J. C. Ryle (1816-1900)
“Así que, arrepentíos y
convertíos” (Hechos 3:19)
Esto es parte de mi tema que nunca puedo pasar por alto.
Bueno hubiera sido para la iglesia y el mundo en todas las edades, si esto
hubiera recibido más atención. Miles han rechazado con disgusto la religión por
la malignidad de los que la profesan. Cientos han sido causa de que la propia
palabra conversión apestara por la vida que algunos viven después de declararse
convertidos. Estos han creído que unas pocas sensaciones y convicciones
ocasionales eran la auténtica gracia de Dios. Se han imaginado convertidos
porque sus sentimientos carnales fueron estimulados. Se han llamado “conversos”
sin el más mínimo derecho a ese nombre tan honroso. Todo esto ha causado un daño
inmenso, y lo sigue causando en la actualidad. Estos tiempos demandan una declaración
muy clara del gran principio de que una conversión verdadera es algo que
siempre se puede ver.
Reconozco sin reservas que la manera como obra el Espíritu
es invisible. Es como el viento. Es como el poder de atracción del imán. Es como
la influencia de la luna sobre las mareas. Hay algo allí que sobrepasa el
alcance de la vista o la comprensión humana. Pero aunque admito esto sin vacilación,
también mantengo sin vacilación que los efectos de la obra del Espíritu en la
conversión siempre serán evidentes.
Estos efectos pueden ser débiles y endebles al principio,
quizá al hombre natural apenas le sean visibles y le son incomprensibles. Pero
efectos siempre habrá, donde ha habido una conversión auténtica siempre se verá
algún fruto. Donde no se ve ningún efecto, puede estar seguro que allí no hubo gracia. Donde es imposible encontrar un fruto
visible, puede
estar seguro que allí no hubo conversión.
¿Pregunta alguien qué podemos esperar ver en una conversión auténtica?
Respondo que siempre se verá algo en el carácter, los sentimientos, la conducta,
las opiniones y el diario vivir de la persona convertida. No verá en él la
perfección, pero verá en él algo peculiar, distintivo y diferente de otras
personas. Lo verá aborreciendo el pecado, amando a Cristo, procurando la
santidad, disfrutando de su Biblia y perseverando en oración. Lo verá
arrepentido, humilde, con fe, sobrio, caritativo, veraz, de buen humor,
paciente, recto, honorable y bondadoso.
Esto, por lo menos, será su meta, estas son las cosas que
procurará alcanzar, no importa lo lejos que esté de la perfección. En algunos convertidos,
se pueden ver estas cosas más claramente; en otros, menos.
Solo digo esto: dondequiera que haya conversión, habrá
evidencias de este tipo.
No quiero saber nada de una conversión
que no tiene señales ni evidencias para mostrar.
Siempre diré: “Muéstreme algunas
señales si quiere que crea que usted se ha convertido.
Muéstreme su conversión sin ninguna señal, ¡si es que puede! No creo en
ella. No vale nada”. Puede llamar legalista a tal doctrina, si quiere. Es
mucho mejor ser llamado legalista que ser antinómico (de la palabra griega anti: contra, y
nomos: ley, antinómico significa básicamente “contra la ley”. Por lo general
significa que uno sigue el concepto teológico de que la Ley de Dios no se
aplica a la vida de un creyente).
Nunca, jamás aceptaré que el
Espíritu bendito pueda morar en el corazón de un hombre cuando no se ven frutos
del Espíritu en su vida.
Una conversión que deja que un hombre
viva en pecado, que mienta, que beba y diga malas palabras
no es una conversión bíblica. Es una conversión falsa, que puede agradar
solo al diablo y llevará al hombre que se satisface con ella, no al
cielo, sino al infierno.
Deje que este último punto entre hasta el fondo de su
corazón para nunca ser olvidado. La conversión no es solo una cosa bíblica, una
cosa necesaria, una cosa posible y una cosa feliz. Le queda una grandiosa característica
más: es UNA COSA QUE SIEMPRE SERÁ
EVIDENTE.
Ahora permítame ir terminando este artículo con algunas
apelaciones directas a la conciencia de todos los que lo leen…
(1) En primer lugar, insto a cada
lector de este artículo que determine si se ha convertido.
No le estoy preguntando acerca de
otras personas. El pagano sin duda necesita convertirse.
Los desdichados presos en las cárceles y los reformatorios necesitan
convertirse. Puede haber gente que
vive cerca de su propia casa que son
pecadores e incrédulos declarados, y
necesitan convertirse. Esto no es lo
que estoy preguntando aquí.
