16 Julio:
Meditando la Palabra de Dios en la Biblia.
1 Pedro 1; 18-19
Tened
presente que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
heredasteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o plata,
sino
con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación.
Lo que un pueblo recibe de sus
antepasados se constituye la "cultura" de ese pueblo. La cultura es
el conjunto de los conceptos, prácticas, tradiciones, costumbres y filosofías
(maneras de ver las cosas) que implanta el tiempo. Hay cosas buenas en todas
las culturas (porque hay en parte respeto por las cosas reveladas de Dios -- Rom_2:14-15), pero hay cosas malas con que el
cristiano de una dada cultura no puede compartir. Se libra de tales cosas,
siguiendo la mente de Cristo (Efe_4:19-20).
Hay hermanos que tratan de justificarse
en ciertas prácticas y actitudes, que son de su cultura, diciendo: "Pues
así somos nosotros,” o “así hacemos en tal y tal parte". Hacen cosas
contra la ley de Cristo, que no aprendieron a Cristo, pero no sienten nada,
porque se dejan llevar por "la cultura". Dice Pedro que estas cosas
malas las recibimos de nuestros padres (por la cultura), y que el cristiano ha
sido redimido de ellas.
Por ejemplo hay quienes mienten para
evitar "ofender" a la persona, porque la cultura dice que
"ofender" (es decir, lastimar sentimientos) es el pecado
imperdonable. Hay quienes toman el nombre de Dios en vano, usando expresiones
de costumbre, sin pensar en lo que están diciendo. Lo dicen porque es lo que se
oye decir comúnmente. Lo dicen sin pensar. Hay otros muchos ejemplos de lo que
Pedro llama "la vana manera de vivir recibida de los padres" (la
cultura). El hombre sigue su cultura porque está "habituado" (1Co_8:7) por la práctica que comenzó en su infancia.
Otro mal consiste en que se tiende a
juzgar (condenar) a los de otras culturas, midiéndoles por su propia cultura (o
manera de ver y hacer las cosas). Para él no hay cultura como la suya (aunque
no lo diría en tantas y cuantas palabras). Por ejemplo: si otros se visten de
diferente manera que los de esta cultura, aunque sea ropa modesta siempre se
condena por no ser de esta cultura. En este caso (hablo de cristianos) la
enseñanza de Cristo no es la norma de medida, sino la cultura de la persona. Se
olvida que ¡Cristo no se vestía de pantalón y camisa (con o sin corbata)!
¡La cultura no es la norma del cristiano! El
evangelio de Cristo no impone ninguna cultura en los demás (el judío podía
seguir circuncidando a sus hijitos, y el gentil comiendo todas las carnes);
dirige solamente al que quiera ser salvo al abandonar la vana manera de vivir
recibida de los padres, para andar en la santidad de Dios.
--"no con... o plata".
Literalmente da a entender el texto griego, "no con moneditas de oro o
plata". El oro y la plata, aunque son metales preciosos, ¡son
corruptibles! Ya habló Pedro de la herencia incorruptible del cristiano. 1Co_9:25.
El precio de redención fue más grande
en valor que el valor del oro y de la plata corruptible. Como el cautivo
redimido amará muchísimo al que le rescata, así los cristianos debemos amar con
todo nuestro corazón al que nos redimió del pecado con el precio de su sangre,
y hacer su voluntad, viviendo en santidad.
La sangre de
Cristo, el Hijo de Dios, desde luego, es de mucho más valor que el oro y la
plata, cosas corruptibles a pesar de su precio comercial. Era del "cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn_1:29)
(Hch_20:28; Apo_13:8).
La frase "sin mancha y sin
contaminación" alude a los sacrificios del Antiguo Testamento que tenían
que ser sin defecto (Lev_22:21-22; Núm_28:3; Núm_28:11).
Jesucristo en su vida sobre esta tierra nunca pecó (Heb_4:15),
y por eso su sacrificio fue sin mancha y sin contaminación.
El Redentor paga un
precio digno para reclamar algo que previamente le había pertenecido. La
humanidad cuando fue creada pertenecía a Dios, pero por el pecado se perdió. La
sangre de Cristo es el precio de nuestro rescate, o redención. Dios nos ofrece
la sangre de Cristo como el sacrificio de sustitución y lo acepta cuando
nosotros se lo ofrecemos a él. Nuestra transacción con Dios no es, por lo
consiguiente, una cuestión de oro y plata; sino que se trata de vida y muerte.
Cristo dio su sangre para
rescatarnos del pecado y de la muerte. Su sangre es un precio digno y provee un
lazo de unión indestructible entre Dios y el hombre.
l
valor del ser humano se puede inferir del precio que se pagó para redimir al
hombre (Jn_3:16; 1Co_6:20). Dios el Hijo, a
través de quien los mundos fueron creados, se hizo carne y murió por los
pecados del género humano. El hecho de que voluntariamente derramara su sangre
y muriera por nosotros revela no solamente el valor de la personalidad humana,
sino también la importancia de la salvación. A través de Cristo, los creyentes
son perdonados, justificados y, por el nuevo nacimiento, renovados en la imagen
de Dios. Los hombres y las mujeres caídos sólo pueden producir las obras de la
carne. Sólo el Espíritu, a través del nuevo nacimiento, puede renovar y
recuperar aquello que la caída destruyó (Jn_3:5-6).
Para alcanzar el más alto potencial humano y tener vida abundante, debemos
aceptar a Cristo por la fe. (Mat_27:32/Jn_10:10)
¡Maranata! ¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario