Romanos 4; 24-25
sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser
contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús,
Señor nuestro,
el cual fue
entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.
Aunque a todo lo largo del NT se nos da cuenta de
los beneficios que nos ha traído la resurrección de Cristo, aquí ésta nos gana
específicamente la justificación, esto es, el ser declarados como justos
delante de Dios. Al levantar a Cristo de entre los muertos, Dios anuncia tanto
su aprobación de la obra redentora de Cristo ya consumada, como de todos los
que creen, y por lo tanto están unidos al Señor en su resurrección.
El evangelio salva (justifica) a judíos y
gentiles. El evangelio es aparte de la ley de Moisés. La justificación es por
gracia, y por eso es don, porque si fuera por deuda (cosa merecida por uno),
nadie sería salvo porque nadie ha merecido la justificación. Tanto judíos como
gentiles, por la fe en Cristo Jesús, son herederos de las promesas hechas a
Abraham, quien era justificado por fe. Es error enseñar que los cristianos
tienen que guardar la ley de Moisés para ser salvos, porque Abraham era justificado
por fe aparte de ley.
Romanos 3; 26
con la mira de manifestar en este
tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es
de la fe de Jesús.
El sacrificio de Cristo por los pecados del mundo demuestra la
justicia de Dios al perdonar al pecador. Es justo, porque castiga por el pecado
(Cristo siendo muerto por el pecado). De esta manera justifica al pecador.
Queda, pues, establecida la justicia de Dios al perdonar pecados.
Enviar a Cristo a morir por nuestros pecados, fue la asombrosa
solución divina al problema de cómo podía Dios permanecer siendo justo
(castigando todo pecado), y al mismo tiempo, justificar a los pecadores
(declararnos perfectamente justificados ante él).
Pablo dice que Dios
hizo todo esto porque es justo, y acepta como justo al que cree en Jesús. Es lo
más sorprendente que se puede decir jamás. Es la suprema paradoja del
Evangelio.
Pensemos un poco: quiere decir que Dios es
justo, y que acepta al pecador como si fuera justo. Lo natural habría sido
decir: «Dios es justo; y, por tanto, condena al pecador como a un criminal.»
Pero aquí tenemos la gran paradoja: Dios es justo, y, de alguna manera, con esa
Gracia increíble, milagrosa, que Jesús vino a traer al mundo, acepta a los
pecadores, no como criminales, sino como hijos a los que sigue amando a pesar
de todo.
¿Qué es todo esto
en esencia? ¿En qué consiste la diferencia entre esto y el antiguo sistema de
la Ley? La diferencia fundamental es esta: que el método de la obediencia a la
Ley se refiere a lo que el hombre puede hacer por sí mismo; mientras que el
método de la Gracia consiste en lo que Dios ha hecho por él. Pablo hace
hincapié en que nada que nosotros podamos hacer puede ganar el perdón de Dios;
solamente lo que Dios ha hecho por nosotros puede ganarlo. Por tanto, el camino
que conduce a la perfecta relación con Dios no es un intento agotador y
desesperado para ganar el perdón de Dios por nuestra cuenta, sino la humilde y
arrepentida aceptación del Amor y de la Gracia que Dios nos ofrece en Jesucristo.
¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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