Querido lector: Ojalá sea de gran bendición para tu vida el
estudio de estos temas espirituales publicados por
creyentes cuya integridad y fidelidad a Dios y a Su Palabra en la
Biblia, ha quedado plasmada en todo el legado que han dejado para nosotros. Estaría bien que en nuestras congregaciones se impartieran estas enseñanzas como hacían los Puritanos. ¿Estás de acuerdo?
Thomas Watson (c. 1620-1686)
EL arrepentimiento es una gracia del
Espíritu de Dios por la cual el pecador es interiormente humillado y
visiblemente reformado.
Para aclararlo más ampliamente, sepa que el arrepentimiento
es un medicamento espiritual compuesto de seis ingredientes especiales… si uno
de ellos falta, pierde su virtud.
INGREDIENTE 1: VER EL PECADO.
La primera parte del remedio de Cristo es el ungüento para
los ojos (Hch. 26:18). Es lo más admirable que se nota en el arrepentimiento
del pródigo: “Y volviendo en sí” (Luc. 15:17). Se vio a sí mismo como un
pecador y nada más que un pecador.
Antes de que el hombre pueda venir a Cristo, tiene que
primero volver en sí. Salomón, en su descripción del arrepentimiento considera
esto como el primer ingrediente: “Si se convirtieren” (1 Rey. 8:47). El hombre
tiene que primero reconocer y considerar cuál es su pecado y conocer la plaga
de su corazón antes de poder ser debidamente humillado por él. La primera creación
de Dios fue la luz. De igual modo, lo primero que sucede en el arrepentido es
la iluminación: “Más ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5:8).
El ojo se hizo para ver al igual que para llorar. Hay que
primero ver el pecado antes de poder llorar por él. Por eso, digo que donde no
se ve el pecado, no puede haber arrepentimiento. Muchos que pueden ver faltas
en otros no ven ninguna en ellos mismos… Están cegados por un velo de ignorancia
y soberbia. Por ello, no ven el alma deformada que tienen. El diablo hace con
ellos lo que el halconero hace con el halcón: los ciega y se los lleva tapados
al infierno…
INGREDIENTE 2: SENTIR DOLOR POR EL
PECADO.
“Me contristaré por mi pecado” (Sal. 38:18). Ambrosio1 llama
al dolor o contrición la amargura del alma. La palabra hebrea para estar contristado significa “tener un alma, por así
decir, crucificada”. Esto debe ser parte del verdadero arrepentimiento: “Y
mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán” (Zac. 12:10), como si sintieran
los clavos de la cruz en sus costados. El que una mujer espere dar luz a un
hijo sin dolores es igual a que uno espere tener arrepentimiento sin dolor.
Desconfíe del que puede creer sin dudar, desconfíe del que se arrepiente sin
dolor… Este dolor por el pecado no es superficial: es una agonía santa. Es lo
que las Escrituras llaman quebrantamiento del corazón: “Los sacrificios de Dios
son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17); y un corazón rasgado: “Rasgad
vuestro corazón” (Joel 2:13). Las expresiones herirse el muslo (Jer. 31:19),
golpearse el pecho (Luc. 18:13), vestir cilicio (Isa. 22:12), arrancarse el
pelo de la cabeza (Esd. 9:3), son todas señales exteriores de dolor interior.
Este dolor es:
(1) Para hacer inestimable a Cristo. ¡Oh
qué deseable es un Salvador para el alma atribulada! Ahora Cristo es
ciertamente Cristo, y la misericordia es ciertamente misericordia. Hasta que el
corazón esté lleno de remordimiento después de haber pecado, no puede ser apto
para Cristo. ¡Cuán bienvenido es el médico para el hombre cuyas heridas están sangrando!
(2) Para ahuyentar al pecado. El pecado
produce dolor, y el dolor mata al pecado… Lo salado de las lágrimas mata el
gusano de la conciencia.
