Charles H. Spurgeon (1834-1892)
“Arrepentíos,
y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).
Nuestro Señor
Jesucristo comienza su ministerio anunciando sus mandatos principales. Surge
del desierto recién ungido, como el novio sale de su cámara. Sus notas de amor
son arrepentimiento y fe.
Viene totalmente preparado para su misión, habiendo estado en el desierto,
“tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15)… Oíd, oh
cielos, escuchad, oh tierra, porque el Mesías habla en la grandeza de su poder.
Clama a los hijos de los hombres: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”.
Prestemos atención a estas palabras, las que, igual que su Autor, están llenas
de gracia y de verdad.
Ante nosotros tenemos la suma y sustancia de la totalidad de
las enseñanzas de Jesucristo, el Alfa y el Omega de todo su ministerio. Por salir
de la boca de tal Ser, en tal momento, con un poder tan singular, démosles
nuestra atención más seria. Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más profundo
de nuestro corazón.
Comenzaré diciendo que el evangelio que Cristo predicó fue
claramente un mandato: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condescendió
a razonar con nosotros. En su gracia, su ministerio con frecuencia ponía en
práctica el texto antiguo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si
vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”
(Isa. 1:18). Persuade a los hombres con sus poderosos argumentos, los que
debiera llevarlos a buscar la salvación de sus almas. Sí, llama a los hombres y
oh, con cuánto amor los convence a ser sabios: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). Ruega a los hombres.
Se rebaja para ser, por así decir, un mendigo para sus propias criaturas
pecadoras, rogándoles que vengan a él. Ciertamente, hace de esto la
responsabilidad de sus siervos:
“Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en
nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20). No obstante,
recordemos, que aunque condesciende a razonar, persuadir, llamar y rogar, el
evangelio tiene en sí toda la dignidad y fuerza de un mandato. Si hemos de predicarlo
en esta época como lo hizo Cristo, tenemos que hacerlo como un mandato de Dios,
acompañado de una sanción divina que no debe descuidarse, so pena de poner el
alma en infinito peligro… “Arrepentíos” es un mandato de Dios tanto como lo es
“No hurtarás” (Éxo. 20:15). “Cree en el Señor Jesucristo” tiene tanta autoridad
divina como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y
con todas tus fuerzas” (Luc. 10:27).
¡No crean, oh, hombres, que el evangelio es algo opcional, que
pueden optar por aceptarlo o no! ¡No sueñen, oh pecadores, que pueden
despreciar la Palabra de lo Alto y no cargar con ninguna culpa! ¡No crean poder
descuidarlo sin sufrir las consecuencias! Es justamente este descuido y desprecio
de ustedes lo que llenará la medida de nuestra iniquidad. Por esto clamamos:
“¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Heb.
2:3). ¡Dios manda que
se arrepientan! El mismo Dios
ante quien el Sinaí tembló y se cubrió de humo, ese mismo Dios quien proclamó
la Ley con sonido de trompeta, con relámpagos y truenos, nos habla a nosotros
con más suavidad, sonido de trompeta, con truenos y relámpagos, nos habla con
suavidad y tan divinamente, por medio de su Hijo unigénito, cuando nos dice:
“Arrepentíos, y creed en el evangelio”…
Entonces, a todas las naciones sobre la tierra hagamos
llegar este decreto de Dios. Oh hombres, Jehová quien nos hizo, nos dio
aliento, él, a quien hemos ofendido, nos manda este día que nos arrepintamos y creamos
en el evangelio.
Sé que a algunos hermanos no les gustará esto, pero no lo
puedo remediar. Nunca seré esclavo de ningún sistema, porque el Señor me ha librado
de esta esclavitud de hierro. Ahora soy el siervo gozoso de la verdad que nos
hace libres. Ya sea que ofenda o agrade, con la ayuda de Dios predicaré cada
verdad que voy aprendiendo de la Palabra. Sé que si algo hay escrito en la
Biblia, está escrito como con un rayo del sol: Dios en Cristo
manda a los hombres que se arrepientan y crean el evangelio. Es una de las pruebas más tristes de
la depravación total del hombre el que no quiera obedecer este mandato, sino
que desprecia a Cristo y de este modo hace que su condenación sea peor que la
condenación de Sodoma y Gomorra…
Aunque el evangelio es un mandato, es un mandato de dos
partes que se explican por sí mismas. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”.
