John
Murray (1898-1975)
¿Cual viene primero? ¿Fe o arrepentimiento? Es una pregunta innecesaria,
e insistir que uno es anterior al otro es en vano. No existe una prioridad. La
fe que es para salvación es una fe penitente
y el arrepentimiento que es para vida
es un arrepentimiento que cree… La interdependencia de fe y
arrepentimiento puede notarse enseguida cuando recordamos que la fe es fe en
Cristo para salvación de los pecados. Pero si se dirige la fe hacia la salvación
del pecado, tiene que haber aborrecimiento por el pecado y el anhelo de ser
salvo de él. Tal aborrecimiento del pecado involucra arrepentimiento, que
esencialmente consiste en volvernos del
pecado hacia Dios. Lo recalco, si recordamos que el
arrepentimiento es volvernos del pecado hacia Dios, el volvernos hacia
Dios implica fe en la misericordia de Dios tal como fue
revelada en Cristo.
Es imposible desenredar la fe del arrepentimiento. La fe
salvadora está saturada de arrepentimiento y el arrepentimiento está saturado
de fe. La regeneración se expresa conforme practicamos la fe y el
arrepentimiento.
El arrepentimiento consiste esencialmente de un cambio en el
corazón, en la mente y en la voluntad. El cambio en el corazón, en la mente y
en la voluntad se refiere principalmente a cuatro cosas. Es un cambio en la
mente respecto a Dios,
respecto a nosotros mismos, respecto al pecado y respecto a la justicia. Sin la regeneración, nuestro
pensamiento acerca de Dios, de nosotros mismos, del pecado y de la justicia se
encuentra radicalmente pervertido. La regeneración cambia nuestro corazón y
nuestra mente. Los renueva radicalmente. Por lo tanto, sucede un cambio radical
en nuestros pensamientos y sentimientos. Las cosas viejas pasaron y todas son
hechas nuevas. Es muy importante observar que la fe que es para salvación es
una fe que va acompañada por el cambio en los pensamientos y en las actitudes.
Con demasiada frecuencia en los círculos evangélicos,
particularmente en la evangelización popular, lo trascendental del cambio que
la fe simboliza no es comprendido ni apreciado. Existen dos errores. Uno es poner la fe fuera del contexto que le
da significado. El otro es pensar en la fe en términos de una simple decisión y una, por cierto, bastante barata. Estos
errores se relacionan íntimamente y se condicionan mutuamente. El énfasis sobre
el arrepentimiento y sobre el cambio profundo de pensamiento y sentimientos que
esto involucra es precisamente lo que se necesita para corregir este concepto
de la fe, que empobrece y destruye el alma. La naturaleza del arrepentimiento
sirve para acentuar la urgencia de las cuestiones en juego en la demanda del
evangelio, el apartarse del pecado que la aceptación del evangelio significa, y
la totalmente nueva manera de ver las cosas que la fe del evangelio imparte.
No hemos de pensar en el arrepentimiento como algo que
consiste meramente de un cambio general en la manera de pensar. Es muy particular
y concreto. Y como es un cambio en la manera de pensar con respecto al pecado,
es un cambio en la manera de pensar con respecto a pecados en particular,
pecados en toda la particularidad e individualidad que tienen nuestros pecados.
Nos es muy fácil hablar del pecado, de censurarlos, y censurar los pecados
particulares de otros, y a la vez no estar arrepentidos de
nuestros propios pecados en particular. La prueba del arrepentimiento es la
autenticidad y firmeza de nuestro arrepentimiento con respecto a nuestros
propios pecados, pecados caracterizados por lo peculiarmente insoportable que
nos resultan ser. El arrepentimiento, en el caso de los tesalonicenses, se
manifestó en el hecho de que se apartaron de los ídolos para servir al Dios
viviente. Era su idolatría lo que caracterizaba la evidencia de su enemistad
con Dios, y era el arrepentimiento de esta enemistad la prueba de la
autenticidad de su fe y esperanza (1 Tes. 1:9-10).
El evangelio no es solo que por gracia somos salvos por
medio de la fe, sino que es también el evangelio de arrepentimiento. Cuando
Jesús, después de su resurrección, abrió el entendimiento de sus discípulos a
fin de que pudieran comprender las Escrituras, les dijo: “Así está escrito, y
así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer
día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados
en todas las naciones” (Luc. 24:46-47). Cuando Pedro predicó a las multitudes en
Pentecostés, se sintieron constreñidos a decir: “Varones hermanos, ¿qué haremos?”
Pedro respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados” (Hch. 2:37-38). Más adelante, de igual
manera, Pedro interpretó la exaltación de Cristo como una exaltación en la
capacidad de “Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón
de pecados” (Hch. 5:31). ¿Puede haber algo que certifique con más claridad que
el evangelio es el evangelio del arrepentimiento más que el hecho de que el
ministerio celestial de Jesús como Salvador consiste en dispensar arrepentimiento
para perdón de los pecados? Por lo tanto, Pablo, cuando dio un informe de su
propio ministerio a los ancianos de Éfeso, dijo que había testificado “a judíos
y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro
Señor Jesucristo” (Hch. 20:21). Y el escritor de la epístola a los Hebreos
indica que “el arrepentimiento de obras muertas” es uno de los primeros
principios de la doctrina de Cristo (Heb. 6:1). No puede ser de otra manera. La
vida nueva en Cristo Jesús significa que las ataduras que nos amarran al
dominio del pecado han sido rotas. El creyente está muerto al pecado por el
cuerpo de Cristo, el viejo hombre ha sido crucificado para que el cuerpo del
pecado sea destruido, y de allí en adelante no sirve al pecado (Rom. 6:2, 6).
Esta ruptura con el pasado queda registrada conscientemente al volverse del
pecado a Dios “con total propósito de y procurando una nueva obediencia”…
El arrepentimiento es lo que describe la respuesta de
volverse del pecado a Dios. Este es su carácter específico tal como es el
carácter específico de la fe recibir a Cristo y confiar exclusivamente en él
para salvación. El arrepentimiento nos recuerda que si la fe que profesamos es
una fe que nos permite andar en los caminos de este mundo corrupto de hoy, en
la lascivia de la carne, la lascivia de la vista y la vanagloria de la vida y
en la comunión con las obras de tinieblas, entonces nuestra fe es una burla y un engaño. La fe verdadera está saturada de
arrepentimiento. Y así como la fe no es solo un acto momentáneo, sino una
actitud permanente de fe y confianza en el Salvador, así también el arrepentimiento
resulta en una contrición constante. El espíritu quebrantado y el corazón
contrito son señales permanentes del alma creyente… la sangre de Cristo es el
lavabo del limpiamiento inicial, pero es también la fuente a la cual el creyente
tiene que recurrir continuamente. Es en la cruz de Cristo que el
arrepentimiento tiene su comienzo; es en la cruz de Cristo que tiene que seguir
revelando sus sentimientos en las lágrimas de confesión y contrición.
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