(3) Para abrir el camino al verdadero consuelo.
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Sal. 126:5). El
arrepentido adquiere una siembra regada de lágrimas, pero también una cosecha deliciosa.
El arrepentimiento desintegra los abscesos del pecado y entonces el alma
descansa… El que Dios agite el alma por el pecado es como el agitar del
estanque por parte del ángel (Juan 5:4), lo cual abría el camino para la
curación.
Pero no todo dolor es evidencia verdadera del
arrepentimiento… ¿De qué se trata este arrepentimiento piadoso? Tiene seis
requisitos:
1. El auténtico dolor piadoso es
interno. Es interno por dos
razones:
(1) Tiene que ver con un dolor en el corazón. El dolor de
los hipócritas se nota en sus rostros: “Demudan sus rostros” (Mat. 6:16). Ponen
cara de afligidos, pero su dolor no pasa de allí, así como el rocío sobre una
hoja no penetra hasta la raíz. El arrepentimiento de Acab era una demostración
externa. Rasgó sus vestiduras pero no su espíritu (1 Rey. 21:27). El dolor
piadoso es profundo, como una vena que sangra por dentro. El corazón sangra por
el pecado: “se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Como el corazón es el principal
responsable del pecado, así también debe ser el dolor.
(2) Es un dolor por los pecados del corazón, los primeros
brotes y apariciones del pecado. Pablo se entristeció por la ley en sus
miembros (Rom. 7:23). El verdadero doliente llora por las muestras de orgullo y
concupiscencia.
Sufre por la “raíz de amargura” aunque nunca se manifieste
en una acción. El hombre malo puede sentirse mal por los pecados desvergonzados;
el verdadero convertido se lamenta por los pecados del corazón.
2. El dolor piadoso es honesto. Es un dolor por la ofensa más bien que por el castigo. La Ley de
Dios ha sido quebrantada, su amor maltratado. Esto
deshace en lágrimas al alma. El hombre puede lamentarse, pero no arrepentirse.
El ladrón se lamenta cuando lo apresan, no porque haya robado sino porque tiene
que pagar por su culpa… Por otro lado, el dolor piadoso es principalmente por
haber pecado contra Dios, de modo que aun si no tuviere conciencia que lo
molestara, ni el diablo que lo acusara, ni infierno que lo castigara, su alma
todavía estaría atribulada por la falta cometida contra Dios… ¡Oh que no
ofendiera yo a un Dios tan bueno, que no afligiera a mi Consolador! ¡Esto me destroza el corazón…!
3. El dolor piadoso es uno que confía. Está entremezclado con la fe… El dolor
espiritual hunde el corazón si la polea de la fe no lo levanta. Así como
nuestro pecado está siempre delante de nosotros, debe estar también la promesa
de Dios siempre delante de nosotros…
4. El dolor piadoso es un dolor grande. “En aquel día habrá gran llanto..., como
el llanto de Hadadrimón” (Zac. 12:11). Dos soles se pusieron el día que murió
Josías3, y hubo gran llanto fúnebre. A este extremo tiene que hervir el dolor
por el pecado…
5. El dolor piadoso en algunos casos va
acompañado de restitución.
Quien haya cometido una falta contra la propiedad de otros por medio de tratos injustos
y fraudulentos debe conscientemente hacer restitución. Hay una ley específica
para esto: “Y compensará enteramente el daño, y añadirá sobre ello la quinta
parte, y lo dará a aquel contra quien pecó” (Núm. 5:7).
Por ello, Zaqueo hizo restitución: “Si en algo he defraudado
a alguno, se lo devuelvo cuadriplicado” (Luc. 19:8).
6. El dolor piadoso es duradero. No tiene que ver con derramar unas
pocas lágrimas por emoción. Algunos lloran a mares durante un sermón, pero es como
el chaparrón de primavera, pronto pasa o como abrir una llave de agua que
pronto uno cierra. El verdadero dolor tiene que ser habitual. Oh cristiano, la
enfermedad de su alma es crónica y con frecuencia recurrente.
Por lo tanto, usted tiene que aplicarse continuamente
curaciones por medio del arrepentimiento. Tal es el dolor que es para con Dios,
verdaderamente “piadoso”.
INGREDIENTE 3: CONFESIÓN DEL PECADO.
El dolor es una
pasión tan intensa que tiene que desahogarse. Se desahoga por los ojos con el
llanto y por la boca con la confesión: “Y estando en pie, confesaron sus
pecados” (Neh. 9:2). Gregory Nazianzen llama a la confesión “un bálsamo para
el alma herida”.
La confesión es una acusación hacia uno mismo “Yo pequé” (2
Sam. 24:17)… Y lo cierto es que por medio de esta autoacusación prevenimos la acusación de Satanás. En nuestras confesiones nos acusamos de
orgullo, infidelidad, pasión, de modo que cuando Satanás, llamado el acusador
de los hermanos, ponga estas cosas a nuestra cuenta, Dios dirá: “Ellos mismos
ya se han acusado. Por lo tanto, Satanás, tus cargos no corresponden, tus
acusaciones llegan demasiado tarde”… Y escuche lo que dice el apóstol Pablo:
“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Cor.
11:31).
Pero, ¿acaso hombres malvados como Judas y Saúl no
confesaron su pecado? Sí, pero la suya no fue una confesión auténtica. Para que
la confesión de pecado sea correcta y genuina, estos… tienen que cumplir estos
requisitos:
1. La confesión tiene
que ser voluntaria. Tiene que brotar como el agua de un manantial,
libremente. La confesión del malvado es arrancada a la fuerza, como en el caso
de las torturas. Cuando una chispa de la ira de
Dios penetra en su conciencia o si teme la muerte, entonces
confiesa…
Pero la verdadera confesión brota de los labios como mirra
del árbol o miel del panal, libremente…
2. La confesión tiene
que ser por compunción. El corazón tiene que sentirla profundamente. Las
confesiones del hombre natural pasan por él como el agua por un caño. No lo
afectan para nada. En cambio, la confesión auténtica deja en el hombre las
marcas del corazón herido. David sentía un peso en su alma cuando confesó sus
pecados. “Como carga pesada se han agravado sobre mí” (Sal. 38:4). Una cosa es
confesar el pecado y otra es sentirlo.
3. La confesión tiene
que ser sincera. Nuestro corazón tiene que acompañar nuestras confesiones.
El hipócrita confiesa su pecado pero lo ama, igualmente, el ladrón confiesa lo
que robó, pero la encanta hacerlo.
Cuántos confiesan orgullo y codicia con la boca pero los
saborean debajo de la lengua como a la miel… Un buen cristiano es más honesto.
Su corazón se mantiene a ritmo con su boca. Está convencido de los pecados que confiesa y aborrece los
pecados de los que está convencido.
4. En la confesión
auténtica, el hombre especifica los pecados. El hombre malo reconoce que es
un pecador en general.
Confiesa el pecado al mayoreo. El convertido
auténtico reconoce sus pecados específicos. Es como el herido que acude al
médico y le muestra cada una de sus heridas:
“Aquí tengo un tajo en la cabeza, allí me dispararon en el
brazo”. Del mismo modo el pecador atribulado confiesa las diversas condiciones desordenadas,
las enfermedades, de su alma.
5. El verdadero
doliente confiesa el pecado desde su origen. Admite la contaminación de su
naturaleza. Lo pecaminoso de nuestra naturaleza no es solo falta de lo bueno,
sino una infusión de maldad… Nuestra naturaleza es un abismo y semillero de
toda maldad, desde la cual provienen esos escándalos que infectan al mundo. Es
esta depravación de la naturaleza lo que envenena nuestras cosas sagradas. Es
esto lo que trae los juicios de Dios y causa que al nacer nazcamos sin nuestras
misericordias. ¡Oh, confiese el pecado desde su origen!...
INGREDIENTE 4: VERGÜENZA POR EL PECADO.
El cuarto ingrediente
del arrepentimiento es la vergüenza: “Avergüéncense de sus pecados” (Eze. 43:10).
El rubor es el color de la virtud. Cuando el corazón está negro por el pecado,
la gracia hace que el rostro se sonroje: “Avergonzado estoy para levantar, oh
Dios mío, mi rostro a ti” (Esd. 9:6). El hijo pródigo arrepentido estaba tan
avergonzado de sus excesos que no se sentía merecedor de ser llamado hijo (Luc.
15:21). El arrepentimiento causa una timidez generada por la vergüenza. Si la sangre
de Cristo no estuviera en el corazón del pecador, no aparecería tanta sangre en
el rostro. Existen… consideraciones sobre el pecado que pueden causar
vergüenza:
(1) Cada pecado nos hace culpables, y la culpabilidad por lo
general produce vergüenza.
(2) En cada pecado, hay mucha ingratitud; y eso es motivo de
vergüenza. Abusar de la bondad de un Dios tan bueno, ¡cuánta vergüenza nos
da!... Ser ingratos es un pecado tan grande que Dios mismo se sorprende de él
(Isa. 1:2).
(3) El pecado nos ha desnudado, y eso puede generar
vergüenza. El pecado nos ha despojado de nuestro lino blanco de santidad. Nos
ha desnudado y deformado ante la vista de Dios, lo cual puede causar que nos sonrojemos…
(4) Nuestros pecados han avergonzado a Cristo ¿y no
debiéramos nosotros estar avergonzados? Él se vistió de púrpura, ¿y no se
ruborizarán nuestras mejillas?...
(5) Lo que puede hacernos sonrojar es que los pecados que
cometemos son peores que los pecados de los paganos. Actuamos en contra de más
luz.
(6) Nuestros pecados son peores que los pecados de los
demonios. Los ángeles caídos nunca pecaron contra la sangre de Cristo. Cristo
no murió por ellos… Ciertamente si hemos pecado más que los demonios, esto nos hará
ruborizar.
INGREDIENTE 5: ODIO POR EL PECADO.
El quinto ingrediente del arrepentimiento es el odio por el
pecado. Los “Schoolmen*” se
distinguían por un odio doble: odio por las abominaciones y odio por la
enemistad.
Primero, hay odio o
aborrecimiento por las abominaciones:
“Y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades” (Eze. 36:31).
El arrepentido auténtico es un aborrecedor del pecado. Si
alguien detesta aquello que le descompone el estómago, mucho más detestará
aquello que le descompone la conciencia. Aborrecer el pecado representa más que
meramente dejarlo… Cristo nunca es amado hasta que uno aborrece el pecado.
Nunca se anhela el cielo hasta que uno aborrece el pecado…
Segundo, hay odio por la
enemistad. No hay mejor manera de descubrir la vida
que por medio del movimiento. Los ojos se mueven, el pulso late. Así que para
descubrir el arrepentimiento no hay mejor señal que una antipatía santa contra
el pecado… El arrepentimiento firme comienza en el amor de Dios y termina en el
odio por el pecado.
¿Cómo puede reconocerse el verdadero
odio por el pecado?
1. Cuando el espíritu
del hombre se opone al pecado. No solo la boca se expresa contra el pecado,
sino que también lo aborrece el corazón, de modo que no importa lo atractivo
que parezca el pecado, lo encontramos detestable, tal como detestamos el retrato
de alguien que aborrecemos mortalmente, por más hermoso que se haya dibujado…
No importa que el diablo cocine y aderece el pecado con placeres y ventajas, el
arrepentido auténtico con un aborrecimiento secreto por él se siente disgustado
por él y no se mezclará con él.
2. El verdadero odio
por el pecado es universal. El verdadero odio por el pecado es universal de
dos maneras: con respecto a las facultades y al objeto. (1) El odio es
universal con respecto a las facultades; es decir, que hay una antipatía por el
pecado no solo mental, sino también de la voluntad y los sentimientos. Muchos
están convencidos de que el pecado es una cosa vil y mentalmente tienen una
aversión por él. No obstante gustan de su dulzura y se complacen secretamente
en él. En estos casos se manifiesta en una aversión mental por el pecado y a la
vez en un amor por él; mientras que el verdadero arrepentimiento, el odio por
el pecado está en todas las facultades, no solo en la parte intelectual, sino
principalmente en la voluntad: “Lo que aborrezco, eso hago” (Rom. 7:15). Pablo
no estaba libre de pecado, no obstante estaba en contra de él.
(2) El odio es
universal con respecto al objeto. El que aborrece un pecado aborrece todos…
El hipócrita aborrece algunos pecados que pueden arruinar su reputación, pero
el verdadero convertido aborrece todos los pecados, los pecados que le producen
ganancias, los pecados por sus debilidades y los primeros indicios de
corrupción. Pablo odiaba la propensión a pecar (Rom. 7:23).
3. El verdadero odio
contra el pecado es contra el pecado en todas sus formas.
El corazón santo detesta el pecado por su contaminación
intrínseca. El pecado deja una mancha en el alma. La persona regenerada
aborrece el pecado no solo por la maldición, sino también por lo contagioso.
Aborrece esta serpiente no solo por su picadura, sino también por su veneno.
Aborrece el pecado no solo por el
infierno, sino como
el infierno.
4. El verdadero odio
es implacable. Nunca volverá a reconciliarse con el pecado. El enojo puede
reconciliarse, pero el aborrecimiento, no…
5. Donde hay
verdadero odio, no solo nos oponemos al pecado en nosotros mismos sino también
en los demás. La iglesia en Éfeso no podía tolerar a los malos (Apoc. 2:2). Pablo censuró
tremendamente a Pedro por su duplicidad
aunque él era un Apóstol. Cristo, en un disgusto justificado, echó con azotes a los cambistas del
templo (Juan 2:15). No toleraba que hicieran
del templo una casa de cambio. Nehemías reprendió a los nobles por su usura (Neh. 5:7) y su
profanación del día de reposo (Neh. 13:17). El que odia el pecado no lo tolera en su familia: “No habitará dentro
de mi casa el que hace fraude” (Sal.
101:7). ¡Qué vergüenza el que las autoridades
puedan demostrar mucho entusiasmo por sus pasiones, pero nada de heroísmo para reprimir la corrupción! Los que no sienten antipatía por el pecado desconocen el
arrepentimiento. El pecado es en ellos
lo que el veneno es en una serpiente, el cual, siendo parte de su naturaleza, les brinda placer.
¡Qué lejos están del arrepentimiento los que, en lugar de
odiar el pecado, lo aman! Para el fiel, el pecado es como una espina en el ojo;
para los malos, es como una corona sobre su cabeza: “...Habiendo hecho tantas abominaciones…
¿Puedes gloriarte de eso?” (Jer. 11:15). Amar el pecado es peor que cometerlo. Un hombre bueno puede
caer en una acción pecaminosa sin darse cuenta, pero amar el pecado es el
colmo. ¿Qué hace que a un porcino le encante revolcarse en el fango? ¿Qué hace
que el diablo ame aquello que se opone a Dios? Amar el pecado demuestra que la voluntad
está en pecado; y cuanto más de la voluntad está en pecado, más grande el
pecado. La obstinación lo convierte en un pecado que no puede ser purgado por
medio de un sacrificio (Heb. 10:26). ¡Oh, cuántos hay que aman el fruto
prohibido! Aman sus juramentos y adulterios; aman el pecado y aborrecen la
reprensión… Así que los que aman el pecado, los que se aferran a aquello que
les significa la muerte, los que juegan con la condenación, “está[n] lleno[s]…
de insensatez en su corazón” (Ecl. 9:3).
