En los cuatro años que llevamos
participando en la congregación, nunca ningún anciano, ni predicador ha hablado
con tanta claridad como este pastor puritano J.C Ryle sobre la conversión, y por lo que sé, ocurre lo mismo en la gran mayoría de ellas.
Gracias a Dios desde hace nueve años, he
visto como las palabras del apóstol Pablo a los filipenses 2;
12-13 ("Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no
sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto
el querer como el hacer, para su beneplácito"), han obrado en mi
espíritu ansioso de alimento espiritual para vivir agradando a Dios, aunque sea imperfectamente.
En esta congregación comencé a participar
en la página web aportando la idea de incluir biografías de los
Reformadores. Fue de este modo como he podido ver el ejemplo que nos
dejaron con su estilo de vida piadoso, de oración, de servicio, de testimonio,
como luminares en el mundo. Entre todos ellos ha calado las vidas de los
"Puritanos".
J.C Ryle perteneció a este
"movimiento". Esta semana se
ha publicado su biografía en la web de la congregación; por lo que me gustaría
destacar la última parte donde dice:
“Ryle no trató la historia de la iglesia como algo
trivial. Más bien, profundizó en ella y aprendió de la obra de Dios en
generaciones pasadas. El resultado fue una rica y vibrante fe, precisión
doctrinal, tolerancia de los contrarios, y gran expectativa y deseo de
experimentar de nuevo el poder espiritual de las generaciones pasadas. Ryle
conocía el santo descontento que muchas veces sienten los que estudian la obra
de Dios en la historia.
Quinto, los pastores pueden aprender de Ryle a servir
aun en edad avanzada. En la agenda de Ryle no había lugar para la jubilación.
Sirvió activamente a Dios hasta el fin, y oró para "morir con las botas
puestas". Dios escuchó su oración. Sus mejores y más fructíferos años de
ministerio fueron después de sus 64 años.
Sexto, la vida de Ryle muestra la importancia de
perseverar en medio de las pruebas. Él soportó el colapso financiero de su
familia, la muerte de sus tres esposas, y las constantes críticas de sus
teólogos adversarios. A pesar de esto, aplicó en su vida las disciplinas del
Señor y a través de sus pruebas creció en el "fruto de justicia y
paz". En Ryle, se hizo carne el antiguo dicho puritano: "El que sufre
conquista".
Encontré
recientemente entre sus escritos, un folleto con una pregunta a todos los que
decimos ser cristianos, y es ésta: ¿CREE USTED QUE SE HA CONVERTIDO?
Por
la maravillosa claridad con que expone y define lo que ocurre en muchos
creyentes, me he tomado la libertad de dividir este tema en varias partes, para
que el lector pueda leer y releer, meditar, reflexionar y rumiar cada palabra,
cada enseñanza de este tema vital para la vida de los nacidos de nuevo. A mí me
ha revelado cual es mi situación y en qué proceso me encuentro. Deseo que a ti
que lees esto, te aclare dónde estás.
J. C. Ryle (1816-1900)
“Así que, arrepentíos y convertíos” (Hechos 3:19)
El tema contenido en el título de este artículo es uno que
se aplica a toda la humanidad. Le tiene que llegar a cada rango y clase, alta o
baja, rica o pobre, a ancianos o a jóvenes, a letrados o a iletrados.
Uno puede llegar al cielo sin dinero, sin rango o sin
escuela. Nadie, por más sabio, rico, noble o hermoso que sea, llegará al cielo
sin la conversión.
Este es un punto de gran importancia. Algunas personas eminentes de creer están muy
dispuestas a admitir que la conversión es
una verdad bíblica y una realidad, pero creen no es algo con lo que se debe presionar a la mayor parte de
nuestro pueblo. Aceptan que los paganos
necesitan la conversión. Admiten también que los ladrones, los caídos y los presos en las cárceles
requieren conversión. Pero hablar de que
la conversión es necesaria para la gente que asiste a la iglesia es hablar de cosas que no comprenden para
nada. “A lo mejor tales personas, en
algunos casos, necesitan una pequeña sacudida o que se les corrija. Quizá no sean todo lo bueno que debieran ser, les sería
mejor prestar más atención a la
religión, ¡pero no tiene usted derecho a decir que necesitan convertirse!”.
