} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA ÚNICA PRUEBA

sábado, 28 de julio de 2018

LA ÚNICA PRUEBA


Cuando en circunstancias difíciles has acudido a la iglesia en busca de ayuda, lo que menos te esperas es que te pidan garantías y te despidan con un "vamos a orar por ti". ¿Cómo vas a confiar en sus palabras, cuando sus hechos demuestran lo que son? ¿Qué dice la Palabra de Dios en la Biblia sobre este comportamiento?


1Jn 3:16-24 

En esto hemos conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
   Pero el que tiene bienes de este mundo y ve que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de Dios en él?
   Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.
En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestros corazones confiados delante de él;  en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas.
   Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza delante de Dios;  y cualquier cosa que pidamos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él.
   Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha mandado.
   Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.
                    
        En estos versículos leemos varias veces: “en esto”. Pero ¿Qué es en esto? Juan nos responde en los tres versículos anteriores en 1Jn 3; 16-18 En esto hemos conocido el amor: en que él puso su vida por nosotros. También nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.  Pero el que tiene bienes de este mundo y ve que su hermano padece necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo morará el amor de Dios en él? Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.

Al corazón humano no se puede evitar que le surjan dudas. Cualquier persona con una mente y un corazón sensibles a veces se pregunta si es realmente cristiana. Tú y yo, más de una vez nos lo habremos preguntado. La prueba de Juan es bien simple,(1Jn 3;16-18) y de amplia gama: es el amor. Si sentimos que brota el amor hacia nuestros semejantes dentro de nuestro corazón, podemos estar seguros de que el corazón de Cristo está en nosotros. Juan habría dicho que un supuesto hereje cuyo corazón rebosara de amor y cuya vida estuviera adornada con el servicio estaba mucho más cerca de Cristo que aquél se supusiera ortodoxo y sin embargo se mantuviera frío y remoto ante las necesidades de otros. Es decir, si ves un hermano en necesidad imperiosa de ayuda tanto económica como de servicio, y tú te limitas a decirle: “voy a orar por ti”; o “voy a orar para saber qué debo hacer”; o lo que es peor aún, decirle : “ necesito una garantía de que me vas a devolver mi ayuda” estás demostrando que tu ortodoxia cristiana sólo es de conocimiento, y no ha habido nuevo nacimiento. Si actúas así  eres pura fachada, un actor, un hipócrita que aparenta de palabra (1 Jn 3; 18 Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.), cuando la evidencia de tu nuevo nacimiento te lleva a la acción inmediata.
El versículo 1Jn 3; 16 habla de poner la vida por los hermanos, basada la acción en amor. En este versículo 1Jn 3; 17 se supone un caso menos extremo y mucho más corriente, pero que siempre requiere el amor. Si uno, teniendo los bienes necesarios para socorrer a su hermano necesitado, no se sacrifica por él, prueba con sus acciones que ¡no ama a Dios! Si no mostramos amor en un caso menor como éste, ¿cómo podemos reclamar tener amor por Dios?   Si el amor nos conduce a poner nuestra vida por los hermanos, mucho más a socorrerles con sustento material.
Juan no dice que al cumplir con el hermano, que sea de manera sincera y práctica, y no hipócritamente por medio de palabras solas.
La evidencia genuina del amor de Dios en nosotros consiste en lo que hacemos. La lengua puede emplear palabras para expresar este amor, pero sola no basta. ¡Cuando el caso lo exige, también tiene que haber hechos! Entonces con los hechos uno evidencia que ama en verdad (1Pe_1:22; Rom_12:9). El amor no es cuestión de sonido, sino de hechos.
La vida revela a los hijos de Dios.» No hay manera de decir qué clase de árbol es uno más que por sus frutos, y no hay manera de decir qué es una persona aparte de su conducta. Juan establece que cualquiera que no obre con integridad, demuestra que no es de Dios.
El apóstol Juan tiene una mentalidad muy práctica; y, por tanto, no deja la integridad como algo vago e indefinido. Alguien podría decir: «Muy bien, acepto el hecho de que la única cosa que prueba que una persona pertenece a Dios es la integridad de su vida; pero, ¿qué es integridad?" La respuesta de Juan es clara y contundente: Ser íntegro es amar a nuestros hermanos. Eso, dice Juan, es un deber que no deja lugar a dudas. Y pasa a aportar varias razones por las que ese mandamiento es tan central y tan vinculante.

(i) Es una obligación que se ha inculcado en el cristiano desde el momento en que entró a formar parte de la iglesia de Cristo. La ética cristiana se puede resumir en una palabra, amor, y desde el momento que una persona se rinde a Cristo se compromete a hacer del amor la línea central de su vida.