Conozco algunos muy excelentes hermanos —Dios quisiera que hubiera más como ellos
en su celo y su amor— quienes, en su celo por predicar una fe sencilla en
Cristo, han tenido un poco de dificultad en cuanto al asunto del
arrepentimiento. Conozco a algunos que han tratado de superar la dificultad
suavizando la dureza aparente de la palabra arrepentimiento,
explicándola según su equivalente griego más común, palabra que aparece en el
original de mi texto y significa “cambiar de idea”. Aparentemente interpretan
el arrepentimiento como algo menos importante de lo que nosotros usualmente
concebimos, dicen que es, de hecho, un mero
cambiar de idea. Ahora bien, sugiero a
aquellos queridos hermanos que el Espíritu Santo nunca predica el arrepentimiento
como algo insignificante. El cambio de idea o comprensión del que habla el
evangelio es una obra muy profunda y seria, y no debe ser menoscabado de manera
alguna.
Además, existe otra palabra que también se usa en el griego
original para significar arrepentimiento, aunque con menos frecuencia, lo
admito.
No obstante, es usada. Significa “un cuidado posterior”, que
incluye algo más de tristeza y ansiedad que lo que significa cambiar de idea.
Tiene que haber tristeza por el pecado y aborrecimiento hacia él en el
verdadero arrepentimiento, de no ser así leemos la Biblia con poco provecho…
Arrepentirse sí
significa cambiar de idea. Pero es un
cambio total en la comprensión y en todo lo que hay
en la mente, de modo que incluye una iluminación, sí, una iluminación del Espíritu
Santo. Creo que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un aborrecimiento
por ella, sin lo cual no puede haber un arrepentimiento auténtico. Opino que no
debemos subestimar al arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios el
Espíritu
Santo, y es absolutamente
necesaria para salvación.
El mandato es muy fácil de entender. Consideremos, primero, el arrepentimiento.
Es bastante seguro que sea cual sea el
arrepentimiento aquí mencionado, es un arrepentimiento
totalmente enlazado con la fe.
Por lo tanto, obtenemos la explicación de qué debe ser el
arrepentimiento por su vínculo con el próximo mandato: “creed en el evangelio”…
Recuerden, entonces, que ningún arrepentimiento es digno de
tener que no sea totalmente consecuente con la fe en Cristo. Un santo anciano
en su lecho de enfermo usó esta notable expresión: “Señor, húndeme en el arrepentimiento
tan bajo como el infierno, pero” —y aquí va lo hermoso— “elévame en fe tan alto
como el cielo”. Ahora bien, ¡el arrepentimiento que hunde al hombre tan bajo
como el infierno de nada vale si no está la fe que también lo eleva tan alto
como el cielo! Los dos son totalmente consecuentes, el uno con el otro. Alguien
puede sentir desprecio y abominación por sí mismo, y a la vez, saber que Cristo
puede salvarlo y lo ha salvado. De hecho, así es como viven
los verdaderos cristianos. Se arrepienten tan amargamente por el pecado como si
supieran que deberían ser condenados por él, pero se regocijan tanto en Cristo
como si el pecado no fuera nada.
¡Oh, qué bendición es saber dónde se encuentran estas dos
líneas, el desnudarnos de arrepentimiento y vestirnos de fe! El arrepentimiento
que expulsa el pecado como un inquilino malvado y la fe que da entrada a Cristo
como el único Soberano del corazón; el arrepentimiento que purga el alma de las
obras muertas y la fe que llena el alma con obras vivientes; el arrepentimiento
que tira abajo y la fe que levanta; el arrepentimiento que desparrama las
piedras y la fe que agrupa las piedras; el arrepentimiento que establece un
tiempo para llorar y la fe que ofrece un tiempo para danzar. Estas dos cosas
unidas componen la obra de gracia interior por medio de la cual las almas de los
hombres son salvas. Sea pues declarado como una gran verdad, escrita muy
claramente en nuestro texto: el arrepentimiento que tenemos que predicar es uno
conectado con la fe.
