Colosenses 3; 20
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es
agradable en el Señor.
Jesús
ha dejado un buen ejemplo para los niños, estando sujeto a José y María (Luc_2:51).
La frase, esto
agrada al Señor, equivale a la que dice, en el Señor (Efe_6:1), y significa "de acuerdo con la voluntad
del Señor". Los hijos deben estar en sujeción a sus padres en todas las
cosas, a menos que haya conflicto entre la voluntad de ellos y la voluntad de
Dios. Agrada al Señor "porque esto
es justo" (Efe_6:1). Agrada al Señor porque
es correcto; es razonable y normal. Los hijos necesitan de dirección. No
conviene que se dejen para que se dirijan solos. No tienen la capacidad para
ello; les faltan el entendimiento y la experiencia. La lección más básica que
deben aprender todos los niños es la obediencia, la sujeción a sus padres.
Jesucristo
honraba a sus padres. Estaba sujeto a ellos. Aun en su muerte Jesús no pensaba
en su propio sufrimiento, sino en el bienestar de su madre (Jn_19:26-27). Nuestros padres nos trajeron a este
mundo, y nos cuidaban cuando no podíamos cuidarnos solos, nos alimentaban, nos
educaban y nos criaban. Por todo esto merecen honor.
Mar_7:8-13 relata una de las tradiciones más diabólicas inventadas por
los fariseos y escribas, una tradición por la cual ellos invalidaban la ley de
Dios de honrar a los padres. Este mandamiento incluyó el cuidado de los padres
en su vejez. La ley de Cristo requiere la misma cosa (1Ti_5:4-8).
Nuestra deuda es grande; no terminamos de "recompensarles", ni aun en
todos los días de su vida.
El honrar a los padres "es el primer mandamiento con
promesa" (Efe_6:2), y esa promesa es:
"para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra" (Efe_6:3; Deu_6:24; 1Pe_3:10-12). La obediencia a Dios,
desde la juventud, es para nuestro propio bien, y para nuestra propia
felicidad. Muchos jóvenes se destruyen solos viviendo en plena rebeldía. Buscan
satisfacción en las drogas, en el alcohol, y en el desenfreno total, pero no
les va bien. Es alarmante el número creciente de suicidios entre los jóvenes.
En el mundo
antiguo los hijos estaban totalmente bajo el dominio de los padres. El ejemplo
supremo era la patria potestas romana, la ley del poder del padre. Bajo
ella, un padre podía hacer lo que quisiera con su hijo. Podía venderle como
esclavo; hacerle trabajar como un obrero en su granja; tenía poder hasta para
condenarle a muerte y ejecutar la sentencia. Todos los derechos y privilegios
pertenecían al padre y todas las obligaciones al hijo.
Esto se daba aún
más en el caso de los esclavos. El esclavo no era más que una cosa a ojos de la
ley. No había tal cosa como un código de condiciones de trabajo. Cuando un
esclavo ya no rendía en el trabajo se le abandonaba y dejaba morir. No tenía
derecho a tener esposa, y si cohabitaba y tenía un hijo, este pertenecía al amo
lo mismo que los corderos del rebaño. Una vez más, todos los derechos
pertenecían al amo y los deberes al esclavo.
La ética
cristiana impone obligaciones mutuas en las que cada parte tiene derechos y
obligaciones. Es una ética de responsabilidad mutua; y por tanto, se convierte
en una ética en la que la idea de privilegios y derechos se deja atrás, y la
idea de deberes y obligaciones es suprema. Toda la dirección de la ética
cristiana no es preguntar: ¿Qué me deben a mí los demás?, sino: ¿Qué les debo
yo?
Lo realmente nuevo en
la ética cristiana de relaciones personales es que todas las relaciones son en
el Señor. La totalidad de la vida cristiana se vive en Cristo. En cualquier
hogar el tono de las relaciones personales debe ser dictado por la conciencia
de que Jesucristo es el invitado invisible pero siempre presente. En cualquier
relación padre-hijo la idea dominante debe ser el carácter paternal de Dios; y
debemos procurar tratar a nuestros hijos como Dios trata a sus hijos e hijas.
Lo que debe zanjar cualquier problema en la relación amo-siervo es que ambos
son siervos de un Amo, Jesucristo. Lo nuevo es las relaciones personales en el
Cristianismo es que Jesucristo es el Mediador en todas ellas.
Efesios 6; 1
Hijos, obedeced en el
Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
Si la fe cristiana hizo mucho por las
mujeres, aún hizo más por los niños. La civilización romana contemporánea de
Pablo incluía algunos aspectos que les hacían la vida muy peligrosa a los
niños.
Existía la patria potestas romana, el poder del
padre. Bajo la patria potestas, un
padre romano tenía un poder absoluto sobre su familia. Podía venderlos como
esclavos, hacerlos trabajar en sus tierras hasta con cadenas, podía castigarlos
como quisiera, e incluso condenarlos a muerte. Además, el poder del padre
romano se extendía durante toda la vida mientras el padre viviera. Un hijo
romano no alcanzaba nunca la mayoría de edad. Aunque fuera un hombre adulto,
aunque fuera un magistrado de la ciudad, aunque el estado le hubiera coronado
de bien merecidos favores, permanecía bajo el poder absoluto de su padre. Es verdad que el poder del padre rara vez se
ejercía hasta estos límites, porque la opinión pública no lo habría permitido;
pero sigue siendo verdad que en tiempos de Pablo un hijo era propiedad absoluta
de su padre y estaba sometido totalmente a su poder.
Existía la costumbre de abandonar a los bebés. Cuando nacía un niño, se
le colocaba a los pies de su padre y, si el padre se inclinaba y le recogía,
eso quería decir que le reconocía y quería quedárselo. Si se daba la vuelta y
se marchaba, quería decir que se negaba a reconocerle, y el niño se podía
tirar, literalmente.
Pablo les impone a los hijos que
obedezcan y respeten a sus padres. Dice que este es el primer mandamiento. Probablemente quiere decir que era el
primer mandamiento que un hijo cristiano aprendía de memoria. Para Pablo,
respetar no es solamente de labios para fuera. La verdadera manera de honrar a
los padres es obedecerlos, honrarlos y no darles disgustos.
Pablo ve que existe la otra cara de la
moneda. Les dice a los padres que no hagan rabiar a sus hijos. Considerando por
qué este mandamiento se dirige tan expresamente a los padres, dice que las madres tienen una especie de paciencia
divina, pero que " los padres son más propensos a dejarse llevar por la
ira.»
La
obediencia filial contribuye a un ambiente en el hogar que promueve al
bienestar de la familia y prolonga la vida. Además, honra a Dios y respeta lo
que él ha establecido. A la inversa, la desobediencia de los hijos destruye la
unidad familiar y afecta en cadena la unidad eclesiástica.
¡Maranata! ¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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