} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: PECADO VERGONZOSO DE NUESTRA ÉPOCA

sábado, 4 de agosto de 2018

PECADO VERGONZOSO DE NUESTRA ÉPOCA



Arthur W. Pink (1886-1952)

“Y por el vestido, ¿por qué os afanáis?” (Mateo 6:28).

Jesús no prohíbe aquí toda preocupación por la ropa. De hecho, existe un aspecto lícito y espiritual por el que debemos esforzarnos sinceramente.
Se trata de vestir de una manera decorosa que sea [apropiada] para el lugar en esta vida que la divina providencia nos ha designado y lo que sea adecuado para nuestra salud y el bienestar de nuestro cuerpo. Lo que aquí se prohíbe es una preocupación carnal y exagerada por la ropa, que surge, ya sea de la desconfianza y el temor de [carecer de lo necesario] o por orgullo e inconformidad con la ropa [apropiada] y necesaria. Es esto último lo que constituye el pecado vergonzoso de nuestra época, en que se malgastan anualmente grandes sumas de dinero en lo que uno luce. La moda se ha convertido en un “dios”, las trabajadoras domésticas codician la ropa fina de sus patronas, las cuales pierden mucho tiempo en ataviarse cuando debieran invertirlo en obligaciones más provechosas. Haremos bien en encarar con toda seriedad la pregunta “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis?”.
Haríamos bien en preguntar: ¿Por qué ha mantenido el púlpito por tanto tiempo un silencio criminal, en lugar de condenar este pecado flagrante? No se trata de un mal del cual son culpables sólo unos pocos, sino que es común a todos los rangos y edades. Los predicadores no ignoraban que muchos miembros de su propia congregación gastaban dinero que ni siquiera tenían a fin de “vestir a la última moda”, moda a menudo importada de países donde la moral es notoriamente corrupta.
¿Por qué, entonces, no ha denunciado el púlpito tal vanidad y extravagancia? ¿Sería el temor de perder popularidad lo que los detenía? ¿Acaso el obstáculo era ver a su propia esposa e hijas con medias de seda, abrigos de piel y sombreros costosos? Ay, es con demasiada frecuencia que la familia del pastor, en lugar de ser un ejemplo de decoro, frugalidad y modestia, ha sido un ejemplo de mundanalidad y derroche para la comunidad. Las iglesias han fracasado lastimosamente en cuanto a la manera correcta de vestir, al igual que en muchos otros aspectos.
Es posible que algunos predicadores que leen este artículo estén listos para argumentar: “Tenemos cosas más substanciales sobre las cuales predicar que dar nuestra atención a semejantes cosas, un mensaje mucho más importante que uno relacionado con lo que la gente decide usar para cubrirse el cuerpo”. Pero tal respuesta no satisfará a Dios, quien requiere que sus siervos declaren todo su Consejo y no retengan nada que sea provechoso. Si leemos las Escrituras con detenimiento, encontraremos que estas tienen mucho que decir sobre el tema del vestido, desde delantales hechos de hojas de higueras por nuestros primeros padres hasta de la madre de las rameras “vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro de piedras preciosas y de perlas” de Apocalipsis 17. ¿Acaso no ha dicho el Altísimo: “No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace?” (Dt. 22:5). Con razón somos objeto de su ira cuando nuestras calles están cada vez más llenas de mujeres [irreflexivas] vistiendo pantalones
¡Con razón tantas casas de Dios están siendo destruidas porque sus púlpitos han sido infieles durante tanto tiempo!
“Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan” (Mt. 6:28). El alcance de estas palabras es más amplio de lo que parece a simple vista. Dado que “vestido” incluye todo lo que es usado para cubrir y adornar el cuerpo, tenemos que aprender de los “lirios”. Si aprendiéramos la lección de estas hermosas flores silvestres, corregiríamos toda forma de pecado que se relaciona con la manera de vestir. No sólo tendríamos confianza en que Dios supliría todo lo que necesitamos, sino también entenderíamos que le desagradamos cuando centramos nuestros afectos en trivialidades como estas por seguir las modas pecaminosas del mundo o por ignorar sus prohibiciones. Al mandarnos a aprender de las flores del campo, Cristo busca humillar nuestro orgulloso corazón porque, a pesar de nuestra inteligencia, tenemos muchas lecciones importantes y valiosas que aprender. Aun estas creaciones humildes e irracionales nos enseñan algo valioso, siempre y cuando tengamos oídos para oír lo que tienen que decirnos.
