“Cuando en el Antiguo
Testamento se habla de los escogidos como aquellos con quienes Dios hace un
pacto, son vistos como en Cristo y uno con él. El pacto con ellos no se hace
sin ayuda ni aparte de Cristo. Esto lo enseña Gálatas 3:16: ‘A Abraham fueron
hechas las promesas, y a su simiente’: esta simiente ‘es Cristo’. Los escogidos
aquí (al igual que en 1 Cor. 12:12) son llamados ‘Cristo’ por la unión entre Cristo
y los escogidos. De un modo similar, cuando se habla de Cristo, por ejemplo en
Isaías 42:1-6, como la parte con quien el Padre pacta, los escogidos deben ser
vistos como que están en él. Como unidos y unos con él, su sufrimiento
expiatorio es considerado como el sufrimiento expiatorio de ellos: ‘Con Cristo estoy juntamente crucificado’ (Gál. 2:20)”
“Cristo no solo es el
Sustituto sino también el Garante de su pueblo.
“Plugo a Dios en su propósito eterno,
escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo unigénito, según el Pacto entre
ambos, ser el Mediador entre Dios y el Hombre; el Profeta, Sacerdote y Rey;
Cabeza y Salvador de su iglesia, heredero de todas las cosas y juez del mundo:
A quien desde toda la eternidad dio un pueblo para ser su semilla, y a su
tiempo, por medio de él ser redimido, llamado, justificado, santificado y
glorificado.”
El evangelio se basa en el hecho de que Adán y Cristo son la
cabeza y
representantes del pacto de sus respectivas familias. Por lo
tanto, se les denomina ‘primer hombre’ y ‘segundo hombre’ (1 Cor. 15:47), como
si no hubiera otros más que ellos, porque los hijos de cada uno dependían enteramente
de los que eran su cabeza. En Adán todos mueren, en Cristo todos son
resucitados (1 Cor. 15:22). El primer ‘todos’ incluye a cada ser humano, el último
‘todos’ es explicado por el apóstol como siendo ‘de Cristo’ (1 Cor. 15:23).
Fue como la Cabeza de sus escogidos que Dios pactó con
Cristo de modo que, en un sentido muy real, ese pacto fue hecho con ellos. Esto
explica todos esos pasajes que hablan de que los santos son uno con Cristo, y
como tal, fueron juntamente “crucificados” con Cristo” (Gál. 2:20), murieron
“con Cristo” (Rom. 6:8), fueron “sepultados juntamente con él” como lo simboliza el bautismo bíblico (Rom. 6:4), fueron “resucitados”
con él (Col. 2:12; Ef. 2:6), y los “hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”
(Ef. 2:6). Por consiguiente, eran legalmente uno
con él y él con ellos en todo lo que hizo para obtener una satisfacción plena
para con Dios.
¿Cómo hemos de formular y establecer la relación que existe
entre
Cristo y los suyos, como Redentor y redimidos, a menos que
nos basemos en la doctrina del Pacto? Es evidente que tenemos que reconocer que
alguna relación existe entre Cristo y aquellos
por quienes muere, de otro modo es imposible concebir la idea de un sacrificio vicario .
La posibilidad de una expiación absoluta y real postula y requiere una unión
entre el que expía y aquellos a cuya disposición está la expiación. Esto ni
siquiera necesita ser comprobado. Y como hay una necesidad absoluta y obvia de alguna unión o relación, entonces nuestra búsqueda
de la unión o relación que realmente existe,
no puede terminar satisfactoriamente hasta no haber alcanzado y reconocido la unidad
entre los pactantes. La misma razón que demanda una relación queda insatisfecha
en tanto se logra esta
relación”.
Además habiéndose puesto el hombre bajo la maldición de la
Ley por su caída, plugo al Señor hacer un Pacto de Gracia por el cual ofrece
gratuitamente vida y salvación a los pecadores, por medio de Jesucristo,
requiriendo de ellos fe en él, a fin de que sean salvos; y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos los que han sido
ordenados para vida eterna, para hacerlos dispuestos y capaces de creer.
No cumple con los requisitos del caso el referirse a la
unión entre Cristo y su pueblo, la cual se efectúa en su regeneración
por la obra del Espíritu Santo y por medio de la fe que es su don. Es cierto,
esto es indispensable antes de que alguien pueda disfrutar algunas de las bendiciones del intercambio. Pero tuvo que haber una
relación entre Cristo y su pueblo antes
de rescatarlos. Tampoco cumple con los requisitos
del caso haciendo una referencia a la Encarnación. Es cierto, el Redentor tiene
que hacerse carne y sangre antes de poder redimir, no obstante, tiene que
existir un lazo de unión más íntimo que el que Cristo tiene tanto con los salvos
como con los no salvos. Él socorrió a la “descendencia de Abraham” (Heb. 2:16),
¡no a la “descendencia de Adán”! Ni es suficiente decir que la relación es la
de garantía y sustitución, porque todavía es necesario responder a la pregunta:
“¿Qué fue lo que hizo correcto y justo que el Hijo de Dios sufriera por otros, que
el Santo fuera hecho pecado?” Es a este punto que el interrogante tiene que
limitarse.
Cristo fue el Garante de su pueblo porque fue su Sustituto.
Actuó para beneficio de ellos porque se puso en el lugar de ellos. La relación de
un sustituto justifica
la garantía, pero ¿qué justifica la
sustitución?
Hay una bisagra sobre la cual gira todo. No podemos obtener
ninguna satisfacción en este punto, ninguna respuesta que sea suficiente para
esta pregunta, y por ende, ninguna conclusión satisfactoria para toda nuestra
línea de investigación, hasta que salga a luz la doctrina de la unidad del
pacto eterno. Esta es la grandiosa relación fundamental. Esta es grandiosa unión
principal entre el Redentor y los redimidos que vale y es responsable de todo
lo demás con respecto a la relación que puede ser declarada como cierta. ‘Porque el que santifica y los que son santificados, de
uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos’ (Heb. 2:11)… Él es sustituido por nosotros, porque es uno con nosotros, se identifica con nosotros y
nosotros con él”.
Motivado por un amor infinito, Cristo como Dios-hombre
aceptó libremente los términos del Pacto Eterno que se le propuso y voluntariamente asumió todas las obligaciones legales de su
pueblo.
Como su Cabeza, vino al mundo, vivió, sufrió y murió como su Representante vicario. Obedeció y sufrió como su Sustituto.
Por su obediencia y sus sufrimientos, cumplió todas las
obligaciones que eran de ellos. Sus sufrimientos remitieron la pena de la Ley,
y su obediencia ameritó bendiciones infinitas para ellos. Romanos 5:12-19
afirma explícitamente que los escogidos de Dios son legalmente “hechos justos”
precisamente sobre la base del mismo principio por el cual fueron en un
principio “hechos pecadores”. “Nuestra unión con Cristo es del mismo orden e
incluye la misma clase de efectos como la de nuestra unión con Adán. La
llamamos tanto una unión federal
como vital.
Otros pueden llamarla como quieran, pero no obstante seguirá siendo cierto que
es de tal naturaleza que involucra una identidad de relaciones legales, y
obligaciones y derechos recíprocos”. “Porque así como
por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Rom. 5:19), “hechos
justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:21).
Hace más de mil años, Agustín dijo:
“Tal es la íntima relación de esta unión trascendental, que oímos las voces de
los miembros sufriendo cuando sufrieron en su Cabeza y clamaron a través de la Cabeza
en la cruz: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado’
(Mat. 27:46). Y similarmente,
escuchamos la voz de la Cabeza sufriendo cuando sufrió en sus miembros y clamó
a gran voz a su perseguidor camino a Damasco: ‘Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues?’ (Hech. 9:4)”.
La relación federal de Cristo con su pueblo fue real, en
base a ella el
Dios infalible consideró justo castigar a Cristo por los
pecados de su pueblo y acreditarles a ellos su justicia, y de esta manera
satisfacer
completamente todas las demandas de la Ley que había sobre
ellos.
Como resultado de esa unión, Cristo era en todas las cosas “semejante a sus hermanos” (Heb. 2:17), siendo “contado
con los pecadores” (Isa.53:12). Ellos a
su vez son “miembros de su cuerpo, de su carne y de
sus huesos” (Ef. 5:30). En consecuencia de
esta unión federal, Cristo es “espíritu vivificante”
(1 Cor 15:45), de modo que, a su tiempo,
cada integrante de su pueblo pasa a ser un miembro viviente y vital del cuerpo
espiritual del cual él es la Cabeza (Ef. 1:19-23).
Por lo tanto, la relación entre Cristo y aquellos que se
benefician de su Expiación no fue algo impreciso, indefinido, casual, sino que consistió
de una verdadera unidad por el pacto, una identidad legal, una unión vital. La
garantía lo presupone. La sustitución estricta lo demanda. La imputación real procede en base a ella. El castigo
que Cristo sufrió no podía serle infligido de otra manera. Aquellos
para quienes se cumplió la Satisfacción, por necesidad
inevitable, comparten sus beneficios y reciben lo que fue adquirido para ellos.
Esto de por sí contesta la objeción de la injusticia del
sufrimiento del
Inocente por el culpable, porque solo ello explica la
transferencia de los sufrimientos y méritos de Cristo a favor de los redimidos.
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