Siendo así, podemos predicar a una el arrepentimiento y la
fe sin ninguna
dificultad…
Esto me lleva a la segunda mitad del mandato, el cual es:
“Creed en el evangelio”. Fe significa confianza en Cristo. Ahora bien, debo
volver a recalcar que algunos han predicado tan bien y tan completamente esta confianza
en Cristo que no puedo menos que admirar su fidelidad y bendecir a Dios por
ellos. No obstante, hay una dificultad y un peligro.
Puede ser que en la predicación de una simple confianza en
Cristo como el medio de salvación, dejen de recordar al pecador que ninguna fe
puede ser auténtica a menos que esté íntimamente consistente con el arrepentimiento
de pecados del pasado. Me parece a mí que mi texto indica que: Ningún
arrepentimiento es verdadero si no se compromete con la fe; ninguna fe es
verdadera si no está relacionada con un arrepentimiento honesto y sincero
debido a los pecados del pasado. Por lo tanto, queridos amigos, aquellos que tienen
una fe que permite que no tomen en serio los pecados cometidos en el pasado,
tienen la fe de los demonios, no la fe de los escogidos de Dios… Los hombres
que tienen una fe que los deja vivir de manera despreocupada en el presente,
que dicen:
“Bueno, soy salvo simplemente por fe”, y luego se sientan
con los ebrios, o están parados en el bar con los bebedores de bebidas fuertes,
o andan con compañías mundanas y disfrutan de los placeres y las lascivias de
la carne, los tales son mentirosos; no tienen la fe que salva el alma. Tienen
una hipocresía engañadora, no tienen una fe que los lleve al cielo.
Y luego, hay otros que tienen una fe que no los lleva a
aborrecer el pecado. Observan los pecados de otros sin ningún tipo de
vergüenza. Es cierto que no harían lo que otros hacen, pero pueden divertirse
viendo lo que hacen. Disfrutan de los vicios de otros, se ríen de los chistes
profanos y sonríen ante su vocabulario burdo. No corren del pecado como de una serpiente,
no lo detestan como al asesino de su mejor amigo. No, juegan con él. Lo
excusan. Cometen en privado lo que en público condenan.
Llaman pequeños errores o defectos a las ofensas graves. En
los negocios, se encojen de hombros cuando ven desviaciones de lo recto y las consideran
meramente cosas del trabajo, la realidad siendo que tienen una fe que se sienta
codo a codo con el pecado, y comen y beben en la misma mesa con la impiedad.
¡Oh! Si alguno de ustedes tiene una fe así, pido a Dios que la transforme de
principio a fin. ¡No les sirve para nada! Cuanto antes sean limpiados de ella,
mejor será para ustedes, porque cuando este fundamento arenoso sea arrasado por
la corriente, quizá comiencen a edificar sobre la Roca.
Mis queridos amigos, quiero ser sincero en cuanto a la
condición de sus almas, y, aplicar el bisturí al corazón de cada uno. ¿En qué
consiste el arrepentimiento de ustedes? ¿Tienen un arrepentimiento que los
lleva de mirarse a sí mismos a mirar a Cristo únicamente? Por otro lado,
¿tienen esa fe que los lleva al verdadero arrepentimiento? ¿A odiar la idea
misma del pecado? ¿De tal modo que al ídolo más querido que han conocido, sea lo
que sea, lo quieran destronar para poder adorar a Cristo y únicamente a Cristo?
Estén seguros de que nada de esto les servirá al final. Un arrepentimiento y
una fe de cualquier otro tipo pueden satisfacerles ahora, tal como a los niños
les satisface una golosina. Pero cuando estén en su lecho de muerte y vean la
realidad de las cosas, se sentirán compelidos a decir que son falsos y un
refugio de mentiras. Encontrarán que han sido meramente tapados con cal, que se
han dicho a sí mismos: “Paz, Paz”, cuando no había nada de paz. Nuevamente lo
repito con las palabras de Cristo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”.
Confíen en Cristo para que los salve, laméntense de que necesitan ser salvos, y
lloren porque esta necesidad ha expuesto al Salvador a la vergüenza, a sufrimientos
espantosos y a una muerte terrible.
De un sermón predicado el domingo
por la mañana del 13 de julio, 1862,
en el Tabernáculo Metropolitano,
Newington.
Charles H. Spurgeon (1834-1892): la colección de sus sermones llena 63 tomos y
contiene entre 20 y 25 millones de palabras, la serie de libros más grandes de
un solo autor en la historia del cristianismo.
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