} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CRISTO MANDÓ QUE HAYA ARREPENTIMIENTO

lunes, 30 de julio de 2018

CRISTO MANDÓ QUE HAYA ARREPENTIMIENTO




Charles H. Spurgeon (1834-1892)

“Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Nuestro  Señor Jesucristo comienza su ministerio anunciando sus mandatos principales. Surge del desierto recién ungido, como el novio sale de su cámara. Sus notas de amor son arrepentimiento y fe. Viene totalmente preparado para su misión, habiendo estado en el desierto, “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15)… Oíd, oh cielos, escuchad, oh tierra, porque el Mesías habla en la grandeza de su poder. Clama a los hijos de los hombres: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos atención a estas palabras, las que, igual que su Autor, están llenas de gracia y de verdad.
Ante nosotros tenemos la suma y sustancia de la totalidad de las enseñanzas de Jesucristo, el Alfa y el Omega de todo su ministerio. Por salir de la boca de tal Ser, en tal momento, con un poder tan singular, démosles nuestra atención más seria. Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más profundo de nuestro corazón.
Comenzaré diciendo que el evangelio que Cristo predicó fue claramente un mandato: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condescendió a razonar con nosotros. En su gracia, su ministerio con frecuencia ponía en práctica el texto antiguo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isa. 1:18). Persuade a los hombres con sus poderosos argumentos, los que debiera llevarlos a buscar la salvación de sus almas. Sí, llama a los hombres y oh, con cuánto amor los convence a ser sabios: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Ruega a los hombres. Se rebaja para ser, por así decir, un mendigo para sus propias criaturas pecadoras, rogándoles que vengan a él. Ciertamente, hace de esto la responsabilidad de sus siervos:
“Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). No obstante, recordemos, que aunque condesciende a razonar, persuadir, llamar y rogar, el evangelio tiene en sí toda la dignidad y fuerza de un mandato. Si hemos de predicarlo en esta época como lo hizo Cristo, tenemos que hacerlo como un mandato de Dios, acompañado de una sanción divina que no debe descuidarse, so pena de poner el alma en infinito peligro… “Arrepentíos” es un mandato de Dios tanto como lo es “No hurtarás” (Éxo. 20:15). “Cree en el Señor Jesucristo” tiene tanta autoridad divina como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Luc. 10:27).
¡No crean, oh, hombres, que el evangelio es algo opcional, que pueden optar por aceptarlo o no! ¡No sueñen, oh pecadores, que pueden despreciar la Palabra de lo Alto y no cargar con ninguna culpa! ¡No crean poder descuidarlo sin sufrir las consecuencias! Es justamente este descuido y desprecio de ustedes lo que llenará la medida de nuestra iniquidad. Por esto clamamos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Heb. 2:3). ¡Dios manda que se arrepientan! El mismo Dios ante quien el Sinaí tembló y se cubrió de humo, ese mismo Dios quien proclamó la Ley con sonido de trompeta, con relámpagos y truenos, nos habla a nosotros con más suavidad, sonido de trompeta, con truenos y relámpagos, nos habla con suavidad y tan divinamente, por medio de su Hijo unigénito, cuando nos dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”…
Entonces, a todas las naciones sobre la tierra hagamos llegar este decreto de Dios. Oh hombres, Jehová quien nos hizo, nos dio aliento, él, a quien hemos ofendido, nos manda este día que nos arrepintamos y creamos en el evangelio.