(ii) Por esa misma razón, el hecho de que una persona ame a sus hermanos es la prueba definitiva de que ha pasado de muerte a vida.  «La vida es una oportunidad para aprender a amar» La vida sin amor es muerte. Amar es estar en la luz; aborrecer es continuar en la oscuridad. No necesitamos más pruebas que mirarle a la cara a una persona que esté enamorada, y a otra que esté llena de odio; mostrarán la gloria o la negrura de su corazón.

(iii) Además, no amar es convertirse en asesino. No cabe duda de que Juan está pensando en las palabras de Jesús en el Sermón del Monte (Mat_5:21 s). Jesús dijo que la antigua ley prohibía asesinar, pero la nueva Ley declaraba que la ira y la amargura y el desprecio eran pecados igualmente serios. Siempre que haya odio en el corazón de una persona, la convierte en un asesino en potencia. El permitir que el odio se asiente en el corazón es quebrantar un mandamiento concreto de Jesús. Por tanto, el que ama es seguidor de Cristo, y el que aborrece no es de los Suyos.

     (iv) De ahí se sigue todavía otro paso en este razonamiento bien trabado. Alguien puede que diga: «Reconozco la obligación de amar, y trataré de cumplirla; pero no sé lo que implica.» La respuesta de Juan (1Jn 3; 16) es: "Si quieres ver lo que es este amor, mira a Jesucristo. En Su muerte por los hombres en la Cruz se despliega plenamente.» En otras palabras, la vida cristiana es la imitación de Cristo. «Haya esta actitud entre vosotros que tenéis en Jesucristo» (Flp_2:5). «Nos dejó Su ejemplo para que sigamos Sus pisadas» (1Pe_2:21). No hay nadie que pueda mirar a Cristo y decir que no sabe en qué consiste la vida cristiana.
(v) Juan resuelve otra posible objeción más. Alguien podría decir: «¿Cómo puedo yo seguir las pisadas de Cristo? El dio Su vida en la Cruz. Usted dice que yo debería dar mi vida por mis hermanos; pero esas oportunidades tan dramáticas no se dan corrientemente en la vida. ¿Qué tengo que hacer entonces?» La respuesta de Juan es: "Es cierto. Pero cuando veas a tu hermano en necesidad, y tú tengas bastante, el darle de lo que tienes es seguir a Cristo. El cerrarle el corazón y las manos es demostrar que el amor de Dios que se manifestó en Jesucristo no tiene lugar para ti.» Juan insiste en que podemos encontrar innumerables oportunidades para demostrar el amor de Cristo en la vida de todos los días.  «Había ocasiones en la vida de la Iglesia Primitiva, como hay también algunas ocasiones trágicas en el momento presente, para una obediencia casi literal del precepto (es decir, dar la vida por los hermanos). Pero la vida no es siempre tan trágica; y sin embargo el mismo principio de conducta se debe aplicar siempre. Puede movernos sencillamente a gastar algún dinero que hubiéramos podido gastar para nosotros mismos para aliviar la necesidad de otro más necesitado. Es, después de todo, el mismo principio de acción, aunque a un nivel más bajo de intensidad: es estar dispuestos a rendir algo que tiene valor para nuestra propia vida para enriquecer la de otro. Si tal mínima respuesta a la Ley del Amor que nos llega en una situación diaria y normal está ausente, entonces es inútil pretender que formamos parte de la familia de Dios, el reino en el que el amor es operativo como el principio y la señal de la vida eterna.»

Las palabras bonitas nunca ocuparán el lugar de las buenas obras; y ninguna cantidad de palabras sobre el amor cristiano ocupará el lugar de una acción amable, que implique algún sacrificio o renuncia propio, a una persona en necesidad; porque en esa acción vuelve a estar operativo el principio de la Cruz.
Ese sentimiento de amor puede confirmarnos la presencia de Dios. Puede que nos remuerda la conciencia, pero Dios está por encima de ella. La pregunta sería: ¿Qué quiere decir esta frase en 1Jn 3; 20?

(i) Podría querer decir: Puesto que nuestra conciencia nos condena, y Dios está infinitamente por encima de nuestra conciencia, Dios nos condenará infinitamente más. Si lo tomamos en ese sentido, nos deja sumidos en el temor a Dios y sin poder decir nada más que: «Dios, sé propicio a mí, pecador.» Esa es una traducción posible, y sin duda es verdad; pero no es lo que Juan está diciendo en el contexto, porque aquí está pensando en nuestra confianza en Dios, y no en nuestro temor de Dios.

(ii) El pasaje quiere decir por tanto lo siguiente. Nuestra conciencia nos condena -eso es inevitable. Pero Dios está por encima de nuestra conciencia. Él sabe todas las cosas. Él no solamente conoce nuestros pecados; también conoce nuestro amor, nuestro anhelo, nuestra motivación, la nobleza que nunca desaparece del todo, nuestro arrepentimiento; y la grandeza de Su conocimiento Le da la simpatía que es capaz de entender y de perdonar.

