} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: UN CAMBIO VERDADERO 13

lunes, 16 de julio de 2018

UN CAMBIO VERDADERO 13




FE Y CONVERSIÓN

 A través de las Escrituras se nota un gran énfasis en la fe. En decenas de pasajes su necesidad absoluta se declarada explícitamente. La experiencia cristiana coincide totalmente con la Palabra de Dios. El nuevo convertido no tenía ni esperanza ni gozo hasta que creyó. Cuando su fe es débil, manifiesta gran inestabilidad. Pero a medida que su fe aumenta, se va haciendo más fuerte hasta que, sin desanimarse, exclama: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Los cristianos maduros hablan mucho de la fe y siempre les encanta que la verdad relacionada con ella les sea explicada con claridad.
Pero, ¿qué es la fe sobre la cual tanto insisten las Escrituras? Esta es una cuestión de suma importancia. Un error en relación con esto afectará toda nuestra vida cristiana. La fe es humana o divina.
Dependemos de la fe humana para creer lo que dicen los hombres. Esto lo hacemos por la constitución de nuestra mente. Es por esto que los niños confían en lo que sus padres les dicen. La fe humana se limita correctamente a las cosas de las cuales no ha hablado Dios. Su fundamento es el testimonio cristiano. La fe divina depende del testimonio de Dios. Concierne las cosas reveladas desde el cielo…
La fe del pueblo de Dios se relaciona con cosas pasadas, presentes y por venir.
Cree que Dios hizo al mundo. Allí está el pasado. Cree que Dios es. Allí está el presente. Cree que habrá un Día del Juicio. Allí está el futuro.
Tampoco son estas y otras verdades reveladas creídas por diferentes clases de fe, sino que todas por una misma fe. Así como con los ojos miramos al este, al oeste, al norte y al sur, a objetos lejanos o cercanos, de la misma manera con los mismos ojos de la fe miramos cosas de miles de años pasados o miles de años por venir, o cosas que existen ahora en el mundo invisible. En la antigüedad, por miles de años, los fieles creían en un Salvador que vendría. Ahora, por casi dos mil años el pueblo de Dios ha creído en un Salvador que vino. En todos estos casos la fe era la misma en principio y también en sus efectos.
La Confesión de Westminster dice: “La gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y es hecha ordinariamente por el ministerio de la palabra; también por la cual, y por la administración de los sacramentos y por la oración, se aumenta y se fortalece. Por esta fe, un cristiano cree que es verdadera cada cosa revelada en la Palabra, porque la autoridad de Dios mismo habla sobre esto, produciendo obediencia hacia los mandamientos, temblor ante las amenazas, y un aferrarse a las promesas de Dios para esta vida y para la que ha de venir. Pero los principales hechos de la fe salvadora son aceptar, recibir y descansar sólo en Cristo para la justificación, santificación y vida eterna, por virtud del pacto de gracia".

 Esta fe es diferente en grados: débil o fuerte. Puede ser atacada y debilitada frecuentemente y de muchas maneras, pero resulta victoriosa, creciendo en muchos hasta obtener la completa seguridad a través de Cristo, quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe”.
Una breve consideración de esta afirmación de fe mostrará qué llena, completa y bíblica es.
Lo primero que afirma es que la fe salvadora no es terrenal, sino celestial en su origen; que no es del hombre, sino de Dios. Le fe es el don de Dios: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él” (Fil. 1:29). “Dios repartió a cada uno”… “una medida de fe” (Rom. 12:3). Cuando: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:16-17). Esta fe se adjudica particularmente al Espíritu Santo como su Autor. Él la produce en el corazón. Así lo dicen las Escrituras: “El fruto del Espíritu es… fe” (Gál. 5:22). “A otro, [es dada] fe por el mismo Espíritu” (1 Cor. 12:19).“Teniendo el mismo espíritu de fe… creí” (2 Cor. 4:13). La razón por la cual la fe salvadora permanece es porque es la semilla incorruptible de Dios.
Seguidamente dice que al obrar su fe en nosotros, Dios honra su
Palabra como el instrumento común para hacerlo. Con esto también coinciden muy bien las Escrituras: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?... Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Rom. 10:14, 17). “Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21). Este es el fundamento de todo nuestro denuedo al proclamar el evangelio. Aquello que es sembrado en la debilidad del hombre es levantado en la energía poderosa del Espíritu Santo. Con razón fluyen resultados tan felices cuando se proclama el evangelio toda vez que va acompañado del Espíritu de Dios. Es este el poder de Dios para salvación de todo aquel que cree. “Los llamados de Dios en su gracia son también instrumentos eficaces”.