Sé que a algunos hermanos no les gustará esto, pero no lo puedo remediar. Nunca seré esclavo de ningún sistema, porque el Señor me ha librado de esta esclavitud de hierro. Ahora soy el siervo gozoso de la verdad que nos hace libres. Ya sea que ofenda o agrade, con la ayuda de Dios predicaré cada verdad que voy aprendiendo de la Palabra. Sé que si algo hay escrito en la Biblia, está escrito como con un rayo del sol: Dios en Cristo manda a los hombres que se arrepientan y crean el evangelio. Es una de las pruebas más tristes de la depravación total del hombre el que no quiera obedecer este mandato, sino que desprecia a Cristo y de este modo hace que su condenación sea peor que la condenación de Sodoma y Gomorra…
Aunque el evangelio es un mandato, es un mandato de dos partes que se explican por sí mismas. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Conozco algunos muy excelentes hermanos —Dios quisiera que hubiera más como ellos en su celo y su amor— quienes, en su celo por predicar una fe sencilla en Cristo, han tenido un poco de dificultad en cuanto al asunto del arrepentimiento. Conozco a algunos que han tratado de superar la dificultad suavizando la dureza aparente de la palabra arrepentimiento, explicándola según su equivalente griego más común, palabra que aparece en el original de mi texto y significa “cambiar de idea”. Aparentemente interpretan el arrepentimiento como algo menos importante de lo que nosotros usualmente concebimos, dicen que es, de hecho, un mero cambiar de idea. Ahora bien, sugiero a aquellos queridos hermanos que el Espíritu Santo nunca predica el arrepentimiento como algo insignificante. El cambio de idea o comprensión del que habla el evangelio es una obra muy profunda y seria, y no debe ser menoscabado de manera alguna.
Además, existe otra palabra que también se usa en el griego original para significar arrepentimiento, aunque con menos frecuencia, lo admito.
No obstante, es usada. Significa “un cuidado posterior”, que incluye algo más de tristeza y ansiedad que lo que significa cambiar de idea. Tiene que haber tristeza por el pecado y aborrecimiento hacia él en el verdadero arrepentimiento, de no ser así leemos la Biblia con poco provecho…
Arrepentirse significa cambiar de idea. Pero es un cambio total en la comprensión y en todo lo que hay en la mente, de modo que incluye una iluminación, sí, una iluminación del Espíritu Santo. Creo que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un aborrecimiento por ella, sin lo cual no puede haber un arrepentimiento auténtico. Opino que no debemos subestimar al arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios el Espíritu
Santo, y es absolutamente necesaria para salvación.
El mandato es muy fácil de entender. Consideremos, primero, el arrepentimiento. Es bastante seguro que sea cual sea el arrepentimiento aquí mencionado, es un arrepentimiento totalmente enlazado con la fe.
Por lo tanto, obtenemos la explicación de qué debe ser el arrepentimiento por su vínculo con el próximo mandato: “creed en el evangelio”…
Recuerden, entonces, que ningún arrepentimiento es digno de tener que no sea totalmente consecuente con la fe en Cristo. Un santo anciano en su lecho de enfermo usó esta notable expresión: “Señor, húndeme en el arrepentimiento tan bajo como el infierno, pero” —y aquí va lo hermoso— “elévame en fe tan alto como el cielo”. Ahora bien, ¡el arrepentimiento que hunde al hombre tan bajo como el infierno de nada vale si no está la fe que también lo eleva tan alto como el cielo! Los dos son totalmente consecuentes, el uno con el otro. Alguien puede sentir desprecio y abominación por sí mismo, y a la vez, saber que Cristo puede salvarlo y lo ha salvado. De hecho, así es como viven los verdaderos cristianos. Se arrepienten tan amargamente por el pecado como si supieran que deberían ser condenados por él, pero se regocijan tanto en Cristo como si el pecado no fuera nada.