Por medio de la permanencia del amor en nuestros corazones podremos tranquilizar nuestros corazones respecto a dudas o deficiencias que tengan, y esto delante de Dios. Es mayor Dios tanto en compasión como en conocimiento que nuestro corazón. Nuestro corazón sabe y nos informa. No se refiere a perfección absoluta sin pecado, sino a la actitud de corazón de que, como cristiano, anda uno habitualmente en obediencia a Cristo, y así no tiene pecado qué confesar que él sepa.
 Dios sabe aún mejor, porque es mayor él que el corazón humano, pero también es mayor en compasión y en amor y aprobará nuestra vida de amor (aunque imperfecto este amor en nosotros en ocasiones). Él sabe todas las cosas: sabe que a veces faltamos en nuestros deberes de amar a los hermanos, pero también sabe que somos nacidos de él y que hemos pasado de muerte a vida. Sabe más que nuestro corazón que solamente sabe el caso en que faltamos. Tranquilizamos el corazón condenador al recordar que él es mayor que nuestro corazón. Confesando nosotros y pidiendo perdón por nuestras faltas, él nos da perdón en su compasión por nosotros.
 Es este mismo conocimiento que Dios tiene de nosotros lo que constituye nuestra esperanza. "El hombre ve la obra, pero Dios conoce la intención.» Los hombres nos pueden juzgar solamente por nuestras acciones; pero Dios nos juzga por las aspiraciones que nunca se concretaron en acciones y por los sueños que nunca se hicieron realidad. Cuando Salomón estaba dedicando el templo, habló de lo mucho que David había querido construirle a Dios una Casa, y cómo se le había negado aquel privilegio. "Mi padre David tuvo en su corazón edificar una casa al nombre del Señor Dios de Israel. Pero el Señor dijo a David mi padre: "En cuanto a haber tenido en tu corazón el edificar una casa a Mi nombre, bien has hecho en tener tal deseo"" y (1Re_18:17 s). Hay un proverbio francés que dice: " Saberlo todo es perdonarlo todo.» Dios nos juzga por las profundas emociones del corazón; y, si hay amor en nuestro corazón, entonces, por muy débil e imperfecto que sea, podemos entrar confiadamente a Su presencia. El conocimiento perfecto, que pertenece a Dios y sólo a Él, no es nuestro terror, sino nuestra esperanza.

Juan pasa a hablar de las dos cosas que son agradables a Dios, los dos mandamientos de  cuya obediencia depende nuestra relación con Dios.

(i) Debemos creer en el nombre de Su Hijo Jesucristo. Aquí tenemos el uso de la palabra nombre que es característico de los escritores bíblicos. No quiere decir simplemente el nombre por el que se conoce a una persona; quiere decir toda la naturaleza y el carácter de esa persona en tanto en cuanto nos son conocidos. El salmista escribe: " Nuestra ayuda es en el nombre del Señor» (Sal_124:8 ). Está claro que no quiere decir que nuestra ayuda esté en el hecho de que Dios Se llama Jehová; quiere decir que nuestra ayuda está en el amor y la misericordia y el poder que se nos han revelado como la naturaleza y el carácter de Dios. Así que creer en el nombre de Jesucristo quiere decir creer en la naturaleza y el carácter de Jesucristo. Quiere decir creer que Él es el Hijo de Dios, que Él está en una relación con Dios de una manera que no ha estado ni puede estar nunca ninguna otra persona del universo, que puede revelar perfectamente a la humanidad a Dios, y que es el Salvador de nuestras almas. Creer en el nombre de Jesucristo es aceptarle como el Que realmente es.

(ii) Debemos amarnos unos a otros, según el mandamiento que Él nos dio. Este mandamiento está en Jn_13:34. Debemos amarnos mutuamente con ese mismo amor generoso, sacrificado, perdonador, con que Cristo nos ha amado.

Cuando ponemos juntos estos dos mandamientos encontramos la gran verdad de que la vida cristiana depende de una fe correcta y una conducta correcta combinadas. No podemos tener la una sin la otra. No puede haber tal cosa como una teología cristiana sin una ética cristiana; ni tampoco una ética cristiana sin una teología cristiana. Nuestra fe no es real a menos que conduzca a la acción; y nuestra acción no tiene justificación ni dinámica a menos que esté basada en la fe.

No podemos empezar la vida cristiana hasta aceptar a Jesucristo por lo que Él es, y no Le habremos aceptado en ningún sentido real de la palabras hasta que nuestra actitud hacia nuestros semejantes sea como Su propia actitud de amor.

Hoy en día el Espíritu Santo mora en el cristiano exactamente cómo moran Dios y Cristo en él; es decir, por medio de la Palabra escrita. ¡No mora en él aparte de la Palabra escrita!
Hoy en día el cristiano tiene la misma fuente de información que tenían los lectores originales de Juan, referente al conocimiento de que Dios mora, o permanece, en el cristiano. Tiene al Espíritu Santo por medio de la Palabra escrita de Dios!


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