Juan 8; 34
Jesús les respondió: —De cierto, de cierto os digo que todo aquel que
practica el pecado es esclavo del pecado
Jesús está
hablando de otra esclavitud. «El que comete pecado -les dijo-, es esclavo del
pecado.» Jesús estaba reiterando un principio que los sabios griegos habían
expuesto una y otra vez. Los estoicos decían: «Sólo el sabio es libre; el
ignorante es un esclavo.» Sócrates había demandado: "¿Cómo puedes decir
que un hombre es libre cuando está dominado por sus pasiones?» Pablo daba
gracias a Dios porque el cristiano era libre de la esclavitud del pecado (Rom_6:17-20).
Aquí hay algo
muy interesante y muy sugestivo. A veces, cuando se le dice a uno que está
haciendo algo malo, o se le advierte para que no lo haga, su respuesta es: «¿Es
que no puedo hacer lo que me dé la gana con mi propia vida?» Pero la verdad es
que el pecador no está haciendo su voluntad, sino la del pecado. Una
persona puede dejar que un hábito la tenga en un puño de tal manera que no
pueda soltarse. Puede dejar que el placer la domine tan totalmente que ya no se
pueda pasar sin él. Puede dejar que alguna autolicencia se adueñe de tal manera
de ella que le resulte imposible desligarse. Puede llegar a tal estado que, al
final, como decía Séneca, odia y ama su pecado al mismo tiempo. Lejos de hacer
lo que quiere, el pecador ha perdido la capacidad de hacer su voluntad. Es esclavo
de sus hábitos, autolicencias, pseudoplaceres que le tienen dominado. Esto es
lo que Jesús quería decir. Ninguna persona que peca se puede decir que es
libre.
Entonces Jesús
hace una advertencia velada, pero que sus oyentes judíos comprenderían muy bien.
La palabra esclavo le recuerda que, en cualquier casa, hay una enorme
diferencia entre un esclavo y un hijo. El hijo es un residente permanente de la
casa, mientras que al esclavo se le puede echar en cualquier momento. En
efecto, Jesús les está diciendo a los judíos: «Vosotros creéis que sois hijos
en la casa de Dios y que nada, por tanto, os puede arrojar de vuestra posición
privilegiada. Tened cuidado; por vuestra conducta os estáis poniendo en el
nivel del esclavo, y a éste se le puede arrojar de la presencia del amo en
cualquier momento.» Aquí hay una amenaza. Es sumamente peligroso comerciar con
la misericordia de Dios, y eso era lo que los judíos estaban haciendo. Aquí hay
una seria advertencia para nosotros también.
Los del mundo creen que los cristianos hemos
perdido nuestra libertad y que estamos amarrados con cadenas (restricciones),
porque no podemos fumar, tomar, bailar, maldecir, etc. Los mundanos que creen
que son libres se engañan a sí mismos. Más bien, el diablo los engaña: "el dios de este siglo cegó el entendimiento de los
incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de
Cristo, el cual es la imagen de Dios" (2Co_4:4).
Un hábito es una costumbre o disposición que resulta
de actos repetidos. Es muy
difícil cambiar los hábitos. Los que habitualmente consumen bebidas
alcohólicas, fuman, juegan, maldicen, etc., son esclavos de su hábito o costumbre, y la mayoría de los esclavos
mueren esclavos.
Juan 8:36
Así
que, si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres.
El concepto de
libertad aparece aquí sin una mayor determinación. De un modo totalmente
universal se dice que la verdad, o lo que es lo mismo la revelación de Jesús,
«hará libres» a los creyentes, que aceptan y experimentan esa verdad.
La afirmación
pretende decir además que los judíos han de considerarse como «esclavos» que no
pertenecen de manera estable a la casa, aunque lo importante aquí es que Jesús
en persona es «el Hijo», contrapuesto así a los judíos y al antiguo Israel. En
él se funda la nueva familia de Dios, como lo dice el v. 36. Es «el Hijo» el
que trae la verdadera «libertad» y el que la otorga a los creyentes. «Si el
hijo os hace libres, libres seréis realmente.» Esta afirmación, que contempla
la mediación cristológica de la libertad, queda en todo caso muy cerca de las
afirmaciones paulinas.
Semejante liberación es,
pues, el efecto inmediato de la experiencia creyente de la verdad, el elemento
decisivo de la fe en Jesús y la presencia de la salvación, tal como la palabra
de Jesús y su Espíritu la transmiten. Desde ahí hay que entender también la
liberación. Como quiera que sea, no se trata en primer término de una
liberación política o social, sino de la liberación definitiva frente a las
potencias de la muerte, del pecado, de las tinieblas, a las que el hombre sucumbe.
O, expresado de otro modo, se trata de la liberación del hombre de sí mismo. Es
la libertad radical otorgada al hombre por la fe en Dios y en Jesús. En el
fondo, pues, se identifican experiencia de salvación y experiencia de libertad.
Pero si la condenación se identifica con el poder cósmico de la muerte, el
creyente a través de la
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