¡Oh, qué bendición es saber dónde se encuentran estas dos líneas, el desnudarnos de arrepentimiento y vestirnos de fe! El arrepentimiento que expulsa el pecado como un inquilino malvado y la fe que da entrada a Cristo como el único Soberano del corazón; el arrepentimiento que purga el alma de las obras muertas y la fe que llena el alma con obras vivientes; el arrepentimiento que tira abajo y la fe que levanta; el arrepentimiento que desparrama las piedras y la fe que agrupa las piedras; el arrepentimiento que establece un tiempo para llorar y la fe que ofrece un tiempo para danzar. Estas dos cosas unidas componen la obra de gracia interior por medio de la cual las almas de los hombres son salvas. Sea pues declarado como una gran verdad, escrita muy claramente en nuestro texto: el arrepentimiento que tenemos que predicar es uno conectado con la fe.
Siendo así, podemos predicar a una el arrepentimiento y la fe sin ninguna
dificultad…
Esto me lleva a la segunda mitad del mandato, el cual es: “Creed en el evangelio”. Fe significa confianza en Cristo. Ahora bien, debo volver a recalcar que algunos han predicado tan bien y tan completamente esta confianza en Cristo que no puedo menos que admirar su fidelidad y bendecir a Dios por ellos. No obstante, hay una dificultad y un peligro.
Puede ser que en la predicación de una simple confianza en Cristo como el medio de salvación, dejen de recordar al pecador que ninguna fe puede ser auténtica a menos que esté íntimamente consistente con el arrepentimiento de pecados del pasado. Me parece a mí que mi texto indica que: Ningún arrepentimiento es verdadero si no se compromete con la fe; ninguna fe es verdadera si no está relacionada con un arrepentimiento honesto y sincero debido a los pecados del pasado. Por lo tanto, queridos amigos, aquellos que tienen una fe que permite que no tomen en serio los pecados cometidos en el pasado, tienen la fe de los demonios, no la fe de los escogidos de Dios… Los hombres que tienen una fe que los deja vivir de manera despreocupada en el presente, que dicen:
“Bueno, soy salvo simplemente por fe”, y luego se sientan con los ebrios, o están parados en el bar con los bebedores de bebidas fuertes, o andan con compañías mundanas y disfrutan de los placeres y las lascivias de la carne, los tales son mentirosos; no tienen la fe que salva el alma. Tienen una hipocresía engañadora, no tienen una fe que los lleve al cielo.
Y luego, hay otros que tienen una fe que no los lleva a aborrecer el pecado. Observan los pecados de otros sin ningún tipo de vergüenza. Es cierto que no harían lo que otros hacen, pero pueden divertirse viendo lo que hacen. Disfrutan de los vicios de otros, se ríen de los chistes profanos y sonríen ante su vocabulario burdo. No corren del pecado como de una serpiente, no lo detestan como al asesino de su mejor amigo. No, juegan con él. Lo excusan. Cometen en privado lo que en público condenan.
Llaman pequeños errores o defectos a las ofensas graves. En los negocios, se encojen de hombros cuando ven desviaciones de lo recto y las consideran meramente cosas del trabajo, la realidad siendo que tienen una fe que se sienta codo a codo con el pecado, y comen y beben en la misma mesa con la impiedad. ¡Oh! Si alguno de ustedes tiene una fe así, pido a Dios que la transforme de principio a fin. ¡No les sirve para nada! Cuanto antes sean limpiados de ella, mejor será para ustedes, porque cuando este fundamento arenoso sea arrasado por la corriente, quizá comiencen a edificar sobre la Roca.
Mis queridos amigos, quiero ser sincero en cuanto a la condición de sus almas, y, aplicar el bisturí al corazón de cada uno. ¿En qué consiste el arrepentimiento de ustedes? ¿Tienen un arrepentimiento que los lleva de mirarse a sí mismos a mirar a Cristo únicamente? Por otro lado, ¿tienen esa fe que los lleva al verdadero arrepentimiento? ¿A odiar la idea misma del pecado? ¿De tal modo que al ídolo más querido que han conocido, sea lo que sea, lo quieran destronar para poder adorar a Cristo y únicamente a Cristo? Estén seguros de que nada de esto les servirá al final. Un arrepentimiento y una fe de cualquier otro tipo pueden satisfacerles ahora, tal como a los niños les satisface una golosina. Pero cuando estén en su lecho de muerte y vean la realidad de las cosas, se sentirán compelidos a decir que son falsos y un refugio de mentiras. Encontrarán que han sido meramente tapados con cal, que se han dicho a sí mismos: “Paz, Paz”, cuando no había nada de paz. Nuevamente lo repito con las palabras de Cristo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Confíen en Cristo para que los salve, laméntense de que necesitan ser salvos, y lloren porque esta necesidad ha expuesto al Salvador a la vergüenza, a sufrimientos espantosos y a una muerte terrible.

De un sermón predicado el domingo por la mañana del 13 de julio, 1862,
en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.

Charles H. Spurgeon (1834-1892): la colección de sus sermones llena 63 tomos y contiene entre 20 y 25 millones de palabras, la serie de libros más grandes de un solo autor en la historia del cristianismo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario