“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros
pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren
rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
Ah, la nieve, la
nieve hermosa,
Que llena el
cielo y en la tierra cada cosa,
Sobre las casas,
sobre las calles,
Sobre la cabeza
de los que van andando
Bailando—Flirteando—Saltando
¡Nieve hermosa!
¡Nunca mal haciendo!
Revoloteando
para besar la mejilla de la linda mujer,
Posando sobre
sus labios, jugando con placer:
¡Nieve hermosa
del cielo baja,
pura
como un ángel, gentil como el que ama!
Ah, la nieve, la
nieve hermosa,
Cómo sus copos
se juntan y ríen al pasear
De aquí para
allá, divertidos al volar.
Corriendo—Riendo—Apurados
van,
El rostro
iluminan, luz a las miradas dan,
Y el perro con
un ladrido y un salto tras ellos va
Queriendo
mordisquear los cristalinos copos.
La ciudad cobra
vida, con el corazón contento,
¡Para la nieve
recibir que en ese momento llega!
Está la gente
bulliciosa
Saludándose con
buen humor y canciones melodiosas.
Los trineos
alegres pasan como meteoros ardientes en el atardecer
Para en unos
segundos desaparecer.
Cascabeles—Vaivenes—A
la carrera
Sobre la cresta
de la nieve hermosa,
Nieve tan pura
cuando del cielo viene y se posa,
Dulce y hermosa
como una rosa.
Duele verla en
el suelo por miles de pies pisoteada
Hasta que se
mezcla con el barro de la calle enlodada.
Una vez fui pura
como la nieve, pero caí.
Como un copo de
nieve del Cielo al Infierno fui.
Caí para ser
pisoteada y con la suciedad de la calle enlodada.
Caí para ser
despreciada, escupida y molida.
Rogando—Maldiciendo—Con
miedo de morir,
Vendiendo mi
alma al que la quisiera comprar,
Rebajándome por
un bocado de pan en mi triste suerte.
Odiando la vida
y temiendo la muerte.
¡Dios
misericordioso! ¡Qué bajo he caído!
Y, no obstante,
una vez fui como la nieve hermosa.
Una vez fui
bella como la nieve que has traído,
Con ojos
cristalinos, el alma refulgente.
¡Una vez fui
amada por mi gracia inocente,
Elogiada y
buscada por el encanto de mi rostro!
Padre—Madre—Hermana—Todos:
A Dios y a mí
misma fui perdiendo a medida que caía.
Aun el más
miserable que a mi lado tiritando pasa,
Ahora se aparta
para evitar mi cercanía.
Por todo lo que
cargo sobre el alma mía,
Sé que no hay
nada tan puro como la nieve hermosa.
¡Qué extraño que
esta nieve hermosa
Caiga sobre esta
pecadora sin rumbo!
¡Qué extraño
sería que cuando la noche llegara otra vez
Que la nieve y
el hielo golpearan y congelaran mi cerebro desesperado!
Desmayando—Helándome—Muriendo—Sola.
Demasiado
descarriada para orar, demasiado débil para que mi gemir
Sea escuchado en
las calles de la loca ciudad
Enloquecida de
alegría por la nieve que ve venir;
Vivo y muero en
mi terrible desgracia
Teniendo por
lecho y mortaja la nieve hermosa.
Indefensa y
asquerosa como la nieve pisoteada.
¡Pecador, no te
desesperes! Cristo humillado baja
para rescatar tu
alma perdida en pecado,
Y levantarla a
la vida y al gozo nunca imaginado.
Gimiendo—Sangrando—Muriendo—Por
ti.
¡El Crucificado
en el madero colgado!
Los susurros de
su misericordia llegan suavemente tu lado.
“¿Hay
misericordia para mí? ¿Oirá mi débil oración?
¡Oh Dios! ¡A la
sangre que para los pecadores derramaste me acerqué,
Lávame, y más
blanco que la nieve seré!”
Poesía escrita por una
joven de veintidós años, antes de morir en invierno de 1870
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