Este concepto, tristemente común, es una quimera. Es pura
invención humana, sin un ápice de fundamento en la Palabra de Dios. La Biblia enseña
expresamente que el cambio de corazón llamado conversión es algo absolutamente
necesario para todos. Es necesario
debido a la corrupción total de la naturaleza humana. Es necesario por la
condición del corazón natural de cada persona. Todas las personas nacidas en el
mundo, de todo rango y nación, tienen que pasar por un cambio de corazón entre
la cuna y la tumba antes de poder ir al cielo. Todos, todos sin excepción, tienen
que convertirse.
Sin la conversión del corazón no podemos servir a Dios en la
tierra.
Por naturaleza, no tenemos ni fe en Dios ni en su Hijo
Jesucristo, ni temor de él, ni amor a él. No nos deleitamos en su Palabra. No
nos gozamos en la oración o comunión con él. No disfrutamos de sus ordenanzas,
su casa, su pueblo o su día. Es posible que practiquemos una forma de
cristianismo y observemos una serie de ceremonias y funciones religiosas. Pero
sin la conversión no tenemos más corazón en nuestra religión que un ladrillo o
una piedra. ¿Puede un cadáver servir a Dios?Sabemos que no. Pues bien, sin la conversión estamos muertos
para Dios.
Mire a su alrededor, a la congregación con la que se reúne
cada domingo. Note el poco interés que la gran mayoría demuestra en lo que está
sucediendo. Observe la indolencia, apatía e indiferencia de la mayoría a todo
lo relacionado con la iglesia. ¡Salta a la vista que sus corazones no están
allí! Están pensando en otra cosa y no en la religión. Están pensando en los negocios, o el dinero, o los placeres,
o los planes mundanos, o los sombreros, o la ropa, o los vestidos nuevos, o las
diversiones. Sus cuerpos están presentes, pero no sus corazones. ¿Y cuál es la
razón? ¿Qué es lo que todos necesitan? Necesitan
la conversión. Sin ella,
solo asisten a la iglesia con el fin de lucirse para luego salir de la iglesia
y servir al mundo y sus pecados.
Pero esto no es todo. Sin la conversión del corazón no
podríamos disfrutar del cielo, si acaso allí llegáramos. El cielo es un lugar
donde la santidad reina suprema, y donde el pecado y el mundo no tienen parte.
El compañerismo será todo santo; las actividades serán todas
santas; será un Día del Señor eterno. Por supuesto que si vamos al cielo,
tenemos que tener un corazón en armonía con él y capaz de disfrutarlo, de otra manera
no seríamos felices. Tenemos que tener una naturaleza en armonía con el
elemento en el cual vivimos y el lugar donde moramos.
¿Puede un pez ser feliz fuera del agua? Sabemos que no. Pues
bien, sin la conversión de corazón no podríamos ser felices en el cielo.
Mire a su alrededor en el lugar donde vive y a las personas
que conoce.
¡Piense en lo que muchas de ellas harían si se les privara
para siempre de dinero, negocios, periódicos, cartas, deportes, carreras,
cacerías y placeres mundanos! ¿Cómo serían? ¡Piense cómo se sentirían si se les
encerrara para siempre con Jesucristo, los santos y los ángeles! ¿Serían felices? ¿Les sería placentera la compañía eterna de Moisés,
David y San Pablo a aquellos que nunca se toman el trabajo de leer lo
que estos hombres santos escribieron? ¿Serían las alabanzas eternas del cielo
al gusto de aquellos que apenas pueden sacrificar unos minutos por semana para
sus devociones privadas, aun para la oración? Hay solo una respuesta para todas
estas preguntas. Tenemos que estar convertidos antes de poder disfrutar del
cielo. El cielo no sería cielo para todo hijo deAdán sin la conversión.
No deje que nadie le engañe. Hay dos cosas que son
absolutamente necesarias para la salvación de todos los hombres y mujeres sobre
la tierra. Una es la obra mediadora de Cristo por nosotros;
su expiación, el cumplimiento que hizo por el pecado y su intercesión. La otra
es la obra de conversión del Espíritu en
nosotros; su gracia guiadora,
renovadora y santificadora. Tenemos que contar tanto con un título como con un corazón
para el cielo. Los sacramentos son generalmente necesarios solo para los que ya
son salvos; el hombre puede ser salvo sin ellos, como el ladrón arrepentido. Un
interés en Cristo y en la conversión es absolutamente necesario, sin esto nadie
puede ser salvo. Todos, todos por igual, personas eminentes o humildes, ricos o
pobres, ancianos o jóvenes, educados o iletrados, gente de iglesia o disidentes,
bautizados o no bautizados, tienen que convertirse o perecer. No hay salvación sin conversión.
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