J. C. Ryle (1816-1900)
“Antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente” (Lucas 13:3).
El texto que encabeza esta página, a primera vista parece
inflexible y severo: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Me imagino que algunos dirían: “¿Es este el evangelio?” “¿Son estas las buenas
nuevas?” “¿Son estas las buenas nuevas de las que hablan los ministros?” “Dura
es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60).
Pero, ¿de la boca de quién salieron estas palabras? Salieron
de la boca de Aquel que nos ama con un amor que sobrepasa todo
entendimiento, sí, Jesucristo, el Hijo de Dios. Fueron dichas por Aquel que
tanto nos amó que dejó el cielo por nosotros, vino al mundo por nosotros, fue a
la cruz por nosotros, fue al sepulcro por nosotros y murió por nuestros
pecados.
Las palabras que salen de una boca como esta son
indudablemente palabras de amor.
Después de todo, ¿qué prueba más grande de amor puede haber
que el que uno advierta a su amigo de un peligro inminente? El padre que ve a
su hijo caminando hacia el borde de un precipicio, al verlo exclama bruscamente:
“¡Detente, detente!” ¿Quiere decir esto que ese padre no ama a su hijo? La
tierna madre que ve a su infante a punto de comer una mora venenosa y exclama
bruscamente: “¡Detente, detente! ¡Deja
eso!” ¿Quiere decir esto que la madre no
ama a esa criatura? Es la indiferencia la que no molesta a la gente y deja que
cada uno se vaya por su propio camino. Es el amor, el amor tierno el que
advierte y da el grito de alarma. El grito de “¡Fuego, fuego!” a medianoche puede sobresaltar súbita y
desagradablemente al hombre que duerme. Pero, ¿quién se va a quejar si ese
grito significa la salvación de una vida? Las palabras: “Antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente” al principio pueden parecer duras y severas. Pero
son palabras de amor, y pueden ser la única manera de librar del infierno a almas
preciosas.
Paso ahora a… considerar la necesidad del arrepentimiento: ¿Por qué es necesario el
arrepentimiento? El texto
al principio de esta página muestra
claramente la necesidad del arrepentimiento. Las palabras de
nuestro Señor Jesucristo son precisas, expresivas y enfáticas: “Antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente”. Todos, todos
sin excepción necesitan arrepentirse
delante de Dios. Es necesario no solo para los ladrones, homicidas, borrachos,
adúlteros, fornicarios y reos en las cárceles. No. Todos los nacidos de la
semilla de Adán, todos
sin excepción necesitan arrepentirse
delante de Dios. La reina en su trono y el indigente en un albergue; el rico en
su sala y la sirvienta en la cocina; el profesor de ciencias en la universidad
y el muchachito pobre e ignorante detrás del arado… todos, por naturaleza,
necesitan el arrepentimiento. Todos son nacidos en pecado; y todos tienen que
arrepentirse y convertirse para ser salvos. El corazón de todos tiene que ser
cambiado en lo que al pecado respecta. Todos tienen que arrepentirse al igual
que creer en el evangelio.
“Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el
reino de los cielos” (Mat. 18:3). “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”
(Luc. 13:3).
Pero, ¿de dónde viene la necesidad del arrepentimiento? ¿Por
qué se usa un lenguaje tan tremendamente fuerte en relación con esta necesidad?
¿Cuáles son las razones… por las cuales el arrepentimiento
es tan indispensable?
(a) Por un lado, sin el arrepentimiento no hay perdón de
pecados. Al decir esto, tengo que cuidarme de que se me malinterprete. Le pido enfáticamente
que no me entienda mal: las
lágrimas de arrepentimiento no
lavan ningún pecado. Es mala enseñanza cristiana decir que
lo hacen. Ese es el oficio, esa es la obra de la sangre de Cristo
exclusivamente. La Contrición no expía ninguna transgresión. Es una teología
espantosa decir que lo hace. De ninguna manera puede. Nuestro mejor
arrepentimiento es deficiente, imperfecto y debemos repetirlo una y otra vez.
Nuestra mejor contrición tiene suficientes defectos como para hundirnos en el
infierno.
“Somos contados como justos delante de Dios únicamente por
medio de nuestro Señor Jesucristo, por fe, y no por nuestras propias obras ni
por nuestros méritos” , ni por nuestro arrepentimiento, santidad, ni obras de caridad,
no por recibir ningún sacramento ni nada parecido. Todo esto es absolutamente
cierto. No obstante, no es menos cierto que la gente justificada es siempre
gente arrepentida y que el pecador perdonado es siempre un hombre que deplora y
aborrece sus pecados. Dios en Cristo está dispuesto a recibir al hombre rebelde
y darle paz con que solo venga a él en nombre de Cristo, por más malvado que
haya sido. Pero Dios requiere, y requiere con justicia, que el rebelde renuncie
a sus armas. El Señor Jesucristo está listo para compadecerse, perdonar,
quitar, limpiar, lavar, santificar y preparar para el cielo. Pero el Señor
Jesucristo anhela ver al hombre aborrecer los pecados que quiere que le sean
perdonados.
Quien quiera, llame “legalidad” a esto. Quien quiera,
llámelo “esclavitud”.
Yo me baso en las Escrituras. El testimonio de la Palabra de
Dios es claro e indubitable. La gente justificada es siempre gente arrepentida.
Sin , no hay perdón de pecados.
(b) Por otro lado, sin arrepentimiento no hay felicidad
alguna en la vida presente. Puede haber optimismo, entusiasmo, risa y alegría
mientras hay buena salud y dinero en el bolsillo. Pero estas cosas no
significan felicidad sólida. Hay en todos los hombres una conciencia, y esa
conciencia tiene que ser satisfecha. Mientras que la conciencia sienta que el
pecado no ha causado arrepentimiento y no ha sido abandonado, no estará
tranquila y no dejará que el hombre se sienta tranquilo por dentro…
(c) Además, sin arrepentimiento no puede haber idoneidad
para el cielo en el mundo venidero. El cielo es un lugar preparado, y los que
van al cielo tienen que ser un pueblo preparado. Nuestro corazón tiene que
estar en armonía con las labores del cielo, de otra manera el cielo mismo sería
una morada amarga. Nuestra mente tiene que estar en armonía con los habitantes
del cielo, o de hecho la sociedad del cielo pronto nos resultaría intolerable…
¿Qué cosa podría hacer usted en el cielo si llega allí con un corazón que ama
el pecado? ¿Con cuál de los santos hablaría? ¿Junto a quién se sentaría?
¡Seguramente los ángeles de Dios no producirían música melodiosa en el corazón
del que no puede aguantar a los santos en la tierra y que nunca alabaron al
Cordero por su amor redentor!
Seguramente la compañía de patriarcas, apóstoles y profetas
no sería motivo de gozo para el hombre que no lee su Biblia ahora y a quien no
le importa conocer lo que los apóstoles y profetas escribieron. ¡Oh, no! ¡No!
No puede haber felicidad alguna en el cielo, si allí
llegamos con un corazón impenitente…
Le ruego por las misericordias de Dios que considere
profundamente las cosas que he estado diciendo. Vive usted en un mundo de
engaños, falsedades y mentiras. Que nadie lo engañe en cuanto a la necesidad
del arrepentimiento. ¡Oh, que los que profesan ser cristianos vieran, supieran
y sintieran más de lo que hacen, de la necesidad, la necesidad absoluta de un auténtico arrepentimiento ante Dios!
Hay muchas cosas que no son necesarias. Las riquezas no son necesarias. La
salud no es necesaria. La ropa fina no es necesaria. Los dones y el mucho saber
no son necesarios.
Millones han llegado al cielo sin todo eso. Miles están
llegando al cielo cada año sin todo esto. Pero nadie ha llegado al cielo sin “el arrepentimiento
para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21).
No permita que nunca nadie lo convenza que cualquier
religión, en la que el arrepentimiento ante Dios no ocupa un lugar prominente,
merece ser llamada el evangelio. ¡Un evangelio, sí! No es evangelio aquel en
que el
arrepentimiento no es lo principal. Un evangelio es el evangelio del hombre,
pero no el de Dios. ¡Un evangelio! Viene de la tierra, pero no
del
cielo. ¡Un
evangelio! No es de ninguna manera el evangelio. Es puro
antinomianismo
y nada más. Mientras abrace usted sus
pecados y se aferre a sus pecados y tenga sus pecados, puede hablar todo lo que
quiera sobre el evangelio, pero
sus pecados no han sido perdonados.
Si gusta, puede llamarlo legalismo. Si gusta, puede decir que “espero que al
final todo resulte bien ––Dios es misericordioso— Dios es amor ––Cristo murió—
espero ir al cielo al final”. ¡No! Le afirmo que eso no está bien, nunca estará
bien…
Está usted pisoteando la sangre de la expiación. No tiene
hasta ahora arte ni parte con Cristo. Mientras que no se arrepienta del pecado,
el evangelio de nuestro Señor Jesucristo no es evangelio para su alma. Cristo
es un Salvador del
pecado, no un Salvador para el hombre en pecado. Si el hombre quiere retener sus
pecados, el día vendrá cuando ese Salvador misericordioso le dirá: “Apartaos de
mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat.
25:41).
No permita que nadie le haga creer que puede ser feliz en
este mundo sin el arrepentimiento. ¡Oh, no!... Cuanto más sigue sin
arrepentirse, más infeliz será ese corazón suyo. Cuando vaya haciéndose anciano
y peine canas ––cuando ya no pueda ir a donde una vez iba, y disfrutar de lo
que antes disfrutaba— la desdicha y el sufrimiento lo atacarán como un hombre
armado. Escríbalo en las tablas de su corazón: ¡sin arrepentimiento no
hay paz!
Espero ver muchas maravillas en el día final. Espero ver
algunos a la derecha del Señor Jesucristo quienes yo temía ver a su izquierda.
Y veré a algunos a la izquierda que suponía buenos creyentes y esperaba ver a
la derecha. Pero estoy seguro de una cosa que no veré. No veré a la derecha de
Jesucristo a ningún hombre impenitente.
Contrición – dolor sincero o aflicción mental por
hacer el mal
Antimonianismo – del griego anti, “contra” y nomos, “ley”; literalmente
“contra la ley”. Esto por lo general significa 1) la creencia de que la ley
moral de Dios no es en ningún sentido obligatoria para los creyentes, o 2) la
creencia de que el cristiano puede pecar sin temor al castigo porque no está
bajo la ley sino bajo la gracia.
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