Pregunto: ¿Usted mismo se ha convertido? ¿Se ha convertido? Decirme que muchos son hipócritas y
falsos profesos no es darme una respuesta. No entra en discusión el que me diga
que hay muchas campañas falsas de evangelización y conversiones que son una
burla. Todo esto puede ser muy cierto, pero el abuso de una cosa no destruye el
uso de ella. La circulación de dinero falso no es razón para no usar dinero
legítimo. Sean los otros lo que sean, la cuestión es:
Usted ¿se ha convertido? ¿Se ha convertido? Decirme que usted va a la iglesia o a la capilla y ha sido
bautizado y que participa de la Cena del Señor no es darme una respuesta. Todo esto
no es prueba de nada: yo podría decir lo mismo de Judas Iscariote, Demas, Simón
el Mago, Ananías y Safira. La pregunta aún queda sin contestar. ¿Ha cambiado su
corazón? ¿Realmente se ha convertido a Dios?
(2) En segundo
lugar, insto a cada lector de este artículo que no se ha convertido, que no
descanse hasta convertirse.
Apresúrese:
despierte para percibir su peligro. Corra para salvar
su vida, huya de la ira que vendrá. El tiempo es breve, la eternidad está cerca. La vida es
incierta, el juicio es seguro. Levántese y clame a Dios. El Trono de Gracia
todavía está en pie... Las promesas del evangelio son extensas, amplias,
plenas y gratuitas. Hágalas suyas este día. Arrepiéntase y crea al evangelio.
Arrepiéntase y conviértase. No descanse, no descanse, no
descanse hasta saber y sentir que es usted un hombre convertido.
(3) En último
lugar, ofrezco una palabra de exhortación a cada lector que tiene razón para
creer que ha pasado por ese cambio bendito del cual he estado hablando en este
artículo.
Usted puede
recordar el tiempo cuando era lo
que no es ahora. Puede recordar un
tiempo en su vida cuando las cosas
viejas pasaron y todas fueron hechas
nuevas. A usted también tengo algo
que decirle. Acepte una palabra de
cariñoso consejo, y tómela en serio.
(a) ¿Cree usted que se ha convertido? Entonces, por sobre todas las cosas, asegúrese de que su llamado y conversión
sean incuestionable. No deje sin resolver ninguna cosa que tenga que ver
con su alma inmortal. Esfuércese por tener un testimonio del Espíritu con su
espíritu, de que es un hijo de Dios. Se puede tener seguridad en este mundo, y
la seguridad es algo que vale la pena buscar. Es bueno tener esperanza, es mucho
mejor tener seguridad.
(b) ¿Cree usted que se ha convertido?
Entonces no espere imposibilidades en
esta vida. No suponga que llegará el día cuando no encuentre ningún punto débil
en su corazón, ni divagaciones en sus oraciones en privado, ni distracciones de
su lectura bíblica, ningún deseo insensible en la adoración pública a Dios,
ninguna carne que lo mortifique, ningún demonio que lo tiente, ninguna trampa
mundana para hacerlo caer. No espere nada de esto. ¡La conversión no es perfección!
¡La conversión no es el cielo!... el mundo que lo rodea está lleno de peligro;
el diablo no está muerto. Recuerde que aun en el mejor de los casos un pecador
convertido es todavía un pobre y débil pecador que necesita a Cristo cada día.
Recuerde esto, y no se decepcionará.
(c) ¿Cree usted que se ha convertido? Entonces esfuércese y anhele crecer en
la gracia cada año que vive.
No
mire hacia el pasado. No se contente con experiencias del pasado, gracia del
pasado, logros del pasado en la religión. Ruegue al Señor que siga más y más la
obra de conversión en su alma y que profundice sus convicciones espirituales.
Lea su Biblia con más cuidado cada año. Ocúpese de sus oraciones con más celo
cada año. Cuidado con el letargo y la pereza en su religión. Hay una gran diferencia
entre las formas más bajas y las más altas en la escuela de Cristo. Esfuércese por
avanzar en conocimiento, fe, amor, caridad y paciencia. Que su lema sea todos
los años: “¡Avanzando, Hacia adelante, Hacia arriba!”, hasta la última hora de
su vida.
(d) ¿Cree usted que se ha convertido? Entonces demuestre el valor que le da a la conversión con su diligencia en
tratar de hacerle bien a otros.
¿Realmente cree usted que es terrible ser un inconverso?
¿Realmente cree usted que la conversión es una bendición indescriptible?
Entonces demuéstrelo, demuéstrelo, demuéstrelo por su celo en sus esfuerzos por
promover la conversión de otros. Mire alrededor del vecindario donde vive.
Tenga compasión por las multitudes todavía inconversas. No se contente con
lograr que asistan a la iglesia o a la capilla, sea su meta su total conversión
a Dios. Hable con ellas, léales, ore por ellas, anime a otros para que las
ayuden. ¡Pero nunca, nunca, si usted se
ha convertido, nunca se conforme con ir al cielo solo!
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