Ebenezer
Erskine (1680-1754)
PRIMERO, LO QUE SIGNIFICA CREER EN DIOS: Significa
conocer a Dios en concordancia con la revelación de él mismo, que nos ha sido
dada a través de Cristo en los Evangelios. Reconozco que aun los paganos
mismos, saben de su poder eterno por las maravillas que han visto. Pero el
pecador culpable no tiene ningún conocimiento salvador de Dios. En cambio, el
que está en Cristo vive bajo esta premisa: “Dios, que mandó que de las
tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones,
para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”
(2 Co. 4:6). Y sean las que fueren las brillantes ideas o especulaciones que
pueda tener la gente acerca de Dios y de sus excelencias descubiertas en las obras
de su creación y sus providencias, si esas nociones acerca de él no están
basadas en la revelación del evangelio, no es fe auténtica. Y si la revelación
de Dios en Cristo no es revelada por el Espíritu de sabiduría, quitando el velo
de ignorancia e incredulidad que hay en la mente por naturaleza, no puede haber
un conocimiento de Dios que salva, satisface y santifica. Sin el fundamento de
la Palabra, ninguna fe o creencia es auténtica. Sólo una iluminación verdadera
de la mente con el conocimiento de Dios en Cristo reconciliando al mundo con sí
mismo, puede producir una fe que salva. Y este conocimiento es tan esencial
para tener fe o creer, que lo encontramos a menudo en las Escrituras, expresado
con la palabra conocer: “Y esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”
(Jn. 17:3).
Creer en Dios implica una aceptación firme y constante de la
verdad y la veracidad de lo que Dios dice en su Palabra. Es creer y aceptar el
testimonio de sí mismo. Esto es llamado “recibir la evidencia de Dios,
reconocer definitivamente que Dios es auténtico, creer en la veracidad de lo
que nos narra el evangelio”. Cuando el hombre escucha “la palabra verdadera del
evangelio” (Col. 1:5), está listo para clamar con el Apóstol: “Palabra fiel y
digna de ser recibida por todos” (1 Ti. 1:15). Esta palabra está establecida en
los cielos; cielo y tierra pasarán, pero esta Palabra de Dios permanece para
siempre…
Procederé ahora a examinar qué
influencia tiene esta fe sobre las buenas obras:
La fe auténtica une al alma con Cristo, quien es la raíz
misma y la fuente de toda santidad. “De mí [dice el Señor] será hallado tu
fruto.
El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto”,
esto es por fe. Es cierto que en nuestro estado natural podemos llevar muchos frutos
que son moral y materialmente buenos, pero sin estar unidos a Cristo, no
podemos hacer ninguna obra que sea espiritualmente buena y aceptable, porque
como dice el Maestro: “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si
no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn.
15:4). Así como es imposible cosechar uvas de las espinas o higos de los cardos
igual de imposible es que alguien lejos de Cristo realice obras espiritualmente
buenas…
La fe obra por el amor, y el amor es el cumplimiento de la
ley. Amar a Dios en Cristo es el próximo e inmediato fruto de la fe auténtica
que salva. El corazón ungido con el amor de Dios en Cristo hace que el hombre
abunde en buenas obras: “El amor de Cristo nos constriñe…”, dice el Apóstol (2
Co. 5:14). El amor causa que el hombre guarde los mandamientos de Dios. El amor
impulsa al hombre a correr a través del fuego y el agua por él. “Las muchas
aguas no podrán apagar el amor” (Cnt. 8:7). “¿Quién nos separará del amor de
Cristo?” (Ro. 8:35).
La fe aplica las promesas del Nuevo Pacto y de él obtiene
gracia para obedecer los preceptos de la ley. La fe, por así decir, se desplaza
entre el precepto y la promesa:
Lleva al hombre del precepto a la promesa y de la promesa al precepto. Como por
ejemplo cuando la ley dice “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de
toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5; Lc. 10:27), la fe pasa a la
promesa, donde Dios dijo: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el
corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios” (Dt. 30:6)…
¿Dice la ley: “y conocerás a Jehová”? (Os. 2:20). Pues bien,
la fe confía en la promesa: “Y les daré corazón para que me conozcan” (Jer.
24:7). ¿Nos obliga la ley a guardar todos sus mandamientos? La fe recurre a la
promesa y la aplica: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que
andéis en mis estatutos” (Ez. 36:27).
La fe tiene influencia sobre las buenas obras cuando
contempla la autoridad de Dios en Cristo interpuesta en cada mandamiento de la Ley.
Los ojos de la razón, quizá vean, como hemos sugerido, la autoridad de Dios
creador, que es tan evidente en el caso del pagano al contemplar los cielos;
pero es únicamente con ojos de la fe que proviene del Señor, que podemos
contemplar la autoridad de Dios en Cristo y recibir de sus manos la Ley… ¡Oh!
Cuando Dios en Cristo es visto por fe, el alma no puede dejar de clamar: “Dios
es mi rey desde tiempo antiguo; el que obra salvación en medio de la tierra,
sus mandamientos no son gravosos porque su yugo es fácil y ligera su carga. Ya
no lo veo más como un pacto de obras para mí, sino como una regla de
obediencia, endulzada con amor y gracia redentora”. Así pues, vemos qué
influencia tiene la fe sobre las buenas obras.
Ebenezer Erskine (1680-1754):
Predicador evangélico escocés, fundador principal de la Iglesia Separada de
Escocia (formada con disidentes de la Iglesia de Escocia), padre de quince
hijos, nacido en Dryburgh, Berwickshire, Escocia.
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