FE Y CONVERSIÓN
A través de las
Escrituras se nota un gran énfasis en la fe. En decenas de pasajes su necesidad
absoluta se declarada explícitamente. La experiencia cristiana coincide
totalmente con la Palabra de Dios. El nuevo convertido no tenía ni esperanza ni
gozo hasta que creyó. Cuando su fe es débil, manifiesta gran inestabilidad. Pero
a medida que su fe aumenta, se va haciendo más fuerte hasta que, sin
desanimarse, exclama: “Aunque él me matare, en él esperaré”
(Job 13:15). Los cristianos maduros hablan mucho
de la fe y siempre les encanta que la verdad relacionada con ella les sea
explicada con claridad.
Pero, ¿qué es la fe sobre la cual tanto insisten las
Escrituras? Esta es una cuestión de suma importancia. Un error en relación con
esto afectará toda nuestra vida cristiana. La fe es humana o divina.
Dependemos de la fe humana para creer lo que dicen los
hombres. Esto lo hacemos por la constitución de nuestra mente. Es por esto que
los niños confían en lo que sus padres les dicen. La fe humana se limita correctamente
a las cosas de las cuales no ha hablado Dios. Su fundamento es el testimonio
cristiano. La fe divina depende del testimonio de Dios. Concierne las cosas reveladas
desde el cielo…
La fe del pueblo de Dios se relaciona con cosas pasadas,
presentes y por venir.
Cree que Dios hizo al mundo. Allí está el pasado. Cree que Dios es. Allí está el presente. Cree que habrá un Día del Juicio.
Allí está el futuro.
Tampoco son estas y otras verdades reveladas creídas por
diferentes clases de fe, sino que todas por una misma fe. Así como con los ojos
miramos al este, al oeste, al norte y al sur, a objetos lejanos o cercanos, de la
misma manera con los mismos ojos de la fe miramos cosas de miles de años
pasados o miles de años por venir, o cosas que existen ahora en el mundo
invisible. En la antigüedad, por miles de años, los fieles creían en un
Salvador que vendría. Ahora, por casi dos mil años el pueblo de Dios ha creído
en un Salvador que vino. En todos estos casos la fe era la misma en principio y
también en sus efectos.
La Confesión
de Westminster dice: “La
gracia de la fe, por la cual se capacita a los elegidos para creer para la
salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y
es hecha ordinariamente por el ministerio de la palabra; también por la cual, y
por la administración de los sacramentos y por la oración, se aumenta y se fortalece. Por esta fe, un cristiano cree que es verdadera cada cosa revelada
en la Palabra, porque la autoridad de Dios mismo habla sobre esto, produciendo
obediencia hacia los mandamientos, temblor ante las amenazas, y un aferrarse a
las promesas de Dios para esta vida y para la que ha de venir. Pero los
principales hechos de la fe salvadora son aceptar, recibir y descansar sólo en
Cristo para la justificación, santificación y vida eterna, por virtud del pacto
de gracia".
Esta fe es diferente en grados: débil o fuerte. Puede ser atacada y
debilitada frecuentemente y de muchas maneras, pero resulta victoriosa,
creciendo en muchos hasta obtener la completa seguridad a través de Cristo,
quien es tanto el autor como el consumador de nuestra fe”.
Una breve consideración de esta afirmación de fe mostrará
qué llena, completa y bíblica es.
Lo primero que afirma es que la fe salvadora no es terrenal,
sino celestial en su origen; que no es del hombre, sino de Dios. Le fe es el
don de Dios: “Porque a vosotros os es concedido a
causa de Cristo, no sólo que creáis en él” (Fil.
1:29). “Dios repartió a cada uno”… “una
medida de fe” (Rom. 12:3). Cuando: “Respondiendo Simón
Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo
reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat. 16:16-17). Esta fe se adjudica particularmente al
Espíritu Santo como su Autor. Él la produce en el corazón. Así lo dicen las
Escrituras: “El fruto del Espíritu es… fe” (Gál. 5:22). “A otro, [es
dada] fe por el mismo Espíritu” (1 Cor. 12:19).“Teniendo el mismo espíritu de fe… creí” (2 Cor. 4:13). La razón por la cual la fe salvadora
permanece es porque es la semilla incorruptible de Dios.
Seguidamente dice que al obrar su fe en nosotros, Dios honra
su
Palabra como el instrumento común para hacerlo. Con esto
también coinciden muy bien las Escrituras: “¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de
quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?... Así que la fe
es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Rom. 10:14, 17). “Agradó a
Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Cor. 1:21). Este es el fundamento
de todo nuestro denuedo al proclamar el evangelio. Aquello que es sembrado en la debilidad del hombre es
levantado en la energía poderosa del
Espíritu Santo. Con razón fluyen resultados tan felices
cuando se proclama el evangelio toda vez que va acompañado del Espíritu de Dios. Es este el poder de Dios para
salvación de todo aquel que cree. “Los
llamados de Dios en su gracia son también instrumentos
eficaces”.