“Considerad los lirios del campo”. Esto se incluye aquí para corregir esa preocupación exagerada y esa lujuria que, tanto hombres como mujeres, sienten en cuanto a su manera de vestir. Nos parece que parte de la fuerza del designio de nuestro Señor no ha sido captada en general aquí y esto por no percibir la importancia de su siguiente comentario:
“Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6:30). Notemos que aunque el lirio es una flor tan linda, no es más que “hierba del campo”. A pesar de su belleza y delicadeza, pertenece al mismo orden y está al mismo nivel que la hierba común que se seca, muere y es usada (en países orientales donde no hay carbón) como combustible. Entonces, ¿qué base o razón tendría el lirio para sentirse orgulloso y vanidoso? Ninguna, es muy frágil, pertenece a un orden de la creación muy inferior, su hermosura desaparece con rapidez, su destino no es más que el horno.
En lo que acabamos de destacar, descubrimos una razón poderosa por la que no tenemos que preocuparnos excesivamente por nuestra apariencia ni por nuestro vestido. A algunos le han sido dados cuerpos agraciados y rostros bellos, que, como los lirios, son admirados por los que los ven. No obstante, estos necesitan recordar que son parte de una misma especie, de la misma constitución y están sujetos a las mismas experiencias de sus iguales menos favorecidos. La hermosura física es superficial y el rostro más hermoso, en el mejor de los casos, pierde su belleza en unos pocos años. Los estragos de las enfermedades y los efectos del dolor apagan los ojos más luminosos y borran las sonrisas más lindas, y las arrugas pronto dejan su huella en lo que antes era tan atractivo. “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 P. 1:24) y la tumba es el “horno” hacia el cual se dirigen los más hermosos, al igual que los menos agraciados.
En vista de la brevedad de la vida y la fugacidad de la belleza física, ¡qué insensato y fatuo es el orgullo por tener un cuerpo exquisito! La hermosura en que necesitamos concentrar nuestro corazón y al que debemos dedicar nuestras energías es “la hermosura de la santidad” (1 Cr. 16:29) porque es una hermosura que no se desvanece, no es temporal ni desilusiona, no es destruida por el sepulcro, sino que permanece para siempre. ¿Y en qué consiste la hermosura de la santidad? Es lo opuesto a lo aborrecible del pecado, que es a la imagen del diablo. La hermosura de la santidad consiste en una conformidad con Aquel de quien dicen las Escrituras: “¡Cuánta es su bondad, y cuánta su hermosura!” (Zac. 9:17).
¡Ésta no es hermosura humana, sino divina! No obstante, es dada gloriosamente a los escogidos de Dios, por eso, “toda gloriosa es la hija del rey” (Sal. 45:13). ¡Oh, cuánto necesitamos orar: “Sea la hermosura del SEÑOR nuestro Dios sobre nosotros” (Sal. 90:17)! Es entonces que seremos admirados por los santos ángeles.
No sólo la hermosura de los lirios que se desvanece reprende a los que están orgullosos de su atractivo físico, sino que también condena a todos los que convierten a la ropa costosa y ostentosa en un ídolo. Ay, un ser tan lastimosamente desgraciado es el hombre caído que, aun cuando tiene asegurado su alimento (por lo menos para el presente), tiene que desesperarse por la ropa, no sólo para calentarse y estar cómodo, sino para lucirse y alimentar su vanidad. Esto le preocupa al rico tanto como el alimento preocupa al pobre. Entonces, al considerar “los lirios del campo” reconocemos que ¡ciertamente están vestidos de hermosura! ¡Sin embargo, su vida es fugaz y, una vez que se secan, el horno les espera!
¿Es su ambición nada más ser como ellos y compartir su destino? Oh,  preste atención a estas palabras: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 P. 3:3-4)…
