1
Corintios 2; 14
Pero el hombre natural no acepta las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede
comprender, porque se han de discernir espiritualmente.
Es preciso definir la frase “hombre natural”.
¿Quién es? Es el hombre inconverso que sigue solamente la sabiduría humana y
rechaza la inspiración del Espíritu Santo. Basándose solamente en el
razonamiento humano, no percibe las cosas del Espíritu. Es el hombre de esta
vida animal que es de los sentidos físicos, nada más. El hombre animal se
presenta como parte de la vida que se tiene en común con el animal. Se
identifica con “los príncipes de este siglo”. Es el hombre no inspirado, o que
no acepta la inspiración del Espíritu Santo.
En
la expresión, “hombre natural”, no entra la idea de moralidad. Entra
nada más la idea de alguna persona guiada solamente por sus sentidos, su
sensualidad y sabiduría humana.
El ateo presupone que Dios no
existe. Comenzando con esta premisa tiene que afirmar, con insensatez, que de
la nada vino la vida; que la materia es eterna; que el universo tan ordenado
llegó a su estado presente por pura casualidad. Con su presuposición
“establecida”, rechaza cualquier revelación divina, y siendo así el caso, claro
es que no puede entender lo que el cristiano entiende por fe.
Pablo
habla del hombre psyjikós. Es el que vive como si no hubiera nada más
allá de la vida física, ni otras necesidades que las puramente materiales. Una
persona así no puede entender las cosas espirituales. El que no cree que haya
nada más importante que la satisfacción del impulso sexual no puede entender el
sentido de la castidad; el que considera que el almacenar cosas materiales es
el fin supremo de su vida no puede entender la generosidad, y el que no piensa
nada más que en las cosas de este mundo jamás podrá entender las cosas de Dios,
y le resultarán sin sentido. Nadie tiene por qué ser así; pero si se ahoga lo
que alguien llamaba «los anhelos eternos» que hay en el alma, se puede perder
la sensibilidad espiritual de tal manera que el Espíritu de Dios hablará, pero
no se Le oirá.
Es fácil llegar a estar tan involucrado en el mundo que no existe nada
más allá de él. Debemos pedirle a Dios que nos dé la mente de Cristo; porque sólo
cuando Él vive en nosotros estamos a salvo de la invasión absorbente de las
exigencias de las cosas materiales.
Juan 14; 9
Jesús le dijo: —Tanto tiempo he
estado con vosotros, Felipe, ¿y no me has conocido? El que me ha visto, ha
visto al Padre. ¿Cómo, pues, dices tú: "Muéstranos el Padre"?
La
absoluta unicidad de Dios era algo que los judíos nunca podrían olvidar. Los
judíos eran monoteístas a ultranza. El peligro de la fe cristiana es colocar a
Jesús como una especie de dios secundario; pero el mismo Jesús insistía en que
lo que Él decía y hacía no era el producto de Su propia iniciativa y capacidad,
sino que lo decía y hacía el mismo Dios. Sus palabras eran la voz de Dios
hablando a la humanidad; Sus obras eran el resultado del poder de Dios fluyendo
a través de Él para alcanzar a las personas. Él era realmente el canal por el
que Dios venía a la humanidad.
Vamos a tomar dos
analogías sencillas e imperfectas de la relación entre maestro y alumno. Un
maestro tiene la responsabilidad de transmitir algo de la gloria de su
asignatura a sus alumnos; y el que enseña acerca de Jesucristo puede, si es lo
bastante consagrado, transmitir la visión y la presencia de Dios a sus
estudiantes. En un grado infinitamente
mayor, es lo que hacía Jesús. El vino a transmitir a la humanidad la gloria y
el amor y la presencia y la visión de Dios.
Y aquí tenemos otra
analogía. Un profesor transmite a sus estudiantes, no sólo lo que sabe, sino,
principalmente, lo que es, algo de sí mismo. Muchas veces descubrimos en el
joven investigador o profesor la impronta del que fue clave en su formación; y
lo mismo en el joven predicador, no sólo las ideas, sino también los gestos y
formas de expresión del pastor al que ha amado y bajo cuyo ministerio se ha
formado, hasta tal punto que a veces nos parece estar escuchando o viendo
ministrar al pastor anterior. Y eso se nota tanto más cuanto más estrecha y
entrañable haya sido la relación entre el profesor y el estudiante, o entre el
pastor y el creyente. Y esto resulta mucho más fácil de detectar, como es
natural, en el caso de padres y madres e hijos e hijas.
Esa fue y es la
influencia de Jesús, pero en un grado incalculablemente mayor. Él trajo a la
humanidad el acento y el mensaje y la mente y el corazón de Dios.
Debemos recordar de cuando en cuando que Dios está en
todo. No fue una expedición que Él escogiera la que hizo Jesús al mundo. No lo
hizo para suavizar el duro corazón de Dios. Vino porque Dios Le envió, porque
de tal manera amó al mundo. Detrás de Jesús, y en Él, estaba Dios.
Jesús siguió
haciendo una declaración y ofreciendo una prueba basada en Sus palabras y
en Sus obras.
Él proponía que se Le sometiera a la prueba de
lo que decía. Es como si Jesús dijera: «Cuando Me escucháis a Mí, ¿es
que no os dais cuenta en seguida de que lo que estoy diciendo es la verdad de
Dios?» Las palabras de los genios son autoevidentes. Cuando leemos a un gran
poeta no podemos decir en la mayoría de los casos por qué es tan bueno y por
qué nos conquista el corazón. Puede que analicemos su técnica; pero, a fin de
cuentas, hay algo que desafía al análisis pero que se puede reconocer
inmediatamente. Eso y más es lo que nos sucede con las palabras de Jesús.
Cuando las oímos o leemos, no podemos por menos de decirnos: "¡Si todo el
mundo viviera de acuerdo con estos principios, qué diferente sería el mundo! Y
si yo pudiera vivir de acuerdo con estos principios, ¡qué diferente sería yo!»
Jesús proponía que
se Le sometiera a la prueba de sus obras. Le dijo a Felipe: "Si no
podéis creer en Mí por lo que Yo os digo, sin duda os dejaréis convencer por lo
que Yo puedo hacer.» Esa era la misma respuesta que Jesús le envió a Juan el
Bautista cuando éste Le envió mensajeros que Le preguntaran si era Él, Jesús,
el Mesías, o si tendrían que seguir esperando a otro. "Id -les dijo Jesús-,
y contadle a Juan lo que está sucediendo, y eso le convencerá» (Mat_11:1-6 ). La
prueba definitiva de que Jesús es el Que es, es que ningún otro ha conseguido
jamás hacer buenos a los que eran malos.
Lo que Jesús le
dijo a Felipe fue, en resumen: «¡Escúchame! ¡Mírame! ¡Y cree en mí!» Y todavía,
la manera de llegar a ser cristiano no es discutir acerca de Jesús, sino
escucharle y mirarle. Si así lo hacemos, Su impacto personal nos obligará a
creer que Él es el Salvador del mundo, y nuestro propio y suficiente Señor y Salvador
personal.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor
Jesús!
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