Cuando en circunstancias difíciles has acudido a la iglesia en busca de ayuda, lo que menos te esperas es que te pidan garantías y te despidan con un "vamos a orar por ti". ¿Cómo vas a confiar en sus palabras, cuando sus hechos demuestran lo que son? ¿Qué dice la Palabra de Dios en la Biblia sobre este comportamiento?
1Jn 3:16-24
En esto hemos conocido
el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner
nuestras vidas por los hermanos.
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve
que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de
Dios en él?
Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua,
sino de hecho y de verdad.
En esto sabremos que
somos de la verdad y tendremos nuestros corazones confiados delante de él; en caso de que nuestro corazón nos reprenda,
mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas.
Amados, si nuestro corazón no nos reprende,
tenemos confianza delante de Dios; y
cualquier cosa que pidamos, la recibiremos de él, porque guardamos sus
mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él.
Y éste es su mandamiento: que creamos en el
nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha
mandado.
Y el que guarda sus mandamientos permanece en
Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos ha dado.
En estos versículos leemos
varias veces: “en esto”. Pero ¿Qué es en
esto? Juan nos responde en los tres versículos anteriores en 1Jn 3; 16-18 En esto hemos
conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos
poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve
que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de
Dios en él? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de
verdad.
Al corazón humano no se puede evitar que le
surjan dudas. Cualquier persona con una mente y un corazón sensibles a veces se
pregunta si es realmente cristiana. Tú y yo, más de una vez nos lo habremos
preguntado. La prueba de Juan es bien simple,(1Jn
3;16-18) y de amplia gama: es el amor. Si sentimos que brota el amor
hacia nuestros semejantes dentro de nuestro corazón, podemos estar seguros de
que el corazón de Cristo está en nosotros. Juan habría dicho que un supuesto
hereje cuyo corazón rebosara de amor y cuya vida estuviera adornada con el
servicio estaba mucho más cerca de Cristo que aquél se supusiera ortodoxo y sin
embargo se mantuviera frío y remoto ante las necesidades de otros. Es decir, si
ves un hermano en necesidad imperiosa de ayuda tanto económica como de
servicio, y tú te limitas a decirle: “voy a orar por ti”; o “voy a orar para saber
qué debo hacer”; o lo que es peor aún, decirle : “ necesito una garantía de que
me vas a devolver mi ayuda” estás demostrando que tu ortodoxia cristiana sólo
es de conocimiento, y no ha habido nuevo nacimiento. Si actúas así eres pura fachada, un actor, un hipócrita que
aparenta de palabra (1 Jn 3; 18 Hijitos, no amemos de palabra ni de
lengua, sino de hecho y de verdad.), cuando
la evidencia de tu nuevo nacimiento te lleva a la acción inmediata.
El versículo 1Jn 3; 16 habla de poner
la vida por los hermanos, basada la acción en amor. En este versículo 1Jn 3; 17 se supone un caso menos extremo y mucho más
corriente, pero que siempre requiere el amor. Si uno, teniendo los bienes
necesarios para socorrer a su hermano necesitado, no se sacrifica por él,
prueba con sus acciones que ¡no ama a Dios! Si no mostramos amor en un caso
menor como éste, ¿cómo podemos reclamar tener amor por Dios? Si el
amor nos conduce a poner nuestra vida por los hermanos, mucho más a socorrerles
con sustento material.
Juan no dice que al cumplir con el hermano, que sea de manera sincera
y práctica, y no hipócritamente por medio de palabras solas.
La evidencia genuina del amor
de Dios en nosotros consiste en lo que hacemos. La lengua puede emplear
palabras para expresar este amor, pero sola no basta. ¡Cuando el caso lo exige,
también tiene que haber hechos! Entonces con los hechos uno evidencia que ama
en verdad (1Pe_1:22; Rom_12:9). El amor no es
cuestión de sonido, sino de hechos.
La vida revela a los hijos de
Dios.» No hay manera de decir qué clase de árbol es uno más que por sus frutos,
y no hay manera de decir qué es una persona aparte de su conducta. Juan
establece que cualquiera que no obre con integridad, demuestra que no es de
Dios.
El apóstol Juan tiene una mentalidad muy práctica; y, por tanto, no
deja la integridad como algo vago e indefinido. Alguien podría decir: «Muy
bien, acepto el hecho de que la única cosa que prueba que una persona pertenece
a Dios es la integridad de su vida; pero, ¿qué es integridad?" La
respuesta de Juan es clara y contundente: Ser íntegro es amar a nuestros
hermanos. Eso, dice Juan, es un deber que no deja lugar a dudas. Y pasa a
aportar varias razones por las que ese mandamiento es tan central y tan
vinculante.
(i) Es una obligación que se ha inculcado en el cristiano desde el
momento en que entró a formar parte de la iglesia de Cristo. La ética cristiana
se puede resumir en una palabra, amor, y desde el momento que una persona se
rinde a Cristo se compromete a hacer del amor la línea central de su vida.
