} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: UN CAMBIO VERDADERO (3ªparte)

lunes, 2 de julio de 2018

UN CAMBIO VERDADERO (3ªparte)



¿CUÁLES SON LOS FRUTOS DE ESTE CAMBIO?

  ¿Alguna vez has conocido a alguien que afirmaba ser cristiano pero cuya vida claramente no reflejaba lo que profesaba creer? 
  ¿Qué cambios han ocurrido en tu vida desde que te convertiste en cristiano?

Aquellos que están verdaderamente convertidos ya no son esclavos del pecado y no viven más en pecado. En lugar de ello, estas personas crecen cada vez más en su amor por el Señor y por los demás. En otras palabras, el fruto de la conversión es libertad de la práctica habitual del pecado.

En 1 Juan 3, el apóstol Juan escribe:
1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que se amos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.
3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.
5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.
6 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.
7 Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.
8 El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.
9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. (1 Jn. 3:1-10)

Como hemos visto, la conversión se manifiesta por sus frutos. Aquellos que realmente han sido convertidos vivirán vidas caracterizadas por una obediencia piadosa a los mandamientos de Dios, en vez de practicar el pecado habitualmente.
   
  En su libro Más vivo que nunca, John Piper escribió acerca de la tentación que tienen los cristianos de caer ya sea en la presunción o en la desesperación.
Cuando nos deslizamos hacia la presunción, crecemos en nuestra tibieza y descuido de la vida cristiana, usando aun la gracia de Dios como una excusa para justificar nuestro pecado.

Cuando nos deslizamos hacia la desesperación, nos hundimos en el temor y en el desaliento porque somos más conscientes de nuestra continua batalla con el pecado de lo que somos de la obra de gracia de Dios por nosotros y en nosotros. Nuestra conciencia nos condena porque aun nuestras buenas obras parecen ser tan imperfectas que de ninguna manera podrían probar que hemos nacido de nuevo.
 Vamos a ver que aquellos que verdaderamente aman a Dios también aman al pueblo de Dios.
Nuestro amor por los hermanos cristianos es uno de los frutos de la conversión. Además, es una de las maneras por las que podemos ver si hemos sido convertidos.
 Aquellos que han sido convertidos amarán a sus hermanos cristianos, lo cual demuestra su amor por Dios. Aprendimos de 1 Juan 3:1- 10 que todos los que han nacido de nuevo son liberados de la práctica habitual del pecado y vivirán vidas piadosas que agraden a Dios.

 Ahora examinaremos 1 Juan 4:7-21, un texto que nos da una visión más amplia de cómo debe ser una vida piadosa:
7 Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.
 8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 
10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
11 Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.
12 Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.
13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.
14 Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
15 Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.
17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos
confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo
18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
21 Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.
 

     Como hemos visto en este pasaje, Juan enseña que el fruto de una conversión genuina es el amor por Dios y por los demás. En este pasaje Juan no habla de los requisitos de ser nacido de Dios. ¡No está diciendo que para ser nacido de Dios uno necesita solamente amar! Está hablando de la prueba de los que reclaman ser nacidos de Dios. El contexto trata de hermanos fieles y de falsos. Los dos grupos reclamaban ser nacidos de Dios, pero lo eran solamente los que amaban unos a otros, y éstos' eran los fieles.
Recuerda que,  esto no significa que podamos llegar a amarnos los unos a los otros perfectamente (1Jn. 1:8-9; 2:2), aunque todos los cristianos genuinos amarán a sus hermanos y hermanas en Cristo. De hecho, nuestro amor por nuestros hermanos cristianos es lo que demuestra que realmente amamos a Dios. Previamente en su epístola, Juan da dos ejemplos de cómo debe ser este amor, de cómo debemos amarnos unos a otros.
Amar a los hermanos es una prueba de que conoce a Dios el que hace la reclamación. Los gnósticos lo reclamaban, pero con su falta de amor a los demás hermanos, se probaban falsos.

 En 1 Juan 3:11-15, Juan escribe:
11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.
12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece.
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos
a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte
15 Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.


Amar es una obligación que se ha inculcado en el cristiano desde el momento en que entró en la iglesia. La ética cristiana se puede resumir en una palabra, amor, y desde el momento que una persona se rinde a Cristo se compromete a hacer del amor la línea central de su vida. Por esa misma razón, el hecho de que una persona ame a sus hermanos es la prueba definitiva de que ha pasado de muerte a vida. Amar es estar en la luz; aborrecer es continuar en la oscuridad. No necesitamos más pruebas que mirarle a la cara a una persona que esté enamorada, y a otra que esté llena de odio; mostrarán la gloria o la negrura de su corazón.
Jesús dijo que la antigua ley prohibía asesinar, pero la nueva Ley declaraba que la ira y la amargura y el desprecio eran pecados igualmente serios. Siempre que haya odio en el corazón de una persona, la convierte en un asesino en potencia. El permitir que el odio se asiente en el corazón es quebrantar un mandamiento concreto de Jesús. Por tanto, el que ama es seguidor de Cristo, y el que aborrece no es de los Suyos

En 1 Juan 3:16-18 leemos más sobre cómo los cristianos deben amarse en la práctica:
16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?
18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

De ahí se sigue todavía otro paso en este razonamiento bien trabado. Alguien puede que diga: «Reconozco la obligación de amar, y trataré de cumplirla; pero no sé lo que implica.» La respuesta de Juan (versículo 16) es: "Si quieres ver lo que es este amor, mira a Jesucristo. En Su muerte por los hombres en la Cruz se despliega plenamente.» En otras palabras, la vida cristiana es la imitación de Cristo. «Haya esta actitud entre vosotros que tenéis en Jesucristo» (Filp_2:5). «Nos dejó Su ejemplo para que sigamos Sus pisadas» (1Pe_2:21). No hay nadie que pueda mirar a Cristo y decir que no sabe en qué consiste la vida cristiana.
Juan resuelve otra posible objeción más. Alguien podría decir: « ¿Cómo puedo yo seguir las pisadas de Cristo? El dio Su vida en la Cruz. Usted dice que yo debería dar mi vida por mis hermanos; pero esas oportunidades tan dramáticas no se dan corrientemente en la vida. ¿Qué tengo que hacer entonces?» La respuesta de Juan es: "Es cierto. Pero cuando veas a tu hermano en necesidad, y tú tengas bastante, el darle de lo que tienes es seguir a Cristo. El cerrarle el corazón y las manos es demostrar que el amor de Dios que se manifestó en Jesucristo no tiene lugar para ti.» Juan insiste en que podemos encontrar innumerables oportunidades para demostrar el amor de Cristo en la vida de todos los días.  
Había ocasiones en la vida de la Iglesia Primitiva, como hay también algunas ocasiones trágicas en el momento presente, para una obediencia casi literal del precepto (es decir, dar la vida por los hermanos). Pero la vida no es siempre tan trágica; y sin embargo el mismo principio de conducta se debe aplicar siempre. Puede movernos sencillamente a gastar algún dinero que hubiéramos podido gastar para nosotros mismos para aliviar la necesidad de otro más necesitado.

 Es, después de todo, el mismo principio de acción, aunque a un nivel más bajo de intensidad: es estar dispuestos a rendir algo que tiene valor para nuestra propia vida para enriquecer la de otro. Si tal mínima respuesta a la Ley del Amor que nos llega en una situación diaria y normal está ausente, entonces es inútil pretender que formamos parte de la familia de Dios, el reino en el que el amor es operativo como el principio y la señal de la vida eterna.

Las palabras bonitas como “voy a orar por tu necesidad”, aunque suenen muy espirituales,  nunca ocuparán el lugar de las buenas obras; y ninguna cantidad de palabras sobre el amor cristiano ocupará el lugar de una acción amable, que implique algún sacrificio propio, a una persona en necesidad; porque en esa acción vuelve a estar operativo el principio de la Cruz.

El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

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