez, su destino no es más que el horno.
En lo que acabamos de destacar, descubrimos una razón poderosa
por la que no tenemos que preocuparnos excesivamente por nuestra apariencia ni
por nuestro vestido. A algunos le han sido dados cuerpos agraciados y rostros
bellos, que, como los lirios, son admirados por los que los ven. No obstante,
estos necesitan recordar que son parte de una misma especie, de la misma
constitución y están sujetos a las mismas experiencias de sus iguales menos
favorecidos. La hermosura física es superficial y el rostro más hermoso, en el
mejor de los casos, pierde su belleza en unos pocos años. Los estragos de las
enfermedades y los efectos del dolor apagan los ojos más luminosos y borran las
sonrisas más lindas, y las arrugas pronto dejan su huella en lo que antes era
tan atractivo. “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor
de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 P. 1:24) y la tumba es el
“horno” hacia el cual se dirigen los más hermosos, al igual que los menos
agraciados.
En vista de la brevedad de la vida y la fugacidad de la
belleza física, ¡qué insensato y fatuo es el orgullo por tener un cuerpo
exquisito! La hermosura en que necesitamos concentrar nuestro corazón y al que
debemos dedicar nuestras energías es “la hermosura de la santidad” (1 Cr. 16:29)
porque es una hermosura que no se desvanece, no es temporal ni desilusiona, no
es destruida por el sepulcro, sino que permanece para siempre. ¿Y en qué
consiste la hermosura de la santidad? Es lo opuesto a lo aborrecible del
pecado, que es a la imagen del diablo. La hermosura de la santidad consiste en
una conformidad con Aquel de quien dicen las Escrituras: “¡Cuánta es su bondad,
y cuánta su hermosura!” (Zac. 9:17).
¡Ésta no es hermosura humana, sino divina! No obstante, es
dada gloriosamente a los escogidos de Dios, por eso, “toda gloriosa es la hija
del rey” (Sal. 45:13). ¡Oh, cuánto necesitamos orar: “Sea la hermosura del
SEÑOR nuestro Dios sobre nosotros” (Sal. 90:17)! Es entonces que seremos
admirados por los santos ángeles.
No sólo la hermosura de los lirios que se desvanece reprende
a los que están orgullosos de su atractivo físico, sino que también condena a
todos los que convierten a la ropa costosa y ostentosa en un ídolo. Ay, un ser tan
lastimosamente desgraciado es el hombre caído que, aun cuando tiene asegurado
su alimento (por lo menos para el presente), tiene que desesperarse por la
ropa, no sólo para calentarse y estar cómodo, sino para lucirse y alimentar su
vanidad. Esto le preocupa al rico tanto como el alimento preocupa al pobre.
Entonces, al considerar “los lirios del campo” reconocemos que ¡ciertamente están
vestidos de hermosura! ¡Sin embargo, su vida es fugaz y, una vez que se secan,
el horno les espera!
¿Es su ambición nada más ser como ellos y compartir su
destino? Oh, preste atención a estas
palabras: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos
de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima
delante de Dios” (1 P. 3:3-4)…
Los lirios “no trabajan ni hilan”. El Salvador aquí nos pide
que tomemos nota de que los lirios no tienen preocupaciones. No trabajan para
poder obtener su ropa, como tenemos que hacerlo nosotros. Esto es prueba de que
Dios mismo les provee lo que necesitan y los viste con gran atractivo. Este
hecho se nos presenta con fuerza para enfatizar nuestro deber de vivir con
contentamiento, confiando en la providencia generosa de Dios sin distraernos con
preocupaciones… Aunque nadie, pretendiendo confiar en la providencia de Dios,
puede vivir sin hacer nada, ni descuidar los medios lícitos comunes para
obtener cosas honestas y necesarias, Cristo da aquí la seguridad a todos los
que confían en él y le sirven que, aunque todo lo demás les falle, él suplirá
sus necesidades.
Si por enfermedad, accidente o vejez ya no podemos trabajar,
Dios no dejará que nos falte la ropa que necesitemos.
“Pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se
vistió así como uno de ellos” (Mt. 6:29). Con estas palabras, Cristo reprende
esa necedad de los vanidosos que motiva a tantos a hacer un ídolo de su vestuario…
Es de notar que al mencionar el esplendor real con que se vestía Salomón, no lo
condenaba… Aunque la Palabra de Dios reprende el orgullo y el exceso en el
vestir, permite que príncipes y personas de alcurnia usen atuendos
extraordinarios y costosos.
¡Qué fatuo es presumir por poder vestir ropa fina y dar
tanta atención a nuestro aspecto personal! Porque aunque hayamos hecho todo lo posible
de presentarnos [con vivos colores] y atractivos, nos falta mucho para ser como
las flores del campo con sus admirables vestidos.
¿Qué tela o seda es tan blanca como los lirios, qué púrpura
puede competir con las violetas, qué escarlata o rojo es comparable a las rosas
u otras flores de ese color? El trabajo del artesano puede lograr mucho, pero
nada es comparable a las bellezas de la naturaleza. Por lo tanto, si no podemos
[competir] con las hierbas del campo que pisoteamos y echamos al horno, ¿por
qué hemos de engreírnos con alguna ostentación en nuestra manera de vestir?...
Desgraciadamente, la depravación y perversidad humana es tan
grande que convierte en una ocasión para alimentar su vanidad y su
exhibicionismo lo que debiera ser motivo de humillación y degradación. Si consideramos
debidamente el propósito correcto y principal de la ropa, no podemos menos que
humillarnos y avergonzarnos cuando nos la ponemos, en lugar de sentirnos
satisfechos con nuestro llamativo vestuario.
El vestido para el cuerpo es para cubrir la vergüenza de la
desnudez que nos causó el pecado. No siempre fue así, porque está escrito
acerca de nuestros primeros padres antes de la Caída: “Y estaban ambos
desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25). Vestido, entonces,
es una cobertura de nuestra vergüenza, la marca de nuestro pecado y no tenemos
más razón de sentir orgullo por lo que vestimos que la que tiene el criminal de
sus grilletes o el demente de su camisa de fuerza; así como estas son señales
de haber actuado mal o de padecer demencia, es el vestido la señal de nuestro pecado.
“Ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de
ellos”.
Sin duda, lo que Salomón vestía debe haber sido espléndido.
Dueño de [ilimitada] riqueza, dueño de una flota de barcos que le traían
productos de muchos países, nada faltaba para hacer que su corte fuera de
excepcional esplendor y gran pompa. Sin duda, aparecía en las reuniones del estado
con las vestiduras más ostentosas e imponentes, pero por más lujosamente que se
vistiera, distaba mucho de tener la hermosura de los lirios. Matthew Henry muy
bien ha dicho: “Seamos pues más ambiciosos por tener la sabiduría de Salomón
que era sin igual ―sabiduría para cumplir nuestro deber en
nuestro lugar― que la gloria de Salomón que era
sobrepasada por los lirios. El conocimiento y la gracia son la perfección del
hombre, no la hermosura y, mucho menos, la ropa fina”. A lo que agregamos,
busquemos revestirnos “de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da
gracia a los humildes” (1 P. 5:5), en lugar de una lujuria semejante a las
plumas del pavo real.
A.W.
Pink (1886-1952): Pastor, maestro de Biblia itinerante, autor del voluminoso Studies in the
Scriptures y muchos otros
libros; nacido en Nottingham, Inglaterra.
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