(ii) Por esa misma razón, el hecho de que una persona ame a sus
hermanos es la prueba definitiva de que ha pasado de muerte a vida. «La vida es una oportunidad para aprender a
amar» La vida sin amor es muerte. Amar es estar en la luz; aborrecer es
continuar en la oscuridad. No necesitamos más pruebas que mirarle a la cara a
una persona que esté enamorada, y a otra que esté llena de odio; mostrarán la
gloria o la negrura de su corazón.
(iii) Además, no amar es convertirse en asesino. No cabe duda de que
Juan está pensando en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte (Mat_5:21 s). Jesús
dijo que la antigua ley prohibía asesinar, pero la nueva Ley declaraba que la
ira y la amargura y el desprecio eran pecados igualmente serios. Siempre que
haya odio en el corazón de una persona, la convierte en un asesino en potencia.
El permitir que el odio se asiente en el corazón es quebrantar un mandamiento
concreto de Jesús. Por tanto, el que ama es seguidor de Cristo, y el que
aborrece no es de los Suyos.
(iv) De ahí se sigue todavía otro paso en
este razonamiento bien trabado. Alguien puede que diga: «Reconozco la
obligación de amar, y trataré de cumplirla; pero no sé lo que implica.» La
respuesta de Juan (1Jn 3; 16) es: "Si
quieres ver lo que es este amor, mira a Jesucristo. En Su muerte por los
hombres en la Cruz se despliega plenamente.» En otras palabras, la vida
cristiana es la imitación de Cristo. «Haya esta actitud entre vosotros que
tenéis en Jesucristo» (Flp_2:5). «Nos dejó Su
ejemplo para que sigamos Sus pisadas» (1Pe_2:21).
No hay nadie que pueda mirar a Cristo y decir que no sabe en qué consiste la
vida cristiana.
(v) Juan resuelve otra posible objeción más. Alguien podría decir:
«¿Cómo puedo yo seguir las pisadas de Cristo? El dio Su vida en la Cruz. Usted
dice que yo debería dar mi vida por mis hermanos; pero esas oportunidades tan
dramáticas no se dan corrientemente en la vida. ¿Qué tengo que hacer entonces?»
La respuesta de Juan es: "Es cierto. Pero cuando veas a tu hermano en
necesidad, y tú tengas bastante, el darle de lo que tienes es seguir a Cristo.
El cerrarle el corazón y las manos es demostrar que el amor de Dios que se
manifestó en Jesucristo no tiene lugar para ti.» Juan insiste en que podemos
encontrar innumerables oportunidades para demostrar el amor de Cristo en la
vida de todos los días. «Había ocasiones
en la vida de la Iglesia Primitiva, como hay también algunas ocasiones trágicas
en el momento presente, para una obediencia casi literal del precepto (es
decir, dar la vida por los hermanos). Pero la vida no es siempre tan trágica; y
sin embargo el mismo principio de conducta se debe aplicar siempre. Puede
movernos sencillamente a gastar algún dinero que hubiéramos podido gastar para
nosotros mismos para aliviar la necesidad de otro más necesitado. Es, después
de todo, el mismo principio de acción, aunque a un nivel más bajo de
intensidad: es estar dispuestos a rendir algo que tiene valor para nuestra
propia vida para enriquecer la de otro. Si tal mínima respuesta a la Ley del Amor
que nos llega en una situación diaria y normal está ausente, entonces es inútil
pretender que formamos parte de la familia de Dios, el reino en el que el amor
es operativo como el principio y la señal de la vida eterna.»
Las palabras bonitas nunca ocuparán el lugar de las buenas obras; y
ninguna cantidad de palabras sobre el amor cristiano ocupará el lugar de una
acción amable, que implique algún sacrificio o renuncia propio, a una persona
en necesidad; porque en esa acción vuelve a estar operativo el principio de la
Cruz.
Ese sentimiento de amor puede confirmarnos la presencia de Dios. Puede
que nos remuerda la conciencia, pero Dios está por encima de ella. La pregunta
sería: ¿Qué quiere decir esta frase en 1Jn 3; 20?
(i) Podría querer decir: Puesto que nuestra conciencia nos condena, y
Dios está infinitamente por encima de nuestra conciencia, Dios nos condenará
infinitamente más. Si lo tomamos en ese sentido, nos deja sumidos en el temor a
Dios y sin poder decir nada más que: «Dios, sé propicio a mí, pecador.» Esa es
una traducción posible, y sin duda es verdad; pero no es lo que Juan está
diciendo en el contexto, porque aquí está pensando en nuestra confianza en
Dios, y no en nuestro temor de Dios.
(ii) El pasaje quiere decir por tanto lo siguiente. Nuestra conciencia
nos condena -eso es inevitable. Pero Dios está por encima de nuestra
conciencia. Él sabe todas las cosas. Él no solamente conoce nuestros pecados;
también conoce nuestro amor, nuestro anhelo, nuestra motivación, la nobleza que
nunca desaparece del todo, nuestro arrepentimiento; y la grandeza de Su
conocimiento Le da la simpatía que es capaz de entender y de perdonar.
Por medio de la permanencia del amor en nuestros corazones podremos
tranquilizar nuestros corazones respecto a dudas o deficiencias que tengan, y
esto delante de Dios. Es mayor Dios tanto en compasión como en conocimiento que
nuestro corazón. Nuestro corazón sabe y nos informa. No se refiere a perfección
absoluta sin pecado, sino a la actitud de corazón de que, como cristiano, anda
uno habitualmente en obediencia a Cristo, y así no tiene pecado qué confesar
que él sepa.
Dios sabe aún mejor, porque es
mayor él que el corazón humano, pero también es mayor en compasión y en amor y
aprobará nuestra vida de amor (aunque imperfecto este amor en nosotros en
ocasiones). Él sabe todas las cosas: sabe que a veces faltamos en nuestros
deberes de amar a los hermanos, pero también sabe que somos nacidos de él y que
hemos pasado de muerte a vida. Sabe más que nuestro corazón que solamente sabe
el caso en que faltamos. Tranquilizamos el corazón condenador al recordar que
él es mayor que nuestro corazón. Confesando nosotros y pidiendo perdón por
nuestras faltas, él nos da perdón en su compasión por nosotros.
Es este mismo conocimiento que
Dios tiene de nosotros lo que constituye nuestra esperanza. "El hombre ve
la obra, pero Dios conoce la intención.» Los hombres nos pueden juzgar
solamente por nuestras acciones; pero Dios nos juzga por las aspiraciones que
nunca se concretaron en acciones y por los sueños que nunca se hicieron
realidad. Cuando Salomón estaba dedicando el templo, habló de lo mucho que
David había querido construirle a Dios una Casa, y cómo se le había negado
aquel privilegio. "Mi padre David tuvo en su corazón edificar una casa al
nombre del Señor Dios de Israel. Pero el Señor dijo a David mi padre: "En
cuanto a haber tenido en tu corazón el edificar una casa a Mi nombre, bien has
hecho en tener tal deseo"" y (1Re_18:17 s).
Hay un proverbio francés que dice: " Saberlo todo es perdonarlo todo.»
Dios nos juzga por las profundas emociones del corazón; y, si hay amor en
nuestro corazón, entonces, por muy débil e imperfecto que sea, podemos entrar
confiadamente a Su presencia. El conocimiento perfecto, que pertenece a Dios y
sólo a Él, no es nuestro terror, sino nuestra esperanza.
Juan pasa a hablar de las dos cosas que son agradables a Dios, los dos
mandamientos de cuya obediencia depende
nuestra relación con Dios.
(i) Debemos creer en el nombre de Su Hijo Jesucristo. Aquí tenemos el
uso de la palabra nombre que es característico de los escritores bíblicos.
No quiere decir simplemente el nombre por el que se conoce a una persona;
quiere decir toda la naturaleza y el carácter de esa persona en tanto en cuanto
nos son conocidos. El salmista escribe: " Nuestra ayuda es en el nombre
del Señor» (Sal_124:8 ). Está claro que no
quiere decir que nuestra ayuda esté en el hecho de que Dios Se llama Jehová;
quiere decir que nuestra ayuda está en el amor y la misericordia y el poder que
se nos han revelado como la naturaleza y el carácter de Dios. Así que creer en el
nombre de Jesucristo quiere decir creer en la naturaleza y el carácter de
Jesucristo. Quiere decir creer que Él es el Hijo de Dios, que Él está en una
relación con Dios de una manera que no ha estado ni puede estar nunca ninguna
otra persona del universo, que puede revelar perfectamente a la humanidad a
Dios, y que es el Salvador de nuestras almas. Creer en el nombre de Jesucristo
es aceptarle como el Que realmente es.
(ii) Debemos amarnos unos a otros, según el mandamiento que Él nos
dio. Este mandamiento está en Jn_13:34. Debemos
amarnos mutuamente con ese mismo amor generoso, sacrificado, perdonador, con
que Cristo nos ha amado.
Cuando ponemos juntos estos dos mandamientos encontramos la gran
verdad de que la vida cristiana depende de una fe correcta y una conducta
correcta combinadas. No podemos tener la una sin la otra. No puede haber tal
cosa como una teología cristiana sin una ética cristiana; ni tampoco una ética
cristiana sin una teología cristiana. Nuestra fe no es real a menos que
conduzca a la acción; y nuestra acción no tiene justificación ni dinámica a
menos que esté basada en la fe.
No podemos empezar la vida cristiana hasta aceptar a Jesucristo por lo
que Él es, y no Le habremos aceptado en ningún sentido real de la palabras
hasta que nuestra actitud hacia nuestros semejantes sea como Su propia actitud
de amor.
Hoy en día el Espíritu Santo mora en el cristiano
exactamente cómo moran Dios y Cristo en él; es decir, por medio de la Palabra
escrita. ¡No mora en él aparte de la Palabra escrita!
Hoy en día el cristiano tiene la misma fuente de
información que tenían los lectores originales de Juan, referente al
conocimiento de que Dios mora, o permanece, en el cristiano. Tiene al Espíritu
Santo por medio de la Palabra escrita de Dios!
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