Deuteronomio 30; 19
Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra
vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la
maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia,
Moisés desafió a los israelitas a escoger la vida, obedecer a Dios y
por lo tanto continuar experimentando sus bendiciones. Dios no fuerza su
voluntad sobre nadie. Él nos deja decidir por nosotros mismos si lo seguimos o
si lo rechazamos. Sin embargo, esta decisión es una cuestión de vida o muerte.
Dios quiere que nos demos cuenta de esto, ya que Él quiere que todos nosotros
escojamos la vida. Día a día, en cada nueva circunstancia, debemos afirmar y
reforzar este compromiso.
¿Qué cosa podría decirse más conmovedora y que tenga más
probabilidades de causar impresiones profundas y permanentes? Todo hombre desea
obtener vida y bienestar y escapar de la muerte y del mal; desea la felicidad y
teme la desdicha. Tan grande es la compasión del Señor, que por su palabra ha
favorecido a los hombres con el conocimiento del bien y del mal, que los haría
por siempre felices si no fuera por su propia falta. Oigamos el resumen de todo
el asunto. Si ellos y los suyos amaran a Dios y le sirvieran, vivirían y serían
felices. Si ellos, o los suyos, se alejan de Dios, desertan de su servicio y
adoran otros dioses, esto ciertamente será su ruina. Nunca hubo, desde la caída
del hombre, más de un solo camino al cielo, el cual está marcado en
ambos Testamentos, aunque no con igual claridad. Moisés se refería al mismo
camino de aceptación que Pablo describió más claramente; y las palabras de
Pablo se refieren a la misma obediencia de la cual trató más plenamente Moisés.
En ambos Testamentos se nos acerca el camino bueno y recto y se nos ha revelado
con claridad.
Juan 21;
22
Jesús le dijo*: Si yo quiero que él se quede hasta que
yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme.
Este pasaje deja bien claro que Juan tiene que haber llegado a una
notable ancianidad; tiene que haber vivido una vida tan larga que se corrió la
voz entre los cristianos de entonces que iba a seguir vivo hasta la Segunda
Venida de Cristo. Ahora bien: de la misma manera que el pasaje anterior
asignaba a Pedro su lugar correspondiente en el plan de Dios, este se lo asigna
a Juan. Su misión especial sería la de ser testigo de Cristo. También en su
caso los cristianos de entonces harían sus comparaciones. Mencionarían que
Pablo había llegado al fin de la Tierra; que Pedro iba por acá y por allá
pastoreando a los creyentes; y entonces se preguntarían cuál era la misión
especial de Juan, que llegó a tal ancianidad en Éfeso que ya no podía llevar a
cabo ninguna actividad. Aquí está la respuesta: Puede que Pablo fuera el
pionero de Cristo; Pedro, el pastor de Cristo; pero Juan era el testigo de
Cristo, el que podía decir: «Yo he vivido estas cosas, y sé que son verdad.»
Hoy en día también la prueba definitiva del Cristianismo es la
experiencia cristiana personal. Hoy también el cristiano es el que puede decir:
«Yo conozco a Jesucristo, y sé que el Evangelio es verdad.»
Así que, en su final, este evangelio toma dos de las grandes figuras
de la Iglesia, Pedro y Juan. A cada uno Jesús le asignó una misión. La de Pedro
fue pastorear la grey de Cristo hasta dar su vida por Él. La de Juan fue ser
testigo de la historia de Cristo, y alcanzar una bendita ancianidad para acabar
muriendo en paz. Nada los hizo rivales en el honor y el prestigio, ni al uno
superior al otro. Los dos fueron siervos de Cristo.
Que cada cual sirva a Cristo donde Cristo le ha puesto. Como le dijo
Jesús a Pedro: "La tarea que Yo le doy a otro no es cosa tuya. Lo tuyo es
seguirme;» así nos lo dice a cada uno de nosotros. Nuestra gloria no depende de
nuestra comparación con los demás, sino de servir a Cristo en la capacidad que
Él nos ha asignado.
Pedro no debería distraerse ni por un momento
pensando en lo que tal vez pasara con su amigo Juan. Debería concentrarse en
seguir a Cristo, espiritual y físicamente.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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