En forma similar, esta fe es alimentada principalmente por el ministerio de la Palabra y otras ordenanzas, y por la oración.
Auméntanos la fe” (Luc. 15:5). El bautismo de agua es eficaz cuando va acompañado del bautismo del Espíritu Santo.


 El partimiento del pan y el beber el vino son medios de nutrición a todos aquellos que beben espiritualmente de la Roca que les sigue ––Cristo––, el Hijo de Dios, y quienes por fe comen el pan verdadero que baja del cielo. Todos los santos anhelan la leche sincera de la Palabra para poder crecer por medio de ella.
La fe auténtica respeta toda la Palabra de Dios. Recibe sus narraciones, promesas, amenazas, doctrinas, preceptos, advertencias, palabras de aliento, tal como fueron designados a ser recibidos. Obedece los mandatos de Dios. Estos fueron dados con ese propósito. Teme sus amenazas. Tiembla ante su Palabra. Confía en sus promesas, tanto con respecto a esta vida como la venidera. Tiene en cuenta las advertencias de los muchos lugares en las Escrituras. Se regocija con las palabras bíblicas de aliento. Depende de la Palabra de Dios como un testimonio infalible. Sea lo que sea que dice Dios, la fe lo cree. Recibe todo lo que ha dicho. La Palabra de Dios vive y permanece para siempre. Por ello la fe la recibe como su Palabra y no como una palabra del hombre. Su autoridad es perfecta.
Pero la fe salvadora se refiere especialmente a Cristo. Así lo enseñan con frecuencia las Escrituras: “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5). “¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:9-11). “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch 16:31). “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). “El que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).


       En la Palabra de Dios, el tema grandioso es Cristo Jesús “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Apoc. 19:10). Si negar al Padre es fatal, también lo es negar al Hijo. Si rechazar al Espíritu de gracia significa perder el alma, rechazar a Cristo como el Salvador hace que la destrucción sea inevitable. Pero recibir a Cristo, descansar en él, confiar en él, venir a él, huir a él para encontrar refugio, tomarlo como nuestro Sacrificio, como nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, y hacerlo de todo corazón, es el gran oficio de la fe salvadora.
La fe no tiene la misma fuerza en todos los creyentes, ni en el mismo creyente en todo momento. Leemos acerca del “que es débil en la fe”, de “poca fe” y de “mucha fe”. La fe crece por la bendición divina. La fe de algunos crece “sobremanera”. Todo discípulo auténtico dice “Creo; ayuda mi incredulidad” (Mar. 9:24). Al final gana cada victoria que necesita ganar. En algunos casos madura hasta tener una seguridad total.
Todo esto es a través de Cristo, quien inicia, continúa y perfecciona la obra de la fe en nosotros por su Espíritu y gracia.
Todo este concepto de la fe concuerda consigo misma y con todas las
Escrituras. Explica muchas cosas que de otra manera nos parecerían enigmáticas.
Primero, vemos por qué la fe siempre fue y siempre será necesaria: Por la fe
Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín(Heb. 11:4). Esta era la religión de aquellos primeros tiempos. “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8). Esta será la religión de los últimos tiempos. La razón por la que ningún hombre jamás podrá complacer a Dios sin fe, es que la incredulidad a cada paso hace a un lado todo lo que Dios ha dicho y hecho para la salvación del hombre.
Cualquiera que quiera ser salvo siendo incrédulo, desdeñaría perpetuamente todos los planes del cielo para la recuperación de los perdidos.

También vemos qué razonable es que se requiera fe de nosotros: “Tened fe
en Dios” (Mar. 11:22). “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros”
(2 Cró. 20:20). “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). “No seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27)