En forma similar, esta fe es alimentada principalmente por
el ministerio de la Palabra y otras ordenanzas, y por la oración.
“Auméntanos la fe” (Luc. 15:5). El bautismo de agua es eficaz cuando va acompañado
del bautismo del Espíritu Santo.
El partimiento del
pan y el beber el vino son medios de nutrición a todos aquellos que beben espiritualmente
de la Roca que les sigue ––Cristo––, el Hijo de Dios, y quienes por fe comen el
pan verdadero que baja del cielo. Todos los santos anhelan la leche sincera de
la Palabra para poder crecer por medio de ella.
La fe auténtica respeta toda la Palabra de Dios. Recibe sus narraciones,
promesas, amenazas, doctrinas, preceptos, advertencias, palabras de aliento,
tal como fueron designados a ser recibidos. Obedece los mandatos de Dios. Estos
fueron dados con ese propósito. Teme sus amenazas. Tiembla ante su Palabra.
Confía en sus promesas, tanto con respecto a esta vida como la venidera. Tiene
en cuenta las advertencias de los muchos lugares en las Escrituras. Se regocija
con las palabras bíblicas de aliento. Depende de la Palabra de Dios como un
testimonio infalible. Sea lo que sea que dice Dios, la fe lo cree. Recibe todo
lo que ha dicho. La Palabra de Dios vive y permanece para siempre. Por ello la
fe la recibe como su Palabra y no como una palabra del hombre. Su autoridad es
perfecta.
Pero la fe salvadora se refiere especialmente a Cristo. Así
lo enseñan con frecuencia las Escrituras: “¿Quién
es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:5).
“¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es
el Hijo de Dios? El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio
en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha
creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:9-11).
“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch 16:31).
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
“El que en él cree, no es condenado” (Juan 3:18).
En la Palabra de Dios, el tema grandioso es Cristo Jesús “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”
(Apoc. 19:10). Si negar al Padre es fatal,
también lo es negar al Hijo. Si rechazar al Espíritu de gracia significa perder
el alma, rechazar a Cristo como el Salvador hace que la destrucción sea
inevitable. Pero recibir a Cristo, descansar en él, confiar en él, venir a él,
huir a él para encontrar refugio, tomarlo como nuestro Sacrificio, como nuestro
Profeta, Sacerdote y Rey, y hacerlo de todo corazón, es el gran oficio de la fe
salvadora.
La fe no tiene la misma fuerza en todos los creyentes, ni en
el mismo creyente en todo momento. Leemos acerca del “que es débil en la fe”,
de “poca fe” y de “mucha fe”. La fe crece por la bendición divina. La fe de algunos
crece “sobremanera”. Todo discípulo auténtico dice “Creo;
ayuda mi incredulidad” (Mar. 9:24). Al
final gana cada victoria que necesita ganar. En algunos casos madura hasta
tener una seguridad total.
Todo esto es a través de Cristo, quien inicia, continúa y
perfecciona la obra de la fe en nosotros por su Espíritu y gracia.
Todo este concepto de la fe concuerda consigo misma y con
todas las
Escrituras. Explica muchas cosas que de otra manera nos
parecerían enigmáticas.
Primero, vemos por qué la fe siempre fue y siempre será
necesaria: “Por la fe
Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio
que Caín” (Heb. 11:4).
Esta era la religión de aquellos primeros tiempos. “Cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8).
Esta será la religión de los últimos tiempos. La razón por la que ningún hombre
jamás podrá complacer a Dios sin fe, es que la incredulidad a cada paso hace a
un lado todo lo que Dios ha dicho y hecho para la salvación del hombre.
Cualquiera que quiera ser salvo siendo incrédulo, desdeñaría
perpetuamente todos los planes del cielo para la recuperación de los perdidos.
También vemos qué razonable es que se requiera fe de
nosotros: “Tened fe
en Dios” (Mar. 11:22). “Creed en
Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros”
(2 Cró. 20:20). “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado”
(Juan 6:29). “No
seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27)
Estos son solo muestras de los tonos de autoridad con que
nos habla Dios sobre este tema. No podría ser menos si busca nuestro bien.
Dejarnos vivir en la incredulidad sería aprobar todo pecado.
