Mateo 3; 1-2
En
aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea
y
diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado."
El arrepentimiento era uno de
los temas principales de los profetas (Isa_1:16-18; Isa_55:7;
Jer_3:12; Eze_33:11; Eze_33:15; Joe_2:12-13; Zac_1:3-4); Dios los llamó
y los envió para denunciar las apostasías del pueblo. De la manera más gráfica,
pues, describieron los pecados del pueblo y les exhortaron a que se
arrepintieran y volvieran a Dios.
Juan conecta el arrepentimiento con el reino, porque es imposible
entrar al reino de Dios sin arrepentirse. Cristo vino a llamar "a
pecadores al arrepentimiento" (Luc_5:32).
El arrepentimiento precede al perdón (Hch_2:38; Hch_11:18;
Hch_26:20).
La esencia del mensaje que Juan
proclamaba era un mandato a todos los oyentes a “arrepentirse”. En el NT hay
por lo menos dos palabras griegas que se traducen “arrepentirse”: la más común metanoéo,
es la que se encuentra en este pasaje y significa “cambiar radicalmente la
manera de pensar”. Se emplea cinco veces en Mateo y otras veintinueve en el
resto del NT. Hay dos conceptos lógicamente implicados en el término
“arrepentirse”, que se observan tanto al examinar su uso en el NT como en este
contexto. El primer concepto es el “pesar”, o “dolor”, que anticipa, acompaña y
motiva el “cambio de pensar”. Sin este pesar, no puede producirse el
arrepentimiento bíblico. Esencialmente el pesar es el darse cuenta que uno ha
pensado, hablado u obrado en una manera que ofende a Dios y/o al semejante. El
segundo concepto es el “cambio de conducta” que resulta necesariamente del
“cambio de pensar”. El arrepentimiento es, pues, un cambio interior y
espiritual, un cambio de propósito de vida, que se refleja necesariamente en un
cambio exterior y práctico. Una de las ilustraciones bíblicas más gráficas del
arrepentimiento es la decisión del hijo pródigo de regresar a la casa de sus
padres y someterse a su autoridad.
La benignidad de Dios nos guía al arrepentimiento (Rom_2:4); también el juicio venidero mueve al hombre a
arrepentirse (Hch_17:30-31).
Aunque la palabra arrepentimiento estrictamente denota un cambio
de mente, tiene referencia aquí, y en todo otro lugar donde se usa con
referencia a la salvación, primeramente a ese sentido de pecado que
conduce al pecador a huir de la ira venidera, a buscar ayuda sólo de arriba y
ansiosamente a aceptar el remedio provisto
Es importante distinguir
entre el arrepentimiento y la tristeza por el pecado. "La tristeza que es
según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que
arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte" (2Co_7:10). En el día de Pentecostés "al oír esto
(la predicación de Pedro), se compungieron de corazón ". Por eso, la
tristeza por el pecado vino primero; entonces Pedro mandó que se arrepintieran.
La tristeza de Pedro le movió a arrepentirse (Mat_26:75).
Mateo 4; 17
Desde
entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: "¡Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado!"
Este es el mandamiento más difícil de la
Biblia. El mensaje de Jesús constaba de un mandamiento que era la consecuencia
de una nueva situación. " ¡Arrepentíos!" -decía. «Volveos de vuestros
propios caminos, y volved a Dios. Levantad vuestra mirada de la tierra y
ponedla en el cielo. Cambiad el sentido de vuestra dirección, y dejad de
alejaros de Dios y empezad a caminar hacia Dios.» Ese mandamiento había llegado
a ser urgentemente necesario porque el Reinado de Dios estaba a punto de
empezar. La eternidad había invadido el tiempo; Dios había invadido la Tierra en
Jesucristo, y por tanto era de suprema importancia el escoger la dirección y el
lado correctos.
A veces predicadores animan al pueblo a
obedecer al evangelio diciendo que “es sencillo y es fácil; sólo tienen que
creer, arrepentirse, confesar y ser bautizados”, pero el arrepentirse no
es fácil porque significa cambiar. El arrepentimiento significa cambio
de mente, cambio de corazón, cambio de los pensamientos y propósitos que
resultan en un cambio de vida. Los judíos no querían cambiar, pues confiaban en
ser hijos de Abraham (Mat_3:9), el pueblo
escogido de Dios. Muchos paganos se arrepintieron (Hch_19:19;
1Ts_1:9-10), pero la mayoría no.
Hoy en día ¿cuántos católicos,
evangélicos, adventistas, etc. quieren cambiar para obedecer al evangelio puro?
¿Cuántos mundanos quieren cambiar? ¿Cuántas personas con mal genio quieren
cambiar?
Jesús viene como la palabra del Padre por antonomasia, su primer don
es la palabra. Como referente al hablar del Bautista se emplea el verbo
predicar. No sólo es una nueva doctrina, sino que es una declaración, un pregón
del heraldo, un mensaje que sacude y despierta. Es un mensaje que se anuncia de
parte de Dios, y que ha de ser transmitido sin falta y tiene su hora
establecida. Todo eso resuena en la palabra «predicar». Se tiene que escuchar
esta predicación: no como una instrucción, ni tampoco solamente como una revelación
de la verdad, sino que hay que dejarse hablar y sacudir como hombre íntegro,
con todos los sentidos y fuerzas del corazón, hay que estar dispuesto a renovar
la propia vida...
Tiene que cambiarse toda la
vida. Según parece, sólo cuando esto haya sucedido, habrá ya llegado el reino.
Entonces el tiempo futuro se trocará en tiempo presente, el acercamiento en la
llegada; entonces estará presente lo que antes estaba cerca. Ésta es como una
ley de la actividad salvadora: Dios procede primero y viene antes, pero el
hombre tiene que proceder en segundo lugar y ha de venir después. No hay
llegada de Dios sin transformación de la vida, no hay reino de Dios sin
destronar al hombre...
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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