Estos son solo muestras de los tonos de autoridad con que nos habla Dios sobre este tema. No podría ser menos si busca nuestro bien. Dejarnos vivir en la incredulidad sería aprobar todo pecado.
También podemos ahora comprender por qué la mente de las personas verdaderamente piadosas están tan prontas para aceptar la gracia y misericordia que Dios ofrece. Creyendo todo lo que Dios dice, por supuesto aceptan como cierto todo lo que él ha alegado acerca de la condición caída y depravada del hombre. En otras palabras, descubren que son pecadores, perdidos, culpables, viles e impotentes. A los tales, el evangelio es siempre buenas nuevas. Para el pobre pecador bajo convicción es realmente pasar de la muerte a la vida, ver abierta de par en par la puerta y a Cristo de pie, pronto para recibir a todos los que vienen a él…
Y la fe, desde la más sencilla hasta la más fuerte, no es irracional, ni necia. No hay hombre que actúe con tanta sabiduría como el que cree implícitamente a Dios. Abraham nunca mostró que sus facultades estaban tan bien reguladas y ordenadas como cuando fue directamente hacia adelante a fin de cumplir el sacrificio de Isaac que Dios le había pedido. No preguntó las razones, no mencionó ninguna dificultad; simplemente hizo lo que le había sido mandado y no tropezó por incredulidad. La razón por la cual la fe es tan sabia es que deposita su confianza en Dios, quien no puede mentir, no puede cambiar, no puede fallar, no puede ser engañado, no puede ser burlado ni sorprendido; que ve el final desde el principio, que ama más allá de todos los nombres del amor conocidos por los mortales o aun los ángeles; un Dios y Salvador que nunca pisoteó un corazón quebrantado, que nunca desdeñó el clamor del humilde, que nunca dejó morir en sus pecados al arrepentido y quien infaliblemente llevará a la gloria eterna a todos los que se refugian en la sangre expiatoria…

La siguiente es una buena definición: “La fe que justifica es una gracia salvadora, operada en el corazón del pecador por el Espíritu y la Palabra de Dios, por la cual el hombre, teniendo convicción de su pecado y su desgracia, y de la incapacidad de sí mismo y de otras criaturas de liberarse de su estado de perdición, no solamente acepta la verdad de la promesa del evangelio, sino que también recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia que se le ofreció para el perdón del pecado, y para la aceptación y estimación de su persona como justa delante de Dios para salvación”.
Sin hacer más comparaciones formales sobre este tema, podemos decir que los escritores eruditos coinciden totalmente con la Escrituras al representar la fe como una acción sencilla de la mente, en que tanto la comprensión como la voluntad están unidas; que la luz del conocimiento la precede en lo que se refiere a revelar la mente de Dios, y por lo tanto no es ciega e ingenua, sino sobria, vigilante e inteligente; y que es el fruto de su caluroso cariño, y por lo tanto no es fría, especuladora y sin efecto práctico…
Los efectos de la fe salvadora son muchos y de gran valor. De cierto, son tan importantes que sin ellos la salvación es imposible.
  La fe auténtica es el instrumento de la justificación del pecador ante Dios. Así lo enseña abundantemente la Biblia: “El justo por la fe vivirá” (Hab. 2:4; Rom. 1:17; Gál. 3:11; Heb. 10:38). Abraham “creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Gén. 15:6; Rom. 4:3; Gál. 3:6; Stg.2:23). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1). “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28). “Pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21).
He aquí el resultado grandioso, el pecado es perdonado y el pecador es aceptado sencillamente por creer en él que es el fin de la Ley para justicia para todo aquel que cree. Esto es ciertamente un misterio y una ofensa para muchos…
  La adopción es también por fe. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál. 3:26). Qué efecto maravilloso es este: un hijo del demonio se convierte en un hijo de Dios, un heredero de perdición es cambiado a un heredero de gloria, y todo por la seguridad en la Palabra de Dios y por la confianza en la Persona y los méritos de Jesucristo. Con razón los creyentes siempre han celebrado las maravillas de la fe.
  Además de obtener la justificación y adopción, también por fe somos hechos partícipes del Espíritu Santo para todos los fines de iluminación, santificación y aliento en el Señor. Cristo dice: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:37-39). No hay éxito, progreso ni consuelo en la religión que no sea por este Espíritu bendito. Recibirlo en la plenitud de su gracia es asegurar las arras de toda cosa buena, la promesa del cielo mismo. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Rom. 8:9). Pero si el hombre tiene el Espíritu de Cristo, no existe nada que pueda probar que sea un condenado, reprobado, enemigo.
  La fe salvadora es una señal infalible de regeneración. Nadie jamás ha creído esto más que los que “son engendrados, no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Juan 5:1). Siendo nuestra fe genuina, nuestra regeneración ya no es dudosa…
  El efecto poderoso de la fe auténtica en purificar el corazón está entre las bendiciones más trascendentales. Esto principalmente marca la diferencia entre la fe auténtica y la fe de los demonios. Despierta un aborrecimiento intenso por los pecados, aspiraciones por la santidad, esperanzas benditas de lograr una completa conformidad con Dios, y un propósito de hacer lo bueno, sea cual fuere el resultado. No hay una purificación eficaz del corazón si no es por la fe, por la fe que se aferra a Cristo y que obedece a la verdad.  
















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