También podemos ahora comprender por qué la mente de las
personas verdaderamente piadosas están tan prontas para aceptar la gracia y misericordia
que Dios ofrece. Creyendo todo lo que Dios dice, por supuesto aceptan como
cierto todo lo que él ha alegado acerca de la condición caída y depravada del
hombre. En otras palabras, descubren que son pecadores, perdidos, culpables,
viles e impotentes. A los tales, el evangelio es siempre buenas nuevas. Para el pobre pecador
bajo convicción es realmente pasar de la muerte a la vida, ver abierta de par en
par la puerta y a Cristo de pie, pronto para recibir a todos los que vienen a
él…
Y la fe, desde la más sencilla hasta la más fuerte, no es
irracional, ni necia. No hay hombre que actúe con tanta sabiduría como el que
cree implícitamente a Dios. Abraham nunca mostró que sus facultades estaban tan
bien reguladas y ordenadas como cuando fue directamente hacia adelante a fin de
cumplir el sacrificio de Isaac que Dios le había pedido. No preguntó las
razones, no mencionó ninguna dificultad; simplemente hizo lo que le había sido
mandado y no tropezó por incredulidad. La razón por la cual la fe es tan sabia
es que deposita su confianza en Dios, quien no puede mentir, no puede cambiar,
no puede fallar, no puede ser engañado, no puede ser burlado ni sorprendido; que ve el final desde el principio, que ama más allá de
todos los nombres del amor conocidos por los mortales o aun los ángeles; un
Dios y Salvador que nunca pisoteó un corazón quebrantado, que nunca desdeñó el clamor
del humilde, que nunca dejó morir en sus pecados al arrepentido y quien
infaliblemente llevará a la gloria eterna a todos los que se refugian en la
sangre expiatoria…
La siguiente es una buena definición: “La fe que
justifica es una gracia salvadora, operada en el corazón del pecador por el
Espíritu y la Palabra de Dios, por la cual el hombre, teniendo convicción de su
pecado y su desgracia, y de la incapacidad de sí mismo y de otras criaturas de liberarse
de su estado de perdición, no solamente acepta la verdad de la promesa del
evangelio, sino que también recibe a Cristo y descansa en él y en su justicia
que se le ofreció para el perdón del pecado, y para la aceptación y estimación
de su persona como justa delante de Dios para salvación”.
Sin hacer más comparaciones formales sobre este tema,
podemos decir que los escritores eruditos coinciden totalmente con la
Escrituras al representar la fe como una acción sencilla de la mente, en que
tanto la comprensión como la voluntad están unidas; que la luz del conocimiento
la precede en lo que se refiere a revelar la mente de Dios, y por lo tanto no
es ciega e ingenua, sino sobria, vigilante e inteligente; y que es el fruto de
su caluroso cariño, y por lo tanto no es fría, especuladora y sin efecto
práctico…
Los efectos de la fe salvadora son muchos y de gran valor.
De cierto, son tan importantes que sin ellos la salvación es imposible.
La fe auténtica es el instrumento de la
justificación del pecador ante Dios. Así lo enseña abundantemente la Biblia: “El justo por la fe vivirá” (Hab. 2:4; Rom. 1:17; Gál. 3:11; Heb. 10:38). Abraham “creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Gén. 15:6; Rom. 4:3; Gál. 3:6; Stg.2:23). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por
fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28).
“Pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál. 2:21).
He aquí el resultado grandioso, el pecado es perdonado y el
pecador es aceptado sencillamente por creer en él que es el fin de la Ley para justicia
para todo aquel que cree. Esto es ciertamente un misterio y una ofensa para
muchos…
La adopción es también por fe. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál. 3:26). Qué efecto
maravilloso es este: un hijo del demonio se convierte en un hijo de Dios, un
heredero de perdición es cambiado a un heredero de gloria, y todo por la
seguridad en la Palabra de Dios y por la confianza en la Persona y los méritos
de Jesucristo. Con razón los creyentes siempre han celebrado las maravillas de
la fe.
Además de obtener la justificación y adopción,
también por fe somos hechos partícipes del Espíritu Santo para todos los fines
de iluminación, santificación y aliento en el Señor. Cristo dice: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior
correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los
que creyesen en él” (Juan 7:37-39). No
hay éxito, progreso ni consuelo en la religión que no sea por este Espíritu
bendito. Recibirlo en la plenitud de su gracia es asegurar las arras de toda
cosa buena, la promesa del cielo mismo. “Y si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Rom. 8:9). Pero si el hombre tiene el Espíritu de
Cristo, no existe nada que pueda probar que sea un condenado, reprobado,
enemigo.
La fe salvadora es una señal infalible de
regeneración. Nadie jamás ha creído esto más que los que “son engendrados, no de sangre, ni de voluntad de carne,
ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan
1:13).
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo,
es nacido de Dios” (1 Juan 5:1). Siendo nuestra fe genuina, nuestra
regeneración ya no es dudosa…
El efecto poderoso de la fe auténtica en
purificar el corazón está entre las bendiciones más trascendentales. Esto
principalmente marca la diferencia entre la fe auténtica y la fe de los demonios.
Despierta un aborrecimiento intenso por los pecados, aspiraciones por la
santidad, esperanzas benditas de lograr una completa conformidad con Dios, y un
propósito de hacer lo bueno, sea cual fuere el resultado. No hay una purificación
eficaz del corazón si no es por la fe, por la fe que se aferra a Cristo y que
obedece a la verdad.
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