Nos persuade a demostrar nuestro arrepentimiento por medio
de un odio implacable por el pecado...
INGREDIENTE 6: DEJAR EL PECADO.
El sexto ingrediente
del arrepentimiento es dejar el pecado… Este dejar el pecado se llama dejar el mal
camino (Isa. 55:7), tal como el hombre deja la compañía de un ladrón o adivino.
Se llama echar lejos el pecado (Job 11:14), tal como Pablo echó la víbora en el
fuego (Hch. 28:5). Morir
al pecado es la vida de arrepentimiento.
El mismo día que el cristiano deja el pecado, tiene que aplicar una abstinencia
perpetua. La vista tiene que abstenerse de miradas impuras. Los oídos tienen
que abstenerse de escuchar calumnias. La lengua tiene que abstenerse de jurar.
Las manos tienen que abstenerse de los sobornos. Los pies tienen que abstenerse
del sendero de la ramera. Y el alma tiene que abstenerse del amor al mal. Este
dejar el pecado implica un cambio importante… Dejar el pecado es tan visible
que los demás lo notan. Por eso se le llama pasar de la oscuridad a la luz (Ef.
5:8). Pablo, después de haber visto la visión celestial, cambió tanto que todos
estaban atónitos ante el cambio (Hch. 9:21). El arrepentimiento convirtió al
carcelero en enfermero y médico (Hch. 16:33). Este tomó a los apóstoles, les
lavó las heridas y les dio de comer. El barco puede estar yendo hacia el este;
pero viene un viento que lo hace girar para el oeste. De la misma manera, el
hombre puede haber estado rumbo al infierno antes de que soplara el viento del
Espíritu que le cambió el curso y causó que se dirigiera rumbo al cielo… Así de
visible es el cambio que el arrepentimiento produce en la persona, como si
fuera otra el alma que mora en el mismo cuerpo. Para que el dejar el pecado sea
legítimo tiene que reunir estas condiciones:
1. Tiene que, de todo
corazón, dejar el pecado. El corazón es el primum vivens, lo primero que vive, y tiene que ser
el primum vertens, lo primero que se transforma. El corazón es
aquello por lo que el diablo más se
esfuerza por dominar… En la religión,
el corazón lo es todo. Si el corazón
no deja el pecado, no es más que una
mentira… Dios exige que todo el
corazón deje el pecado. El verdadero
arrepentimiento no puede tener
ninguna reserva o prisioneros.
2. Tiene que ser
dejar todo pecado. “Deje el impío su camino” (Isa. 55:7).
El que se ha arrepentido verdaderamente deja el camino del
pecado.
Abandona cada pecado… Aquel que esconde a un rebelde en su
casa es un traidor de la nación, y el que practica un pecado es un traidor
hipócrita.
3. Tiene que ser
dejar el pecado sobre un fundamento espiritual. El hombre puede refrenarse
de cometer un pecado y, no obstante, no dejar el pecado de un modo correcto.
Los actos pecaminosos pueden refrenarse por temor o designio, pero el
arrepentido auténtico deja de pecar sobre la base de principios religiosos,
específicamente, el amor a Dios… Tres hombres se preguntaban unos a otros qué
los había impulsado a dejar el pecado. El primero respondió: “Pienso en los
gozos del cielo”, el segundo dijo:
“Pienso en los tormentos del infierno”, pero el tercero
dijo: “Pienso en el amor de Dios, y eso me hace abandonarlos. ¿Cómo podría yo
ofender al Dios de amor?”
*Schoolmen – una sucesión de teólogos y escritores
de la Edad Media que enseñaban lógica, metafísica y teología, como Tomás de
Aquino.
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