Salmo 51; 1-2
(Al
músico principal. Salmo de David, cuando el profeta Natán fue a él, después que
David tuvo relaciones con Betsabé) Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu
misericordia. Por tu abundante compasión, borra mis rebeliones.
Lávame
más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
David estaba en verdad
arrepentido de su adulterio con Betsabé y de asesinar a su esposo para cubrir
este pecado. Sabía que sus acciones dañaron a mucha gente La oración de
arrepentimiento de David permanece como un doloroso testimonio de sus
quebrantos ante Dios y como una enseñanza para nosotros cuando pecamos. Su
arrepentimiento no nace del temor al castigo o la preocupación sobre éxitos
futuros. Se arrepintió por haberse vuelto contra el mismo Dios, su persona y su
naturaleza. David lloró, no sólo por perdón, sino también por pureza; no sólo
para ser tenido como inocente, sino para ser aceptado, no sólo por consuelo,
sino por ser totalmente limpio de pecado; a cualquier costo. Aunque su
corazón estaba herido de vergüenza y de dolor por su pecado, conocía la
amplitud de la misericordia divina. Vemos como, una vez que confesó sus
pecados, y éstos fueron perdonados y purgados, David se atrevió a pedir a Dios
sus dones más preciados: el gozo, la restauración, su presencia, y su Espíritu
Santo. Se ofrece entonces para ser utilizado como un instrumento que manifieste
la alabanza divina e instruya a otros transgresores. Este salmo muestra que
Dios aceptó la oferta.(Jn_4:34/Gen_18:17-33)
¡Ningún pecado es demasiado grande para que no
reciba perdón! ¿Siente que nunca podrá acercarse a Dios porque ha hecho algo
terrible? Dios puede perdonarlo de cualquier pecado y lo hará. Sin embargo,
aunque Dios nos perdona, no borra las consecuencias naturales de nuestro
pecado. La vida y la familia de David nunca fueron las mismas como consecuencia
de lo que hizo (2Sa_12:1-23).
La sangre de Cristo
rociada sobre la conciencia, borra la transgresión, y, habiéndonos reconciliado
con Dios, nos reconcilia con nosotros mismos. El creyente anhela ver borrada
toda la deuda de sus pecados, y limpia cada mancha; será lavado completamente
de todos sus pecados; pero el hipócrita siempre tiene una reserva secreta, y
preferiría que no se le tocara alguna concupiscencia favorita.
David tenía un
sentido tan profundo de su pecado que estaba pensando continuamente en él, con
pesar y vergüenza. Su pecado lo cometió contra Dios, cuya verdad negamos
pecando voluntariamente; lo tratamos engañosamente. El penitente verdadero
siempre atribuirá las corrientes de pecado actual a la fuente de la depravación
original. Confiesa su corrupción original. Esta es esa necedad que está ligada
al corazón del joven, esa inclinación al mal, y el rechazo del bien, que es la
carga del regenerado y la ruina del inconverso.
Gálatas 2; 20
Con
Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien
me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Pablo habla desde las profundidades de
la experiencia personal.
Para él, el reerigir toda la fábrica de
la Ley habría sido cometer un suicidio espiritual. Dice que por la Ley él murió
a la Ley para poder vivir para Dios. Lo que quiere decir es esto: Él había
probado el camino de la Ley. Había intentado, con toda la terrible intensidad
de su cálido corazón, ponerse en relación con Dios mediante una vida que
buscaba obedecer cada pequeño detalle de esa Ley. Había encontrado que tal
intento no producía más que un sentimiento cada vez más profundo de que todo lo
que él pudiera hacer nunca le pondría en la debida relación con Dios. Lo único
que había hecho la Ley era mostrarle su propia indefensión. En vista de lo
cual, había abandonado inmediata y totalmente aquel camino, y se había
arrojado, pecador y todo como era, en los brazos de la misericordia de Dios.
Había sido la Ley lo que le había conducido a la Gracia de Dios. El volver a la
Ley no habría hecho más que enredarle otra vez totalmente en el sentimiento de
alejamiento de Dios. Tan grande había sido el cambio, que la única manera en
que podía describirlo era diciendo que había sido crucificado con Cristo para
que muriera el hombre que había sido, y el poder viviente en su interior ahora
era Cristo mismo.
" Si yo pudiera ponerme en la
debida relación con Dios cumpliendo meticulosamente la Ley, ¿qué falta me haría
entonces la Gracia? Si yo pudiera ganar mi propia salvación, entonces, ¿por qué
tenía que morir Cristo?" Pablo estaba totalmente seguro de una cosa: de
que Jesucristo había hecho por él lo que él nunca podría haber hecho por sí
mismo. El otro hombre que revivió la experiencia de Pablo fue Martín Lutero.
Lutero era un dechado de disciplina y penitencia, de autonegación y de
autotortura. «Si alguna vez -decía- una persona pudiera haberse salvado por
medio del monacato, esa persona sería yo." Había ido a Roma. Se
consideraba un acto de gran mérito el subir la Scala Sancta, la gran escalera
sagrada, de rodillas. Estaba poniendo todo su empeño buscando ese mérito, y repentinamente
le vino la voz del Cielo: «El justo vivirá por la fe." La vida de paz con
Dios no se podía obtener por medio de ese esfuerzo inútil, interminable,
siempre derrotado. Solo se podía recibir arrojándose al amor de Dios que
Jesucristo había revelado a la humanidad.
Cuando Pablo Le tomó la Palabra a Dios,
la medianoche de la frustración de la Ley se convirtió en el mediodía de la
Gracia.
¿Cómo hemos sido
crucificados con Cristo?
Legalmente, Dios nos ve como si
hubiésemos muerto con Cristo, porque nuestros pecados murieron con El, ya no
estamos más condenados (Col_2:13-15).
En cuanto a la relación,
hemos llegado a ser uno con Cristo y sus experiencias son nuestras. Nuestra
vida cristiana empieza cuando, en unidad con El, morimos a la vida vieja (Rom_6:5-11).
En nuestra vida diaria,
en repetidas ocasiones hemos tenido que crucificar nuestros deseos pecaminosos
que han tratado de impedir que sigamos a Cristo. Esta también es una forma de
morir con El (Luc_9:23-25). Aunque el enfoque
del cristianismo no es la muerte sino la vida. Porque hemos sido crucificado
con Cristo, también hemos resucitado con El (Rom_6:5).
Legalmente, hemos sido
reconciliado con Dios (2Co_5:19) y somos libres
para poder crecer a la semejanza de Cristo (Rom_8:29).
Y en nuestra vida diaria, al
continuar con nuestra batalla contra el pecado, el poder de la resurrección de
Cristo está disponible (Efe_1:19-20). No estamos
solos, Cristo vive en nosotros, esta es nuestra razón para vivir y nuestra
esperanza para el futuro (Col_1:27).
¡Maranata!¡Ven pronto
mi Señor Jesús!
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