Richard
Baxter (1615-1691)
La preocupación
que la gente tiene por su [ropa]2, lo que gastan en banalidades, su anhelo por
alcanzar el nivel más alto en su rango, y ni hablemos de las modas cambiantes e
indecorosas, demuestran en qué gastan su dinero. Quiero que estas personas
piensen en lo que les voy a decir.
La manera de vestir vanidosa es el efecto indudable de la
vanidad de sus mentes. Quien viste de manera vanidosa, proclama abiertamente
ser persona insulsa, infantil y de escaso entendimiento. Aun los más pecadores,
los que usan sólo el sentido común, consideran esta vanidad en el modo de vestir
más pecaminoso de lo que ellos mismos podrían ser. Por lo tanto, es considerado
comúnmente como el pecado especial de mujeres, niños y varones casquivanos y
superficiales. ¡Aquellos que no tienen nada de valor interior como para
recomendarlos a la sociedad son verdaderamente tontos si creen que alguna persona
sabia aceptaría una capa de seda a cambio de su valor interior! La sabiduría,
la santidad y la rectitud son los adornos del hombre, esa es la hermosura que embellece su alma.
¿Les parece que la gente sabia cambiaría la sabiduría, virtud o santidad por
prendas de vestir exquisitas? Se puede vestir con ropas exquisitas, tanto el
necio como el sabio, ¿pero creen ustedes que con esto el necio puede pasar por
sabio? Cuando entró un hombre elegantemente vestido y ostentoso al estudio del
famoso pintor Apelles3 para que
le pintara un autorretrato, mientras no abrió la boca, los aprendices lo
trataban con sumo respeto porque venía engalanado de encajes de oro y plata,
pero en cuanto empezó a hablar, se dieron cuenta de que era un tonto. Todos le perdieron el respeto y se
reían de él.
Cuando los ven a ustedes vestidos de lo mejor y más
extraordinario que ofrece la moda, llaman la atención y la gente se pregunta: “¿Quién es
aquella persona tan bien vestida? o
¿Quién es aquél?” Pero cuando perciben que son más
superfluos e inútiles que otros, se ríen de ustedes y los desprecian. Su exceso
en el vestido es, justamente, la señal del necio que demuestra al mundo quiénes
son ustedes, tal como un letrero en un salón indica que habrá entretenimiento
para el público… Si veo a alguien exageradamente esmerado en su vestir, tengo
que sospechar que debe ser por algo; algo anda mal cuando es necesario poner
tanto esmero y tener que generar curiosidad. ¿Cuál es el defecto que quiere esconder
con esto? ¿Es una falla
en su mente?... Uno
está anunciando que es un alma vacía y tonta con tanta claridad como el
danzante moro4 o como un actor muestra quién es por
medio de sus vestimentas…
También exhiben ustedes orgullo, lujuria o ambos cuando los
observan.
En otros casos, son cuidadosos en esconder su pecado y
consideran un insulto si los delatan y los reprenden. Entonces, ¡cómo es que
están aquí tan ansiosos por dar a conocer que llevan las señales de la lujuria
y la vanidad a la vista de todos! ¿Acaso no es una deshonra para los pillos y
ladrones tener que llevar la señal de su transgresión estampada con fuego en la
mano o en la frente o tener que andar con un anuncio prendido a la ropa en la
espalda que declara sus crímenes para que todos los que lo ven digan: “Allí
está un ladrón y allá anda un perjuro5”?
¿No es muy similar que lleven ustedes la etiqueta del orgullo o lujuria por las
calles y a las reuniones? ¿Por qué anhelan ustedes ser tan exquisitos, prolijos
o bien parecidos? ¿Acaso no es para atraer las miradas y para que los demás
observen su prestancia? ¿Y con qué fin? ¿Acaso no es para dar la impresión de
ser ricos, hermosos o elegantes? ¿Para qué fin quieren que los demás tengan
esta impresión de ustedes? ¿No saben que este deseo es un reflejo del orgullo
mismo? ¡Necesitan ser “alguien” y quieren ser notados y valorados! Quieren que
los consideren como del mejor o más alto rango que puede haber. ¿Qué es esto sino orgullo?
¡Espero que sepan que el orgullo es el pecado del diablo, el
primogénito de toda iniquidad y que el Padre celestial lo aborrece! ¡Sería más meritorio
para ustedes a los ojos de los sabios proclamarse mendigos, borrachos o idiotas
que proclamar su orgullo! Con demasiada frecuencia demuestran un dejo de lujuria, al igual que de orgullo, especialmente si
son jóvenes. Pocos son más propensos que estos a caer en este pecado.
Estos modos de vestir provocativos y exquisitos no son más
que el fruto de una mente insolente y desvergonzada, es claramente una manera de
flirtear y atraer. ¡No es por nada que quieren que los vean y los crean lindos!
Ustedes quieren algo; ¡pueden imaginarse qué! Aun los casados ―si
valoran su reputación― deberían cuidarse de que sospechen de
ellos.
Señores, si son ustedes culpables de desvaríos, orgullo y
lujuria, lo mejor que pueden hacer es buscar en Dios un remedio efectivo y usar los medios útiles para
su curación, no los que tiendan a empeorarlo y aumentarlo, como de hecho lo
hacen las indumentarias tan extravagantes e inapropiadas. Pero si no quieren
curarse, escóndanlo por vergüenza.
¡No le digan a todos lo que hay en su corazón! ¿Qué dirían
ustedes de alguien que camina por la calle diciéndoles a todos los que
encuentra:
“Soy ladrón” o “soy fornicario”? ¿No les parecería que es
más que insolente? ¿Y cuánto se parece éste al que escribe en su propia
espalda:
“¡Desquicio, orgullo y lujuria!” o les anuncia con su manera
de vestir: “¡Mírenme! Soy tonto, soberbio y lujurioso”?
Si son ustedes tan fatuos como para pensar que usar ropa
llamativa los hace dignos de honra, tienen que considerar también que esto no es
más que mendigar vergonzosamente la honra de los que los ven, cuando en
realidad no les muestran nada de lo que ustedes se creen. La honra tiene que
ser el resultado de una conducta ejemplar, no por mendigarla, porque no es
honra lo que se da a los que no la merecen…
Vestirse llamativamente demuestra tan abiertamente el deseo
de ser estimado y honrado que les anuncia a todos los que sí tienen sabiduría que
no son ustedes merecedores de ella. Porque entre más estima quiere el hombre,
menos la merece.
Por su modo de vestir, ustedes le anuncian al mundo que
quieren honra, tan clara y tontamente como si le dijeran a alguno por la calle:
“Le pido que piense bien de mí, que me considere una persona elegante,
agraciada que está muy por encima de la gente común”. ¿No se reirían ustedes del que le hiciera un pedido
así? Pues, ¿no es lo mismo que hacen ustedes cuando, con su modo de vestir,
están rogando que los estimen? ¿Por qué, díganme, debemos estimarlos? ¿Es por su ropa? Ay, puedo ponerle un encaje de plata
a una escoba o un saco de seda a un poste o a un asno. ¿Es por el cuerpo
lindo que tienen? ¡Ay, el
malvado Absalón era hermoso y las rameras más viles han tenido un cuerpo tan
lindo como cualquiera de ustedes! Un cuerpo lindo o un rostro hermoso, muchas
veces, muestra el alma, pero nunca
la salva del infierno. El cuerpo nunca
es más lindo por su vestido, por más que lo parezca. ¿Quieren ser estimados por sus
virtudes? El orgullo es el peor
enemigo de la virtud y una deformidad tan grande del alma como lo es del
cuerpo, la viruela. Y los que los creen a ustedes [más dignos] porque visten un
traje nuevo o un encaje de plata saben de la dignidad tan poco como ustedes.
Por lo tanto, dejen de mendigar estimación por los medios que incitan al sabio
a rechazarlos. Dejen que la honra llegue sin mendigarla o confórmense sin ella.
Consideren también que la ropa llamativa es contraproducente
para los fines que tienen los soberbios. Confieso que, a veces, atrapa al necio
y satisface así los anhelos del lujurioso, pero rara vez consigue éste su propósito.
Su deseo es ser considerado mejor que otros, pero la mayoría piensa todo lo
contrario. El hombre sabio tiene más discernimiento como para creer que un
sastre puede fabricar sabiduría
en un hombre o en una mujer, u honestidad en un hombre o en una mujer o distinción en un hombre o en una mujer. El hombre
bueno le tiene lástima, lamenta sus disparates y defectos, y le desea sabiduría
y humildad. A los ojos del hombre sabio y lleno de gracia, el pobre cristiano
abnegado, humilde, paciente y celestial vale mil de esos postes
artificiosamente pintados y esos pavos reales soberbios. Y es así que llegamos
a la conclusión de que los impíos mismos ven frustradas sus propias
expectativas porque, así como al codicioso no le gusta la codicia en otro
porque codicia más para él mismo, al orgulloso no le gusta el orgullo en otros
porque no quiere nada de competencia o lo quiere sobrepasar en cuanto a
posición y procura que lo prefieran antes que a los otros…
Por último, les ruego que no olviden lo que están haciendo
con tanto cuidado y lo qué es, ese cuerpo que tanto adornan, que los
enorgullece tanto ante el mundo y que exhiben tan atractivamente vestido. ¿No
se conocen ustedes a sí mismos? ¿Acaso no es más que un terrón de lodo tibio y
grueso lo que quieren que los hombres vean y honren? Cuando el alma que
descuidan los ha dejado, tendrán entonces otra vestidura.
Ese pequeño espacio de tierra que habrá de recibirlos se
contaminará de su inmundicia y corrupción, y los más queridos de sus amigos ya
no querrán saber nada de ustedes. No hay peor podredumbre en la tumba que ese
cuerpo muerto que desciende al sepulcro adornado y pintado y, muy poco tiempo
después de su muerte, es la más repugnante carroña.
Mientras tanto, ¿qué son ustedes? Bolsas de inmundicia y
sepulcros vivos mezclados entre la carne de otros seres creados que se
corrompen diariamente. Son pocos los días en que la mayoría de ustedes no
ingieren carne animal que queda en sus cuerpos como en una sucia sepultura;
allí quedan y corrompen; en parte lo digieren transformándolo en nutrición y el
resto es echado fuera [como excremento]. Es así que andan como sepulcros
blanqueados; su ropa exquisita son las coberturas adornadas de suciedad, flema
y excremento. Si pudieran ver lo que hay en el interior del engalanado más
orgulloso, dirían que su interior
es infinitamente distinto a su exterior. ¡Puede haber cien gusanos [adentro, consumiendo]
a la bella doncella o al necio adornado que vive para ser admirado por su manera
llamativa de vestir! Si un poco de la [inmundicia] interior se transformara en
sarna o viruela, verían ustedes la realidad dentro del que tanto se adorna.
¡Fuera, pues, de esas vanidades; no sean niños todos los días de
su vida!...
Avergüéncense de que alguna vez fueron culpables de tanta
necedad como para creer que la gente los honraría por lo que visten, ¡por esa
ropa que se sacan de noche y se ponen por la mañana! ¡Oh, pobres ilusos, polvo
y carne para los gusanos! Dejen a un lado su necedad y conózcanse a sí mismos.
¡Busquen aquello que les puede prodigar una estima merecida
y perpetua, y asegúrense de recibir la honra que viene de Dios!
¡Fuera con los adornos engañosos [y exhibicionistas] y
procuren su verdadero
valor interior! La gracia
no se demuestra ni es honrada por las ropas finas, sino que es velada, oprimida
y deshonrada por los excesos.
¡La verdadera gloria es la gloria interior! La imagen de
Dios tiene que ser la belleza principal del hombre: Hagan que eso sea lo que brille en la santidad de sus vidas y serán
verdaderamente honorables.
Richard Baxter (1615-1691): Predicador y teólogo puritano
inglés; nacido en Rowtron, Shropshire, Inglaterra.
Cuídese
de ser el instrumento de Satanás para alimentar el fuego de corrupción en otro.
Algunos lo hacen a propósito. Por eso la prostituta perfuma su cama y se pinta
la cara. Los idólatras, tan prostitutos como la mencionada, llenan sus templos
y altares de fotos supersticiosas, adornadas con todo el oro y la plata que
pueden para hechizar al espectador. Por esto, dice de ellos la Palabra: “os
enfervorizáis con los ídolos” (Is. 57:5), tanto como cualquier amante con su
querida en su vestido indecente. Y el alcohólico despierta la tentación de su
prójimo “¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu
hiel, y le embriagas para mirar su desnudez!” (Hab. 2:15). ¡Oh, cuán baja es la
obra de estos hombres! Por ley, el que alguien incendie la casa de su vecino significa
pena de muerte, ¿qué pues merecen los que prenden fuego al alma de los hombres,
peor que el fuego del infierno? Pero es posible que usted lo haga sin saberlo por
medio de algo más insignificante de lo que se puede imaginar. Un niño jugando
con un cerillo [fósforo] encendido puede prender un fuego a una casa, que
después no se puede apagar. Y ciertamente, Satanás puede usar nuestra
insensatez e indiferencia para encender la lujuria en el corazón de otro. Quizá
salga de nuestra boca alguna palabra vana sin querer dañar a nadie, pero una
chispa de tentación puede extenderse al corazón de un amigo y encender allí un
lamentable fuego. El atavío lascivo, quizás [escotes] o los hombros
descubiertos, que quizá se usa con un corazón limpio y sólo porque está de
moda, puede resultar una trampa para otro. Pablo dice: “Por lo cual, si la
comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner
tropiezo a mi hermano” (1 Co. 8:13). ¿Y podemos admirar un vestido frívolo de
una moda inmodesta que ofendería a otros y, aun así, usarlo? Reflexionemos que
el alma de nuestro hermano es de más valor que la moda de nuestro vestido. —William Gurnall
2 Nota del editor: El estilo del inglés
del autor es, a veces, muy difícil para el lector moderno,aún más que los de
otros escritores puritanos. El artículo ha tenido más trabajo editorial que de
costumbre en un esfuerzo por conservar el poder de su pensamiento, pero
aumentando su facilidad de lectura.
3 Appelles (siglo IV a. de J.C.) –
Pintor griego, conocido ahora sólo por fuentes escritas, pero muy aclamado a lo
largo y ancho del mundo antiguo.
4 Danzante moro – Danzante que bailaba
una danza grotesca en un disfraz recargado con campanillas; estos usualmente
representaban personajes de la leyenda de Robin Hood.
5 Perjuro – Culpable de una declaración
falsa bajo juramento de decir la verdad.
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