Los lirios “no trabajan ni hilan”. El Salvador aquí nos pide que tomemos nota de que los lirios no tienen preocupaciones. No trabajan para poder obtener su ropa, como tenemos que hacerlo nosotros. Esto es prueba de que Dios mismo les provee lo que necesitan y los viste con gran atractivo. Este hecho se nos presenta con fuerza para enfatizar nuestro deber de vivir con contentamiento, confiando en la providencia generosa de Dios sin distraernos con preocupaciones… Aunque nadie, pretendiendo confiar en la providencia de Dios, puede vivir sin hacer nada, ni descuidar los medios lícitos comunes para obtener cosas honestas y necesarias, Cristo da aquí la seguridad a todos los que confían en él y le sirven que, aunque todo lo demás les falle, él suplirá sus necesidades.
Si por enfermedad, accidente o vejez ya no podemos trabajar, Dios no dejará que nos falte la ropa que necesitemos.
“Pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos” (Mt. 6:29). Con estas palabras, Cristo reprende esa necedad de los vanidosos que motiva a tantos a hacer un ídolo de su vestuario… Es de notar que al mencionar el esplendor real con que se vestía Salomón, no lo condenaba… Aunque la Palabra de Dios reprende el orgullo y el exceso en el vestir, permite que príncipes y personas de alcurnia usen atuendos extraordinarios y costosos.
¡Qué fatuo es presumir por poder vestir ropa fina y dar tanta atención a nuestro aspecto personal! Porque aunque hayamos hecho todo lo posible de presentarnos [con vivos colores] y atractivos, nos falta mucho para ser como las flores del campo con sus admirables vestidos.
¿Qué tela o seda es tan blanca como los lirios, qué púrpura puede competir con las violetas, qué escarlata o rojo es comparable a las rosas u otras flores de ese color? El trabajo del artesano puede lograr mucho, pero nada es comparable a las bellezas de la naturaleza. Por lo tanto, si no podemos [competir] con las hierbas del campo que pisoteamos y echamos al horno, ¿por qué hemos de engreírnos con alguna ostentación en nuestra manera de vestir?...
Desgraciadamente, la depravación y perversidad humana es tan grande que convierte en una ocasión para alimentar su vanidad y su exhibicionismo lo que debiera ser motivo de humillación y degradación. Si consideramos debidamente el propósito correcto y principal de la ropa, no podemos menos que humillarnos y avergonzarnos cuando nos la ponemos, en lugar de sentirnos satisfechos con nuestro llamativo vestuario.
El vestido para el cuerpo es para cubrir la vergüenza de la desnudez que nos causó el pecado. No siempre fue así, porque está escrito acerca de nuestros primeros padres antes de la Caída: “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25). Vestido, entonces, es una cobertura de nuestra vergüenza, la marca de nuestro pecado y no tenemos más razón de sentir orgullo por lo que vestimos que la que tiene el criminal de sus grilletes o el demente de su camisa de fuerza; así como estas son señales de haber actuado mal o de padecer demencia, es el vestido la señal de nuestro pecado.
“Ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos”.
Sin duda, lo que Salomón vestía debe haber sido espléndido. Dueño de [ilimitada] riqueza, dueño de una flota de barcos que le traían productos de muchos países, nada faltaba para hacer que su corte fuera de excepcional esplendor y gran pompa. Sin duda, aparecía en las reuniones del estado con las vestiduras más ostentosas e imponentes, pero por más lujosamente que se vistiera, distaba mucho de tener la hermosura de los lirios. Matthew Henry muy bien ha dicho: “Seamos pues más ambiciosos por tener la sabiduría de Salomón que era sin igual sabiduría para cumplir nuestro deber en nuestro lugarque la gloria de Salomón que era sobrepasada por los lirios. El conocimiento y la gracia son la perfección del hombre, no la hermosura y, mucho menos, la ropa fina”. A lo que agregamos, busquemos revestirnos “de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 P. 5:5), en lugar de una lujuria semejante a las plumas del pavo real.

A.W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro de Biblia itinerante, autor del voluminoso Studies in the Scriptures y muchos otros libros; nacido en Nottingham, Inglaterra.





No hay comentarios:

Publicar un comentario